ALEMANIA. ARQUITECTURA E HISTORIA
A 21 años de la caída del Muro de Berlín, un recorrido por las obras de la arquitectura moderna que le han cambiado el perfil a la ciudad. La nueva Postdamerplatz, los edificios frente a la Pariser Platz y la polémica cúpula de cristal sobre el Reichstag. Y en el barrio Freuzberg, el dramático diseño del Museo Judío.
› Por Julián Varsavsky
“Si yo tuviera que decidir quién dice la verdad sobre una sociedad, si el discurso de un ministro de la vivienda o los edificios efectivamente construidos en su época, me fiaría de los edificios.”
Kenneth Clark
Berlín, como pocas ciudades en el mundo, ha reflejado siempre en su planta urbana las vicisitudes de su tiempo político. La ciudad fue el epicentro del imperio prusiano y de las dos guerras mundiales, además de punto álgido de la Guerra Fría. Con la caída del nazismo quedaron inutilizadas las tres cuartas partes de sus edificaciones, obligando a una reconstrucción casi desde cero, renaciendo como ciudad literalmente de las cenizas.
Cuando el 13 de agosto de 1961 Berlín quedó partida al medio en un solo día, se dio una situación inédita en la historia. Los vecinos de una vereda y la de enfrente pasaron a ser en algunos casos habitantes de ciudades diferentes –y hasta de otro país– entre un amanecer y el otro. Este cambio político también se manifestó en la arquitectura, campo en el cual los dos sistemas políticos comenzaron a competir. Es así que, extrañamente, las a partir de entonces dos ciudades tomaron caminos divergentes en desarrollo estético y urbano. Tanto un lado como el otro del Muro tenían aun cicatrices de guerra y estaban en pleno proceso de despegue en todo sentido. En Berlín occidental hubo un intento de retomar el movimiento funcionalista de la escuela Bauhaus tronchado por la guerra y el nazismo. En el Este los comunistas instalaron la sede de gobierno en la isla Spree, demoliendo el castillo de la ciudad arruinado durante la guerra. Al mismo tiempo, se construyó una plaza para desfiles conectada a una ancha avenida conformando un eje al estilo de las ciudades ruso-soviéticas, que comenzaba en la Puerta de Brandeburgo y atravesaba la Alexanderplatz. En sus alrededores se levantó el distrito Stalinaee, con sus monumentales bloques de departamentos denominados Palacios de los Trabajadores.
El 9 de noviembre de 1989 el Muro fue derribado, también en un solo día. Y los vencedores lo primero que se plantearon fue extender su propia impronta estética a los terrenos recuperados. Así que otra vez la arquitectura de la ciudad cambió, a una velocidad quizás inédita en la historia moderna, de la mano de un elenco de “starquitectos” de todo el mundo convocados a concurso con premios millonarios. Los ganadores le renovarían el aspecto a la ciudad de cara al siglo XXI. Los 22 años de la caída del Muro –que se cumplen dentro de dos semanas– son un lapso razonable de tiempo y también una buena excusa para observar los resultados.
EL TRASLADO DE LA CAPITAL En 1991, luego de acalorados debates, el Parlamento de la Alemania reunificada votó trasladar todos los poderes del Estado de Bonn a Berlín, declarada de nuevo capital. El Poder Ejecutivo necesitaba entonces una nueva sede a la medida de su tiempo político. Al concurso se presentaron 837 proyectos y el ganador fue un estudio conformado por tres arquitectos berlineses. El nombre del plan de obra fue Band des Bundes (cinta de gobierno), una especie de barrio ultramoderno que se extiende como una larga cinta de un kilómetro de largo por 100 metros de ancho, con numerosos edificios bordeando el arco que forma el río Spree. En los blancos edificios predomina la transparencia del cristal y unos potentes reflectores los iluminan reflejándolos en el río. El Barrio Gubernamental –como se lo conoce en la actualidad– une simbólicamente con su larga cinta un lado y otro del antiguo Muro.
Los diputados alemanes optaron por regresar al histórico edificio del Reichstag –levantado en 1894 para albergar el Parlamento imperial–, donde se declaró en 1918 la República de Weimar y que fuera incendiado en 1933. Cuando los rusos llegaron a Berlín, en 1945, izaron en el techo del Reichstag una bandera roja para tomar la famosa foto que simbolizó la derrota del nazismo. Pero el edificio ya estaba inutilizable y quedó en estado de semiabandono por muchos años, del lado occidental del Muro.
El gobierno de la Alemania reunificada debió restaurar el Reichstag. La delicada tarea de remozar el edificio más emblemático de la ciudad recayó en el célebre arquitecto inglés Norman Forster, a quien los parlamentarios le impusieron adosarle una moderna cúpula luminosa que no combina demasiado con el edificio neo-renacentista. El ganador del concurso resistió lo más que pudo, hasta que no le quedó más remedio que ceder. Pero el resultado fue un éxito, al menos de público. La cúpula de vidrio y acero tiene un eje central compuesto por espejos que concentran la luz del sol para dirigirla hacia el interior de la cámara parlamentaria por una abertura.
Millones de personas han subido en los últimos años a la cúpula por una rampa en espiral para obtener la vista más espectacular de la ciudad, con un panorama de 360 grados. El simbolismo que pretende este diseño es la idea de “absorber” la realidad del afuera y luego hacer fluir el resultado de los debates con transparencia democrática hacia el exterior. Lo concreto es que la cúpula del Reichstag se ha convertido en un símbolo de la nueva Berlín, compitiendo con la Puerta de Brandeburgo.
LA POSTDAMERPLATZ En la Berlín post-Guerra Fría surgieron en pocos años varios distritos urbanizados, resultado de una fiebre constructora impulsada por el gobierno federal, pero llevada a cabo por el sector privado. La idea fue reactivar el antiguo centro de la ciudad que había sido desestructurado al pasar el Muro justo por allí. Y el punto de ebullición de ese laboratorio experimental de las principales corrientes de la modernidad en la arquitectura en que se convirtió Berlín fue la Postdamerplatz.
En los dorados años ’20, la Postdamerplatz fue el espacio público más animado de toda Europa. Por la plaza circulaban 100 mil personas al día, 20 mil autos, 30 líneas de tranvía y se instaló en 1924 el primer semáforo en tierras europeas, una torre pentagonal traída de Estados Unidos que moderaba el paso de las 5 calles que confluían en la plaza. En sus kioscos se ofrecían hasta 150 diarios del mundo y en los alrededores había salas de diversión y famosos cabarets.
A los tiempos dorados le siguieron otros muy oscuros que ayudaron a pulir el brillo de la época idílica. La plaza en sí y casi todo alrededor sucumbieron con los bombardeos aliados. Después la Postdamerplatz quedó en el límite exacto entre las dos Alemanias, convertida en un gran espacio vacío. Así que la idea de revitalizar el desaparecido centro de la ciudad en lo que era un gran baldío se convirtió en el sueño de los arquitectos. Y para este trabajo se contrató a varios de los más famosos a nivel mundial.
En la Postdamerplatz fue donde comenzó el rediseño de Berlín. El gran playón fue entregado a varias de las grandes marcas internacionales para que hicieran una especie de celebración arquitectónica del triunfante capitalismo globalizado e hipertecnologizado. Cada una de las megacorporaciones hizo su negocio inmobiliario con rascacielos monumentales construidos con lo último en tecnología y diseño, todos con su correspondiente toque ecológico de acuerdo con los estándares de lo politically correct.
El área –que en verdad nunca fue exactamente una plaza ni tampoco lo es ahora– fue dividida en cinco distritos que llevan el nombre de una marca o grupo empresario multinacional. La primera piedra de esta “reconstrucción crítica” de Berlín fue colocada en el ahora llamado distrito Daimler Chrysler, empresa que poco antes de la caída del Muro había adquirido un solar al ayuntamiento en la desolada Postdamerplatz. Sus accionistas seguramente ni se imaginaban la cercana caída del Muro ni el fabuloso negocio inmobiliario que estaban por hacer, y pusieron al frente de los trabajos al afamado arquitecto Renzo Piano.
El criterio urbanístico del distrito Daimler Chrysler tuvo un cuidado especial en construir un barrio futurista con un entramado de calles y plazas con espacios prefijados para zonas verdes, tiendas, restaurantes, cafés, teatros y cines. Piano diseñó 8 de los 19 edificios del barrio. Al también célebre Rafael Moneo –español– le asignaron el diseño del sobrio y elegante Hotel Hyatt. A Richard Rogers le encargaron los tres edificios que se asoman al parque Tilla Durieux. Y el japonés Arata Isazaki ideó un llamativo edificio de oficinas.
El distrito de la Postdamerplatz donde la vanguardia arquitectónica alcanzó su más alto vuelo fue el Sony Center. El complejo consiste en una especie de plaza-shopping con restaurantes y oficinas cubiertos por un gran techo de cristal, tela y acero, como una gran carpa. Pero lo más extraño es que dentro de esa carpa hay nada menos que seis edificios de muchos pisos alrededor de una plaza que parece de ciencia ficción. En la noche la gran carpa del Sony Center se ilumina y a la distancia se la ve como un gran pico nevado que simboliza al Monte Fujiyama, una idea del ingenioso arquitecto Helmut Jahn que agradó mucho a los inversores japoneses que eligieron ese proyecto entre muchos otros.
El Beisheim Center es otro de los distritos de la Postdamerplatz, ubicado justo enfrente del Sony Center. El inversor fue Otto Beisheim, fundador del Metro Group, uno de los hombres de negocios más exitosos del mundo, quien a sus 80 años se gastó medio billón de euros en levantar dos lujosos hoteles: el Marriott y el Ritz-Carlton.
CLASICA Y MODERNA Presidida por la Puerta de Brandeburgo, la Pariser Platz o Plaza de París es el punto de partida de la Avenida de los Tilos y sus edificios de la época imperial prusiana, que a decir verdad son en su mayoría reconstrucciones, ya que los bombardeos los arrasaron a casi todos. Los planos de los nuevos edificios en la zona fueron sometidos a rigurosos estudios previos por el ayuntamiento para no romper con la estética del lugar. Y fue en la zona de la Pariser Platz donde el DZ Bank le encargó una obra al norteamericano Frank Gehry, representante del deconstructivismo extremo que rompe siempre con toda linealidad, simetría y clasicismo en las formas. Pero aquí el irreverente Gehry no pudo hacer de las suyas, limitado por el código urbano. El edificio del DZ Bank se terminó en 1999 con una fachada muy austera, pero es al ingresar cuando uno se sorprende por el contraste de un ambiente onírico. Las oficinas están todas alrededor de un patio central cubierto por un techo de vidrio ondulado que protege una sala de conferencias central, que parece estar dentro de una gran concha marina algo deformada. Los pisos son también curvos y diversos puentes y rampas unen los diferentes niveles, creando un ambiente algo bizarro y desarmado que tiene muy poco que ver con la rigidez y frialdad de un banco.
La Alexanderplatz fue el centro social de Berlín del Este –y de hecho muchos berlineses orientales lo siguen considerando como tal–, donde los comunistas construyeron en 1969 una aun hoy moderna torre de televisión de 368 metros que parece atravesar un globo de acero clavado en la punta. Esa plaza fue el epicentro de las protestas que desencadenaron la caída del Muro, y desde su café giratorio aun se puede observar parte del antiguo aspecto de la Alemania oriental.
La ciudad de Berlín –juicios al margen– ha cambiado en gran medida su fachada y también se ha modernizado como pocas en el mundo. El veredicto les corresponde, por derecho propio, a los berlineses. Para Renzo Piano “una ciudad necesita 500 años para ser construida”. No sería el caso de Berlín, que en apenas dos siglos –obligada por las circunstancias– ha sido reconstruida ya varias vecesz
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