Doblando a la derecha por la calle Ebertstrasse, desde la Puerta de Brandeburgo, hay una gran manzana de oscuros bloques de concreto acostados que conforman el Monumento en memoria de los judíos asesinados en Europa. Y en el barrio Freuzberg está el Museo Judío, uno de los edificios modernos de Berlín –concluido en 1999– en cuyas dramáticas líneas abstractas el lenguaje del diseño “habla” sobre una época oscura con sobria maestría. Con diseño del polaco Daniel Libeskind, el exterior es de cinc y titanio negro que no trasluce el interior. El edificio principal tiene forma de zigzag y carece de puertas y ventanas, al menos en un sentido clásico. Las ventanas son como tajos con forma de rayo que abarcan varios pisos. Y se ingresa por un vecino palacio barroco a través de un pasadizo subterráneo que se abre en un interior articulado en espacios vacíos que aluden a las ausencias del exterminio
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