Domingo, 6 de abril de 2003 | Hoy
IGUAZU CETRERíA Y AVES EXóTICAS EN LA SELVA
En las afueras de Puerto Iguazú, en el Centro de Recría de Aves Güira Oga, se puede observar el ancestral arte de la cetrería y una completa muestra de aves misioneras decomisadas al tráfico ilegal. En la vecina ciudad brasileña de Foz de Iguazú, una visita al Parque das Aves, un sofisticado zoológico con especies exóticas de todo el mundo.
A 5 kilómetros de
la ciudad misionera de Puerto Iguazú, un largo sendero de tierra que
nace en la Ruta 12 se interna en la densa selva caracoleando entre soberbios
ejemplares de timbó gigante. En el pequeño claro de un predio
de 20 hectáreas, cedido por el Estado en 1997, Jorge Anfuso y Silvia
Elsegood han construido a pulmón las rústicas instalaciones del
refugio de vida silvestre Güira Oga: un galpón para las herramientas
y una casa donde habitan. A simple vista, en este centro de reproducción
y recría de aves amenazadas de la selva paranaense, el mayor esfuerzo
está puesto en la comodidad de sus huéspedes emplumados, que viven
en grandes jaulas ubicadas a la intemperie, al acecho de la selva.
Güira Oga significa Casa de los Pájaros en idioma guaraní.
Allí van a parar todas las aves también algunos animales
de la selva que se encuentran heridas o que son decomisadas por tráfico
ilegal en la Triple Frontera. El trabajo principal es reproducir las aves en
peligro de extinción y reintroducirlas en su hábitat natural.
Además de tucanes, lechuzas, loros y otros pajaritos, en Güira Oga
hay una gran variedad de halcones y águilas. El águila solitaria,
de espeso plumaje gris y habitante de las yungas en Catamarca, es una de las
más hermosas. Otra muy vistosa es el águila crestada negra, de
ojos amarillos, que compite en belleza con el halcón peregrino. Este
halcón, que alcanza los 400 kilómetros por hora durante una caída
en picada, servía hasta hace poco para espantar las aves que se posaban
sobre la pista de aterrizaje del aeropuerto local.
Las águilas suelen alimentarse con los animales de las granjas, y algunos
campesinos las atacan a balazos. Muchas aparecen heridas y en Güira Oga
se las somete incluso a operaciones quirúrgicas para colocarles clavos
en los huesos. El problema es que durante su recuperación pierden el
instinto de la caza, y si se las soltara en esas condiciones podrían
morir de hambre. Por eso, en este centro misionero también las adiestran
para que recuperen sus habilidades de acuerdo con la antiquísima práctica
de la cetrería, una manera de cazar presas con águilas y halcones
que ya se utilizaba 2000 años antes de Cristo en China. Aunque actualmente
la cetrería es considerada un deporte, en Güira Oga sólo
se dedican a entrenar las aves de presa para poder devolverlas a sus hábitat
en óptimas condiciones.
Cetreria
en accion Todos
los días del año a las 15.30 de la tarde comienzan los preparativos
para alimentar a las águilas. Silvia se acerca al sector donde hay más
de una docena de ejemplares de distintas especies que descansan al aire libre
con una pata atada de un palo. Aquellas que serán entrenadas ese día
llevan muchas horas en ayunas para que el hambre las mantenga atentas al entrenador
durante la práctica.
La práctica se lleva a cabo en un gran claro en medio de la selva. En
primer lugar Silvia lleva en el brazo cubierto por un gran guante de cuero a
un águila mora hembra. En el campo de prácticas el águila
es liberada y se va directamente a la copa del árbol más alto
de la selva donde está jugueteando una familia de monos,
peligrosamente cerca del nido de unos pajaritos que la hostigan con valentía
maternal. Indiferente a los chillidos, el águila concentra su atención
en la entrenadora, quien con un silbato la induce a volar de un árbol
a otro para que ejercite las alas, hasta que el ave deja de obedecer al silbato,
fija su mirada en un punto de la selva durante varios minutos, y en un instante
se lanza en picada sobre un hurón que descansa al pie de un árbol,
clavándole las garras. Todo sucede en un parpadeo: el hurón es
atrapado, pero le muerde una pata y el águila lo suelta dejándolo
escapar. La inesperada caza ha sido un fracaso y el águila regresa a
lo alto de un árbol.
Ahora Silvia utiliza como señuelo un trozo de cuero atado a una cuerda
y lo arrastra por el pasto para que parezca un ratón. Al pitar del silbato
el águila se lanza otra vez con su vuelo mortal para atrapar el supuestoratón.
El chasco la defrauda, pero recibe como recompensa un trozo de carne. El ejercicio
se repite varias veces con dos o tres aves cada tarde, utilizando incluso ratones
de verdad en vez de un señuelo.
Chistidos
y parloteos
Durante los últimos 4 años han pasado por Güira Oga más
de 220 animales que fueron atendidos por los veterinarios del lugar. Unos 150
de ellos pudieron regresar a su hábitat natural, mientras que los muy
deteriorados como los que se atropellan en las rutas se han quedado
de por vida y cumplen la función de reproductores para que sus crías
se integren a la selva.
En el sector de los tucanes hay cuatro especies de esta colorida ave, muchas
veces decomisadas en Ezeiza o heridas por las trampas de los cazadores furtivos.
Los tucanes están en jaulas grupales donde conforman parejas estables.
Al llegar al área de las lechuzas, muchos chicos creen encontrar a la
mascota de Harry Potter cuando ven y escuchan el chistido de la lechuza del
campanario. Más adelante, un ensordecedor parloteo anuncia que nos acercamos
al sector de los loros. Allí las piezas más vistosas son dos parejas
de guacamayas rojas, prácticamente extinguidas en Misiones. Pero también
hay ejemplares de loro vinoso, maracaná afeitado y otros que, por la
facilidad con que aprenden a hablar, han sido depredados casi hasta su desaparición.
Una de las especies más llamativas del centro es el macuco, una perdiz
gigante que llega a medir casi medio metro de alzada y apenas sobrevive en las
áreas protegidas debido a su codiciada carne.
La lista de huéspedes en Güira Oga se completa con una
docena de monos que se agarran de los pantalones del visitante pidiendo
upa, pavas de monte como la yacutinga, el tangará escarlata
muy cazado por su estridente belleza roja, gavilanes, yacarés
y más de una docena de águilas.
El
Parque das Aves
La mayoría de los visitantes argentinos de las cataratas del Iguazú
se reservan un día para recorrer el parque del lado brasileño.
Se dice que la diferencia principal entre ambos lados es que en el sector argentino
las cataratas se ven desde arriba de los saltos (y se siente hasta en los huesos
la vibración del agua), mientras que del lado brasileño se las
ve de frente, como una postal. Pero esto es una verdad relativa, ya que el lado
argentino también ofrece una perspectiva frontal, tanto en la Garganta
del Diablo como durante la excursión en lancha, que muy pocos se pierden
de hacer. Sin embargo, hay una razón de mucho peso para cruzar a Brasil:
la visita al Parque das Aves. Se trata de un zoológico muy particular,
donde el visitante ingresa a las gigantescas jaulas y entra en contacto directo
con las aves. Además, las rejas casi no se ven porque están cubiertas
por una selva de helechos y enredaderas. Allí dentro se camina por pasarelas
y puentecitos que cruzan pequeños estanques. Sobre las barandas se posan
los tucanes y se dejan acariciar como gatitos.
En la jaula de las guacamayas se oye un parloteo incesante de comadronas alborotadas,
mientras las aves se lanzan a vuelo rasante sobre nuestra cabeza, apantallándonos
con las alas. Una de las jaulas más asombrosas es la que alberga una
infinidad de mariposas y colibríes, esas joyas aladas de indefinibles
colores que parecen flotar con un vibrante aleteo. En total hay unas 900 aves
de 150 especies, algunas traídas de Asia, Africa y Oceanía. La
más extraña es el cassowary casuar, oriundo de Nueva Guinea, una
especie de avestruz de colores payasescos con gruesas patas y una cresta de
hueso que parece salido de la película Jurassic Park. Pero también
hay faisanes de Nepal, un reptilario con iguanas y boas constrictoras, unos
monitos minúsculos que habitan en una pequeña isla rodeada por
un estanque, y loros de toda clase, tamaños y colores.
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