BRASIL. ANTICIPO DEL VERANO EN MORRO DE SAO PAULO
Pueblo chico, playas grandes. En el nordeste brasileño, un pequeño pueblo de pescadores, situado en una isla frente a Bahía, ofrece vida tranquila, actividades en el agua y un horizonte que parece sin fin para disfrutar de unas vacaciones tropicales con sabor distinto.
› Por Mariano Jasovich
¿Puede haber un lugar más cercano a la idea de paraíso para un habitante de las ciudades argentinas que un pueblito de mar cálido, arenas finas y sin la presencia de autos ni molestos bocinazos? La descripción le corresponde perfectamente a Morro de Sao Paulo, en el estado brasileño de Salvador, un pequeño pueblo de pescadores que se ha ido convirtiendo en cita obligada luego de recorrer el casco histórico de Bahía, el Pelourinho.
Se trata de una isla ubicada justo enfrente de Bahía con callecitas empinadas de arena donde los únicos vehículos son las carretillas tiradas por hombres y algún que otro caballo. Además cuenta con el ideal “verano todo el año” y varios boliches para sambar con los pies enterrados en la arena y a pocos metros del mar.
Una vez que se llega al puerto de Morro, varios lugareños provistos de una carretilla se ofrecen para transportar el equipaje de los visitantes. La enorme pendiente de la subida aconseja escucharlos, ya que por 5 reales el bulto acompañan para las pousadas y ponen al día sobre los precios del alojamiento de temporada.
PLAYA POR PLAYA Las playas más concurridas posiblemente acusen en temporada alta un exceso de visitantes, pero en el mes de noviembre –con las pousadas todavía semivacías–, Morro de Sao Paulo resulta un lugar encantador.
La Primera Playa se encuentra apenas se baja de la calle principal de lo que sería el “microcentro” del morro. Sobre ella se levantaron las primeras casas que, con los años, terminarían convertidas en posadas y restaurantes. Pero también es el lugar donde se puede contratar la mayoría de los deportes náuticos: paseos en lanchas, botes de goma, surf o buceo.
La Segunda Playa es el lugar de los jóvenes que juegan en la arena, toman caipirinha a toda hora y viven el lugar con silencio o bullicio, de día o de noche. Es la mejor de todas, dicen muchos. Allí, en la caída del sol (tener en cuenta que el atardecer es cerca de las 18.30 en pleno verano y más temprano en primavera u otoño), los jóvenes locales practican fútbol y voley. Entonces muchos turistas argentinos comienzan a entender de dónde surge la primacía brasileña en el fútbol mundial...
Ya con el sol escondido entre los morros es imprescindible probar el açai na tilhela, el delicioso extracto de la pulpa de una fruta del Amazonas servido frío en una galleta con trozos de cereal espolvoreados por encima.
La Tercera Playa es sinónimo de buceo. Es una saliente y la caracteriza la presencia de la Ilha de Saudade (“Isla del Recuerdo”), un islote con una única palmera cocotera en el medio que hace recordar aquellos primeros dibujos de islas o vacaciones que dibujáramos durante la infancia.
En la Cuarta Playa uno tiene la sensación de que aparecerá en cualquier momento Leonardo DiCaprio actuando en la película The Beach. La extensión de arena blanca está surcada de un lado por un intenso azul celeste que se funde con el horizonte, y por el otro lado por una selva verde de palmeras.
BUSCANDO SOLEDAD Más al sur de la isla se suceden interminables arenales vírgenes como Praia do Encanto (Quinta Praia) o Garapuá, cerca ya de la desembocadura del río del Infierno.
Para encontrar aún mayor paz y soledad en la isla, es recomendable tomar una excursión en barco hasta la isla de Boipeba. El servicio se puede contratar en el centro del Morro o en la misma playa. Lo ideal es juntar varias personas para lograr un mejor precio (regateo mediante, tres personas pueden pagar unos 75 reales).
La excursión dura todo el día y la vestimenta ideal es musculosa, malla y las infaltables ojotas. Todo acompañado por agua para paliar el calor y protector solar.
La salida es puntualmente a las 9 desde la Tercera Praia, con el sol ya pegando sobre los hombros. La lancha neumática pone rumbo hacia el sur. A escasos metros de la costa se ve en todo su esplendor el litoral del Morro Sao Paulo con la combinación perfecta de mar azul, arena blanca y palmeras. Nuestro destino final será Boipeba, a quienes muchos comparan con el Morro de Sao Paulo de hace décadas, un lugar de playas idílicas flanqueadas por hermosas palmeras y que apenas cuenta con un puñado de pousadas dispersas. Es sin duda el destino ideal de aquellos que quieran pasar unos días lejos del mundanal ruido.
La primera parada es en las piscinas naturales de Moreré. A más de un kilómetro de la playa, los corales forman bancos de arena que emergen casi hasta la superficie y que, rodeados de arrecifes, reúnen las condiciones óptimas para sumergirse en piletas cálidas y cristalinas.
Luego, la lancha se dirige hacia Garapúa. Otra vez arenas blancas, palmeras que dan una sombra reparadora y un mar celeste, transparente y con el oleaje justo para no aburrirse dentro del agua. Pero eso no es todo: un pequeño barco invita a visitar el bar flotante a unos 200 metros de la costa, en pleno mar. Allí se puede almorzar camarones frescos y lulas (rabas), acompañadas por la cerveza más fría del mundo y con los pies en el agua, rodeados de cientos de peces de colores.
LO QUE QUEDA DEL DIA Al caer la noche, la actividad se centra en la calle principal, muy cerca del puerto y de la Primera Praia. Se puede recorrer la feria de artesanos, pero antes de comprar algún collar de semillas es necesario regatear el precio, una costumbre aceptada entre los vendedores bahianos.
A la hora de la cena se puede elegir entre cocina internacional y los frutos de mar, muy recomendables por su variedad y frescura. Otra opción es parar en un puestito donde una verdadera bahiana de pollera blanca ofrece el acaraje. Se trata de una especie de sándwich que era la comida básica de los esclavos bahianos: el pan está hecho con una masa de porotos y cebolla que luego se fríe como buñuelo en aceite de dende y se rellena con camarones secos y otras verduras. El resultado es un bollo de masa tierna con relleno picante y cremoso a la vez.
Así, durante todo el año la isla espera a los visitantes con el paisaje perfecto de postal brasileña y el plus de paz que genera la ausencia de autos: es el lugar ideal para que el viajero finalmente descanse y sólo se quite las ojotas para zambullirse de lleno en el océanoz
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