RIO NEGRO. TREN PATAGóNICO
Crónica de un viaje a bordo del Tren Patagónico, que cruza el territorio de Río Negro de punta a punta uniendo cordillera y mar a lo largo de 826 kilómetros. De Bariloche a Viedma, una travesía ferroviaria por una de las zonas menos pobladas de la provincia.
› Por Mariana Lafont
Cada domingo, a las 18 horas, el Tren Patagónico lentamente se pone en movimiento y parte de Bariloche, de la pintoresca estación de roca y madera pegadita a la de micros. Atrás quedan el lago Nahuel Huapi y sus verdes bosques para entrar rápidamente en la meseta –en la llamada Línea Sur– y llegar, al otro día, a Viedma. Se trata de una de las zonas menos pobladas y desarrolladas de la provincia y su clima es frío, árido y continental. Allí se ubica una sucesión de pequeños pueblos hilvanados por las vías de este tren que cumplió un rol fundamental en la economía local.
¡TODOS A BORDO! Aquella tarde gris el tren iba lleno y la mayoría de sus pasajeros tenían doce años. Durante octubre y noviembre los grupos de egresados de las escuelas primarias suelen ir en este tren hasta Las Grutas, un destino clásico para viajes de fin de curso. Mientras los chicos desbordaban de energía y adrenalina, sus padres, al otro lado de la ventanilla, los despedían con ojos humedecidos y nosotros rezábamos para que nos dejaran pegar un ojo esa noche.
Los coches del Tren Patagónico, que inauguró su recorrido en 1934, se han mantenido con los clásicos asientos de cuerina verde y azul en la clase Pullman. No bien me senté volví a mi infancia y recordé los viajes a Mar del Plata de cada verano. Pero en el convoy hay, además, camarotes y coche cine, un muy buen pasatiempo para las más de quince horas de viaje. El vagón está completamente alfombrado para amortiguar los ruidos y tiene cómodas butacas. En la primera función se proyecta una película para niños y luego, hasta la madrugada, hay películas para adultos. Si se viaja en Pullman o camarote la entrada para ver un film está incluida.
DE PUEBLO EN PUEBLO A lo largo del recorrido, las vías del tren se entrecruzan con la Ruta Nacional 23, carretera que, para los locales, equivale a la mítica 40 porque ambas fueron trazadas siguiendo antiguas huellas tehuelches. Por aquí pasaron viajeros y exploradores como el Perito Moreno y George Claraz, un naturalista suizo que, entre 1865 y 1866, exploró la zona entre los ríos Negro y Chubut. Pero uno de los más famosos es el inglés George Musters, quien, entre 1869 y 1870, hizo un periplo increíble (de Punta Arenas a Carmen de Patagones) con una tribu tehuelche y cuyo resultado fue el genial diario de viajes Vida entre los patagones. Uno a uno pasan los “pueblo-estación”, que parecen detenidos en el tiempo, como Pilcaniyeu, Comallo y Clemente Onelli.
Pilcaniyeu, que está a sólo 70 kilómetros de Bariloche, nació a raíz del tren y de grupos de indígenas, inmigrantes europeos y sirio-libaneses que levantaron sus casas aquí. El paisaje es un poco menos árido y, de hecho, en mapuche pilcan significa “patos” y niyeu, “lugar” debido a una laguna con patos que está muy próxima. En los alrededores, y favorecidas por una ley que ofrecía tierras, se fueron instalando estancias dedicadas a la ganadería ovina. Con la llegada del ferrocarril, en 1931, surgieron el hotel, las fondas, los galpones de lana, la parroquia y la comisaría. Pero la prosperidad duró hasta que la fibra sintética reemplazó a las naturales y la venta de lana cayó y así comenzó la migración hacia las ciudades. Hoy Pilcaniyeu conserva muchos de esos edificios que son muestra de una época pasada.
Los yacimientos de diatomita indican la cercanía a Ingeniero Jacobacci, localidad ferroviaria hasta la médula donde se unen la trocha ancha del Tren Patagónico con la angosta de La Trochita. A 75 kilómetros está Maquinchao, viejo paradero indígena bien conocido por nativos y exploradores. El pueblo, con grandes establecimientos ganaderos, fue el principal centro comercial de la Línea Sur, pero decayó junto al precio de la lana. Finalmente llegamos a Los Menucos (a 350 kilómetros de Bariloche), Capital Nacional de la Piedra Laja y con una gran tradición de canteristas. Este prolijo pueblo entre el mar, la montaña y el Alto Valle se encuentra al pie de la Meseta de Somuncurá, vocablo mapuche que significa “piedra que suena” o “habla”. La vasta altiplanicie basáltica de 150.000 km2 presenta un relieve volcánico con algunos cerros que rondan los 1900 metros. Si bien es desértica, la meseta tiene lagunas temporarias y arcillosas con aves. En tiempos remotos el mar llegó hasta allí, por lo cual hoy se pueden ver restos de bivalvos y caracoles. También hay varios atractivos como criaderos de guanacos y choiques que surgieron en los ’90 con la crisis de la lana. La Estancia Chacay se dedica a los guanacos y La Caledonia hace lo suyo con los choiques y ambas se dedican también al turismo rural. Además en Los Menucos hay otras atracciones, como visitas a canteras, pinturas rupestres, picaderos y cabalgatas.
El tren sigue avanzando y llega a Sierra Colorada, muy cerca de Los Menucos y en el centro de la provincia. Su nombre indica claramente cuál es el tono predominante en su paisaje debido a las características geológicas de la zona. Luego continúa a Ramos Mejía, pequeña localidad cuyo nombre original era Pichi Malal, que significa “Corral Chico”, por ser el lugar de descanso y encierre natural para el ganado durante los arreos y del cual aún quedan algunos cercos de piedras en pie. La siguiente estación es Valcheta, localidad que a orillas del arroyo homónimo ofrece excursiones paleontológicas, bosques petrificados, caminatas y un museo de culturas originarias. Muchos de estos pueblos se pasan de noche mientras se está en el cine, se cena o se toma un café o una cerveza en el coche comedor atendido por mozos elegantemente vestidos con moño y todo.
CERCA DEL MAR A la mañana siguiente, a las 8, se llega a San Antonio Oeste, ubicado sobre el Golfo San Matías y con una gran tradición portuaria. Lo llamativo de esta localidad es la impresionante amplitud de mareas. El mar pasa de llegar a la costanera a alejarse completamente durante seis horas. Con la metamorfosis del paisaje se forman brazos donde se pueden extraer moluscos, nadar y pescar. Por la costanera se puede pasear por el casco histórico y ver la casa del ingeniero Jacobacci, el muelle, la primera estación ferroviaria y el Museo Municipal. Muchos pasajeros se bajan en San Antonio Oeste para llegar en remise a Las Grutas, a sólo 15 kilómetros. Este balneario, que aún conserva calles de tierra, tiene tres kilómetros de playas de arena, amplios médanos y, por su latitud, goza de doce horas de luminosidad en verano. Pero lo más llamativo es la temperatura del mar. Gracias a una serie de factores oceanográficos, geográficos y atmosféricos, el agua ronda los 24C y 27C, siendo la más cálida del litoral marítimo argentino. Si bien toda la Patagonia costera es acantilada, en Las Grutas hay una peculiaridad que da nombre al balneario: la presencia de grutas que han sido esculpidas en rocas sedimentarias marinas durante millones de años.
Además de playa, en las cercanías del balneario hay varios paseos para hacer. El más cercano es Piedras Coloradas, seis kilómetros al sur. Esta playa de rústica belleza y rojizas rocas milenarias no tiene infraestructura y es ideal para los que buscan más tranquilidad. Se puede llegar caminando con marea baja y es un buen lugar para pescar y hacer sandboard. Continuando por el camino que lleva a Las Coloradas y a trece kilómetros de Las Grutas se encuentra El Sótano. A esta zona de acantilados (con muy buenos lugares para pescar y pulpear) sólo se puede llegar con vehículos especiales todo terreno y acompañado por un guía. Y cerca de allí (a 2 kilómetros de caminata) se encuentra el Cañadón de Las Ostras, un yacimiento de grandes ostras fosilizadas pertenecientes al período Terciario Superior, con más de 15 millones de años. Otro sitio popular es el Fuerte Argentino, una imponente meseta de más de 100 metros de altura que debe su nombre a su aspecto de antigua fortaleza. Además se la puede divisar desde muy lejos entre la bruma del Golfo San Matías y, al pie de la misma, hay una laguna de agua salada ideal para hacer snorkelling.
Por último, un plato fuerte de la zona es la Salina El Gualicho, a sesenta kilómetros al oeste de Las Grutas. Esta gran depresión natural está a setenta metros bajo el nivel del mar, tiene 328 km2 de superficie y es la salina más grande de Argentina. Pero además El Gualicho es un verdadero festín para los geólogos, ya que aquí abundan rocas de la Era Precámbrica y del Jurásico además de sedimentos marinos terciarios.
Finalmente, cerca de las 13, el tren llega a la última estación del recorrido: Viedma. Emplazada en la margen sur del río Negro y a 30 kilómetros de su desembocadura en el mar, la capital rionegrina forma, junto a Carmen de Patagones, una comarca llena de historia digna de ser visitada. Entre tanto, el tren descansará allí una semana para luego volver a la cordillera el viernes siguientez
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