Domingo, 4 de mayo de 2003 | Hoy
CATAMARCA EXCURSIONES DESDE LA VILLA TURíSTICA EL RODEO
A 35 kilómetros de la capital catamarqueña, la villa turística El Rodeo, enclavada entre verdes montañas a 1200 metros de altura, tiene un microclima ideal para dedicarse al sosiego y la contemplación de la naturaleza. Cabalgatas y trekkings por el cordón del Ambato, pesca de truchas y una aproximación arqueológica a los restos de la cultura de La Aguada.
En el centro geográfico de la provincia de Catamarca y a 1200 metros
sobre el nivel del mar, El Rodeo es una villa turística surcada por arroyos
cristalinos y acequias que bajan sin apuro de los cerros, con un privilegiado
microclima y un aroma a verde que también desciende de las montañas
cubiertas de una tupida vegetación.
En medio de un gran valle, el pueblo se extiende sin mayores simetrías
a través de callecitas de tierra que suben y bajan al antojo de las ondulaciones
del terreno. Casi no se ven autos sino algunas personas a caballo. Y las casas
están muy espaciadas una de la otra, con extensos jardines al frente,
detrás y a los costados. La exuberancia de flores en los jardines parece
ser el elemento común de la decoración en El Rodeo: campanitas
blancas, lilas y violetas; crisantemos rosados y fucsias, y cantidades de hortensias
y dalias.
El Rodeo tiene una docena de sencillas hosterías y hoteles que en las
últimas décadas lo han convertido en una villa turística
y en un lugar de retiro de fin de semana para visitantes de Catamarca y Santiago
del Estero. Hay más de 900 pobladores estables y una gran cantidad de
modernas casas que permanecen vacías durante la semana. Si bien son minoría,
no pocos porteños llegan hasta El Rodeo para disfrutar de los trekkings
y cabalgatas por la montaña, pero por sobre todas las cosas se deleitan
con el silencio y la tranquilidad que muy pocas villas turísticas del
país pueden ofrecer durante todo el año (salvo en los calurosos
meses de verano).
Cabalgata y asado criollo El señor Luis
Carlos Guzmán (Lucho) vive en El Rodeo desde hace ya 25 años y
trabaja como guía de trekking y cabalgatas. Anda siempre con sombrero
criollo en la cabeza y cuchillo en el cinto, y como buen norteño habla
convirtiendo las palabras en esdrújulas. La cabalgata que nos guiará
el señor Lucho parte directamente desde el hotel, a lomo de mula y de
caballo. Nos dirigimos hacia el cordón del Ambato –en plena precordillera–
para internarnos en una quebrada junto al lecho de un arroyo. A lo lejos se
observa el imponente pico del cerro Manchado, de 4400 metros.
A nuestro costado desfilan soberbios álamos de 40 metros de altura, y
otros árboles como el tala, el sauce y el viscote, que se utiliza para
los postes de alumbrado. Respecto de la fauna, un día de suerte podrá
verse un zorro colorado cruzando el río, o algún pecarí
(jabalí chico) que se escabulle entre los matorrales. Cada tanto aparece
un cóndor que se divisa como un punto casi inmóvil flotando en
las alturas. Otras aves comunes son el águila mora y el rey del bosque,
un pajarito amarillo con la cabeza negra.
Finalmente llegamos al Puesto del Río, luego de 2 horas de cabalgata.
Allí están las instalaciones semiderruidas de este puesto abandonado
hace 40 años, que daba cobijo a los peones ganaderos de una antigua estancia.
Allí atamos los caballos a los troncos de unos nogales que crecen por
doquier ofreciendo nueces a montones sobre el pasto. De inmediato el señor
Lucho saca una buena cantidad de pieles de oveja que trae sobre su caballo e
improvisa unas “lonas” que extiende sobre el pasto, casi tan mullidas
como un colchón.
Es hora del almuerzo al aire libre y comienzan los preparativos para el asado.
Un grupo se interna unos metros en la vegetación para recoger agua fresca
y pura de un manantial. Otros se dedican a buscar leña y ramitas para
encender el fuego. Todo es absolutamente agreste, así que no hay ni sillas
ni mesas, y ni siquiera parrilla. Nuestro guía selecciona unas ramas
de palo amarillo y les afila la punta con el cuchillo. Entonces clava la carne
en ellas y sin otra ayuda que cuatro piedras las coloca al calor de la leña.
Mientras se cocina la carne muchos disfrutan de una siesta sobre las pieles
de oveja y otros pasean a la vera del río. El asado se come con la mano,
por supuesto, sentados en el pasto a la sombra de los nogales, disfrutando de
una carne tierna y sabrosa aderezada por la belleza del entorno.
Trekking por la montaña En El Rodeo
hay muchos circuitos de caminatas por la montaña, pero el más
importante es el que recorre la vera del río Ambato. El trekking en sí
no es muy exigente ya que no hay casi subida, pero requiere de muchísima
atención e ingenio para cruzar las aguas a los saltos, de roca en roca.
Esta dificultad se debe a que las paredes de piedra de la quebrada impiden el
paso y obligan a cruzar el río incontables veces. Cada cual a su turno,
la mayoría va cayendo irremediablemente al tranquilo cauce. De modo que
la decisión más inteligente es llevar sandalias o una muda de
zapatillas y resignarse a meter los pies en las frías aguas ya de entrada,
y caminar más relajados.
En ciertos lugares el río forma pozones de aguas cristalinas donde se
ven claramente las truchas nadando a la deriva. Pero lo asombroso llega en el
momento más inesperado, cuando un colorido martín pescador se
zambulle violentamente en el agua y atrapa un pez para su almuerzo.
El río se va encajonando cada vez más, y la selva se hace también
muy espesa, con enredaderas y ramas espinosas que nos rasguñan brazos
y piernas. Numerosas vertientes aparecen a los costados alimentando el curso
principal del río. En lo alto pasa una bandada de cotorras, y en el suelo
descubrimos unas sabrosas frutillas silvestres. La excursión recorre
8 kilómetros y dura todo el día. Además, muchas personas
se internan en esta zona para pescar truchas.
La mayoría de los turistas en El Rodeo visita durante su estadía
el poblado vecino de Las Juntas, a 15 kilómetros por la carretera principal.
Se trata de una villa turística más chica y agreste, con poca
infraestructura, enclavada entre paisajes más abiertos y con muchos pinares.
Desde allí comienza una caminata que permite observar claramente unas
antiguas terrazas de cultivo indígena de la cultura de La Aguada, remarcadas
por unas pircas (pequeños muros de piedra que protegían las plantaciones).
Por último se desemboca en el Pozo del Cura, una pileta natural de 30
metros con toboganes de agua naturales para los valientes que soporten el frío
fuera de los meses de verano.
El Rodeo carece de vida nocturna –salvo las guitarreadas de algún
hotel– y de tiendas turísticas. Aquí la consigna es muy
sencilla e intimista: entregarse al sosiego y la contemplación de la
naturaleza, tratando de sintonizar con el ritmo de la vida pueblerina del catamarqueño.
Quien lo logre, aunque cueste, podrá darse por satisfecho.
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