CHUBUT. LA CAPITAL DEL ORO NEGRO
› Por Graciela Cutuli
El sur es sinónimo de estepas y desiertos, escenario de historias mínimas como en las películas de Carlos Sorín. Más raramente de historias a lo grande, aunque no hayan faltado las epopeyas y aventuras. Y en definitiva, muy pocas veces se piensa el sur con torres de vidrio esfumado, semáforos, tiendas con la última moda y ejecutivos de traje como en la city porteña. Sin embargo, así es la cara de Comodoro Rivadavia, un oasis de ciudad –con todos los atributos urbanos– en medio de las mesetas desérticas del sur de Chubut. El contraste es enorme con Camarones, el pueblo más cercano, una fiel estampa de la Patagonia soñada por los turistas. El oasis fue creado, desarrollado e impulsado por el oro negro. Comodoro es una ciudad vertiginosa que vive por, para y del petróleo. Y un poco también del turismo, sobre todo desde que se convirtió en la cabecera de la nueva Ruta Azul, la porción de la RN 3 que une los tres parques marítimos costeros del sur de Chubut y de Santa Cruz.
UN CERRO Y UNA TORRE Martín Blackie es descendiente de la única colonia bóer en el país. Vive en Rada Tilly, el balneario pegado a Comodoro, y cuenta que sus padres y sus amigos fueron los primeros en descubrir petróleo a principios de siglo XX. Eran exiliados de la antigua provincia sudafricana de Transvaal, tras la victoria inglesa en la guerra de los bóers. Así estos colonos sudafricanos descendientes de holandeses, alemanes y franceses protestantes llegaron a las costas del sur de Chubut, donde había lugar de sobra pero nada de agua. Y fue buscando agua que hicieron surgir petróleo de la tierra.
La historia la escribieron luego otros colonos, ingenieros llegados de Buenos Aires y obreros procedentes de todo el país y el mundo. En Comodoro dicen con orgullo que tienen más comunidades que en ninguna otra parte del país, más incluso que en la misionera Oberá, que es conocida y reconocida por la diversidad de sus pobladores. Existe incluso una Federación de Comunidades Extranjeras que es uno de los pilares de la vida cultural y asociativa de la ciudad.
No es el único legado de la singular historia local. Además de este, que se puede ver en las caras de su gente, el otro se puede descubrir en la traza del plano urbano. Comodoro se extiende sobre kilómetros y kilómetros porque se formó en torno de los primeros pozos de excavación. Los pozos se convirtieron en barrios, y los barrios a veces se juntaron para formar la ciudad. Otras veces, no. Es así que Comodoro está diseminada por la meseta, y tiene un cerro de arenas endurecidas como centro. Los días de lluvia, que son pocos, o los días de viento, casi todos los demás, el cerro “cruje” y se desplaza. No está construido, porque ninguna construcción resistiría sobre su superficie blanda. Pero cada tanto se lleva una porción de la Ruta 3, que pasa por el centro mismo, y algunas casillas.
Este cerro, llamado Chenque, mide más de 200 metros y se levanta a orillas mismas de la costa. En tiempos geológicos fue una capa de sedimentos y un cementerio de ostras. Hoy las ostras se ven petrificadas, enormes y cargando a cuestas varios millones de años. A pesar de sus “humores”, el Chenque pasó con el tiempo a simbolizar la ciudad. Es un circuito de paseo para el fin de semana, o luego de las clases para los estudiantes en busca de un poco de romanticismo. La vista desde la cumbre es hermosa: además de divisar todo el centro, se llega a apreciar una buena porción de la costa del enorme Golfo San Jorge, en cuya parte más interior está la ciudad. Se ve por supuesto también hasta Rada Tilly, la playa más austral del país que se usa como tal. A pesar de los vientos, a pesar de la latitud, a pesar de la temperatura del agua, cada verano Rada Tilly atrae a miles de familias y su costa es una sola mancha multicolor de parasoles.
El resto del año es como un barrio residencial de Comodoro, con casas bajas en torno de una torre incongruente que por la tarde proyecta su larga sombra sobre la arena. En Rada Tilly está la Reserva de la Punta del Marqués, una proa de tierra (otra vez sedimentos y ostras fósiles) que avanza en el mar, como si fuera un barco de dos kilómetros de largo y 160 metros de alto... Desde allí arriba se ve una colonia de lobos marinos tomar sol en el acantilado o jugar en las aguas límpidas del Atlántico Sur. Hay un pequeño centro de interpretación para conocer mejor la Punta; también se ve toda la Rada y la playa, y uno se pregunta otra vez qué llevó a construir esta torre de departamentos despintada en medio de la costanera, con tanto lugar y espacio a disposición.
DISTANCIAS PATAGONICAS En Comodoro las distancias son bien grandes. Bien patagónicas, como diría Eduardo Gallegos, uno de los baqueanos que mejor conocen la región. Eduardo trabaja con los geólogos e ingenieros que detectan e instalan los nuevos pozos de petróleo. Cada rincón de la estepa y cada curva de la Ruta 3 le inspiran anécdotas e historias sobre la vida en este lejano sur, donde cada logro se merece a fuerza de trabajo y coraje. Desde hace un tiempo, puso su camioneta y su conocimiento al servicio de los turistas, y no hay mejor opción que contratarlo para recorrer Comodoro y su región.
Desde la ciudad, la Ruta Azul se extiende hacia el sur y hacia el norte, siempre por la RN 3, que es la columna vertebral de toda la costa patagónica. Al norte, termina en el Parque Costero-Marino Patagonia Austral, que protege unos cientos de kilómetros de costa a lo largo de la Bahía Bustamante y el cabo Dos Bahías. Al sur, la ruta pasa por Caleta Olivia y cuando se aleja de las orillas hay que dejarla para llegar hasta Puerto Deseado. El segundo parque es el Interjurisdiccional Marino Isla Pingüino, que protege mar y costas entre la ría Deseado y la Bahía Laura. La ruta termina en las cercanías de Puerto Santa Cruz, en el Parque Nacional Monte León, que cubre la extensión de dos antiguas estancias y 40 kilómetros de costas.
Cada tramo del circuito se cuenta en cientos de kilómetros y horas de ruta. En medio de tales inmensidades, Comodoro es la mejor opción porque tiene buenos hoteles, un aeropuerto con varios vuelos diarios y una naciente cartelera de excursiones y propuestas turísticas, entre las cuales llaman la atención propuestas de viaje por toda la Patagonia en motos de gran cilindrada, paseos en bosques petrificados de millones de años, la visita a un parque eólico y bautismos de carrovelismo en la ancha playa de Rada Tilly.
PASEOS Y MUSEOS Pero además en Comodoro, si bien no hay edificios históricos, está uno de los tres museos dedicados al petróleo que existen en el mundo. Es un paseo que no hay que eludir para conocer mejor uno de los pilares del mundo actual y saber cómo se formó y en qué deriva el crudo que se extrae de las profundidades del subsuelo. En una especie de “todo lo que siempre quiso saber y mucho más”, el museo es a la vez la memoria de Comodoro y una fuente de conocimiento sobre la industria petrolera.
La visita empieza en los jardines. En lo que fue en realidad el predio del Pozo N 2 (el primero que se explotó industrialmente en el país y que inició las actividades de YPF) se ven las instalaciones originales de 1907, cuando el pozo entró en actividad, y equipamientos de los primeros tiempos, desde surtidores de nafta hasta camiones y barcos. El sitio entró en producción el 13 de diciembre de 1907, y congregó en sus alrededores uno de los primeros barrios de la ciudad, el Barrio Km3, muy cerca del centro. Por su parte, el museo fue inaugurado en 1987 y su administración, confiada a la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. Aquí se recibe una auténtica clase de geología, para entender cómo se formó el petróleo, cómo se detecta y se extrae. La visita finaliza con muestras y explicaciones del procesamiento y obtención de los distintos derivados del crudo.
Comodoro tiene también un museo paleontológico, uno geológico y otro histórico, tal vez una forma de suplir la carencia de edificios antiguos, un papel que con apenas 30 años tampoco puede desempeñar la Catedral local. Su campanario de inspiración industrial, geométrico y con vigas de cemento, es uno de los puntos de referencia de las vistas panorámicas desde el cerro Chenque. Joven y moderna, es un poco la postal de la ciudad, que no para de crecer y está renovando su costanera, con centros culturales y un paseo que pronto serán un atractivo más para los turistas que la eligen: como puerta para la Ruta Azul, pero también como un destino en sí mismo, ya que tiene más suficiente para mostrar y cautivar
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