Dom 08.05.2011
turismo

CROACIA. LA ISLA DE HVAR

Aroma de lavanda

La costa croata junto al Adriático está bordeada por gran cantidad de islas: entre ellas se destaca Hvar, un destino que atesora testimonios del pasado bajo el halo proverbial de la lavanda. Callecitas antiguas, castillos, iglesias, playas de agua transparente y la luz sin igual de un Mediterráneo eterno.

› Por Astor Ballada

Los lugares pletóricos de naturaleza, vírgenes y de aire puro han sido, desde siempre, un imán para aquellos que buscan combinar recreación y belleza. Estos son los grandes atractivos de la isla croata de Hvar, rica en exultantes plantaciones de lavanda. Con una superficie de 68 kilómetros de largo por 11 de ancho, la isla también es una de las más grandes del Adriático y resplandece entre las casi 1200 con las que forma el archipiélago croata en la Dalmacia central.

El acceso habitual es vía ferry desde Split, la principal ciudad del sur de Croacia. Este viaje nos traslada a la isla de Hvar, pero no Hvar ciudad, pues primero habremos de tocar tierra insular en el pueblo Stari Grad, situado en la costa norte.

Menos sofisticada y elegante que Hvar propiamente dicha, Stari Grad sitúa su encanto en la traducción de su nombre croata: ciudad vieja (data del siglo IV a.C.). Por eso invita a desandar tiempos pasados entre callejuelas, pero también a reparar en que aquí todo cuesta un poco menos que en la citadina y cercana Hvar. No es mala idea entonces de hospedarse y probar la gastronomía de la Croacia insular en Stari Grad.

El recorrido comienza en el puerto, que se prolonga en una rambla a lo largo de la bahía hasta adentrarse en el poblado bajo la forma de estrechas callejuelas. En el trazado urbano algo nos llama la atención: el mármol presente en no pocas veredas, que sirven de cimientos para antiguos edificios de piedra. Todo el perímetro está rodeado de una muralla de 2000 metros y 16 refugios de piedra, clara evidencia de que estas tierras fueron anheladas por griegos (quienes de hecho la fundaron), venecianos y turcos, entre otros pueblos conquistadores.

El icono del pueblito es el castillo de Tvrdalj, del siglo XVI, rodeado de galerías acuáticas y descripto por los lugareños como una suerte de “arca de Noé”. Entre las edificaciones barrocas también se destaca el monasterio dominicano del siglo XV, en cuyo interior hay un museo donde se puede apreciar desde fósiles y restos arqueológicos hasta arte medieval. Y en las inmediaciones de la plaza, la iglesia románica de San Juan se muestra tan bella como sencilla.

Cabe recordar que los edificios históricos se recuperaron de los bombardeos de la guerra de los Balcanes gracias a varias restauraciones realizadas con ayuda de la Unesco. Pero la singularidad de Stari Grad no viene solo de la arquitectura, sino de la persistencia de un sistema agrícola que se ha prolongado sin mayores cambios desde hace más de veinte siglos, cuando los griegos dejaron definitivamente su impronta en tierra croata. Lo apreciamos a la vera del camino.

Antes del verano, una imagen apacible de las costas isleñas de Hvar.

DEL OTRO LADO Stari Grad sirvió de prólogo, nos asentó en el ritmo de la costa croata que mira al continente. Es tiempo de viajar en bus hacia el borde sudoeste de la isla, para dar con la principal población, la ciudad de Hvar. Si en Stari Grad la lavanda se sentía en el aire, aquí nuestros pulmones se llenan de ese aire encantador e inconfundible.

El epicentro del lugar vuelve a mirar al Adriático. Desde la bahía, el muelle nos permite apreciar las vistosas embarcaciones –yates principalmente– que invitan a la comparación con Ibiza o la Costa Azul. El panorama se potencia durante el verano, sobre todo en agosto, cuando abundan las fiestas y la música electrónica mientras la noche se prolonga bajo la luz de las sensuales velas y la luna sobre el mar.

Hvar ciudad también cuenta con un perímetro amurallado, que comienza con una especie de barricada del siglo I a. C. El resto de la fortaleza, llamada “Spanjola” por los locales porque de su edificación participaron constructores godos, propone las mejores vistas de la ciudad y se muestra bien custodiada por cañones estratégicamente dispuestos. El itinerario indica pasar del otro lado de los muros, donde discurre el casco histórico, que incluye los restos de antiguos palacios, un castillo, calabozos subterráneos y un convento franciscano del siglo XV con su propia galería de arte antiguo.

Uno de los elegantes edificios de la ciudad, marcado por la pátina del tiempo.

Adentrándonos en la ciudad damos con otra de sus referencias, la plaza San Esteban (Sveti Stjepana), desde donde se desparrama un compendio de bares y restaurantes especializados en platos como el pulpo con papas y los fideos con mariscos. Se trata de una plaza de grandes dimensiones, la más grande de Dalmacia, vecina del edificio del viejo depósito de sal y trigo. También se levanta aquí el teatro de Hvar, el primero público de Europa según reza en su cartelera, mientras en el centro de la plaza llama la atención un antiquísimo pozo de agua. Si la idea es perderse entre las callejuelas, apreciaremos cómo las antiguas casas y caserones engarzan sus tejados terracota mientras parecen ascender con nosotros la leve colina que surge del mar, bien a la usanza mediterránea.

Todo está cerca, por lo que no es una mala idea volver a la costa. Esta vez esquivamos el puerto, para llegar a las cristalinas playas. Probablemente el suelo rocoso no sea el más cómodo para andar descalzo en verano, pero eso es algo frecuente en las costas del Adriático. Volvemos entonces al puerto, donde los barcos proponen excursiones hacia otros paraísos cercanos, como las islas Plakeni, que se prometen vírgenes y quieren atraer con imágenes de submarinismo y nudismo. Deben ser tentadoras, pero difícilmente aúnen el aroma de las lavandas más puras con la brisa marítima, entre vestigios repletos de vívida historia

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