Domingo, 24 de julio de 2011 | Hoy
ESPAÑA. A PIE POR LA CAPITAL ESPAñOLA
Una de las grandes calles de Europa habla español. La Gran Vía, que acaba de cumplir un siglo, es un emblema de Madrid que une historia, paseos de moda y un Broadway a la española. Con gracejo y encanto, hay que caminarla de día o de noche para sentir cómo late el corazón urbano madrileño.
Por Graciela Cutuli
En los primeros días de abril de 1910, Madrid asistía con toda solemnidad a una escena con la cual –un poco tardíamente– sellaba sus intenciones de convertirse en una gran capital para el siglo XX. En primera fila, Alfonso XIII y su esposa inglesa, Victoria Eugenia de Battenberg, presidían la inauguración de las obras de apertura de la Gran Vía, rodeados de la plana mayor del reino: además de la reina madre y las infantas, el cuerpo diplomático, las autoridades del municipio de Madrid y el presidente del gobierno oficializaban un proceso que llevaba ya medio siglo en proyecto.
Las crónicas de la época dan cuenta de las dificultades finalmente superadas por el trabajo de los arquitectos municipales José López Sallaberry y Francisco Andrés Octavio Palacios, así devenidos en una suerte de “barón de Haussmann” a la española. Literalmente, Madrid fue puesta bajo la piqueta, que derribó cientos de casas, no pocas iglesias y decenas de calles: para ser precisos, como cuentan las modernas enciclopedias, se trabajó sobre 142.000 metros cuadrados demoliendo 312 viviendas, levantando 8856 metros de veredas y deshaciendo 26.365 metros cuadrados de adoquinado, todo para dar lugar a la nueva avenida que sería la flor en el ojal de la moderna Madrid de la preguerra.
DEL ESCENARIO A LA CALLE La vivaz lengua de los españoles no se iba a perder, por supuesto, la oportunidad de llevar a escena los consensos y disensos de café y el pulso político que generó la apertura de la avenida: así nació la zarzuela “La Gran Vía”, todo un clásico que se estrenó en Madrid en 1886. Sería sólo el primer contacto de la calle con el mundo del espectáculo, ya que los cinéfilos pueden recorrer en la pantalla grande la historia de la Gran Vía, filmada en escenas de numerosas películas durante alrededor de medio siglo. El Crack y El Crack II, de José Luis Garci, son por lo menos dos insoslayables para quienes quieran evocar los años de la movida.
Además, la Gran Vía tuvo siempre vocación por las candilejas: los numerosos cines que se asomaban a lo largo de su trazado le valieron el apodo de Mini Broadway, y aunque con el tiempo algunos desaparecieron y otros fueron reemplazados por teatros especializados en musicales, la animación de los carteles luminosos siempre persistió. Y si no que lo diga Schweppes, cuyo cartelón campea desde 1969 sobre el edificio Carrión y ha resistido –ya devenido en símbolo urbano– todos los embates por quitarlo para recuperar una vista de la fachada sin interferencias. Dicen sus detractores –Rafael Moneo, nada menos– que la destellante propaganda “entra en conflicto con la forma del edificio”; pero sus defensores le atribuyen un valor equivalente al famoso anuncio de Tío Pepe en la Puerta del Sol o, por qué no, los toros de Osborne que jalonan los caminos de España.
UNA AVENIDA PARA EL SIGLO XXI Una calle con tanta historia no podía sino lavarse la cara para dar la bienvenida al nuevo milenio. Primero se remodelaron las veredas y la calzada misma, con pavimento nuevo y estreno de mobiliario urbano. Después se produjo la renovación natural de sus tiendas de moda, joyería y teatros; también se avanzó en la mejora de áreas peatonales y la decoración del espacio público: lo que nunca cambió fue la sensación de centro de los festejos populares que se confirmó el año pasado cuando, tras la celebración del centenario de la avenida, España logró su primer Mundial de Fútbol y los madrileños salieron a festejarlo –hasta cualquier hora, que para eso España además de campeona es trasnochadora– en la Gran Vía.
Paso a paso, caminar la Gran Vía es aproximarse a la evolución de la arquitectura a lo largo del siglo XX. A pesar de la armonía y regularidad que revelan que en los orígenes hubo un proyecto preciso y no un crecimiento desordenado (y que también le dan esa semejanza entrañable con la porteña Avenida de Mayo), las fachadas de la calle revelan inspiraciones muy diferentes y la dividen virtualmente en tres grandes sectores.
DE PRINCIPIO A FIN Curiosamente, el número uno no es el edificio que la abre visualmente: ese papel emblemático le corresponde al Edificio Metrópolis, levantado en 1911 con la avenida fresquísima, pero situado en realidad en la calle de Alcalá. En la Gran Vía 1, en cambio, hay un edificio modernista que tuvo varios destinos, el último de ellos, la Joyería Grassy (aquí se puede visitar un interesante Museo del Reloj, basado en la colección reunida por el fundador de la casa). Algo más adelante se levantan el edificio de seguros La Estrella y, en la Gran Vía 8, la primera casa construida en la flamante avenida: corría ya 1915.
El segundo tramo podría situarse a partir de los números 23 y 25 (vale recordar que la numeración no indica separación en metros desde el origen, un detalle a tener en cuenta a la hora de emprender la caminata). Paso a paso, se llegará al edificio de Telefónica, una silueta inconfundible que se atribuye el honor de ser el primer rascacielos de Europa. El tiempo lo dejó fuera de cualquier record –hoy sus casi 90 metros de altura le alcanzan apenas para el puesto 16 entre los edificios más altos de Madrid–, pero no le quitó nada de su gracia original. Tampoco a la Casa del Libro, sede granviense de Espasa Calpe, y muchos menos al Teatro Fontalba (número 30) y el Edificio Madrid-París, que desde el número 32 fue durante mucho tiempo uno de los edificios más altos (y revelaba, ya desde el nombre, la ambición de la ciudad por brillar tanto como la vecina Ciudad Luz). Dos de los edificios siguientes son el testimonio de aquel “espíritu Broadway” que supo y sabe relucir en la Gran Vía: se trata del Palacio de la Música y el Cine Avenida, ambos de la segunda mitad de los años ‘20, ahora en proceso de remodelación el primero y convertido en tienda de modas el segundo. Luego, ya mirando hacia la plaza del Callao, donde va concluyendo el segundo tramo de la avenida, se levanta el Palacio de la Prensa: una maciza silueta ecléctica tan reconocible que forma parte hace tiempo de las postales paisajísticas de Madrid.
Finalmente la Gran Vía va cerrando su paseo con un tercer y último tramo donde se concentra la mayoría de los edificios modernos, es decir, inspirados en el estilo racionalista que empezó a imponerse en los años ‘30 y ‘40. Dan fe el Carrión y el ya mencionado cartel de Schweppes; el complejo Lope de Vega donde se estrenó en 1949 Tonadilla, con Conchita Piquer; el Cine Rialto, donde se estrenó El último cuplé, con Sara Montiel; el Cine Gran Vía y otros edificios –como el de los números 70, 74 y 78– que también supieron de la pantalla grande. Llegar al final no implica, claro, renunciar a la grandeza sino acentuarla, como en el Edificio España –una alta construcción que está siendo remodelada, pero con preservación de la histórica fachada– y la Torre de Madrid, que durante varios años se enorgulleció de ser el edificio más alto del mundo construido en hormigón
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