Domingo, 24 de julio de 2011 | Hoy
LECTURAS. TURISMO CON HUMOR
El humorista francés Pierre Daninos, que se hizo popular con Los cuadernos del Mayor Thompson, donde ponía en evidencia con comicidad las diferencias entre ingleses y franceses, publicó en 1958 Vacaciones a toda costa, una suerte de diccionario con consejos para las vacaciones en la era del naciente turismo masivo. Porque todo cambia, pero tampoco tanto...
Por Pierre Daninos *
Idioma (del país). La mayor parte de las guías están de acuerdo en este punto: el turista tendrá “sumo interés”, antes de hacer un viaje al extranjero, en familiarizarse con la lengua del país. Para ello, nada mejor que apelar a esos manuales de conversación corriente que os enseñan a pedir “una papalina, un espejo de vestir, una ración de langosta, una docena de puños de señora sin almidonar, o una jeringuilla para inyecciones densas”. Esos vocabularios os enseñan a conocer todas las expresiones corrientes, salvo las que se usan habitualmente en el país que visitáis... y en los demás.
(Véase también “Manuales”.)
Por mi parte, siempre he pensado que la mejor manera de aprender el idioma de un país es ir a él. Basta saber a cuál va uno a dirigirse. El verano último, por ejemplo, envié a mi hija a pasar dos meses en Inglaterra. Volvió hablando el italiano de corrido, cosa que en Inglaterra generalmente no se consigue. Yo había olvidado que la institución en que la inscribí no tenía en verano pupilos ingleses y sí extranjeros. Y mi hija compartió su habitación con una joven romana. Esta la invitó a pasar una temporada en Italia, de donde mi hija, tras la temporada turística, y habiendo tratado con muchos norteamericanos, volvió sin saber hablar una palabra ni en italiano ni en inglés.
Plan de visitas. Para visitar las ciudades artísticas, si se dispone de poco tiempo se pondrá el mayor interés (siguiendo la fórmula consagrada por las guías, que velan con solicitud por las conveniencias del turista) en establecer un horario preciso. Para conseguirlo, evítese pasar por las calles comerciales, donde los almacenes de calzados (España) o de artículos de viaje (Italia) pueden producir retardos perjudiciales al conocimiento de las obras de arte. Así, y procurando eludir pérdidas de tiempo superfluas, conviene seguir metódicamente las indicaciones de la guía, ateniéndose siempre al plano de la ciudad. Basta leer, por ejemplo: “Desde el ángulo sudeste de la plaza de Bibarrambla (Pl. zh 3) arranca, por el lado E., una callecita, el Zacatín (Pl. Hb 36), que conviene embocar por el S.”. Lo que quiere decir que uno se ha de dirigir hacia el Norte. Lo mejor, por lo tanto, es tomar un coche, “no sin preguntar antes el precio”, lo que no modificará el hecho de que pagaréis lo que el conductor os haga pagar.
Tranquilidad. Para obtener el máximo de tranquilidad durante las vacaciones, se pondrá vivísimo interés en rehuir la multitud que acude durante lo que suelen llamarse períodos de gran animación. Para eso bastará evitar el trimestre julio-agosto-septiembre, así como los meses de enero (fiestas de Año Nuevo), febrero (Carnaval y los “snobs”), marzo (los ventarrones), abril (las Pascuas), noviembre (brumas y humedades), y diciembre (Navidad). Se ha de notar que, en mayo, muchos puertos de numerosas carreteras están cerrados al tráfico en virtud del deshielo, y que en junio los establecimientos hoteleros no funcionan más que a medias. Fuera de eso se puede estar casi seguro, el resto del tiempo, de gozar de tranquilidad en los hoteles, al menos por la noche. Por el día se podrá gozar de innumerables martillazos, ruidos de sierra y otros diversos provocados por la presencia de carpinteros, fontaneros y albañiles. Pero no puede reprocharse a los hoteleros que aprovechen esos períodos de poco movimiento para ejecutar los trabajos que se imponen a sí mismos. (...)
Llegada (al hotel). Se le había prometido a usted la habitación 32 y tiene la 406. No obstante, es posible que el cliente de la 32 se vaya. Sobre todo, y como principio, no tenga usted nunca hechas las maletas. Desembale, disemine, instálese como en su casa, cuelgue o cambie incluso algunos cuadros, y dé cosas a lavar, a teñir, etcétera. Cuando usted ha montado a su gusto la habitación y no desea dejarla, el de la 32 se va y, en todo caso, resulta que alguien debe ocupar la que usted tiene.
Usted, por supuesto, había pedido una habitación tranquila, con vista al lago. Pero eso es un error. Más vale pedir de antemano una habitación ruidosa, con ventanas a los centros de embotellamiento de tráfico, porque entonces es seguro que se tendrá una cosa diferente cuando se llegue. (...)
Partida (del hotel). Sirven las mismas recomendaciones que para la llegada. Tiene usted mucha prisa. Puede usted perder el autobús y quiere que le bajen los equipajes. Hay personas a quienes basta tocar el timbre para que acuda en el acto el maletero y desaloje la habitación. Yo no estoy en ese caso. En mi opinión, lo mejor, si se encuentra uno en el mío, y quiere hacer las cosas como se deben, y tiene verdadera prisa, es desvestirse, y entrar en el cuarto de baño, y empezar a afeitarse. En el momento en que uno logra la abundante jabonadura que había en el tubo de crema, resulta que oye llamar a la puerta.
Aduana. Formalidad indispensable que permite:
1. Que un señor que usted no conoce introduzca la mano en su ropa sucia, dejándole el trabajo de ponerla en orden delante de cincuenta personas.
2. Que las viajeras demasiado volubles atrasen el turno de los demás que esperan, explicando: “Mire, señor, no llevo nada de pago... Nada, absolutamente... Sólo efectos personales... No hemos comprado nada, ¿verdad, Enrique? No es que no sintiéramos deseos de hacerlo, pero no teníamos dinero bastante. Eso del cambio...”.
¿No os extraña esa actitud cuando sería tan sencillo decir si se tiene o no se tiene algo que declarar?
España. País del que el turista habla comparándolo con Italia.
Italia. País del que el turista habla comparándolo con España.
(...)
Prospectos o folletos. Desconfíese de los prospectos destinados a la propaganda. Hay siempre una diferencia considerable entre los hoteles de la realidad y los de la publicidad. Si se dice, por ejemplo: “Hotel idealmente situado, a igual distancia de la playa y de la estación”, la verdad será que de donde esté cerca el edificio vendrá a ser de los trenes que pasen por allí. Los grabados son más engañadores todavía. Gracias a un efecto de perspectiva que no existe más que sobre el papel, todas las construcciones quedan borradas y el hotel, admirablemente aislado, domina con su masa cuanto le circunda. Bastará llegar para cerciorarse de que no es ése el caso.
Reservas de habitación. Expresiones bárbaras forjadas por las agencias de viajes. Hablando en el lenguaje de estos señores, “usted tendrá el mayor interés en llenar sus reservas de habitación (o de plaza) de un año a otro”. Por lo menos, y en el caso mejor, hay que saber el 1º de enero lo que se va a hacer el 20 de agosto. Pero, de todos modos, ¿para qué? Siempre se encontrará gente en todas partes. A veces se pregunta uno quién puede tener interés en ir a Sioux City, en Iowa, o a Zanzíbar, a no ser que no tenga casa o haya perdido la razón, pero no tarda en informarse de que todos los hoteles de Sioux City y Zanzíbar están abarrotados. No hay más que ir al fin del mundo para cerciorarse de que hay personas que van todavía más lejos. El Universo está literalmente colmado. Las compañías de aviación son las primeras en declarar que, si hubiese lugar en los hoteles de todos los sitios a los que la gente quiere ir, la cifra de los negocios de las líneas aéreas se multiplicaría. Me ha llegado a ocurrir el hecho de solicitar en un mes reservas para el avión Ginebra-Roma, la Scala de Milán, el Hotel Brown de Londres, la Filarmónica de Munich en Dublín, el Mark Hopkins de Los Angeles, el Hotel St. Regis de Nueva York, el partido Yale-Princeton en Harvard y un billete de coche-cama en el expreso Chicago-San Luis, sólo para encontrarme con que todo estaba ya pedido. En todas partes me repetían lo mismo: “Debió solicitar reserva antes”. Es claro que el mundo de hoy está devorado por la fiebre del traslado de un lado a otro. Si no he subido jamás al Everest ha sido por tener la seguridad de encontrar ya a otra persona en la cumbre. Para Pascal, toda la desgracia del hombre consistía en no saber permanecer siempre en su cuarto. Hoy, en cambio, no sabe permanecer dentro de un continente, en espera del día en que, pidiendo comunicación telefónica con la Luna, le contesten: “La línea está ocupada”. Viendo moverse el mundo en esta forma, se puede sacar en conclusión que la gente no está nunca en casa y que debe de haber abundancia de espacio en los pisos que quedan vacíos. Cuando los Pochet van a comprar cosas en Nueva York, pueden ocupar el piso que los Morrison desalojaron mientras van a realizar unas adquisiciones de cueros repujados en Córdoba. Este es un sistema de “reserva de habitaciones” en el que las agencias de viajes no parecen haber pensado.
Turista. Término utilizado, con cierto tonillo de desdén y a veces de desagrado, por cualquier turista, para designar a los demás que están en igual caso: “Mirad ésos, parecen turistas”z
* Autor de Vacaciones a toda costa, Planeta, 1969.
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