Dom 02.10.2011
turismo

CORDOBA > TRAS LOS PASOS DE LINIERS

Jaque al virrey

Santiago –o Jacques– de Liniers vivió en Alta Gracia y ofrendó motines ingleses a la Virgen de Córdoba. Apresado en el Camino Real, fue fusilado en el sudeste provincial hace 201 años. Seductor, culto y muy católico, amaba la buena cocina. Lugares y leyendas del francés que desafió la Revolución de Mayo.

› Por Cristian Walter Celis

Padre de once hijos y viudo dos veces, Santiago de Liniers y Bremond pasó sus años en el Virreinato del Río de la Plata entre mudanzas, batallas y problemas económicos, a pesar de haber sido virrey y el primer Conde de Buenos Aires. Algunos recuerdan particularmente su intenso affaire con Ana Périchon, una mujer mal vista por la alta sociedad, a quien el francés abandonó cuando se enteró de que era una espía inglesa.

Liniers nació el 25 de julio de 1753 en la ciudad francesa de Niort y a los 35 años llegó al Virreinato del Río de la Plata para trabajar como Jefe de Escuadrilla de la Corona española. Aquí fue creciendo su notoriedad, tras reconquistar Buenos Aires de manos de los ingleses en 1806 y 1807. Luego, España lo nombró virrey hasta 1809.

“Alegre, intrépido, ligero, pródigo de su sangre y de su bolsa, sincero hasta la imprudencia y bueno hasta la debilidad (...). Devoto del rosario y amigo del galanteo, no destituido de talento y lectura, un tanto pagado de su elegancia y nobleza, pero con un don de simpatía irresistible”, lo describió Paul Groussac, primer biógrafo de Liniers.

Hoy, algunos rasgos de este militar bon vivant se descubren en los lugares de Córdoba donde estuvo durante sus últimos meses de vida. En la Docta, Alta Gracia, el Camino Real y Los Surgentes (sudeste provincial), templos, postas, sitios históricos y objetos entretejen anécdotas y leyendas del virrey francés que dio su vida por España.

CORDOBA CAPITAL Cinco años antes de que Manuel Belgrano le entregara el bastón de mando de su ejército a la Virgen de la Merced, en Tucumán, Liniers hizo lo mismo con la Virgen del Rosario de la basílica de Santo Domingo, en Córdoba, por haberlo ayudado a derrotar a los ingleses durante la segunda invasión a Buenos Aires en 1807. “Este elemento es de carey, muy fino y con empuñadura de plata. Es un bastón ceremonial, no sirve para apoyarse. Se trata de un símbolo de mando y de categoría social”, afirma el padre Sebastián Maza, quien también sostiene que Liniers era devoto de esa virgen porque ya en 1806 había hecho una promesa similar en Buenos Aires. Cada octubre, durante la celebración de la patrona de la Docta, pocos saben que el bastón que lleva la imagen en la procesión es el que le envió Liniers en 1807. El resto del año permanece guardado.

En el camarín de la virgen, ubicado en la parte superior del templo, también hay dos banderas inglesas que el virrey capturó en la Segunda Invasión y que envió a Córdoba en 1807. Una de ellas era naval, roja, con el Jack azul en la esquina; y la otra roja, con la cruz de San Andrés en el centro y dos cráneos de seda negra. Según una nota del coronel Juan Beverina publicada en el diario La Prensa, en 1942, el primer paño medía 4,40 metros de largo por 2,50 de ancho y el segundo, 2,10 metros de largo por 1,90 de ancho. Hoy se las ve más pequeñas, con un lógico deterioro por el paso del tiempo.

HOGAR DULCE HOGAR Tras la Segunda Invasión Inglesa, España nombró virrey interino a Santiago de Liniers. Sin embargo, en 1809, ante el avance de Francia en tierras españolas, la Corona ibérica alejó del trono a Liniers por su linaje francés. Le sucedió Baltasar Hidalgo de Cisneros. Fue así que a don Santiago, por entonces un caballero de 56 años, lo “jubilaron anticipadamente” como virrey y lo nombraron Conde de Buenos Aires.

El militar francés decidió alejarse de las batallas y llevar una vida más tranquila en una estancia jesuítica de Alta Gracia, a 36 kilómetros de Córdoba. Hoy esa casona es el Museo Nacional Estancia Jesuítica de Alta Gracia y Casa del Virrey Liniers, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por Unesco en el año 2000.

Según Adriana Martínez, guía del museo, Liniers no estaba seguro de comprar la estancia, pero fue su amigo cordobés Victorino Rodríguez quien lo convenció. En febrero de 1810 el virrey ocupó la casa que los jesuitas habían levantado en el siglo XVII. El 25 de mayo, mientras surgía la revolución, Liniers firmaba la escritura.

Hoy la sala 6 –una de las 17 que posee el museo– está dedicada al virrey. Cerca de 14 objetos reflejan los gustos de este amante de la lectura. El mobiliario neobarroco es de 1840, posterior a la época en que vivió el francés allí, y perteneció a su bisnieta. Entre los objetos personales de Liniers hay un termómetro y una carta escrita por el militar a su amigo Ramón Olmedo, en 1810. Cerca de un retrato suyo hay una cornucopia, espejo con marco de plata y candelabros que, en el siglo XIX, iluminaba las viviendas. Otro elemento curioso es una alta estufa de hierro que servía para dar calor y aromatizar el ambiente con lavanda, menta y otros yuyos. Sin embargo, el mayor legado de Liniers está unos pasos más allá, en la cocina.

SABOR A FRANCIA Debido a que los jesuitas preparaban alimentos fuera de la vivienda, cuando Liniers se hizo cargo de la casa mandó construir una antecocina y una cocina dentro de la residencia. Aunque sencillo, el lugar está cargado de significado porque al virrey le gustaba comer bien. Según la guía, “Liniers tenía libros de cocina y hasta hizo instalar un ‘fogón a la moderna’ que contaba con distintos fuegos, especies de hornallas con temperaturas disímiles para diferentes tipos de cocción”. Hoy, en esta parte de la casa las ollas de hierro sobre la réplica del fogón, junto a las bateas de madera, las mesas de algarrobo, los morteros y otros enseres de cobre recrean una cocina típica del siglo XIX, donde el maíz y las frutas de las quintas serranas eran protagonistas.

En tanto, la antecocina funcionaba como un “doble filtro”: impedía que el hollín y la servidumbre tuvieran contacto con el comedor. Para servir la comida, el personal usaba un pasaplatos, del cual se conserva el marco de algarrobo. En la actualidad, ese espacio es ocupado por el filtro de piedra con el que se colaba el agua de lluvia: debido a la textura porosa de la roca, el líquido decantaba dejando atrás sus impurezas.

Santiago de Liniers disfrutó de estos avances durante menos de un año, ya que vivió en Alta Gracia junto a sus hijos desde febrero de 1810 hasta que se enteró de la Revolución de Mayo. Entonces se sumó a la Contrarrevolución. Cuentan que, tras su muerte, el rosal blanco del patio empezó a dar flores rojas, por la sangre derramada. Aunque la planta desapareció, hoy otro rosal recuerda la leyenda.

Algunos de los descendientes de Liniers, como su hija Carmen, permanecieron en Alta Gracia diez años más, hasta que en 1820 la residencia fue adquirida por José Manuel Solares. Curiosamente, la casa fue rematada porque el virrey nunca pudo pagarla totalmente debido a sus crónicos problemas económicos.

CAMINO REAL AL PERU Cuando Liniers se enteró de que los criollos querían liberarse de España, no dudó en seguir a Juan Gutiérrez de la Concha, gobernador de Córdoba, y unirse a otros leales al rey Fernando VII. Mientras en Córdoba el héroe de las Invasiones Inglesas reunía hombres para una contrarrevolución, la Junta enviaba al coronel Ortiz de Ocampo y al teniente coronel Balcarce con cerca de 1100 soldados para reducir a estos opositores.

Ante la llegada a tierras cordobesas de los revolucionarios, muchos seguidores de Liniers desertaron. El francés y sus compañeros, con cerca de 400 hombres, huyeron hacia el Norte para reunir fuerzas en Perú y reconquistar una vez más Buenos Aires, esta vez en manos criollas. Pero la suerte no los acompañó. El 6 de agosto de 1810, la tropa de Balcarce atrapó a Liniers en la Posta Las Piedritas, cinco kilómetros al sur de San Francisco del Chañar, en el Camino Real del Norte cordobés.

En su libro El Antiguo Camino Real al Perú..., Calvimonte y Moyano Aliaga cuentan que, acorralado, Liniers se ocultó en un potrero de mulas. Según la tradición popular, se escondió en una gran caja de cuero, pero los criollos, entre tiros y gritos, lograron apresarlo. Más adelante, en la posta Pozo del Tigre, el coronel Balcarce escribiría la carta informando que los opositores a la revolución habían sido detenidos.

Hoy este circuito es un atractivo turístico ligado a la historia nacional. Desde San Francisco del Chañar, a 200 kilómetros de Córdoba, es posible andar por el polvoriento Camino Real tal como lo hacían los ejércitos de la Independencia, y conocer entre palmas caranday y chañares los lugares donde atraparon a los contrarrevolucionarios.

Este año, las postas Las Piedritas y Pozo del Tigre fueron restauradas según el plan provincial de recuperación del Camino Real, que abarca una veintena de sitios a lo largo de 176 kilómetros del norte cordobés. En Las Piedritas, un busto de Liniers acompaña las blancas paredes de adobe, los pisos de ladrillo y los rojos tejados. En Pozo del Tigre, una galería con farolas y gruesas columnas da sombra a los turistas. En ambas postas, objetos y muebles recuerdan cómo se vivía en esos años.

LOS SURGENTES Tras la detención de Liniers, en la Docta se opusieron a fusilarlo y decidieron enviarlo con los otros prisioneros a Buenos Aires. Cuando se enteró Mariano Moreno, indignado, mandó a Juan José Castelli a terminar con la misión. Precavido, el fundador de La Gazeta de Buenos Ayres armó una tropa con ex prisioneros ingleses que Liniers había vencido en las invasiones, para que éstos no dudaran en dispararle.

Fue así que, camino a Buenos Aires por el Camino Real del sudeste cordobés, la caravana se encontró con el ejército de Castelli. Y allí, donde Córdoba se abraza con Santa Fe, llegó el final. Cerca de la Posta Cabeza de Tigre, en un campo conocido como Monte de los Papagayos, Liniers y sus compañeros fueron fusilados el 26 de agosto de 1810. El francés se negó a que le vendaran los ojos y, tras los disparos, cayó vivo. El coronel French, que semanas antes había repartido escarapelas frente al Cabildo, le puso el punto final a su biografía. Los cuerpos quedaron enterrados junto a la capilla de Cruz Alta, una localidad vecina, hasta que en 1862 fueron enviados a Cádiz (España)

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