PERU. UN TREKKING AGRESTE A MACHU PICCHU
El sendero del Salkantay es la ruta salvaje para llegar a la ciudad sagrada de los Andes. A diferencia del tradicional Camino del Inca, esta opción de trekking tiene menos gente y permite un contacto con dos postales tan disímiles como impactantes: desde un cerro nevado de 4600 metros de altura se desciende hasta atravesar las comunidades selváticas cocaleras.
› Por Emiliano Guido e Ines Barboza
“Madre de piedra, espuma de los cóndores. Alto arrecife de la aurora humana. Pala perdida en la primera arena”, escribía el poeta chileno Pablo Neruda en “Alturas de Machu Picchu”. Medio siglo después, la fosforescencia y los tonos climáticos agrestes de las montañas de los Andes centrales, en el sur del Perú, parecen haberse mantenido intactos. Pero no así su imán turístico: en julio se conmemoró el centenario del descubrimiento oficial de la ciudad sagrada de los incas –cuyo patrimonio aurífero había sido previamente saqueado por los huaqueros– y la concurrencia batió records históricos. Por lo tanto, llegar a Machu Picchu, hacer un ejercicio de introspección, desconectarse y caminar el templo y la ciudadela en soledad ya es parte del pasado, tanto como ese poema de Neruda.
Retornando a Cuzco modelo 2011, las autoridades nacionales decretaron un tope de 500 personas diarias para transitar el Camino del Inca, y ya se está estudiando limitar la entrada de visitantes al Parque Nacional Machu Picchu para que no excedan los dos mil ingresos por jornada. En ese contexto, lograr un permiso para la tradicional ruta de cuatro días a pie por la montaña demora más de seis meses en temporada alta. Sin embargo, la imposibilidad de conseguir acceso al sendero más clásico permite descubrir una vía alternativa como la de Salkantay, un trecho más salvaje, meanos transitado y de una diversidad paisajística llamativa. En cinco días de caminata, lo que empieza siendo un paisaje de picos nevados y temperaturas bajo cero desemboca en un bosque tropical salpicado de color por diferentes tipos de orquídeas, café y cacao. Mientras tanto, se atraviesan los poblados de pequeños agricultores que siguen conservando algunas de las centenarias técnicas de vida y trabajo regionales.
DIARIO DE VIAJE “La montaña salvaje”: eso significa “Salkantay” en quechua. Por el camino que lleva el nombre de este pico, imponente con sus 6271 metros de altura, se puede subir hasta los 4600 metros. Una cumbre onírica donde la permanente bruma, la escasez del aire y el hielo macizo en los zócalos de las piedras desprendidas impregnan la zona con un aura de tierra virginal y frontera no humana.
Pero primero hay que emprender el viaje. Antes del amanecer el colectivo sale de Cuzco para llegar a primera hora del día al punto de salida. A 2900 metros, cerca del pueblo andino de Mollepata, las mulas y caballos aceptan sin inmutarse trasladar la enorme carga que servirá para poder dormir y comer durante los cinco días de excursión. En principio, el equipo empieza una caminata de once kilómetros; es un trayecto sencillo y de aclimatamiento.
Después, en las tiendas ya montadas, los guías templan el ánimo del grupo porque la verdadera caminata está por empezar. Cuentan historias de los antepasados incas y la atmósfera de arcano unifica al grupo. Hace mucho frío –llegará a helar por la madrugada– y Julio, un cocinero que sería furor en los restó de comida peruana de cualquier ciudad del mundo, prepara junto con sus ayudantes abundantes platos típicos para renovar fuerzas. Esta dulce rutina se repetirá en cada desayuno, merienda y cena de los cinco días de camping.
El segundo día es sumamente cuesta arriba. Las primeras palpitaciones del amanecer develan una fila de pétreas siluetas nevadas, y luego se comienza una subida desafiante de tres horas hasta el punto más alto del camino: el paso de Apacheta. Las montañas Salkantay, Humantay y Huayanay coronan la llegada, y el equipo descansa exhausto, atónito y en silencio. La hipnosis dura hasta retomar el trayecto, unas cinco horas más caminando, esta vez en bajada. A las dos horas, durante el almuerzo, ya se siente el aire más templado entre las laderas que van perdiendo los matices amarronados. Poco a poco, el clima y la vegetación mutan por completo. El campamento en Collpapampa, a unas tres horas, permite un descanso apacible y mucho menos frío que el día anterior.
El recorrido se vuelve más caliente aún el tercer día, en el camino conocido como Uscamayuc. En el bosque de nubes llamado Ceja de la Selva, la variedad de la flora amazónica luce en pleno éxtasis de colores y aromas: allí se encuentra incluso la mayor cantidad de especies de orquídeas del mundo. En total, este trayecto demora unas largas seis horas, con descanso para una frugal comida, pero la gran biodiversidad y lo agradable del clima hacen que el camino se sienta llevadero y reconfortante. Finalmente se llega al pueblo de La Playa, que tiene electricidad: y entonces la travesía diaria puede clausurarse con una cerveza cuzqueña fresca antes de dormir en la carpa armada a orillas del río, entre un verde espeso y el sonido que acuna.
Por último, el cuarto día es bastante bravo porque se vuelve a subir hasta los 2740 metros, donde están las comarcas de Lucmabamba y Llaqtapata. Allí, las ruinas de una construcción inca con su propio Templo del Sol anticipan algo de lo que se verá en Machu Picchu. También se puede disfrutar en el camino, de seis horas de duración, un último vistazo a las plantaciones tropicales de maracuyá, banana y café. Desde allí, será el turno de descender hasta una planta hidroeléctrica, contigua al pueblo de Aguas Calientes.
MISTICISMO INCAICO Primero, un consejo ineludible: lo ideal es llegar bien temprano a la cumbre de Machu Picchu y hacer el primer avistaje de la ciudad perdida desde el lugar conocido como Puerta del Sol, que era el tradicional punto de entrada de los incas. Ocurre que, con el correr de las horas, los numerosos contingentes turísticos suelen anudar el tránsito de las escalinatas y los templos de la ciudadela. En general la visita completa, con el necesario relato histórico de los guías, demora unas cuatro horas. Luego, las agencias dejan unas horas libres para descansar ahí mismo, en los encantadores jardines pastoreados por llamas y vicuñas, y encajonados por la rocosidad sepia del lugar.
Por otro lado, la estancia en Machu Picchu es el mejor curso acelerado de sociología incaica. Rubén, un guía dueño de un humor tan fresco y rápido como para convertirse en un estrella del stand up porteño, le contó a Página/12 la clave histórica del lugar y eludió las típicas leyendas rosas y negras que mistifican el pasado de las etnias peruanas sin ningún viso de realidad: “En realidad, el Inca Pachacutec habría mandado a construir esta ciudad como centro político, productivo y religioso en 1450. Además Machu Picchu no era, desde ningún punto de vista, un complejo aislado o un lugar de retiro espiritual como se suele creer. Machu Picchu era, lisa y llanamente, el corazón del imperio incaico”.
Otro relato de los especialistas, más ligado a las corrientes románticas, afirma que ante la avanzada de los conquistadores españoles los habitantes de Machu Picchu partieron y lograron guarecerse en lo profundo de la Amazonía peruana. Supuestamente, los incas camuflaron su presencia en ese tupido rincón del mundo y en secreto, casi clandestinos, continuaron viviendo, cosechando y construyendo comarcas; ciudades invisibles y misteriosas, de las que aún se sigue buscando el rastro
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