Sábado, 31 de diciembre de 2011 | Hoy
NEUQUEN. LA TIERRA DE LAS ARAUCARIAS
En el norte de Neuquén se dan todos los contrastes: la altura de las montañas y la profundidad de los valles, el fuego de los volcanes y la frescura de los lagos, el rojo de las rocas y el azul del cielo. Una tierra de raíces indígenas donde el descanso y la curación que ofrecen las mejores termas del país se dan la mano con el desafío que propone el paisaje.
Por Graciela Cutuli
Después de un año como éste, los volcanes del Sur no tienen precisamente la mejor prensa. Las cenizas, los vuelos, los vaivenes de la temporada los pusieron literalmente en el ojo de la tormenta, con la urgencia de los tiempos humanos haciendo olvidar que los tiempos de la naturaleza son otros: cuando las entrañas de la tierra tiemblan, todo lo demás se calla. Tal vez sea tiempo de recordar entonces que los volcanes no son necesariamente los “malos de la película” y que pueden hacer mucho –calma geológica mediante– por la actividad turística. Bien lo sabe esa aldea enclavada en las montañas, a orillas de un lago glaciario y protegida de los vientos por los bosques de araucarias, que se llama Caviahue. Apenas 20 kilómetros la separan de otra aldea, más arriba en la cordillera, que es famosa justamente por esas aguas termales que se le deben al volcán del mismo nombre: el majestuoso Copahue. Cuando llega el calor y los rebaños enfilan hacia la veranada, cumpliendo un rito ancestral que se repite desde tiempos inmemoriales, también se derriten las nieves en lo alto del volcán y se ponen radiantes los saltos de agua que, kilómetros más abajo, invitan a la recorrida a pie o a caballo.
DULZURA DEL AGRIO A unos 18 kilómetros desde Caviahue, espera uno de los sitios más espectaculares de la región. Se llega con facilidad (no se puede decir lo mismo en invierno, cuando la nieve abunda) y deslumbra de inmediato: en el centro de un cañón formado por coladas de lava sucesivas, pintado como por una invisible mano mágica en distintos colores que van del amarillo al ocre, el verde y el rojo, el agua salta 45 metros y se arroja sobre el lecho del río Agrio con tonalidades que podrían haber salido del pincel de Van Gogh.
Esta no es la única sorpresa que reserva el río: más cerca aún del pueblo, a apenas un kilómetro, empieza un recorrido por las Siete Cascadas del Agrio. Son los saltos que se forman en el curso de agua mientras desciende desde la boca del cráter del volcán hacia el lago Caviahue. Un sendero peatonal permite admirarlas todas, realizando el recorrido en sentido este-sudoeste: así se pasa por la cascada del Basalto, la Cabellera de la Virgen, de la Culebra y del Gigante, que son las primeras cuatro y las más accesibles de las siete que incluye el paseo. Pero en realidad hay en total 23 saltos de agua si se desanda completo el camino hasta el volcán. Si se las quiere ver todas, probablemente la mejor opción es elegir el paseo a caballo, aunque también hay alternativas más esforzadas a pie o en bicicleta. Y si no se quiere esfuerzo más que para los ojos, se puede salir también en un vehículo 4x4: cualquier alternativa es buena, porque el paisaje es realmente hermoso, hecho de agua, espuma, columnas de basalto y piedra volcánica pura. Sólo las dificultades para llegar –no hay vuelos directos hasta aquí, sino que después de arribar al aeropuerto de Neuquén es preciso recorrer unas cuatro horas en camioneta, salvo que haya habilitado algún vuelo a la cercana localidad de Loncopué– preserva a Caviahue del turismo masivo, porque le sobra paisaje para convertirse en la nueva Bariloche.
Finalmente, el circuito del agua cercano al pueblo se puede cerrar con la Cascada Escondida, cuyo sendero de acceso comienza a sólo 1500 metros de Caviahue. Paseando entre un bosque de lengas, araucarias y ñires donde las flores silvestres matizan con color el verde intenso, se llega hasta una cascada de quince metros de altura donde parecen haberse embalsamado todos los aromas de la tierra. Son en total unos 4000 metros ida y vuelta, con poca pendiente pero notable belleza.
RUTA ARRIBA Quedándose “abajo” solamente faltará todavía conocer algunas de las partes más espectaculares de este rincón del norte neuquino. La ruta sube tranquila y pasa, ya cerca del fin del recorrido, por Las Maquinitas, una zona agreste de aguas termales que sólo tiene una pasarela y carece de instalaciones propiamente dichas. Lo compensa con creces la espectacularidad del paisaje, la soledad y el misterio que le brindan los vapores del agua: sólo hay que ser precavido, porque al no haber asesoramiento es fácil pasarse de los tiempos recomendables de inmersión. Y en realidad los baños de agua termal, si se quieren beneficiosos, tienen un tiempo limitado y una pausa necesaria entre uno y otro. Si no se quiere realizar un baño, vale la pena detenerse igual en este lugar, donde las hoyas dan lugar a las lagunitas y las lagunitas a fumarolas, en una suerte de campo geotérmico que hace pensar en Viaje al centro de la Tierra. Finalmente, bajo un cielo que en verano se diría siempre despejado, se llega a Copahue, el epicentro de la actividad termal del norte neuquino. Aquí están las que se consideran las mejores aguas terapéuticas de la Argentina, gracias a su temperatura y la mineralización que les brinda la influencia volcánica: aquí se pueden realizar tratamientos a base de aguas mineromedicinales, vapores, fangos y algas. En realidad, si bien funciona un centro médico completo y con todo el asesoramiento necesario, no se trata sólo de salud sino también de disfrute, con programas preventivos, de relax y hasta de cosmética que aprovechan las múltiples propiedades de la naturaleza local. Hay desde manantiales hirvientes que parecen aguas del infierno hasta fuentes donde el agua tiene la temperatura perfecta para el mate, sin olvidar la “laguna de los callos” donde, pese a su discutible elegancia, se ven muchos pares de piernas sumergidas hasta las rodillas. ¿Lo imperdible? Por lo menos dos inmersiones, en la Laguna Verde –un color que le debe a la riqueza de las algas– y en la Laguna del Chancho, cuyas aguas de un gris opaco a primera vista resultan tal vez poco atractivas, aunque el tono se debe a un barro volcánico de excelentes propiedades. Por eso quien se anime se verá sin duda recompensado y sorprendido por el resultado, tan rápido como palpable.
RUMBO AL NORTE Desde Caviahue se pueden completar un magnífico circuito cordillerano viajando hasta Villa Pehuenia. Pero si se prefieren rincones aún más agrestes, de esos que hay que buscar con cuidado en el mapa, la ruta del viajero bien debería llegar hasta Andacollo, muy cerca del límite con Chile: esta parte de Neuquén es conocida para los pescadores con mosca, los amantes del trekking y los aficionados a la arqueología, lo que ya da cuenta de sus atractivos. A fines de enero, Andacollo tiene junto con Las Ovejas su espacio en el calendario turístico provincial, ya que el 19 y 20 se celebra la fiesta de San Sebastián, patrono de los crianceros, con una multitudinaria celebración que reúne a gente del oficio de ambos lados de la cordillera. Es todo un espectáculo, ya que los peregrinos recorren a caballo los 38 kilómetros de distancia entre las dos localidades.
Andacollo en sí, protegido por los macizos gigantes de la Cordillera de los Andes y la Cordillera del Viento, es un pueblo de montaña bien conocido para los montañistas que preparan aquí su ascenso al Domuyo, otro volcán, el más alto de la Patagonia. Una vez más, el acceso no es fácil pero el esfuerzo vale la pena: aquí, en este antiguo centro minero donde aún queda un puñado de buscadores de oro artesanales, se recuerdan las historias de los pirquineros llegados desde Chile, se cuentan anécdotas de pistoleros que atravesaban la cordillera con su ganado robado (entre ellos los Pincheira, la banda que dio nombre a una localidad malargüina, en el sur de Mendoza), y se viven los últimos vestigios de la transhumancia.
Como en todo el norte neuquino, los volcanes son los dueños y modeladores del paisaje: para dar testimonio ahí están Los Bolillos, una rara formación de roca volcánica que parece de otro planeta y los fascinantes géiseres de Los Tachos y Las Olletas. La energía geotérmica también sube la temperatura de Villa Aguas Calientes, donde hay aguas termales naturales: no hay que sorprenderse de encontrarse, a pocos centímetros de distancia, con aguas que hierven y otras que bajan heladas por la falda de la montaña.
Un raro paraíso que no muy lejos, esta vez en Colo Michi Co –bajando de los valles del Domuyo y pasando por la localidad de Varvarco–, reserva al visitante un sitio de arte rupestre con más de 600 piedras grabadas o petroglifos de la cultura pehuenche. Se visita con los guías de Andacollo, y al volver no hay que perderse la vista sobre el valle del río Neuquén desde el Mirador de La Puntilla
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