JUJUY EN TILCARA, MúSICA DEL ALTIPLANO
Sikuris y tambores
Con mucha calma y sin prisa, un paseo por las callecitas de Tilcara con el oído atento al canto que brota de las numerosas peñas. Entre Música Esperanza y artesanos musicales, el visitante puede escuchar guitarras y pianos, descubrir los sonidos del sikuri y sentir cómo los rítmicos altos y bajos de un repique sobre tambores lo envuelven con la magia del Altiplano.
Por María Amalia García
Tilcara, ubicada 84 kilómetros al norte de San Salvador de Jujuy, tiene otros tiempos para transitar. Callecitas de tierra empinadas en medio de la siesta. Mujeres con trenzas armoniosamente dispuestas sobre la espalda, sombreros negros y ropa multicolor. Casas con paredes de adobe y techos de paja donde protegerse del calor seco del día y del frío de la noche.
El mercado de artesanías instalado en la plaza, donde resaltan el colorido de los ponchos, la rusticidad de vasijas y cacharros recién salidos del horno de barro, sumado a la diversidad de piezas arqueológicas de la zona, es parte del atractivo que se puede descubrir con mucha calma y ante todo, sin prisa... pero con el oído atento a los sonidos de las innumerables peñas que se realizan. En el restaurante de Música Esperanza todas las semanas es posible encontrar al compositor humahuaqueño Ricardo Vilca, y en cualquier momento a Miguel Angel Estrella, Pedro Aznar, el maestro Pedro Ignacio Calderón o la guitarrista Irma Costanzo, quienes suelen disfrutar del piano por largas horas.
LOS SONIDOS DEL VIENTO “Tilcara es parte de un rompecabezas sonoro donde las piezas que elegimos sólo pueden sonar cuando estamos juntos porque las voces están desparramadas en Bolivia, la Argentina y Chile, y los instrumentos también”, asegura Susana Moreau, coordinadora de los talleres de Música Esperanza. Hace dieciocho años que eligió este lugar para vivir y a partir de allí no descansó en promover el sentimiento de hermandad entre chicos y adultos, por las bellas melodías de los sikuris y otros instrumentos de viento autóctonos que suelen escucharse por las callecitas polvorientas del pueblo.
Pibes de Cochabamba, Antofagasta y la Quebrada comparten desde hace diez años el repertorio que cada uno aprende por separado, y que incluye distintas melodías latinoamericanas que han quedado plasmadas en dos CD como muestra de fraternidad de las últimas experiencias. Los pobres de la tierra, de reciente aparición, se puede conseguir en el local de artículos regionales. Susana aclara que “no hacemos concertistas. Promovemos ciudadanos que incorporan la música como un arma, un elemento de vida y de relación con el otro”.
Cantar por la alegría de cantar, ésa es la idea de estos trabajos donde la vivencia musical y la comida se comparten en un rico contrapunto. Los sonidos en el restaurante de Música Esperanza resuenan a cada paso, y la riqueza musical de la experiencia se ha desparramado por el mundo y llegado incluso hasta el Foro Social de Porto Alegre.
Mermeladas, dulces, conservas, pancitos, ediciones de libros musicales, de cultura andina y artesanías de inigualable calidad expuestos durante todo el año, bien valen una parada para llevarse un recuerdo que contribuye a sostener los talleres y solventar la estadía de los chicos.
REPIQUES SOBRE UN TAMBOR Apenas se pone un pie en Tilcara inmediatamente se escucha: “No podés irte de aquí sin conocer al artesano de los tambores”, quien los fabrica moldeando la arcilla. Desde hace años, Hugo Nadalino recrea íntegramente con sus manos este instrumento ancestral, único medio de comunicación en el pasado de muchas mujeres y hombres sojuzgados de distintas etnias. Amante de la música y el arte, Nadalino comenta que su mundo sonoro se amplió cuando conoció al percusionista Facundo Guevara, quien le abrió las puertas a la investigación y el conocimiento de las corrientes africanas y mexicanas.
Es interesante observar el minucioso proceso de fabricación del tambor. Como en una danza ritual, la arcilla comienza a levantarse lentamente con las manos. Con una técnica llamada pellizco o estiramiento se trabaja la pasta gruesa que va dando la forma al tambor mediante la presión de los dedos, y poco a poco las curvas redondean la obra. Luego, de acuerdo con el espesor surgirán los sonidos agudos y graves que sonarán con increíble precisión. Otra de las claves será el horneado. La capacidad creadora del artesano basta para otorgarle el reconocimiento de varios músicos de fusión y de otros géneros en la utilización de sus tambores. Y si bien esto a veces es mayor en las ciudades que en la propia provincia, a Nadalino no parece incomodarlo. “Es mejor ser discreto y no tan reconocido, que mal conocido”, comenta.
Viviendo su próxima obra como la mejor, asume con dedicación su trabajo.
“Para mí todo el esfuerzo está puesto acá. Creo que del trabajo nuestro no puede salir algo malo. Para nosotros lo contingente es un amigo siempre. Porque no trae cosas malas. Pero, como dice un amigo, todo acto es propiciatorio y hay que propiciar las cosas.” Cosas tales como la mágica seducción que envuelve a quien escucha los delicados sonidos altos y bajos que produce el juego rítmico de las manos de un músico repicando sobre el tambor.