Domingo, 5 de febrero de 2012 | Hoy
NEUQUEN. VILLA TRAFUL, ALDEA CORDILLERANA
Entre Villa La Angostura y San Martín de los Andes, en el corazón del Parque Nacional Nahuel Huapi, un recóndito rincón del sur neuquino alberga el lago Traful, enmarcado por un paisaje de generosos picos nevados que brindan aires refrescantes a un pueblito de 500 habitantes con calles de tierra.
Por Julián Varsavsky
Un desvío de ripio que nace en la Ruta de los Siete Lagos conduce a un poblado de casas de madera desperdigadas sobre una ladera, frente al lago Traful. Al atravesar los bosques en galería que cubren el camino y aparecer frente a las casas de madera, puestas allí como por un raro encanto, la sensación es la de haber descubierto un pueblito secreto escondido entre las montañas. En Villa Traful el centro de todo es el lago, que ocupa la parte baja de un gran anfiteatro natural de cumbres nevadas: en los prados al pie pacen vacas y ovejas y faltan rigurosamente –pero no se extrañan para nada– las muchedumbres, los restaurantes de alta cocina, los hoteles cinco estrellas, los cibercafés, los bancos, el gas natural, el ruido y la contaminación. Un generador provee la luz eléctrica al pueblo y hay un negocio donde se prepara el chocolate artesanal más rico del universo, que aquí se cierra en sí mismo.
Lo que sí abundan en Villa Traful son los arroyos de deshielo que bajan por la montaña para alimentar lagos transparentes y un aire purísimo con aroma a verde. También hay añejos ñires y retamas florecidas de amarillo furioso, y hasta un bosque de cipreses sumergido, cuyos troncos se mantienen en pie en el fondo del lago Traful.
MUNDO VIRGINAL La razón principal de que Villa Traful y su entorno sean un santuario natural en excelente estado de conservación es que el pueblo está rodeado en todos sus límites por la zona norte del Parque Nacional Nahuel Huapi. La villa surgió en 1936, cuando las autoridades del primer Parque Nacional del país cedieron el terreno a la provincia para que hiciera un loteo y organizara a su mínima población, ahora compuesta por una curiosa mezcla de mapuches, criollos mestizados, inmigrantes del resto del país y algunos norteamericanos instalados en el paraje desde comienzos del siglo XIX.
El perfil turístico de esta villa surgió de su excelente pesca de salmón encerrado. Pero cuando los pescadores aficionados a la soledad y a los paisajes de extrema belleza comenzaron a contarles a los amigos cómo era el lugar donde pescaban, comenzó el flujo de viajeros. Así fue que tuvieron que compartir su paraíso perdido... y no son pocos los que se arrepienten de haber revelado el secreto. Algunos de esos visitantes se quedaron a vivir, y como de lo único que aquí se puede vivir es del turismo –la caza está prohibida y la pesca es con devolución– surgieron con cuentagotas algunas hosterías y restaurantes administrados por gente que optó por un cambio radical, ya que los inviernos son duros y bastante solitarios en Villa Traful. Lo importante es que el lugar no ha perdido su encanto virginal.
Villa Traful ha sido en general un circuito alternativo para recorrer en el día desde Bariloche, Villa La Angostura o San Martín de los Andes. Pero ahora lo que se proponen sus habitantes es que sea al revés: que la gente se instale en Villa Traful y, si apremia la abstinencia de modernidad, en un promedio de dos horas de viaje puedan llegar a alguna de esas tres ciudades para ir a bailar, hacer compras o ir al casino. Aunque eso en verdad no ocurre nunca, porque el que elige Villa Traful en general no quiere saber nada con todo eso.
EL BOSQUE SUMERGIDO Desde el puerto de Villa Traful se parte navegando en un gomón con motor fuera de borda para visitar una auténtica rareza: un bosque de cipreses semisumergido en el lago. Se trata de unos 60 árboles de hasta 35 metros de altura que permanecen erguidos, con sus troncos y ramas deshojadas dentro del agua. Las copas se elevan junto a la embarcación, pero la transparencia de las aguas permite ver completos los troncos de estos cipreses que murieron de pie y no se pudren por las bajas temperaturas del agua. La explicación de este fenómeno es que un sector de la ladera de la montaña se desplazó hacia abajo, adentrándose en el agua a raíz de una falla en la elevación de la cordillera.
El lago inmóvil como un espejo se quiebra al paso de la embarcación en medio de un valle de origen glaciario alimentado por vertientes cristalinas de deshielo. A los costados de la lancha se ven muchos cádices, unos insectos que nacen en el agua y abandonan su estado larvario mientras flotan en la superficie hasta que se les secan las alas y vuelan a completar el proceso reproductivo antes de morir. Algunos, sin embargo, no lo logran: antes se los comen las truchas que pasan como un rayo debajo de la embarcación.
ESTANCIA CRIOLLA En los alrededores de Villa Traful hay varias estancias, entre ellas La Primavera, del fundador de la CNN Ted Turner, quien cada tanto se acerca por aquí de incógnito. Pero la única estancia que recibe turismo en Villa Traful es Río Minero, perteneciente a una familia criolla con varias generaciones en el lugar. La estancia tiene cuatro cabañas de ensueño junto al río donde la consigna es simplemente descansar contemplando la montaña tras los ventanales. En general los viajeros se quedan varios días en un ambiente ideal para ir con chicos, porque los miembros de la familia Lagos suelen llevarlos a juntar y ordeñar las vacas, amansar potros, cosechar frutillas, hacer pan y darles de comer a los chanchitos. Para amenizar la estadía se organizan salidas de pesca de truchas, unas cabalgatas increíbles con avistaje de ciervos y cóndores y hasta una travesía a caballo de cuatro días durmiendo en carpa.
La estancia Río Minero tiene una compleja historia. Los abuelos de Osvaldo Lagos se instalaron en estas tierras en 1911. El pionero fue Feliciano Lagos, quien llegó de España y se dedicaba a comerciar con los mapuches, hasta que en una oportunidad lo tomaron cautivo en Zapala y se lo llevaron a Chile. Allí permaneció apresado por cuatro años y conoció a Margarita Quesada, una mestiza con sangre negra y tehuelche que vivió hasta los cien años. Margarita era nada menos que la hija del cacique local. Según recuerda el señor Lagos, su abuela era alta –como los tehuelches– y le contaba que los mapuches le cortaban la carne de los talones con un cuchillo a su futuro marido para que no pudiera escapar. El hecho es que se negoció una liberación y Margarita se vino con Feliciano a instalarse en las tierras de Río Minero.
Osvaldo Lagos siempre se dedicó a la cría de hacienda hasta que en 1984 una gran nevada le mató casi todos los animales. “Estábamos en la ruina y ahí fue que decidí abrir un restaurante en la estancia. Luego comenzamos a construir unas cabañas para recibir a viajeros y ahora nos dedicamos sólo a esto...”, dice don Osvaldo, a quien en los últimos años le han ofrecido varios millones para comprarle sus tierras y ni siquiera dudó un instante en decir que no.
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