Domingo, 5 de febrero de 2012 | Hoy
BRASIL. EN LA COSTA DEL ESTADO DE CEARá
Ciudad capital del estado de Ceará, Fortaleza es el punto de partida para explorar una región donde el desierto da paso a la playa. Un territorio con sabor a castañas de cajú y temperatura de eterno verano, con juegos para chicos y romanticismo para grandes.
Por Graciela Cutuli
El destino son las playas, esas aguas de un verde tentador que se extienden a lo largo de cientos de kilómetros por el litoral brasileño, al borde de pueblitos más o menos aislados o en resorts donde la expresión all inclusive se pronuncia con acento ‘brasileiro’. Pero primero hay que llegar, vuelo mediante, a algunas de las principales ciudades de la región nordeste del gigante vecino que servirán como punto de partida: y entre ellas, Fortaleza se consolidó en los últimos años como uno de los principales centros turísticos y comerciales de esa gran parte de Brasil que mira hacia el Atlántico.
Capital del estado de Ceará, cuya superficie equivale a la mitad de la provincia de Buenos Aires, es una de las puntas del triángulo nordestino que completan Salvador y Recife. Para el recién llegado, la primera impresión estará dada por la hilera de rascacielos frente al mar y la vegetación exuberante que se cuela por cada rincón del trazado urbano: sin embargo, Ceará –rodeada de sierras y chapadas que encierran el desértico sertâo– es semiárido, con prolongados períodos sin lluvias.
FORTALEZA CON HISTORIA Brasil fue tierra prometida desde hace siglos. No solo para los portugueses, sino también para muchos otros exploradores y navegantes, como los holandeses que estuvieron en la región de Ceará a mediados del siglo XVII en busca de minas de plata, y que fundaron la fortaleza Schoonenborch, origen de la actual ciudad. Desde ese recinto primitivo que los mapas antiguos muestran con forma de estrella, Fortaleza creció hasta convertirse en la quinta ciudad de Brasil por cantidad de habitantes –unos tres millones– y la décima más rica, aunque las desigualdades no dejen de estar a la vista como en otras de sus grandes vecinas.
Con el tiempo se fue ganando apodos de variado romanticismo –“tierra de la luz”, “rubia novia del sol”– y desarrolló un atractivo turístico que la puso en 2010 en el trono de la capital nordestina más visitada por los brasileños (y la cuarta en todo el país, después de competidoras de peso como Río de Janeiro, San Pablo y Brasilia). Con todos estos datos en la cabeza (o no, en todo caso los irá aprendiendo en la visita), el viajero se queda prendado sin embargo de otra cosa: la belleza del litoral atlántico. Son en total 34 kilómetros que se reparten en 15 playas, desde el río Ceará en el norte hasta el Pacoti en el sur.
ORILLAS BRASILEÑAS Aquí cada uno encontrará para su gusto: quien quiera irse un poco más lejos puede empezar por la Praia da Barra do Ceará, en el límite septentrional de Fortaleza, que tiene importancia porque aquí anclaron los primeros exploradores portugueses; por su parte, quien prefiera el movimiento de los bares nocturnos puede encaminarse hacia la Praia de Iracema, que toma su nombre –siempre muy escuchado– de un famoso personaje creado por el escritor local José de Alencar. Según la historia, Iracema era una india de funciones sagradas en una tribu local, enemiga de los portugueses, en tiempos del explorador Martim Soares Moreno. Su nombre está ahora asociado con la vida nocturna y la diversión: vale recordar que más de un millón de personas se dieron cita en esta playa para la última fiesta de Año Nuevo, el famoso Reveillon brasileño. Además, para 2014 se espera que esté listo un gran Acuario que promete ser, (¡bien a la brasileña!) si no el más grande del mundo, sí el mayor del hemisferio sur. Tendrá una ubicación privilegiada en Praia de Iracema, entre el Puente Viejo y el Puente Metálico (en realidad, un muelle de madera) y promete convertirse en uno de los nuevos grandes atractivos de esta ciudad que también es la más cercana a Europa: a pesar de la gran mancha azul del Atlántico en los mapas, solo unos 5600 kilómetros la separan de Lisboa, capital de la “madre patria” portuguesa. Mientras tanto, hay que visitar el Puente Metálico para ver el atardecer y tratar de descubrir los delfines que asoman sobre la superficie de las aguas.
La Praia de Meireles es otra de las más frecuentadas, con su avenida Beira Mar y la feria de artesanías más conocida de Fortaleza, mientras Mucuripe es la elegida por quienes quieren asistir bien temprano o al atardecer a la partida y regreso de las jangadas, las embarcaciones de pescadores. De algún modo resume dos símbolos de la ciudad: uno la actividad pesquera, en un importante mercado de pescados y mariscos, y otro la herencia literaria sintetizada en la estatua de Iracema, inaugurada en 1965.
Sin embargo, la playa más conocida y turística de Fortaleza –una de las más conocidas del Nordeste brasileño– es la Praia do Futuro, que a lo largo de sus seis kilómetros tiene actividad continua día y noche. Tiene a su favor un dato importante: no está contaminada, como sí lo están otras playas de la ciudad, incluyendo las del centro, no recomendables para el baño a pesar de las preciosas vistas y colores. Pero tampoco está exenta de algunos problemas de seguridad, como sus vecinas: conviene mantenerse en las áreas recomendadas y en horarios bien frecuentados. Lo mismo a la hora del baño de mar, porque es posible sentir fuertes corrientes en algunos tramos: por eso, para los turistas con chicos hay que elegir las zonas donde se forman piscinas naturales más bajas y tranquilas. Praia do Futuro tiene dos sectores, I y II, bordeados de puestos donde se puede probar todo tipo de frutos de mar y gastronomía típica: a cada cual su favorito, aunque se dice que Vira Verâo es uno de los favoritos de los más jóvenes, y que CrocoBeach tiene uno de los mejores buffets.
MIRANDO AL 2014 En un par de años llega el evento que todo Brasil está esperando con ansiedad: el Mundial de Fútbol, que tendrá en Fortaleza una de sus subsedes. Para entonces, la ciudad se está lavando la cara y potenciando sus atractivos turísticos: y entre ellos se encuentra, en las afueras del casco urbano, el parque acuático más grande de Sudamérica. El Beach Park tiene todo lo que hay que tener para gustar a grandes y chicos en busca de diversión en el agua: 13 kilómetros cuadrados de toboganes, pileta con olas, hoteles con todo incluido y su propia playa. La experiencia puede ser bastante extrema, considerando que aquí se encuentra el tobogán Insano, de 41 metros de altura, que alcanza una velocidad de descenso de 105 kilómetros por hora en sus vertiginosos cinco segundos.
En un registro bien distinto, se vuelve al centro de Fortaleza para visitar el Centro Dragâo-do-mar de Arte e Cultura, un complejo de arquitectura audaz y contrastante con el puerto, situado frente a la Praia de Iracema y ya distintivo de la ciudad. El nombre le viene de un personaje histórico local, también conocido como “Chico da Matilde”, un pescador que se convirtió en símbolo del movimiento abolicionista en este estado brasileño al negarse a trasladar esclavos para su venta en el sur del país. En el Dragâo-do-Mar funcionan un memorial de la cultura de Ceará, un Museo de Arte Contemporáneo, dos cines y un Planetario que está entre los más modernos de Brasil.
Finalmente, ¿quién se resiste a dejar la ciudad sin haber visitado su impresionante Mercado Central de Artesanías, que a lo largo de cuatro pisos exhibe un sinfín de textiles de todo tipo (sábanas, manteles, camisas y vestidos de playa llevan la delantera), objetos de bijouterie realizados con piedras y plantas locales; prendas tejidas al crochet y delicadas randas (un tipo de encaje cuidadosamente realizado a mano por las expertas tejedoras de la región). Un párrafo aparte para las castañas de cajú, el café y las numerosas frutas tropicales que se ofrecen en muchos de los puestitos del mercado. Una opción menos abrumadora en tamaño, pero igualmente interesante, es el Centro de Turismo, una antigua cárcel pública donde las celdas fueron transformadas en puestos de exhibición de artesanía. En el piso superior, se pueden visitar el Museo de Arte Popular y el Museo de Mineralogía: y quien quiera ir un paso más allá, puede darse una vuelta por el Museo de la Cachaça, donde se detalla el proceso de fabricación, se muestran las maquinarias y se sale hecho un experto en la famosa bebida alcohólica que acompaña los tragos brasileños.
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