EL MOLINO NANT FACH EN TREVELIN
Un antiguo molino harinero donde se entrecruzan las historias de la convivencia amistosa entre tehuelches y galeses, el colonialismo de la corona inglesa, la guerra de Malvinas y la visita de Lady Di a la Patagonia. Un singular museo de la comarca cordillerana chubutense donde todo funciona y se produce harina para la venta.
› Por Julián Varsavsky
En las afueras de Trevelin, el pueblito más galés de la Comarca de los Alerces, lo primero que llama la atención al acercarse al molino Nant Fach es la arquitectura en madera de una casita rodeada de tulipanes donde la familia Evans vive en plena inmensidad patagónica. Un ambiente de cuento de hadas. Unos metros más adelante, cruzando un puentecito sobre un arroyo, se llega al molino, donde una sofisticada tecnología de madera movida por un curso de agua funciona como un gran juego de encastres.
Allí nos recibe Mervyn Evans, un descendiente de galeses que se crió a 10 kilómetros del lugar, en un espacio de juegos que era un molino abandonado cuyos mecanismos estudió al detalle por el simple acto de jugar. Su familia luego vendió esas tierras pero Mervyn Evans, ya adulto, compró parte de los restos de un viejo molino y construyó uno en su nueva chacra por pura nostalgia. Ahora el molino atrae viajeros y produce harina.
Evans en persona ofrece la visita guiada por la historia del molino que marcó su vida y la de varias generaciones de galeses en la Patagonia. La primera explicación es que Trevelin significa “pueblo del molino” en galés: y si bien hoy este es el único molino que existe en la zona, hace alrededor de un siglo la industria harinera florecía al impulso de los galeses que llegaron a fines del siglo XIX, que se las ingeniaron para plantar trigo en medio del desierto patagónico.
CULTURA MOLINERA En tiempos de esplendor harinero llegó a haber una veintena de molinos artesanales y dos industriales, motores de una economía y una cultura del trabajo alrededor del trigo que fue destruida con la llegada del tren a mediados del siglo XX.
El problema fue que con el tren llegado desde Bahía Blanca la empresa Molinos Río de la Plata, del grupo Bunge y Born, comenzó a enviar harina a la Patagonia a precio de dumping (más barato que el trigo local) con el objetivo de quebrar la competencia patagónica organizada en cooperativas. Esto les permitió comprar los principales molinos a precio de ganga, para luego desguazarlos y enviar sus piezas a Buenos Aires.
El molino de Trevelin fue rearmado por Mervyn Evans con fervor de niño, encastrando pieza por pieza su gran juguete. Y ahora, delante de todo el mundo, se da el gusto de accionar una simple palanca que pone la maquinaria en funcionamiento. El curso de un arroyo se corre entonces unos centímetros y comienza a mover una gran rueda, haciendo vibrar el edificio completo de dos pisos, en cuyo interior la fricción de dos rocas produce una harina finísima (200 kilos en ocho horas).
En una pared interior del molino cuelga una foto de 1920 donde se ven once carros tirados por caballos que recorrían 1000 kilómetros desde Esquel a Santa Cruz, llevando harina en un viaje que entre ida y vuelta duraba unos cuatro meses.
Dentro del edificio está ambientada también una antigua casa galesa de la Patagonia, con su mobiliario y decoración. Allí se ve, por ejemplo, una Biblia en galés traída por el bisabuelo de Mervyn Evans. En la pared cuelga una foto de 1946 tomada en Gaiman, un pueblo cercano a la costa chubutense, durante un homenaje que les hicieron los galeses a los tehuelches por la ayuda recibida tras su precaria llegada en barco.
Entonces Evans relata una anécdota del momento en que Francisco Chiquichano –hijo del cacique Chiquichano– les dijo a los galeses que ellos no eran cristianos, a pesar de ser europeos. Sorprendidos, los galeses le aclararon que sí lo eran. A lo que el tehuelche respondió que no podía ser: “Ustedes nos tratan bien, no nos matan como los cristianos. Ustedes son galeses y ellos cristianos”.
En otro marco cuelga una foto de Madryn Evans, tío abuelo de Mervyn, un niño de ocho años que en 1904 jugaba en el fondo de su casa cuando fue devorado por un puma.
LA MUSICA Los galeses tienen una larga tradición musical de influencia celta, y en el molino se exhiben algunos instrumentos que usaron en la Patagonia. Por un lado hay un armonio de 1926 junto a una pianola Breyer con rollos de papel perforado, que ya no funciona de manera automática pero sí manual. Sobre ella descansan los rollos de la Sonata Op. 46 de Beethoven, una Danza Húngara de Brahms y un tango ya sin nombre. Evans toca unas notas en la pianola y luego se sienta al teclado de un órgano a pedal para digitar un arpegio galés.
De repente nuestro anfitrión interrumpe la música y pregunta qué creemos nosotros que venían a buscar los galeses a la Patagonia. “Tierras”, dice alguien, pero Evans responde que se trataba de algo más importante todavía: “La libertad”. Ocurre que el pequeño país de Gales fue invadido en 1282 por los ingleses, quienes degollaron y decapitaron al último príncipe de Gales, llamado Llywelyn. La mujer del príncipe, embarazada, murió al dar a luz una niña, que fue encerrada en un convento a perpetuidad para asegurarse de que no hubiera descendencia real.
Los galeses, aún sojuzgados, le aclararon a la corona inglesa que no aceptarían ningún príncipe nacido fuera de Gales ni que hablara inglés, y además el elegido no debía haber cometido nunca un pecado. Dadas las circunstancias, el rey de Inglaterra envió con tiempo a su esposa a Gales antes de parir un hijo, dando a luz así a un príncipe que sería un galés que no hablaba inglés y estaba libre de pecado.
Durante la Revolución Industrial –cuenta Evans– los niños galeses sufrieron la explotación del floreciente capitalismo, ocupándose de ingresar con apenas 8 años a las pequeñas cuevas de carbón donde solamente ellos cabían. Naturalmente, morían en accidentes o de problemas respiratorios pocos años después. El idioma galés, por otra parte, estaba prohibido en la enseñanza escolar y al no ser anglicanos también sufrían persecución religiosa. Fue en ese contexto que dos comunidades de galeses emigraron a la Patagonia, buscando aires de libertad en algún lugar donde no se escuchara hablar inglés. Allí se encontraron con los tehuelches, a quienes no trataron como los ingleses a ellos, sino todo lo contrario: y para que no queden dudas del afincamiento argentino de los descendientes de galeses, Evans agrega que Maradona es ídolo máximo también en Gales, sin que haga falta aclarar por qué.
La charla deriva en el presente y la guerra del Malvinas, donde soldados argentinos de origen galés que cumplían el servicio militar terminaron enfrentándose en las islas a mercenarios de la Compañía Galesa, que venían formados justo detrás de los gurkas y los escoceses. “Lady Di, princesa de Gales, era una princesa trucha”, agrega Evans, asegurando que fue literalmente ignorada por la comunidad galesa cuando viajó a la Patagonia, ya que tomó el té con tortas galesas en el local de una familia de origen español.
Hoy en día, la mayoría de los visitantes del molino Nant Fach termina sus tardes tomando un té con tortas –muy pero muy galesas– en el vecino pueblo de Trevelin.
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