turismo

Domingo, 26 de febrero de 2012

BRASIL. HISTORIAS DE PIEDRA Y ARENA

Un nordeste de novela

En Salvador de Bahía y Praia do Forte, el vecino balneario de moda, historia y naturaleza se combinan para conocer un Brasil que parece surgido de las páginas de Jorge Amado.

 Por Graciela Cutuli

Para cualquier novelista, Bahía es una formidable fuente de inspiración. Su región no lo es menos: ambas son desmedidas y exuberantes, para bien y para mal. Por un lado está la selva de ladrillos y casas desparejas, que forma un laberinto donde quedaron atrapados los mejores sueños y los peores instintos de los hombres. Por otro, está también esa naturaleza que aplasta a cualquiera, pero al mismo tiempo sabe entregarse. En las manos de un novelista como Jorge Amado, este rincón del mundo fue una bendición. ¿O fue este mundo a caballo entre las Américas, la península ibérica y Africa el que creó a un narrador de la talla de Amado? La pregunta queda sin respuesta. Ni siquiera en la casa del novelista, en el barrio del Pelourinho de Salvador. A poca distancia, Praia do Forte, el balneario de moda, tampoco da demasiadas definiciones a pesar de su barniz de turismo ecoamigable. Son dos caras de una región que se puede visitar en conjunto, para rasguñar historias de las viejas piedras y excavar otras de las finas arenas.

RENACIMIENTO JUNTO A LA PLAYA La casa que hoy alberga la Fundación Jorge Amado se encuentra en el corazón mismo del Pelourinho, sobre la plazoleta que dio su nombre al barrio. En realidad, en los tiempos de la esclavitud era la plaza donde estaba la picota –de ahí su nombre en portugués– donde se azotaba a los fugitivos, los esclavos rebeldes y los bandidos. Es decir, el corazón mismo de la primitiva ciudad que los colonos portugueses levantaron como capital de su incipiente imperio latinoamericano.

Salvador fue capital del Brasil colonial de 1548 a 1763, cuando perdió ese status a favor de Río. Le quedó el romántico y tremendo recuerdo de los tiempos de la primera capital, que le valieron transformarse en el punto de encuentro de tres mundos: el europeo, el africano y el americano. Los portugueses necesitaban poner en valor este Nuevo Mundo que les regaló el Tratado de Tordesillas, pero que los holandeses y franceses también trataban de colonizar: así el “pau brasil”, el palo de madera brasil que dio su nombre al país, fue rápidamente suplantado por el cultivo de la caña de azúcar, que hizo la riqueza de unos pocos en Salvador y la desgracia de muchos otros, sobre todo los africanos traídos en condición de esclavitud.

Cerca de Bahía, un castillo recuerda parte de esta historia del continente. En Praia do Forte se encuentra, de hecho, el único castillo renacentista de las Américas. Es un pedazo de la Europa del siglo XVI trasplantado directamente a orillas de una playa tropical, con palmeras y arenas blancas donde desovan tortugas. Como un broche de oro para Bahía, uno de los lugares donde se encontraron dos mundos.

Este castillo fue construido por la dinastía de los Sousa d’Avila, cuyo patriarca fue García de Sousa. El portugués llegó a Brasil en 1549 y se adueñó de la mayor propiedad privada que existió sobre la faz de la Tierra, un latifundio de 800.000 kilómetros cuadrados. Una cifra vertiginosa que necesita una breve comparación para poder cobrar su real dimensión: es una superficie mayor a la de Turquía o un poquito menos que un país como Venezuela. Era buena parte de lo que abarca actualmente el nordeste brasileño.

Fue García de Sousa quien inició la construcción de este castillo que agrandaron sus herederos durante varias décadas. Sobre un promontorio con buena vista al mar, podría estar en emplazamiento ideal de un hotel hoy día. Pero en aquellos tiempos, más que aprovechar la playa se buscaba una ubicación con buena vista hacia el mar y la llegada de posibles atacantes. De hecho Holanda ocupó Bahía durante varios meses en 1624. El castillo y la plaza con su picota fueron contemporáneos: estos dos recuerdos, que hoy se diluyen en los tiempos, marcaron la historia de la ciudad y su región. Fueron épocas negras, como los esclavos que dieron valor a latifundios no tan grandes como el de Sousa d’Avila, pero sí lo suficientemente abarcadores como para hacer vivir a sus dueños al nivel de las cortes europeas. Las elegantes fachadas de Barroco portugués del barrio del Pelourinho son la cara visible de este mundo que hoy no desapareció del todo, aunque la esclavitud fue abolida en Brasil oficialmente recién en 1888, en las puertas mismas del siglo XX.

DECORADOS BAHIANOS Hoy día el Pelourinho es una isla dentro de la ciudad. Sus adoquines se ven prolijamente alineados y sus fachadas, pintadas a nuevo: pero a pocas cuadras la ciudad recobra su aspecto auténtico, algo que en realidad pocos pueden comprobar ya que no se animan a salir del barrio vigilado. Frente a la casa de la Fundación Amado hace mucho tiempo que ya no está la picota: aquí, los domingos por la mañana el lugar sirve para procesiones religiosas de los fieles y santos de las numerosas iglesias de la ciudad. El decorado de postal del barrio cobra en esos momentos una dimensión más genuina. El resto del tiempo, los negocios de artesanías y ropa de diseño son los protagonistas de la calle principal.

El Pelourinho forma parte del Patrimonio de la Unesco, de modo que lo que se ve actualmente es el resultado de trabajos de rehabilitación llevados a cabo a partir de los años ‘90 para rescatar el centro histórico de Bahía, que estaba muy decaído desde hacía tiempo.

Tomé de Sousa, un pariente cercano de García d’Avila (algunas fuentes lo mencionan como su padre), fue el primer gobernador de Bahía y quien eligió el emplazamiento original de la ciudad, donde hoy se levanta el barrio del Pelourinho. Algunos restos de murallas y ruinas de los primeros tiempos quedan sobre el promontorio donde hoy está la plaza Tomé de Sousa. Desde allí, muchos metros por encima del mar, se ve toda la Bahía de Todos los Santos, una ubicación como hecha a medida para la flamante capital del Brasil portugués.

Al pie de esta muralla natural se encuentran un puertito y el mercado modelo, donde se vende todo lo que tiene pinta de local, desde ropa colorida hasta instrumentos musicales, máscaras, algunas comidas típicas y por supuesto cintitas brasileñas. En la entrada del mercado, unos músicos y bailarines hacen demostraciones de capoeira y se dejan fotografiar luego de haberles pagado una propina.

Desde abajo la pared rocosa que protege los barrios altos parece aún más impresionante. Las fachadas de las casas vecinas hacen ilusión, pero luego de haberlas visto desde lo alto se sabe que son meras paredes sin techos, apuntaladas para evitar su derrumbe. Parece un decorado armado a propósito para filmar una novela de Jorge Amado o para inspirar a los nuevos autores bahianos que crecen en su gigantesca sombra. O un decorado para un clip de Gilberto Gil, el otro niño prodigio de la ciudad.

ECOTURISMO EN PRAIA Mientras tanto, la playa de García d’Avila se convirtió en un destino de ecoturismo de moda. El pueblito de pescadores de Praia do Forte asiste a la creciente llegada de turistas y su “centro” (en realidad una cuadra o dos) se transformó en un pequeño shopping al aire libre donde se venden anteojos de sol, mallas de baño, ropa y artesanías. Del pueblo original queda una capilla sobre la arena misma de la playa y los barcos de los pescadores. El fortín de aquella playa es en realidad el castillo de García d’Avila. Las ruinas de hoy se convirtieron así en una excursión para entrecortar días de playa: como en las ruinas de Salvador, ni en el castillo ni en la capilla queda siquiera el techo. El resto son escaleras y paredes que se cocinan al sol, sirviendo de morada a familias de lagartijas. Como Praia no es un destino cultural, no hay muchedumbres para visitar el castillo y las visitas se pueden hacer con calma. Los turistas se concentran más bien en los bares del pueblo al anochecer y en las piletas de lo hoteles durante el día.

La Costa dos Coqueiros, como se llama este litoral al norte de la bahía, es conocida por sus tortugas además de sus playas. Como su nombre lo indica abundan allí los cocoteros y las arenas son tan finas que forman el nido ideal para las siete especies de tortugas que vienen cada año a completar su ciclo de vida. Al lado de la capilla de Praia do Forte está la Fundación Tamar, una organización que en todo Brasil estudia y protege las tortugas marinas.

A diferencia de otros balnearios, Praia se está desarrollando como un destino ecológico que a su vez avala la simpleza de sus calles de arena y el cuidado de los hoteles de la región, como el Tivoli Ecoresort, una cadena portuguesa, instalada justo en las afueras del pueblo, donde los huéspedes tienen como vecinos a monitos e iguanas. Es la cara chic de este recorrido que empezó en las alturas de la bahía, sobre un promontorio guardado por las viejas piedras coloniales y el puñado de soldados que acompañaron a Tomé de Sousa hace un poco menos de medio milenio. En Praia, el nuevo entorno new age y el ecoturismo alejaron a los personajes de Jorge Amado, aunque basta quedarse un tiempito sobre la plaza de la capilla para adivinar que no están lejos, y en cualquier momento van a acudir al barcito para bajar un traguito acompañado de historias extraordinarias. Historias que sólo en un lugar tan exuberante se pueden vivir... o inventar.

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La sonrisa tropical de una joven bahiana en su puesto de comidas típicas.
 
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