Domingo, 11 de marzo de 2012 | Hoy
INDIA. LA CIUDAD-RESERVA ARQUEOLóGICA DE KARNATAKA
Tesoro del país y materia de estudio inagotable para la ciencia, las ruinas de la antigua ciudad de Hampi son uno de los destinos más buscados del estado de Karnataka, en el sur de la India. Desde sus 350 templos se sentaron las bases del esplendor Vijayanagara, el mayor imperio después de los mongoles: un recorrido por ese mundo que retorna en vestimentas, hábitos y creencias.
Por Pablo Donadio
Lo distinto era parte de lo esperado al llegar a la India. Sin embargo Hampi, el imponente complejo de templos históricos del sur del estado de Karnataka, nos tomó por sorpresa: sucede que aquí no afloran vanas nostalgias de aquel poderío distante ni de la magnificencia de sus construcciones, escenarios de una vida ostentosa y selecta. Por el contrario, todo es más bien un recuerdo inmortalizado del lejano esplendor indio. Eso sentimos parados entre brahmanes y bellas mujeres de sari, que contrastan su piel dorada con encendidos turquesas, fucsias, rojos y azules, como hace mil años.
Visitado mayormente por locales, el lugar es una suerte de espejo donde la grandeza de esos tiempos idos, de lo místico y lo sagrado, de los ritos y relatos de siglos perdidos, hacen revivir rocas y pinturas como si todo sucediera aquí y ahora. “Like the painting, ¿right?”, comenta Suri, el guía que esconde una mueca pícara en cada parada. En esos templos su origen se reconstruye. Los atuendos milenarios, las joyas falsas de niñas y adolescentes, los montones de vacas merodeantes y un elefante que entrega bendiciones de agua parecen escenas bajadas de los cuadros y estatuas del 1300.
ROCAS VIVAS Desde Bangalore, ciudad cabecera del sur famosa por dominar el mercado de software mundial junto con China y Estados Unidos, la cita con el parque arqueológico requiere el recorrido de una ruta que viborea al ritmo del mudra. El camino sigue su melodía en cada pueblito por el que pasamos, mientras en los campos entre aldea y aldea predominan los verdes de arroz, en plena cosecha. También hay mujeres y niñas que caminan bordeando esos relieves en busca de un río o canal para lavar las ropas que llevan en la cabeza, en grandes palanganas coloridas.
Unas horas después llegamos al espectacular Royal Orchid, el hotel cinco estrellas que nos introducirá en el esplendor asiático, los masajes ayurvédicos y las comidas afrodisíacas, iniciando una ola de contrastes difícil de acomodar en la mente. Cerca, la vecina villa de Hospet es el paso intermedio para llegar a destino: y allí vamos, esquivando las últimas vacas a puro bocinazo, una destreza manifiesta de Suri, nuestro guía, chofer y traductor. El llevará al grupo durante varios días a recorrer Karnataka, la joya del sur indio sin pulir, donde Hampi es la estrella.
Meca turística de la región y consagrada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en la década del ’80, la reserva posee enorme valor para arqueólogos y arquitectos de todo el mundo, y aún hoy es estudiada, excavada y preservada por el gobierno y la Archaeological Survey of India. Hampi fue la capital de casi toda la India austral, donde se asentó uno de los reinos más ricos de la tierra, el Imperio Vijayanagara, recordado entre otras cosas por sus comerciantes de diamantes.
En sus 350 templos en ruinas, 83 de ellos recuperados y visitables, se ha esculpido hasta lo inimaginable, decorando rincones, ángulos, techos y lugares que no vemos sino con una linterna, dando vida a escenas de danzantes y músicos, de sexo y espiritualidad, de animales míticos y dioses virtuosos de múltiples manos. Todos vivientes en la roca. No muy lejos, apenas amanece se enciende un mundo que fluctúa entre el comercio y la vida religiosa cotidiana. Se arman allí los puestos de feriantes y arranca la venta de telas, alimentos y polvos sagrados, así como jabón y champú para bañarse en el río Tungabhadra. Cuenta Suri que detrás de la torre de Virupaksha, lejos, el río entrega imágenes poco turísticas, más bien de campo, donde los locales rezan y lavan sus prendas. “Eu quero estar allí agora que nace el sol. Podemos fazer muito bonitas imágenes”, explica en portuñol Fernando Quevedo, reconocido fotógrafo de O Globo, e intrépido perseguidor de leones en la sabana africana. Cómo no seguirlo. En minutos llegamos a la costa, y de movida nos sorprende uno de esos rituales de los que tanto nos habían hablado: algunas madres dan baños de aseo a los niños, mientras un elefante santifica con agua de su trompa a la familia de un bebé recién nacido. Larguísimos saris tendidos en las escaleras y ancianos con la mitad del cuerpo bajo el agua agradeciendo al cielo, rodeados de templos que pronto están bajo la furia del sol. Una puerta abierta a la India milenaria.
VICTORIA Y DERROTA Llamada también “Ciudad de la Victoria”, Hampi dio tres generaciones de jefes hindis durante dos siglos. En su Centro Sagrado se erigen los templos de Krishna y Achyuta Raya, así como pinturas, grabados, esculturas y estatuas sacras. Una llama de veras la atención: es Narasimha, deidad sureña de virtuosas manos, la reencarnación del dios Vishnu en hombre-león. A él y a los otros dos dioses centrales del hinduismo, Brahma y Shiva, les sobrarán honores de sacerdotes, brahmanes y promesantes. Cerca, sobre el Centro Real, se alza implacable el templo de Hazara Rama, los establos de piedra donde la reina guardaba los elefantes, la pileta para fiestas y su increíble palacio. Pero es el templo Vitthala y su Palacio de la Música el que nos deja fascinados: “Cada una de las columnas que ven aquí fue construida con una nota, del do al sí. Think at that time... cuando cada rincón de este templo, iluminado por las estrellas, sonaba según los golpes que los maestros de la música daban con pequeños hierros en cada columna. Es, ni más ni menos, que el triunfo de la belleza, del arte y la mente, siglos y siglos atrás”. Una maravilla musical tallada a mano. Pero todo tiene un final, y el del Imperio Vijayanagara y sus palacios fue en 1565. En pleno poderío (el mayor tras los mongoles), los sultanes musulmanes del deccán se aliaron y los vencieron en la batalla de Talikota, utilizando una vieja práctica de conquista y sometimiento: destruir de inmediato los santuarios y templos por los que nos movemos. Esos espacios, si bien hoy son ruinas turísticas, están en actividad, y vecinos, visitantes septentrionales del país, puesteros de Hospet y villas cercanas rezan aquí como en un templo activo. Se descalzan, como lo hacen también en los hogares, y dan inicio a manifestaciones con ofrendas frutales, juntando las manos, propiciando giros, inclinaciones y algunos cánticos, hasta que el ritual hindú les llega al alma. Algunos sacerdotes reparten agua y cada uno la bebe de su propia palma, mientras el humo del sándalo en incienso se va colando por las columnas talladas hasta meterse en los huequitos de los dioses de piedra. Así, lo aparente y lo real, lo que alimenta al cuerpo y al alma, son aquí la misma cosa, y la India sagrada se mantiene viva
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