ARGENTINA RAREZAS DE LA NATURALEZA
Cinco rincones perdidos en el mapa de la Argentina, donde los caprichos de la naturaleza tallaron la tierra y la piedra a su antojo a lo largo de millones de años, para deslumbrar al viajero moderno en busca de lugares insólitos. Una geografía que depara, a lo largo y a lo ancho de nuestro territorio, raros colores, extrañas formaciones y curiosos laberintos naturales.
En sus casi tres millones de kilómetros cuadrados nuestro país tiene los más diversos y excepcionales paisajes, rarezas del territorio donde los azares de la naturaleza concibieron sitios de extraña belleza como las esféricas concreciones sedimentarias de El Calafate, un curioso “volcancito” en las alturas andinas de La Rioja, el Cono de Arita en la Puna salteña, el arco de piedra que se levanta misterioso en las aguas del Lago Posadas, y la montaña de mil colores de El Hornocal en Jujuy.
EXTRAÑAS ESFERAS Uno de los fenómenos geológicos más curiosos de la Patagonia son las rocas casi esféricas surgidas del fondo del mar que ahora se encuentran cerca de la Cordillera. Existen en muy pocos lugares del mundo y uno de ellos es El Calafate, más precisamente en las montañas que rodean la ciudad, hasta donde se llega con una excursión en 4x4 llamada “Miradores de El Calafate”. El origen de estas piedras llamadas “concreciones” es tan arcaico que se remonta a los tiempos inconcebibles en que la superficie de los Andes –aún no formados– era el fondo del mar. En las profundidades subacuáticas se generaban entonces campos magnéticos que atraían partículas de óxido de hierro. Esas partículas se agrupaban, formando esferas moldeadas por las corrientes de agua. A su vez, las esferas eran tapadas por sucesivas capas de sedimento y, si nada inesperado hubiese ocurrido, habrían permanecido aprisionadas dentro de otra roca hasta la eternidad.
Pero cuando la placa de Nazca se acercó en cámara lenta por debajo del Pacífico hasta chocar con el continente americano, el fondo del mar se levantó y la Cordillera surgió sobre las aguas. Entonces los sedimentos submarinos pasaron a ser las rocosas laderas de las montañas que, a lo largo de millones de años más, fueron erosionadas por la lluvia y el viento. Así comenzaron a quedar al descubierto estas extrañas rocas ferrosas, que al ser de metal no sufren la erosión. Y ahora se las ve a simple vista, con media esfera saliendo de una gran roca, rodeadas por un círculo que les da forma de sombrero mexicano. Cuando la erosión termine su paciente trabajo, llegará el día único y acaso prefijado en que la esfera se desprenderá por fin y caerá con un golpe seco en la superficie de la tierra (hay varias que ya han caído, semejantes a grandes balas de cañón). Queda para los arcanos de la imaginación pensar qué lejano destino le depara el tiempo infinito a esta roca recién parida y largada a rodar.
VOLCANCITO RIOJANO En la provincia de La Rioja hay un extraño volcancito –lo llaman así por el parecido pero en verdad no es un volcán– en lo alto de la Cordillera, por la zona de Laguna Brava. Para conocerlo hay que recorrer un camino cuya primera rareza aparece a un costado de la Quebrada de la Troya: una montaña que por efecto de la perspectiva parece formar una pirámide perfecta. La parte más exigente de la excursión llega al cráter del volcán Corona del Inca, con un diámetro de cinco kilómetros y a 5500 metros sobre el nivel del mar, en cuyo fondo hay una increíble laguna azul zafiro. Y el panorama se completa con pequeños glaciares de altura que le dan el marco espectacular a uno de los paisajes más inhóspitos, hermosos y desconocidos de la inabarcable Argentina. Pero allí no acaban las sorpresas: falta conocer el géiser conocido como El Volcancito. Más allá de su forma cónica, es un manantial cuyo cono se forma constantemente desde hace milenios por la acción del agua burbujeante, que brota cargada de minerales disueltos desde las entrañas de la Tierra.
EL GRAN ARCO PATAGONICO Lago Posadas, en la provincia de Santa Cruz, es una de las localidades menos conocidas de la Patagonia por su relativo aislamiento. Sin embargo encierra algunos de los paisajes más deslumbrantes de la vasta región. El espectacular Camino del Monte Zeballos –una de las alternativas para llegar– culmina cerca del pueblo llamado oficialmente Hipólito Yrigoyen, aunque todo el mundo lo conoce como Lago Posadas. Hoy día, con apenas 250 habitantes, el pueblo se ha convertido en un destino turístico. Y su atractivo principal son los paisajes de montaña que rodean a los lagos Posadas y Pueyrredón, separados entre sí por un istmo muy angosto en cuyo extremo hay un pequeño arroyo que une ambos lagos. Aquí se encuentra una de las rarezas más curiosas de toda la Patagonia: el Arco del Lago Posadas. Esta enorme y solitaria roca sobresale en medio del lago con un túnel arqueado en el centro, y por mucho que se pretenda estudiarla y hacer deducciones de geólogo improvisado, no hay forma de imaginar cómo una piedra tan extraña puede aflorar allí, en medio del lago, en uno de los rincones más inhóspitos de la Patagonia.
CERRO DE MIL COLORES En Jujuy son famosas las postales del cerro Siete Colores en Purmamarca y la Paleta del Pintor en Maimará. Pero la mayoría de los visitantes abandona la Quebrada de Humahuaca sin conocer lo más espectacular, las serranías del Hornocal, que empalidecen a los anteriores por la altura y el ancho de sus vetas de colores sobre la ladera completa de un cordón montañoso, desde el pie hasta la cima. Estas serranías son parte de una colorida formación calcárea llamada Yacoraite, con vetas superpuestas de distintos colores, que se extiende en línea desde Perú, bajando por Bolivia y la Quebrada de Humahuaca para terminar en Salta. Las serranías del Hornocal están a 25 kilómetros de la ciudad de Humahuaca y no son muy conocidas porque su angosto camino de ripio no permite llegar a los autobuses que llevan turistas en masa. Pero sí se puede ir con cualquier otro vehículo común, manejando con cuidado. Se llega por la RP73 desde Humahuaca y son 25 kilómetros hasta un mirador situado junto a una antena con una panorámica increíble del Hornocal.
EL CONO DE ARITA El pueblo de Tolar Grande está casi escondido en uno de los rincones más áridos, deshabitados y aislados de la Argentina. Se llega tras un viaje de nueve horas desde la capital salteña, pasando de los verdes paisajes del valle de Lerma a la sequedad más extrema y la ausencia casi total de vida animal y vegetal. La travesía ingresa en la Puna al llegar a San Antonio de los Cobres y por la Ruta 51 se sube hasta el abra del Alto Chorrillo, el punto más alto del viaje: 4560 metros. A partir de allí se comienza a descender hasta el pueblo de Olacapato, a 4120 msnm, cuyos cien habitantes viven en casas de adobe que brotaron de la tierra alrededor de una estación de tren ya abandonada.
Luego de pasar por la planicie totalmente blanca del Salar de Pocitos y la Recta de la Paciencia, que atraviesa la nada, se recorre el laberinto geológico de Los Colorados con sus cerritos rojos de punta redondeada. Más adelante el paisaje se abre en una nueva planicie, en este caso totalmente roja: el Desierto del Diablo (no hay que olvidar que ésta es una extensión del Desierto de Atacama), una de las cumbres de este viaje de ribetes interplanetarios, donde pareciera que el mundo circundante es un planeta rojo sin indicios de vida.
La excursión más insólita desde Tolar Grande es la que llega al Cono de Arita, una pirámide casi perfecta que se levanta inexplicablemente en medio de la planicie de un salar. En el camino hacia el cono, 86 kilómetros desde Tolar Grande, se atraviesa el Salar de Arizaro, cuyos 5500 km2 lo convierten en el tercero más grande del continente. A comienzos del siglo XX se creía que una pirámide tan perfecta sólo podría haber sido construida por el hombre: pero se trata de un pequeño volcán al que le faltó fuerza para estallar y por eso nunca tuvo cráter ni echó lava. Todo a su alrededor es sal negra sacada a la superficie por antiguas corrientes subterráneas de magma. Y de acuerdo con los restos arqueológicos encontrados en el cono, el lugar fue un centro ceremonial anterior a la llegada de los incas.
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