ISLANDIA. VISITA LITERARIA
El pequeño país ártico se convirtió en un gigante de la literatura policial gracias a una nueva generación de autores que muestran los costados menos dorados del extremo norte de Europa. Al mismo tiempo, dieron vida a un renovado interés literario y turístico por los confines de la gran isla y los lugares donde desarrollan sus intrigas.
En Islandia es fácil perderse: el interior de la isla es un inmenso desierto de glaciares, lava y volcanes. De hecho, en tiempos de los vikingos la mayor condena no era la muerte, sino el destierro a la región de Odadhahraun, en el centro del territorio insular. Algunas canciones de caballeros todavía mencionan este lugar como el más terrible de todos. A fin de cuentas, Islandia es un país ideal para los autores de novelas policiales, porque no hay lugar más cómodo para hacer desaparecer personajes y armar tramas que se vuelven cada vez más populares en todo el mundo. Esos autores se llaman Indridason, Máni, Thorarinsson, Sigurdardóttir, Simonarson, Stefansson: nombres que hacen pensar en un desembarco vikingo. Primero aprovecharon el auge de los policiales suecos en particular y nórdicos en general, con Henning Mankell y el comisario Wallander a la cabeza, pero con talento y gracias a la magia de su país encontraron luego un público propio.
En esta isla querida a Jorge Luis Borges, que roza el círculo polar, donde la noche dura un par de semanas enteras en invierno y cuya escasa población puede leer su linaje en libros de genealogía hasta el tiempo de los primeros noruegos llegados en el siglo X, la literatura es un asunto serio. Se dice que ya durante el medioevo, mientras en Europa prevalecían las tinieblas, los islandeses sabían todos leer y escribir. Uno de ellos, Halldór Laxness, ganó el Nobel de Literatura a mediados del siglo pasado y fue más celebrado que si hubiera triunfado en un campeonato deportivo o una elección política. Se lo solía ver delante de la casa donde vivió sus últimos años, en la localidad de Mosfell, un suburbio al norte de Reykjavik, hasta su muerte en 1998. Hoy día no se puede pasar por ahí sin que los islandeses sigan señalándola, con cierto orgullo.
CAPITAL NEGRA En Islandia no pasa nunca nada, según parece: hasta hizo falta una crisis financiera terminal, parecida a la argentina de 2002, para que el país apareciera en los noticieros globales. Sin embargo, cuando se leen las novelas policiales de sus narradores, Islandia se revela como un país de intrigas, desapariciones y rituales. El imán que concentra buena parte de las historias es por supuesto Reykjavik, la capital. Es una de las menos pobladas del mundo, con 120.000 habitantes, y la más septentrional: al mismo tiempo, es una ciudad de casas bajas, de calles donde el viento corre picadas, cuyo laguito con cisnes está cubierto de hielo buena parte del año y donde los bares se muestran como focos desbordantes de energía y calor, como pequeños volcanes.
¿Y el momento ideal para plantear una intriga policial? El invierno, sin duda. Los días más cortos del año, en diciembre, son tan cortos que una luz gris y tenue apenas ocupa el cielo por un par de horas. Nada que se pueda llamar “día”. En verano, en cambio, el sol tiene su revancha, desapareciendo en el horizonte apenas un par de horas, pero sin dejar de encender tierras y mares con su luz rojiza.
Arnaldur Indridason utiliza la ciudad como decorado para sus novelas. De algún modo es el líder de esta camada de autores; fue el primero en conseguir éxito internacional –hace unos diez años– y varias de sus novelas ya fueron traducidas a otros idiomas (castellano incluido) y hasta llevadas al cine. Su personaje recurrente es el inspector Erlendur, un nombre que quiere decir “extranjero” en islandés. Con él se puede recorrer esta ciudad cuya aparente tranquilidad se quiebra con historias a veces ramificadas en el pasado. En las novelas de Yrsa Sigurdardóttir también se recorren algunos lugares emblemáticos de Reykjavik: entre ellos la Universidad donde arranca su primera novela, El último ritual. En un edificio vecino funciona una institución que no se puede dejar de visitar: el Instituto Arni Magnusson, donde se pueden ver manuscritos e incunables de la época de las sagas. Es un viaje en el tiempo para regresar a las épocas en que los vikingos se habían transformado en agricultores y poetas, artífices del rescate escrito de la mitología escandinava. “Orð eru til alls fyrst”, como reza el lema en el instituto (todo empezó con palabras).
El Hotel Borg es otro lugar citado con frecuencia en las novelas. Es el hotel más elegante de la ciudad, un edificio art déco de 1939 que fue aggiornado para acompañar el sideral crecimiento económico de la isla en la década del ‘90. Durante muchos años tocaba allí cada fin de semana una de las bandas más populares de Islandia, Stjórnin. También tocó ahí el padre de la estrella pop Björk, con su conjunto de jazz.
Otro lugar por donde suelen pasar los personajes de las novelas negras islandesas es el Bæjarins Beztu Pylsur, en lengua común y corriente el “Mejor Pancho de la Ciudad”. El nombre lo dice: un kiosco de panchos que desde 1937 está en el mismo sitio, cerca de los muelles del puerto. Los turistas –entre ellos Bill Clinton– se acercan para comprobar si es cierto que allí se puede probar el “mejor pancho de Europa”.
ESPIRITUS EN EL DESIERTO Pero hay más para conocer en la capital islandesa, cuyo emblema es la Hallgrimskirkja, una iglesia de diseño futurista desde cuyo campanario se tiene el mejor panorama de Reykjavik. Los seguidores de Erlendur y su creador probablemente también se interesen en la sede de DeCODE Genetics, la empresa que tiene el código genético de casi todos los islandeses. Se trata de un caso único en el mundo. Gracias a sus genealogías registradas y compiladas en libros, los islandeses no sólo conocen sus antepasados, sino que saben qué enfermedades tenían y cuáles pueden ellos transmitir a sus hijos. En Las Marismas (Mýrin en islandés), Arnaldur Indridason toca este tema muy sensible en Islandia, que en otros países no se autorizó llevar a cabo. Es en esas páginas donde se hacen migas por primera vez con Erlendur, para enterarse de su desastrosa vida familiar y sentimental. La trama de la novela es una investigación sobre una muerte de un hombre que cometió crímenes en el pasado, y cuya enfermedad genética permitirá al policía rastrear a sus descendientes.
Otra pista que siguen la abogada Thora y su cliente alemán Mathew, los personajes de Yrsa Sigurdardóttir, son los rituales mágicos en una isla donde gran parte de la población afirma creer en elfos. Su investigación los lleva a Skálholt, sede de uno de los dos obispados islandeses durante la Edad Media: no llega a ser un pueblo, es sólo una iglesia con un par de construcciones a su alrededor. Pero es uno de los epicentros de la historia islandesa, el lugar donde en 1550 fue decapitado Jón Arason, el último obispo católico, junto con sus dos hijos. Fueron las únicas víctimas del cambio de credo en Islandia, impuesto por el rey de Dinamarca. El otro obispado es Hólar, en el norte. Ambos lugares fueron sedes de colegios importantes (en Skalholt está el primero fundado en Islandia).
Cerca de Skalholt se puede visitar el Triángulo de Oro, un circuito turístico compuesto por el parque nacional de Thingvellir (donde los vikingos se reunieron en la primera Asamblea democrática europea), las cataratas de Gulfoss y el gran Geysir, el chorro de agua que dio su nombre a este fenómeno natural. Se transita durante la visita el gran campo de lava que empieza apenas se pierden en el paisaje las últimas casas de Reykiavik. Es el bláfjöll, un lugar ideal para admirar auroras boreales en la noche invernal, o para esquiar a poca distancia de la ciudad. Un poco más lejos, luego de bajar por una falla en el campo de lava, se llega a Hveragerdhi, un alto en la ruta muy apreciado por los islandeses. En los grandes invernaderos crecen plantas exóticas y se cultivan bananos, mientras afuera ruge el viento polar y las temperaturas descienden a varios grados bajo cero.
El mismo encuentro del fuego y del hielo se puede experimentar en el Blue Lagoon, sin duda la mejor playa de Islandia... que es en realidad un lago de aguas cálidas contiguo a una planta geotérmica. Cuando hace mucho frío, los vapores son tan densos que apenas si se puede ver a sus vecinos de baño. ¿Un lugar ideal para una novela policial? Los autores tienen mejores maneras de perder a sus personajes. En ríos durante una salida de rafting, como Arni Thorarinsson en El tiempo de la bruja, o en Los desiertos interiores. Erlendur, él otra vez, es un asiduo lector de las crónicas medievales sobre gente perdida en el Odadhahraun, las hrakningasögur. La nieve y la niebla esconden los huesos de los que se perdieron y nunca volvieron, o de los que fueron desterrados como en los tiempos de las sagas. Sus almas persiguen a los que se animan a pasar por el Sprengisandur, una pista de caballos que cruza el centro de la isla entre los enormes glaciares Hofsjökull y Vatnajökull. Una canción, “A Sprendisandi”, recuerda que “hér á reiki er margur óhreinn andinn” (Allí hay muchos espíritus malos).
La historia y la geografía se combinan en Islandia, como en pocos otros lugares del mundo, para crear el marco ideal de una novela negra. Tal vez sea el secreto del éxito de los autores islandeses de hoy
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