Dom 01.04.2012
turismo

PATAGONIA. PROPUESTAS DE TREKKING

La Cordillera, a pata

A ambos lados de la Cordillera de los Andes, algunos de los trekkings más lindos y famosos de la Patagonia chilena y argentina permiten recorrer lagunas, ríos, comunidades mapuches, montañas de siluetas impactantes y parte de la exuberante selva valdiviana. Crónicas entre Chile y la Argentina para saber dónde poner el pie.

El Chaltén se levanta en la parte norte del Parque Nacional Los Glaciares, en el sudoeste de la provincia de Santa Cruz. Capital Nacional del Tre-kking, es meca de escaladores de todo el mundo y ofrece muchas y bellas sendas para conocer su bucólico entorno. La Laguna de los Tres, la más famosa de estas caminatas, lleva hasta el punto más cercano al monte Fitz Roy. Además es uno de los trekkings más populares porque pasa por los campamentos base de las expediciones que escalan el Chaltén.

La caminata comienza al final del pueblo, en uno de los senderos que anuncia el camino a la laguna Capri-Cerro Fitz Roy. Aquel día el clima acompañó y tuvimos un diáfano cielo azul. Al ser una caminata autoguiada (el sendero está bien marcado y es difícil perderse) se puede ir solo, aunque en el camino es habitual encontrar muchos caminantes. Durante la primera hora la pendiente es algo pronunciada pero el entorno vale el esfuerzo, a medida que el bosque de ñires se hace cada vez más tupido. A la hora y media (o dos según el estado) se llega al borde del campamento que anuncia la laguna Capri, buen lugar para parar, descansar y sacar fotos. Luego hay que seguir bordeando el río Blanco hacia un bosque de lengas. Después de recorrer un buen tramo se divisa el glaciar Piedras Blancas, un ventisquero entre montañas sobre la laguna homónima. Por allí está el campamento Poincenot y, luego de cruzar el río Blanco, el campamento base de igual nombre sólo para escaladores.

Para quienes sólo van a la Laguna de los Tres el camino sigue bordeando el río y unas cuantas lagunas. Aquí comienza la parte más difícil del trayecto, con una pendiente pronunciada y escarpada. Mientras nosotros subíamos nos cruzamos con gente que bajaba. Si bien estábamos cansados, sus caras de alegría nos alentaban a continuar: el paisaje al llegar tenía que ser prometedor. Y la recompensa no tardó en llegar. La Laguna de los Tres, que en verano brilla con un turquesa furioso, se ve congelada en otras épocas del año pero igual de hermosa e impactante, secundada por los cerros Fitz Roy, Poincenot y Torre. Y para los que se animan a un poco más, a unos metros está la Laguna Sucia, también turquesa e impresionante vista desde arriba. Luego de las fotos de rigor comenzamos a volver lentamente, divisando a lo lejos, se veían las lagunas Madre e Hija.

Con suerte y sin nubes, el Fitz Roy se descubre para las fotos.

CHILE, COMUNIDADES MAPUCHES Vivir la selva valdiviana es una gran experiencia para caminantes y amantes de la naturaleza. Este bosque templado del sur de Chile tiene una frondosa vegetación de avellanos, coihues, arrayanes y grandes helechos. Para apreciarlo hay un trekking por uno de los tramos del Sendero de Chile que atraviesa los Parques Nacionales Vicente Pérez Rosales y Puyehue.

Sesenta kilómetros separan Puerto Varas, en el lago Llanquihue, del Parque Nacional Pérez Rosales. Allí nos embarcamos por el lago de Todos los Santos, rodeado de los volcanes Osorno, Puntiagudo y Tronador. Pasado el faldeo del Osorno avistamos la Isla Margarita y navegamos una hora y media hasta Puerto El Callao. Ese día había llovido muchísimo y supe que el terreno sería difícil, barroso y resbaladizo: y acerté, porque en minutos me hundí en un pozo escondido bajo agua y tierra. Afortunadamente, un francés me dio la mano y salí de allí entre barro y risas. El bosque nos protegió de la lluvia, en una hora llegamos al río Sin Nombre y cruzamos dos puentes colgantes sobre sus turbias y furiosas aguas. Aquel primer día caminamos diez kilómetros en cuatro horas y media. Una vez en el Refugio Dos Cóndor (sin “es”), de Rudi Yefi y familia, invadimos la cocina a leña con medias, botas y abrigos mojados.

El camino al Cajón del Azul es un paseo bordeando el prístino río Azul.

En el prolijo refugio de madera que Rudi levantó con sus propias manos cenamos sopa de verduras con tibio pan casero y pebre (infaltable salsa chilena con ají, cebolla, tomate, cilantro y limón), cordero con papas, arroz y ensalada. Pero lo mejor fue la sobremesa con los anfitriones, su historia y vivencias en un entorno tan aislado.

El segundo día partimos, con una fuerte helada, a las Termas del Callao, a dos horas de distancia. El clima permitió gozar la selva valdiviana, con inmensos troncos de mañíos, delicadas orquídeas, lianas trepadoras y helechos. Pero en las termas el tiempo se descompuso y continuamos a la laguna Los Quetros con lluvia y granizo. Luego pasamos por corredores de lava formados en erupciones volcánicas millones de años atrás, hasta que en un alto en Los Quetros devoramos la vianda en medio de un paisaje nostálgico e invernal.

La parada fue breve, para no enfriarnos y seguir tres horas más hasta Las Gaviotas, en el lago Rupanco. Esta pequeña y aislada comunidad estaba llena de gaviotas hasta que desaparecieron con el terremoto de 1960. Para llegar hay que hacer 120 kilómetros de Osorno a Puerto El Poncho y desde allí navegar una hora en barcaza o caminar 18 kilómetros. Allí nos recibió una guía de montaña contando que, de niña, como la comuna sólo tiene escuela primaria iba a un internado en Osorno y volvía los fines de semana. Pero los lunes, al volver al colegio, salía a las cuatro de la mañana y navegaba el lago para tomar el bus y llegar en horario... Hoy Las Gaviotas vive del campo y del turismo rural; se puede pescar, cabalgar, caminar o ir a termas. La etapa final era al centro de esquí Antillanca, en el Parque Nacional Puyehue, pero había tanta nieve que fuimos en bus y llegamos a un atípico Antillanca nevado en pleno noviembre.

Finalmente, el último día pasamos por los lagos Toro y Paraíso para llegar a la comunidad Las Parras Calfuco. En el tramo final a Las Parras cruzamos varios puentes y fuimos paralelos al río Peligroso, que baja con fuerza entre rápidos y saltos. Desde Las Parras fuimos a la comunidad Mawidan, que nos recibió a la hora de la “once”, comida que en Chile se sirve entre las 16 y las 20 a modo de merienda, pero que a veces reemplaza la cena. Un buen fin de viaje que, pese al clima, nos brindó la belleza de la selva y la riqueza de la cultura mapuche.

En los trekkings, muchos ríos deben cruzarse en estas pasarelas de madera y alambre.

TORRES DEL PAINE Torres del Paine es uno de los parques más grandes e importantes de Chile, muy visitado por turistas extranjeros, en especial europeos amantes de la montaña y el trekking. El parque alberga muchos entornos naturales: grandes macizos como el cerro Paine de 3050 metros, las Torres y los Cuernos del Paine, valles, ríos, lagos como el Grey, el Pehoé, el Nordenskjöld y el Sarmiento, y glaciares como el Grey, el Pingo, el Tyndall y el Geikie, pertenecientes al Campo de Hielo Patagónico Sur. Las Torres del Paine que dan nombre al parque son gigantescos monolitos de granito que con el transcurso del tiempo sufrieron erosiones glaciarias, fluviales y eólicas: de las tres que conforman el macizo, la sur es la más alta y alcanza los 2850 metros.

La W de las Torres es un famoso circuito que lleva por los tres valles más importantes de la reserva: el Valle de las Torres, el Valle del Francés (Cuernos del Paine y Paine Grande) y el Valle del Glaciar Grey. Sin dudas es uno de los trekkings más célebres entre cerros, lagos, glaciares y bosques de nothofagus. Comenzamos por la Base de Las Torres, el tramo más conocido y transitado. Se sale hacia el Valle del Río Ascensio y luego hay que elegir entre seguir a la base de Las Torres o ir a Los Cuernos. Para ir a Las Torres el sendero tiene mucha inclinación y luego va descendiendo hasta llegar al valle. De allí se atraviesa un bosque repleto de lengas con menor inclinación y se ven varias vertientes, hasta que la pendiente vuelve a ser más escarpada. El sendero se desdibuja entre el terreno rocoso y al llegar a los 700 metros se ven las Torres y los cerros Peineta y Nido de Cóndores.

El siguiente sector es el Valle del Francés, tramo que se hace en dos días y es más fácil por ser más ondulado. De yapa, es probable que se vean cóndores, los gigantes alados de los Andes. El sendero de esta segunda etapa es muy bello y transcurre junto al lago Nordenskjöld con unos paisajes impresionantes. Antes de llegar al campamento Los Cuernos (donde pasamos la primera noche) hay un tramo complicado para ir en zig zag. Al otro día, antes de llegar al campamento Italiano hay otro tramo en zig zag y cuando pasamos el refugio Italiano seguimos descendiendo para bordear el Lago Skottberg. Otra opción, si hay tiempo y energías, es desviarse 6500 metros hasta el campamento Británico para avistar el Valle del Francés. Por último, el tercer sector es el espectacular Valle del Glaciar Grey, el día más ansiado de la travesía y que no presenta grandes dificultades. En la marcha bordeamos parte del lago Grey hasta alcanzar al mirador; luego una importante bajada nos llevó al bosque y el campamento Grey, donde celebramos el haber cumplido la W.

La exuberante selva valdiviana en todo su esplendor.

ARGENTINA, REFUGIOS DE EL BOLSON Los cerros que rodean El Bolsón –120 kilómetros al sur de Bariloche en la provincia de Río Negro– albergan idílicos paisajes y cabañas en plena cordillera. Estas cabañas, que conservan el encanto de los refugios de montaña, se conectan entre sí por diversas sendas: las más conocidas son el Cajón del Azul y el Piltriquitrón, pero también están Hielo Azul, Motoco, Encanto Blanco, Dedo Gordo y El Retamal, entre otras. Una linda travesía une el Dedo Gordo y el Retamal bajando por el Cajón del Azul. El cerro Dedo Gordo mide 2085 metros y debe su nombre a la forma de pulgar de la cumbre. Su refugio está a 1370 metros y, si bien es el más cercano, su desnivel (en siete kilómetros asciende 1000 metros) retrasa la marcha y lleva unas cuatro horas y media.

Partimos temprano de El Bolsón a Mallín Ahogado e hicimos 15 kilómetros hasta Warton, último punto accesible con auto. Calzamos las mochilas y bajamos al cristalino río Azul y la confluencia con el Blanco. Cruzamos una pasarela de madera y alambre, intimidante para quienes vienen por primera vez pero que es parte de la aventura. Pasamos unas tranqueras hasta que vimos la subida a un bosque de radales con las primeras marcas rojas que señalaban el camino. Luego apareció un bosque de coihues, vadeamos un arroyo con playita y una cascada y al otro lado había una pronunciada subida. Comenzó a llover, pero el bosque tupido nos protegió en la parte más difícil y empinada, donde conviene dar pasos cortos y tener un ritmo constante. Al final había una bifurcación, seguimos por la izquierda y cuando volvimos a ver el arroyo encontramos el refugio en lo alto de una lomada. Al empujar la pesada puerta de madera descubrimos a una pareja tomando cerveza: “Ya no esperábamos a nadie”, exclamaron con sorpresa. Eran el refugiero y una amiga. Y mientras nos calentábamos en la cocina a leña, de pronto la puerta se abrió y llegó otra pareja más. La velada pasó comiendo pizza y contando cuentos de terror a la luz de las velas.

Caminantes de todo el mundo llegan al Paine a recorrer la W.

A la mañana siguiente evaluamos si seguir o volver, ya que amenazaba lluvia y nieve. Cuando se despejó el refugiero avisó a su colega del Retamal que íbamos en camino y nos dijo que serían cuatro horas. Subimos por un lengal, remontamos un arroyo y llegamos a una veranada con una lengua de hielo derritiéndose. Continuamos hasta un gran plateau con la vista del Dedo Gordo y pintorescos carteles indicadores, pero el viento era fuerte y frío de modo que iniciamos un descenso hundiendo los pies en 1000 metros de piedritas sueltas. Continuamos bajando entre lengas y un sinfín de cañas coligüe, donde era difícil seguir las marcas. Al pasar el cañaveral cruzamos un arroyo y en otro bosque vimos las marcas amarillas al Retamal.

La cabaña está a 700 metros, en el faldeo del Dedo Gordo y frente al cerro Hielo Azul, está rodeada por un bosque de coihues. La construcción tiene el confort de un hogar, y allí vive todo el año el refugiero: alegre de vernos, nos confió que se había preocupado por nuestra demora. Muertos de hambre y cansancio, comimos y descansamos dos horas. Daban ganas de quedarse y visitar los alrededores pero había que seguir. En 40 minutos llegamos al Cajón del Azul, el refugio más conocido, donde el río Azul se encajona espectacularmente. Y de allí partimos, nuevamente en marcha pero esta vez de regreso al Bolsón

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