RIO NEGRO. COLORES DE AVENTURA EN BARILOCHE
Aventurarse en un catamarán, dejarse llevar por el viento en un velero y remarla en kayak. Tres alternativas para aprovechar el otoño patagónico aguas adentro, rodeado de magníficos paisajes y conociendo a los barilochenses que, de la mano del agua, se animan a otra vida.
¿Qué sería de Bariloche sin la inmensa belleza de sus cristalinos lagos? ¿Qué sería sin la magnética presencia del gigante Nahuel Huapi, cuyo horizonte infinito hizo dudar a los antiguos pobladores de sus verdaderas dimensiones? ¿O sin el pacífico Gutiérrez, más pequeño pero no menos bello, que emerge puro entre los cerros y se deja ver desde la mítica RN40?
La Asociación de Turismo Activo de la Patagonia (ATAP), que desde hace tres años viene organizando la Semana de la Aventura, propone una serie de actividades para todo el año. Así TurismoI12 se embarcó en un catamarán, alzó velas y remó en kayak. “Explorar, sentir, disfrutar, esa es la clave para todo el que quiera acercarse”, dicen desde ATAP. Pasen, lean y naveguen.
LA TRISTEZA TIENE UN FIN Nicolás de la Cruz es un montañista de raza. Empezó a escalar a los 14 años y a los 20 hizo su primera expedición al Chaltén. Poco después escaló el Aconcagua y se formó como guía de montaña, profesión que ejerció durante dos décadas. En 1993 se fue a remontar el Himalaya como integrante de una expedición íntegramente argentina, y trepó hasta los 8012 metros de la cumbre del monte Shisha Pangma. Mientras tanto, trabajaba como concesionario del refugio Frey en Cerro Catedral. De la Cruz fue uno de los organizadores de la formación de guías de Alta Montaña con certificación Internacional; también escaló los Alpes en varias oportunidades y asegura que el esquí es una de sus actividades preferidas.
Sin embargo, hoy ya no encontramos a este amante del vértigo en medio de aquellas cumbres borrascosas, sino que el hombre bajó a la tierra y resulta que en estos tiempos cambió de aires: ahora prefiere la brisa del lago a la tempestad de la montaña. A Nicolás se lo ve muy feliz, como pez en el agua, a bordo del Kaiken Patagonia, el confortable catamarán con el que realiza la “Exploración Brazo Tristeza”, una novedosa excursión a través de este apéndice del Nahuel Huapi que viene realizando desde el verano de 2011.
“El Brazo Tristeza es un fiordo de origen glaciario que prácticamente no tiene playas. Las montañas se precipitan a pique dentro del lago”, explica Nicolás, atento observador de la naturaleza indómita de estos parajes. Luego de navegar por una hora bordeando una costa escarpada, desembarcamos en un gomón que se estaciona en la orilla de un bosque. Caminamos entonces un rato a la vera del arroyo Frei, que debe su nombre al ingeniero Emilio Frei: fue quien desde 1895 integró la comisión de límites encabezada por el Perito Francisco Moreno, y también el primer intendente del Parque Nacional Nahuel Huapi, el primero del país.
De a poco, entre los sonidos del bosque y el murmullo del arroyo, un oído atento puede sentir el correr de otras aguas. Estamos cerca, cerca de uno de los secretos mejor guardados de Bariloche, que de pronto se revela frente a un grupo de ojos curiosos y extasiados que no pueden creer tamaña belleza: la imponente cascada del Arroyo Frei, un torrente de aguas que aparece en un claro, en medio de la mata de árboles de la selva valdiviana por la que transitamos. Las aguas bajan raudas y furiosas, dejando a las piedras de granito como un terreno jabonoso donde se dificulta hacer pie. “Es un lugar de increíble belleza”, define Nicolás, como si fuera la primera vez que pisa este lugar, del que parece no cansarse. “Es un típico bosque subantártico que se va convirtiendo, poco a poco, en una selva valdiviana”, explica el guía. Aquí habitan longevos alerces y grandes coihues, además de otras raras especies propias de este tipo de bosque, como el maniú, o una gran variedad de hongos que se pueden apreciar especialmente en esta época otoñal. En este paraje se puede observar el ágil planear del cóndor y otras aves como el hualas, el martín pescador, el chucao, el huet huet o la paloma araucana.
A la vuelta, entre una exquisita picada de ahumados, divisamos en una colina una llamativa cruz blanca. Es el cerro Centinela, donde descansan los restos del Perito Moreno, quien pidió ser enterrado en este lugar inhóspito por donde transitó tanto tiempo.
ORGULLO DEL VELERO Dejarse llevar por el viento parece fácil, pero no lo es. Es ardua la tarea de capitanear un velero. Viajar como tripulante tampoco resulta de lo más confortable, pero aun así es fascinante internarse en las frías aguas del Nahuel Huapi a merced del viento. Los aventureros de alma lo disfrutarán, y aquellos que nunca se dejaron seducir por las embarcaciones a vela deberían experimentar una tarde a bordo de El Orgulloso.
Carolina Sohuilar es de Buenos Aires, pero hace menos de un año fijó su residencia aquí. “¡Yo llegué a Bariloche en julio! Sí, cuando todos se iban por el volcán, yo llegaba con la convicción de que, a pesar de todo, era mi lugar!”, cuenta orgullosa como su velero. Carolina, que renunció a un trabajo de trece años en una importante multinacional sin un ápice de arrepentimiento, llegó cuando todo el mundo huía de las cenizas del volcán Puyehue. “En octubre compré el velero con las habilitaciones de Parques y Prefectura. Como no tenía experiencia en navegación lo contraté a Pablo, el antiguo capitán, que ahora está en Brasil trabajando con otro velero. El nuevo capitán se llama Mario, y yo acompaño en cada una de las salidas”, explica Carolina, quien además de acompañar trabaja duro levando velas y timoneando.
Partimos en un mediodía soleado de Puerto Petunia, con la proa hacia la Península San Pedro, para anclar y hacer un alto con té y scones en la solitaria bahía, un lugar que durante el verano resulta ideal para zambullirse. El viaje continúa a “lago abierto”, rodeando la isla Huemul, pasando frente a la isla de las Gallinas y la Playa Bonita. Desde ahí se aprecian los cerros que, junto a estos lagos, hacen de Bariloche una de las ciudades más bonitas de la Patagonia: el cerro López, el Catedral, el Campanario y el Tronador se erigen imponentes. En el retorno reingresamos al brazo Campanario rumbo al muelle de Puerto Petunia. “Además de navegar y disfrutar el paisaje natural, los pasajeros podrán tener la experiencia de timonear el velero”, asegura Carolina. Tal como lo hace Susanne, quien navega desde niña las aguas de los ríos y lagos de su Virginia natal, en Estados Unidos, y se entusiasma al tomar el timón del velero en pleno lago Nahuel Huapi.
A REMARLA Pablo es marplatense pero hace una década eligió Bariloche como su lugar en el mundo. Si en Mar del Plata surfeaba las olas del Atlántico en el kayak, aquí al parecer se toma las cosas con más calma. Remar en el lago Gutiérrez o en el Nahuel Huapi es, definitivamente, mucho más sosegado que desafiar las bravías aguas marplatenses.
El kayak se presta para hacer en soledad, en familia o en grupos de amigos. Los niños a partir de los ocho años ya son aptos para subirse y remar. Cuadrante Sur, además de realizar travesías, funciona como una escuela y tanto los más chicos como los principiantes van acompañados de un instructor durante las remadas. Yanina es una de ellas: nacida y criada en Bariloche, amante de la aventura y la vida al aire libre, trabaja junto con Pablo en este emprendimiento que tiene su base en el camping de Villa Los Cohiues.
La travesía, en este caso, fue por la tarde. Luego de una breve introducción, en la que los instructores brindan una charla técnica necesaria para aprender a manejar los remos, partimos con viento a favor. Luego de una hora de remo, nos detuvimos a descansar en la playa, con amargos y facturas frescas de por medio, para retornar poco antes del atardecer.
Cuadrante Sur ofrece varias alternativas de paseos. Hay remadas de medio día como la que va hasta las islas Gallinas y Huemul, excursiones de una jornada completa por el lago Mascardi o hasta la isla Victoria, y hasta travesías de dos días, partiendo de Bahía López hacia el Brazo Tristeza y acampando en la playa ubicada en la de-sembocadura de la laguna Frey, para realizar un minitrekking al lago Frey y regresar, cansados pero satisfechos, al día siguiente
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