Dom 06.05.2012
turismo

MEXICO. PASEO DE LA REFORMA

Latido de la ciudad

El Paseo de la Reforma se interna en las encrucijadas del tiempo y se abre paso en el corazón de la gran Ciudad de México. La histórica avenida late con el tránsito diario y con las huellas que le dejaron los años. Desde El Caballito hasta el Castillo de Chapultepec, su trazado original, y de 1864 hasta la actualidad, el encantador paseo revela secretos que suelen pasar inadvertidos, incluso para sus más asiduos transeúntes.

› Por Jessica Garbarino

Más de tres kilómetros de pastizal y lodo separaban la residencia del emperador Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota –ubicada en la cima del cerro del Chapulín– de los límites de la Ciudad de México. El carruaje imperial tenía serias dificultades para llegar cada día al Palacio Nacional, donde despachaba el gobernante. La necesidad de una vía transitable durante todo el año y la moda francesa de construir caminos tan amplios como elegantes motivó el primer trazado del actual Paseo de la Reforma en 1864.

El camino que el emperador Maximiliano mandó trazar para unir el Castillo de Chapultepec con el Paseo de Bucareli se llamó oficialmente Nueva Calzada de Chapultepec. Sin embargo, la gente prefería referirse a la arteria –que era para uso exclusivo de los mandatarios– como Paseo del Emperador o Paseo de la Emperatriz, en honor a Carlota. Pero aún no se había terminado de construir la calzada cuando Maximiliano fue derrocado y fusilado en Querétaro, el 19 de junio de 1867. Con Benito Juárez en el poder, el camino recibió el nuevo nombre de Paseo del Degollado y dejó de ser un lugar reservado a la aristocracia para permanecer abierto al público.

Por fin, en 1872 el presidente Sebastián Lerdo de Tejada bautizó la arteria por decreto con el definitivo Paseo de la Reforma, para celebrar las leyes promulgadas por su antecesor, Benito Juárez. Sin embargo, más tarde el ingenio popular también hizo su aporte a la variada nomenclatura del Paseo de la Reforma. Durante los trabajos de remodelación general de 1948, el gobierno de la ciudad decidió decorar el camellón central con nopales, cactus y visnagas del jardín botánico, con el objetivo de darle un “toque mexicano”. De modo que Reforma se ganó durante un tiempo el apodo de Paseo de la Nopalera... hasta que regresaron las flores que aún hoy lo embellecen.

El Paseo de la Reforma tiene hoy, en total, 33 kilómetros de largo. A medida que la ciudad creció, la arteria se extendió hacia el noreste, hasta entroncar con las calzadas de Guadalupe y de los Misterios. Mientras, hacia el oeste, los urbanistas situaron con buen tino la más importante zona cultural de Ciudad de México, donde se concentran los museos de Arte Moderno, de Arte Contemporáneo, de Antropología y Nacional de Historia (dentro del Castillo de Chapultepec), además del Zoológico, el Centro Cultural Casa del Lago, el Centro de Convivencia Infantil y el Auditorio Nacional. Así, en esa dirección, el paseo se prolonga hacia Polanco, Bosques de las Lomas, Santa Fe... hasta conectarse con la carretera a Toluca, capital del estado de México.

A CABALLO DE LA HISTORIA “El caballito”, como llamaban los mexicanos a la estatua del rey Carlos IV sobre su corcel (hoy frente al Museo Nacional de Arte), ya no marca el inicio del paseo que ideó el emperador, ni el margen de la pequeña ciudad de apenas 200.000 habitantes. Sin embargo, las modernas crines de acero diseñadas por el escultor chihuahuense Sebastián, con su esmalte amarillo intenso y sus 28 metros de altura, le hacen un guiño a la historia y conservan el matiz ecuestre de la referencia geográfica.

Aunque la idea original de construir un paseo fue de Maximiliano, el emperador no vio concluida la obra y fueron los gobiernos sucesivos los encargados de darle su fisonomía, de acuerdo con sus aspiraciones e ideales. Las glorietas que lo adornan, las estatuas de los héroes que la flanquean, los camellones y los edificios que fueron poblando sus orillas experimentaron con el paso de los años innumerables cambios, idas y vueltas, destierros y repatriaciones. Sin embargo, algunos hitos se obstinaron en permanecer.

El Monumento a la Revolución acaba de recibir una dramática restauración.

UNA PALMA Y UN ANGEL Cuando el transeúnte avanza en su camino hacia el Castillo de Chapultepec desde “El caballito” y fija su atención, por azar, en la solitaria palma de 20 metros de altura que reina en la glorieta del cruce entre las avenidas Río Rhin y Niza, se encuentra quizá frente al más obstinado de los hitos que pueblan el Paseo de la Reforma. La phoenix canariensis llegó a su sitio actual desde las islas Canarias hace más de ochenta años. Aunque su mayor peculiaridad es la de ser parte del diseño original de 1864, encargado al ingeniero Luis Bollard, además de haber sobrevivido a las múltiples iniciativas de reemplazarla por una estatua.

Unas cuadras más adelante, en la siguiente glorieta, un símbolo fundamental para la ciudad: la diosa griega Nike, bañada en oro, con sus alas, sus laureles y sus cadenas rotas, celebra sobre un alto pedestal desde 1910 la victoria independentista.

Justo enfrente al Angel de la Independencia, en la recepción del edificio del banco HSBC, el mural de aires desarrollistas El crédito transforma a México, pintado por Juan O’Gorman en 1964, cambió de casa hace seis años, luego de un traslado que movió sus 10 toneladas a lo largo de un kilómetro, desde su anterior ubicación frente a la glorieta de Cuauhtémoc, también sobre Reforma.

DE AYER Y DE HOY La casa marcada con el número 365 no puede menos que llamar la atención del transeúnte, en un contexto de torres cada vez más altas, cada vez más espejadas, cada vez más modernas. Uno de los ya escasísimos ejemplares del estilo que marcó la presidencia de Porfirio Díaz, la residencia de la familia Cusi, se terminó de construir en 1916 y fue reciclada para funcionar como sede del banco Bx+.

Unos metros más adelante se levanta La flechadora de la estrella del norte, como la bautizó su escultor, Juan Fernando Olaguíbel, si bien la gente prefiere referirse a ella como la Fuente de la Diana Cazadora. Aunque parezca estática, apuntando su saeta a los rascacielos que la rodean, es uno de los hitos que más ha viajado antes de instalarse en su actual ubicación, en la intersección de las avenidas Río Mississippi y Sevilla. Incluso algunos aseguran que la escultura original, develada en 1942, se encuentra en Ixmiquilpan, estado de Hidalgo, mientras la de Reforma es una copia. Y aunque luzca con naturalidad su desnudez, durante años llevó faldón para aquietar los ánimos más puritanos.

Con una vista privilegiada de la enorme fuente, el edificio de Aeroméxico es un testigo del fervor con que se preparó la ciudad para los Juegos Olímpicos de 1968. Por entonces se realizó una renovación del Paseo de la Reforma; fue cuando la torre con el número 445 estaba destinada a ser sede del Comité Olímpico.

Pero en las rutas que marca el tiempo, la Torre Mayor se construyó con la mirada puesta en el futuro. El edificio inteligente más alto de Latinoamérica, con sus 52 pisos y su diseño de avanzada, pronto será desbancado por uno más alto aún que se construye justo enfrente. Allí también se inauguró hace pocos meses un polémico y tardío monumento dedicado a festejar el Bicentenario de la Independencia mexicana, que se celebró en septiembre de 2010: la Estela de Luz.

Por fin, la poderosa Puerta de los Leones es una entrada galante que conduce al Bosque de Chapultepec, donde se encuentra el versátil Castillo de Chapultepec, que fuera hogar del emperador Maximiliano y su esposa Carlota, Colegio Militar, Observatorio Astronómico, residencia de varios presidentes y hoy funciona como Museo Nacional de Historia. Los balcones del castillo, en la cima del cerro del Chapulín, son un buen lugar para mirar a lo lejos, desde lo alto, en el principio de este derrotero por el tiempo y el espacio.

Informe: Julián Varsavsky

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