CUBA. CAYO COCO, CORALES DEL PARAíSO
Kilómetros de playas doradas y solitarios hoteles all inclusive, ininterrumpidamente. A escasas millas del continente, Cuba ofrece su ruta turística más hedonista: mojitos gratis, snorkel o buceo en la segunda barrera coralina más grande del mundo, un mar onírico y clases de salsa al atardecer. La isla, más allá del cliché de los habanos y los autos viejos.
› Por Emiliano Guido
Silvio, el barman número dos a nivel mundial, acaba de dejar con la boca abierta a tres señoras canadienses de pálida tez. En sus manos acaba de ocurrir un pequeño milagro: una copa de Ron Collins giró medio círculo en el aire sin derramar una sola gota, y luego un par de cubos de hielo cayeron sutilmente en el vaso tras haber sido arrojados, a ojos vista de las sexagenarias del Norte, con un total desparpajo. Es viernes por la noche en el lobby de un hotel cuatro estrellas de Cayo Coco, una pequeña isla cubana unida al estado de Ciego de Avila por una ruta terrestre, y la barra de Silvio sigue encendida de gente y tragos por más que haya empezado en el anfiteatro central la ya anunciada competencia para elegir a Macho Coco 2012. Por momentos, elegir qué restaurante, bar o show privilegiar cuando se superponen sus funciones es la única contrariedad que puede tener ser parte de los paquetes turísticos all inclusive que el gobierno cubano está impulsando para promocionar su cadena de cayos, conocidos como “Jardines del Rey”.
MOSCU, BLOQUEO Y MOJITOS Mientras existía el gobierno soviético y Cuba, en consecuencia, gozaba de cierta protección comercial para planificar su economía, los cayos de la mayor de las Antillas no figuraban en la planilla de ningún plan quinquenal castrista. En esos pequeños islotes sólo había lugar para el engorde de ganado, la producción de carbón vegetal y para que los flamencos rosados de Cayo Coco, por ejemplo, pudieran vivir sin estrés alguno chapoteando a sus anchas en las pequeñas y flacas lagunas rodeadas de cocoteros y manglares.
Pero cuando la Unión Soviética se apagó y Cuba tuvo que reinventar su economía, automáticamente se prendió la luz de la industria turística. De esa manera llegaron los acuerdos entre La Habana y países como Canadá y España para la construcción de hoteles en las zonas de los cayos y en la ya conocida Varadero. Esa sociedad es fifty-fifty: Cuba aporta la mano de obra y los servicios; los socios, el capital y las inversiones. Las ganancias se reparten en partes iguales, claro está. Y la política dio sus frutos: actualmente llegan a Cuba, según estadísticas oficiales, más de un millón y medio de visitantes extranjeros cada año, mientras en 1986 la isla sólo recibía 200.000 turistas por temporada.
Por lo tanto, en tren de dibujar un ejemplo, la postal de un señor francés luciendo en Cayo Coco una camisa floreada y la piel arrebatada por el sol caribeño, mientras habla un castellano opaco, quizá no sea atractiva para una argentina en busca de un amor de verano: pero para el gobierno cubano representa, en cambio, el testimonio vivo de que su principal fuente de divisas sigue en pie.
EXCURSIONES, BUCEO, CAMINATAS Veranear en los cayos cubanos implica hacer vida de hotel. En Cayo Coco –el islote más grande de Cuba, con 22 kilómetros de playas de arena dorada y agua turquesa– sólo hay lugar para empresas de primer nivel, que ofrecen paquetes all inclusive: esto implica todas las comidas incluidas, al igual que algunos paseos de mar no motorizados, y todo el ron que el turista desee tomar sin necesidad de desembolsar un solo peso cubano convertible (a no ser que decida desprenderse de algún CUC, la denominación de la moneda oficial para el turismo, ya sea por cortesía con el trabajador o para acelerar la llegada de un mojito de ron, menta y azúcar, un clásico de la barra cubana). Dos motivos que hacen razonable, según comprobó TurismoI12, dejar propina. Recapitulando, veranear en Cayo Coco es hacer vida de hotel, pero a lo grande.
En general, las cadenas hoteleras con el servicio all inclusive en Cuba –ya sean canadienses, españolas o con más participación estatal– ofrecen lo mismo: habitaciones confortables pero no ostentosas, una multipiscina a metros del lobby graduada a diferentes volúmenes de profundidad para que todos puedan disfrutarla, muchas barras de tragos y restaurantes (al mediodía conviene ir siempre al ranchón que está pegado a la costa, porque ofrece un menú parrillero) y, por supuesto, la posibilidad de caminar dos pasos y zambullirse en el idílico mar Caribe. Ahora bien, hay una especie de bonus track que vale la pena tener en cuenta. Algunas firmas como Meliá ofrecen a sus huéspedes la posibilidad de pasar el día en alguno de los otros hoteles de los que la compañía dispone en Cayo Coco. Generalmente, si bien todos los resorts son similares, algunos poseen mejores servicios en la playa o se destacan por el buffet del mediodía, o simplemente porque cuentan con la profesora de salsa más atractiva y simpática. En todo caso, quien desee hacer esa especie de cata hotelera debe pedir en recepción una muñequera identificadora para ingresar, libremente, en los otros establecimientos y subirse al colectivo doble piso rojo destinado para que los turistas recorran Cayo Coco y el contiguo Cayo Guillermo, por sólo cinco pesos convertibles (un euro equivale a 1.25 CUC) como precio unificado.
Por otro lado, el programa de excursiones posibles tiene un atractivo especial, porque Jardines del Rey está a un paso de la segunda barrera coralina más importante del mundo, con 400 kilómetros de extensión. En ese sentido, hay dos maneras de sumergirse y nadar entre estrellas de mar, peces de colores encendidos y corales rocosos: contratar una sesión de buceo –generalmente, implica cumplir con más requisitos previos de entrenamiento y salud, además de pagar una mayor tarifa– o sumarse a una propuesta tentadora que, a cambio de 90 CUC, ofrece un paseo en catamarán con langostas como menú especial al mediodía, snorkel (máscara, patas de rana y tubo para respirar) en determinados puntos clave, y unas horas de relax y tiempo libre en alguna isla desierta.
A la vuelta, claro, va a estar Silvio –que acaba de ganar en España la Medalla de Plata del Campeonato Mundial de Barmen– esperando al turista con alguna anécdota sabrosa. Y, de más está decirlo, ofreciendo el mejor mojito de Cuba como aperitivo para la cena.
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