Domingo, 13 de mayo de 2012 | Hoy
FORMOSA. EL BAñADO LA ESTRELLA, TIERRA DEL JABIRú
Unas 400.000 hectáreas forman el Bañado La Estrella, en el noroeste de Formosa. Se trata de una asombrosa reserva natural donde viven numerosas especies animales: por tierra y por agua, las excursiones de ecoturismo permiten observar una increíble cantidad de aves en pocas horas, además de boas, yacarés, carpinchos y la emblemática cigüeña jabirú.
Por Julián Varsavsky
El Bañado La Estrella, un humedal que supera las 400.000 hectáreas, es el tercero en importancia de Sudamérica después del Pantanal de Brasil y los Esteros del Iberá. Nutrido por los desbordes de la cuenca alta del Pilcomayo, es un oasis húmedo dentro del típico paisaje del Chaco semiárido: es todo lo que necesita para lograr una increíble belleza escénica en un lugar inesperado, porque aquí se congregan innumerables aves acuáticas.
Es además una tierra de profundas raíces. Recuerdo que en el viaje en micro desde la ciudad de Formosa a Las Lomitas escuché, por primera vez en una década de andar recorriendo el país, a dos personas que hablaban en un idioma autóctono: el pilagá. Pero en tierra formoseña varios miles de personas hablan también en otros dos idiomas, el wichí y el toba. Y aunque Las Lomitas haya alcanzado cierta notoriedad como lugar de confinamiento de Carlos Menem durante la dictadura, a este pueblo se viene sobre todo para ver aves, miles de aves, de decenas de especies diferentes.
Bien se podría decir que el fotógrafo que tomó algunas de las imágenes de esta nota pasó semanas enteras apostado con poderosos objetivos en medio de los pastizales... sin embargo, en Bañado La Estrella la realidad es otra (y no menos sino más atractiva): los animales abundan y es posible acercarse hasta colocar la lente a medio metro de las fauces de un yacaré. Un desafío para cualquier amante de la fotografía y de la fauna.
HACIA EL BAÑADO La propuesta de excursión consiste en partir en una Land Rover Defender para hacer una travesía que incluye el Parque Nacional Río Pilcomayo, el Bañado La Estrella y la Reserva Natural Formosa. Se puede partir de Formosa capital o de Laguna Blanca, a 60 kilómetros de Clorinda, y volver a Formosa o a Clorinda (depende de cómo llegue cada viajero, se va en avión, micro o su auto particular). Si bien cada lugar se puede recorrer por separado, lo ideal, naturalmente, es completar la travesía con los tres.
Desde nuestro último viaje a la región, la ruta de ripio –que es a su vez un dique construido para detener el avance del humedal– fue asfaltada, y se cruza sobre el bañado con un puente carretero que da una muy buena panorámica de la inmensidad de los champales (la nueva ruta permite así llegar en apenas 20 minutos si se parte de Las Lomitas). Los champales en cuestión, palabra que no tardará en escuchar el recién llegado, son el rasgo más sobresaliente del llano paisaje del humedal, originado por los desbordes del río Pilcomayo sobre los bosques del Chaco seco, cuyos árboles fueron ahogados por las aguas. A pesar de ello, los quebrachos colorados, los palosantos y los algarrobos quedaron de pie, con sus copas sin hojas recortándose en el cielo del atardecer y duplicadas en los espejos de agua. Lo más curioso es que la naturaleza no detuvo su acción: muchos de estos esqueletos de árboles fueron invadidos por plantas trepadoras que los envolvieron en su totalidad y les dieron tanto volumen que desde lejos dan la impresión de estar cubiertos por un manto verde. Como un fantasma. Porque “champal” es, justamente, la palabra que en lengua pilagá nombra a los fantasmas.
Por otra parte, bastan diez minutos de avanzar por la ruta, con el humedal a ambos lados, para observar decenas de aves. Y entre todas ellas no puede sino sobresalir la llamativa silueta del jabirú, una cigüeña que mide hasta 1,40 metro y tiene la cabeza negra, con un vistoso collar rojo y el cuerpo blanco. Típica del Chaco americano, se la ve de a cientos en el bañado, muchas veces parada en lo alto de un champal.
Una vez llegados, navegamos también hacia otra parte del humedal, que sigue siendo por camino de tierra: por eso, quien quiera hacer este recorrido debe contar con un vehículo 4x4. Esta otra parte queda unos 70 kilómetros al noroeste de Las Lomitas, y no pasa de ser un caserío habitado por criollos ganaderos, típicos de la zona. Entre ellos Carlos Maldonado, el guía de la embarcación, quien mientras maneja su lancha con el botador nos cuenta que se dedica a la ganadería vacuna y, sobre todo, porcina dentro del Bañado. Nos llama la atención además que en Fortín La Soledad, donde hacemos la navegación, no haya sólo champas sino también palmeras caranday mezcladas, y es que además el paisaje de los champales, lejos de ser tétrico, es bullanguero y lleno de vida. Tanta animación se debe a los millares de pájaros de unas 300 especies que habitan los bañados. Así, cada amanecer y atardecer se arman ensordecedores conciertos de caóticos graznidos, que incluyen el chillido histérico del tero, el grito vigilante del chajá, siempre en pareja, el silbido agudo y estridente del pájaro caracolero y el “gruñido” del biguá, similar al de un chancho. También se oye a veces el golpeteo a madera del pico de los jabirús, e incluso su aleteo, como el de aquellos dos que nos sorprendieron a diez metros por encima de nuestras cabezas, provocándose en el aire como buscando pelea.
PRESENCIA DE YACARES Durante la navegación, durante la cual la embarcación atraviesa una alfombra verde de repollitos de agua y extensos camalotales, tenemos oportunidad de divisar un nido de jabirú en lo alto de un champal. Allí una madre alimenta a sus crías, metiéndoles en el pico el pescado triturado que trae en el buche. Sin embargo, la presencia más intrigante del humedal es la del yacaré y el primero de ellos aparece junto a la costa, como aletargado al sol y con las fauces abiertas. Mientras el guía acerca la embarcación a la costa, casi roza con la proa la cabeza del animal, que se diría petrificado... Cinco metros más atrás, una ruidosa zambullida atrae nuestra atención y vemos salir de los pajonales una pareja de yacarés que comienzan a deslizarse sobre las aguas, con el cuerpo ondulante como serpientes.
Hay ejemplares impresionantes, que miden hasta dos metros y medio y lanzan a veces un soplido terrorífico que hiela la sangre. Otros permanecen sumergidos, como asesinos al acecho, hasta que se los descubre a un metro de la lancha con los ojos traicioneros sobresaliendo apenas en la superficie del agua.
Más adelante, a medida que el viaje sigue, aparecen algunos carpinchos. Estos roedores son los más grandes del mundo y pesan hasta 80 kilos, ya que se pasan el día royendo los pastos con dedicación: para eso bien valen sus dos grandes incisivos. También se puede ver alguna boa curiyú (o anaconda amarilla, prima de la anaconda verde del Orinoco) enroscada en uno de los árboles secos, cuando no andan serpenteando bajo las aguas de poca profundidad del humedal. Bajo las transparentes aguas también se divisan sábalos y pirañas, y en la costa es común observar a las cigüeñas jabirú pescando a los picotazos con las patas en el agua y el buche rojo inflado por el alimento. Otras especies comunes son los patos (como los coloridos criollos, sirirí y de collar), las espátulas rosadas, un pajarito llamado monjita blanca, los negros biguás que posan con sus alas extendidas secándose al sol luego de una excursión de pesca, y miles de garzas brujas, moras y blancas.
Finalmente, tras una navegación de varias horas desembarcamos en un islote dentro del bañado, refugiados en la sombra de añosos algarrobos. En el lugar que los guías llaman “el campo de Don Mario Rodríguez” nos esperan con un picnic de empanadas de charqui, sopa paraguaya –un soufflé de harina de maíz con cebolla, queso y choclo– y mamón en almíbar con queso criollo para los postres. Después de una siesta de lujo en hamacas paraguayas al aire libre, emprendemos una caminata de tres kilómetros por el monte del Chaco seco. Allí abundan los quebrachos, los algarrobos, los palosantos y algunas orquídeas. Sobre ellos anidan los loros habladores y entre los pastizales andan las esquivas corzuelas, los osos hormigueros gigantes y aves como el matico, con el cuerpo negro y la cabeza naranja. A la hora de la merienda, la guía sirve un bizcochuelo muy proteico de harina de algarrobo y explica que la harina es producida en la zona por una comunidad wichí que recoge las chauchas secas en diciembre, las muele y después vende el producto en otras provincias, incluso en Buenos Aires.
EL PN PILCOMAYO La travesía completa incluye, además del bañado, el paseo por el Parque Nacional Río Pilcomayo, que protege los ambientes típicos del Chaco Húmedo u Oriental. En sus casi 52.000 hectáreas se preservan típicas sabanas de palmares e isletas de monte fuerte, pastizales, esteros y lagunas. Estos ambientes albergan una buena muestra de la variada flora y fauna del Gran Chaco: dentro de las especies más llamativas, viven aquí yacarés, boas curiyús, monos carayá, pecaríes y el esquivo aguará-guazú, auténtico emblema del Parque Nacional. Entre las aves, que atraen a observadores curiosos y fotógrafos, hay urracas moras, charatas, ñandúes, chuñas de patas rojas y el yetapá de collar, una especie que recientemente fue declarada Monumento Provincial.
Finalmente, la travesía incluye la Reserva Natural Formosa, que se encuentra en el extremo oeste de la provincia, sobre la margen norte del río Bermejo. Este lugar recóndito ofrece una muestra de 10.000 hectáreas de Chaco semiárido: en las costas del río se forman bosques fluviales, que alternan con la aridez del monte de quebrachos y palosanto. A lo largo de sus senderos se pueden ver chuñas de patas negras, pájaros carpinteros de los cardones, conejos de los palos, armadillos y –si hay suerte– tal vez un oso hormiguero. Lo que no se vea, de todos modos se podrá adivinar: es que en sus playas queda la importante del paso en busca de agua de numerosos animales, y es común por lo tanto observar huellas de yacarés, pecaríes y tapires.
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