Domingo, 27 de mayo de 2012 | Hoy
CHUBUT. NUEVA VISITA A LA TROCHITA
Dos estaciones del ramal de la Trochita, en la meseta del norte de Chubut, permiten subirse al histórico tren para recorrer varias decenas de kilómetros y vivir la experiencia de viajar a vapor como en el pasado. El Maitén y Nahuel Pan son la puerta de entrada a otra tierra, a otro mundo.
Por Graciela Cutuli
Hace un par de meses la noticia conmocionó a la comarca del Paralelo 42, compartida entre las provincias de Chubut y Río Negro: allí, donde casi nunca pasa nada, por una vez llegó una noticia importante. Luego de décadas de abandono, se está proyectando la nueva puesta en marcha de la Trochita, es decir el Viejo Expreso Patagónico, uno de los últimos trenes a vapor que existen en el mundo. Los gobernadores de ambas provincias firmaron ya un acuerdo para reactivar el ramal, que desde hace tiempo circula sobre un itinerario reducido. Originalmente el tren atravesaba la estepa a partir de Ingeniero Jacobacci, donde conectaba con el ramal de Viedma a Bariloche y, más allá, con la red nacional de ferrocarriles hasta Esquel. El proyecto inicial, sin embargo, era más ambicioso todavía: había sido fomentado por Ramos Mexía, un ministro de los años más prósperos de la Argentina, con el objetivo de llegar hasta la costa y conectar las regiones andinas. Por falta de presupuesto, las obras finalmente se atrasaron y se achicaron, en todos los sentidos: no sólo en cantidad de kilómetros sino también en ancho de vías. Por esto, hoy día, el tren se llama la “Trochita”, un apodo cariñoso de sus pasajeros que los técnicos reemplazan en su jerga profesional por el de “trocha económica”.
El tren resistió al clima, la aridez de la estepa, el paso del tiempo y los cambios de tecnología, pero no la ola de privatizaciones de los ‘90. Actualmente, luego de varios años de incertidumbre, sólo es posible embarcar para cortos trayectos en El Maitén y Esquel. La buena noticia es el proyecto de reactivación del resto del ramal, que desde hace algunas semanas ya puso en movimiento a técnicos e ingenieros que recorren los pueblos y vías de la región para preparar el regreso a lo grande de un tren pequeño.
DE POLONIA A EL MAITEN El Maitén es la base de operación de la Trochita. Es un pueblo perdido en la meseta, que la aridez parece alejar aún más de la comarca turística de El Bolsón y Epuyén. Sin embargo, no está tan lejos. Algunas decenas de kilómetros apenas alcanzan para llegar a este pueblito que –como base operativa de todo el ramal– fue un centro próspero e importante. Hoy día, los talleres son al pueblo como un traje demasiado grande a quien haya hecho una dieta drástica. Los galpones ocupan toda una porción del ejido del Maitén, pero muy pocos están todavía en uso.
Carlos Kmet es el responsable de estos talleres y recibe a los visitantes con mucha dedicación. Es hijo y nieto de ferroviarios. Sus antepasados vinieron de la lejana Polonia para participar en la construcción de este ramal que quedaría en la historia, como tantos otros que vinieron de todos los rincones de Europa y hasta de la India... En el galpón principal, el tiempo parece no haber pasado nunca. La Trochita ya era un anacronismo en los años ’40, cuando empezó a circular, entonces ni hablar de lo que es hoy. Kmet comenta que “pudimos guardar los planos originales de las locomotoras y los vagones, así que podemos mantenerlos fabricando pieza por pieza lo que hace falta. Conservo estos planes como oro en mi propia oficina”. La oficina es tan venerable como el tren. En los galpones se remonta el tiempo a la velocidad de un tren bala, para llegar a los albores del siglo XX con herramientas y maquinarias de época.
El tren circula desde El Maitén una vez por semana hasta el Desvío Thomae. Es un viaje de un par de horas, suficientes para una ida y la vuelta que culmina sobre el puente del río Chubut, donde el tren para y los pasajeros bajan para sacar una foto. Una imagen del siglo XIX que suele ir a parar al Facebook del siglo XXI.
Las viejas locomotoras a vapor Baldwin y Henschel venían de Alemania e Inglaterra. Dentro de diez años festejarán un siglo de existencia. Y siguen en servicio porque son desmontadas cada siete años, con minuciosidad oriental, por Kmet y su equipo. La caldera está reacondicionada y cada pieza puesta como nueva. En realidad, apenas un puñado de locomotoras se mantienen de esta forma: las demás sirven de monumentos o museos en vías de la región, como en Nahuel Pan, o en la entrada misma de El Maitén, en medio de su único bulevar. Los vagones, por su parte, venían de Bélgica. En los convoyes turísticos de hoy no se hacen ya distinciones de clases, pero los había de primera y segunda y cada formación contaba también con un coche restaurante. Es que el viaje era largo: un día entero, sin imprevistos.
En esos tiempos, tal como hoy, cada vagón se calefaccionaba con estufas a leña. Hoy es el detalle final para remontarse a otras épocas, pero antiguamente –cuando el tren hacía el recorrido completo– la estufa era un “pasajero” más, el centro del vagón y de las atenciones de los viajeros. Algunos vecinos de El Maitén recuerdan que hasta servía de cocina, para calentar el agua del mate, pero también para cocinar y hasta para asar carne. Es que el viaje era extenso: más de 400 kilómetros entre las dos estaciones de cabecera, mientras las horas pasaban tan lentamente como el paisaje por las ventanas. Hay que imaginar cómo era leyendo el famoso relato de Paul Théroux, que llegó desde América del Norte y terminó su derrotero ferroviario en Esquel, a bordo de la Trochita. Le dedicó un libro a fines de los años ‘70, The Old Patagonian Express: una obra que dio la vuelta al mundo y empezó a atraer a mochileros y aventureros que embarcaban junto a los vecinos de los pueblos de la meseta en los angostos vagones.
CUIDADO CON EL HUEVO En El Maitén estas escenas no existen más, pero sí se pueden ver de vez en cuando en Esquel. Porque el tren llega hasta la estación de Nahuel Pan, donde vive una comunidad de familias mapuches que usan el tren para ir y venir desde sus casas hasta Esquel. Es un viaje de una hora a lo largo de unos 20 kilómetros.
Entre Nahuel Pan y el Desvío Thomae hay otras cuatro estaciones, que esperan con ansiedad que el proyecto de reapertura de la línea se haga realidad para renacer de un letargo de dos décadas. Son las de Leleque, Lepá, Mayoco y La Cancha. Nombres esparcidos sobre los mapas de la meseta patagónica del Chubut. Al norte de El Maitén, el ramal sigue en dirección al centro de Río Negro y la estación de Jacobacci. Actualmente, un tren circula entre Viedma y Bariloche (luego de un parate de unos meses a raíz de un temporal que afectó las vías) y pasa por esta estación. La Trochita podría así vincularse de nuevo con otro ramal y recobrar su antiguo papel. Durante unos kilómetros, además, las formaciones usan las mismas vías: Carlos Kmet explica que se agregó un tercer riel entre los dos de la trocha estándar, que oficia de trocha angosta. Una curiosidad más de este trencito único.
Mientras tanto, en El Maitén hay más rieles que calles y la vida sigue girando en torno del ferrocarril y sus talleres. Esquel, por el contrario, ya es una ciudad relevante con un centro comercial de importancia, y en invierno, uno de los grandes centros de esquí de la Cordillera. La Trochita es uno de los atractivos más de la región, donde no hay que perderse el alerzal milenario en el Parque Nacional Los Alerces, las casas de té galés de Trevelin y varios museos que trazan la historia regional.
La estación de tren de Esquel fue reacondicionada hace poco tiempo. En temporada, de verano o invierno, el convoy sale varias veces al día, llamando a los pasajeros con humos y silbatos que ya son todo un clásico. El resto del año sale los fines de semana y cuando hay grupos lo suficientemente numerosos. Carlos Kmet explica que “hace tiempo que reacondicionamos las calderas para que funcionen con fueloil y no con leña. Es un carburante barato, pero que se encarece cuando se lleva por camión hasta El Maitén o Esquel. Así que resulta muy caro poner en marcha el tren, y por eso se cobran pasajes de $100 a $180 por persona. Con esto cubrimos los costos. Era otra historia en los tiempos de Ferrocarriles Argentinos, cuando los trenes de carga permitían traer el carburante a un costo mínimo”.
Los entretelones de la historia, sin embargo, no afectan en nada la magia del tren. Con fueloil o con leña, sus pistones siguen funcionando con vapor y la nube de humo que sale de la chimenea es tan abundante como las de las viejas fotos sepia de los museos de Esquel y El Maitén. En ambas estaciones parte de las instalaciones fueron reconvertidas. La de Esquel es reciente y exhibe algunos muebles curiosos como el distribuidor de boletos. En El Maitén, entretanto, hay fotos y algunas rarezas como una bici fabricada por un mecánico de los talleres que podía circular sobre los rieles. Entre las fotos está también la de un descarrilamiento de los años ‘50. A principio de año hubo otro, entre Esquel y Nahuel Pan, que inmovilizó el servicio durante varias semanas. Una ráfaga de viento en la Curva del Huevo fue potenciada por el hecho de que todos los pasajeros se concentraban en un costado de los vagones para sacar fotos de la locomotora sobre la curva... La combinación fue fatal para una trocha tan angosta y el convoy se recostó, lentamente, vagón por vagón, como un juego de dominó.
EL ASALTO AL TREN Nahuel Pan no es un pueblo, y no es una estación propiamente dicha tampoco: es un caserío de media decena de casas, todas construidas frente a la vía y todas levantadas con durmientes. Cada una tiene la misma silueta y la misma arquitectura singular. La madera sirvió para levantar paredes y conformar los pisos. Durante la parada del tren hay tiempo para acercarse a los pobladores que venden tortas fritas en el umbral de sus casas e inspeccionar dos de ellas: la del pequeño pero interesante museo, y el negocio de venta de artesanías.
Mientras tanto, el maquinista separa la locomotora de los vagones y la conduce hasta la otra extremidad del convoy. La cola pasa a ser la cabecera y pronto el tren estará listo para salir de nuevo y regresar a Esquel. Son ruidos, movimientos y todo un trajín que anima este rincón perdido de la estepa chubutense, donde si no fuera por la Trochita, nunca –nunca– pasaría algo. El viaje de Esquel a Nahuel Pan y regreso dura entre dos horas y media a tres horas. Ofrece hermosas vistas sobre Esquel y su valle y sobre la meseta de la Patagonia, aunque el bosque andino y sus famosos alerces no llegan hasta la traza del ramal sino que están confinados a los repliegues de los Andes.
En el camino se pueden avistar algunas de las liebres que abundan en toda la comarca y ocuparon el lugar que la naturaleza había reservado a las maras. En El Maitén, “el” momento de las fotos es cuando el tren pasa por el puente sobre el río Chubut. En Esquel en cambio es en la Curva del Huevo, desde donde se pueden ver bien la locomotora y su formación desde los vagones de cola. Los maquinistas no dejan de largar una buena nube de humo para realzar las fotos de los pasajeros. Los guías de a bordo, por su parte, no dejan de recordar por sus altavoces que si hay viento fuerte no hay que ubicarse todos juntos del mismo lado... El otro show, que no se realiza con frecuencia (sólo un par de veces durante el verano), es cuando algunos vecinos de Esquel recrean la pandilla de Butch Cassidy (un pistolero norteamericano que vivió un tiempo en el paraje vecino de Cholila) y “asaltan” el tren. Es un poquito antes de la llegada a Esquel, al final del viaje. Toman de rehenes a algunas mujeres, y las llevan a tomar un café en el centro de la ciudad, esperando que su familia las vaya a “rescatar”. En realidad, Cassidy y sus compañeros ya habían regresado a Estados Unidos décadas antes de que el tren llegara a Esquel... Pero el anacronismo encanta a quienes tienen la suerte de estar a bordo del tren durante aquellos “asaltos”.
Hoy día la Trochita, el Viejo Expreso Patagónico, tiene renombre mundial a pesar de recorrer sólo porciones muy truncas de su ramal. El regreso del tren chico a lo grande sería una buena noticia para todos los fanáticos del turismo en ferrocarril, que son legiones en la Argentina y el mundo. Mientras tanto, se conforman con las salidas al Desvío Thomae o a Nahuel Pan, y en febrero pueden asistir a la Fiesta Nacional del Tren a Vapor que se organiza cada año en El Maitén. Se recuerda aquel día de 1941 en que el tren finalmente llegó a este paraje aislado de la meseta, una promesa que se esperaba desde el comienzo del siglo XX. En cuanto a Esquel, tuvo que esperar su llegada hasta el 25 de mayo de 1945. Las vías, sin embargo, no pasaron de ahí y la Trochita nunca siguió viaje hacia Puerto Deseado como estaba previsto originalmente. A pesar de todo, con sus 402 kilómetros de vías tiene el record absoluto de largo para una trocha de 75 centímetros de ancho.
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