turismo

Domingo, 10 de junio de 2012

COSTA RICA. NATURALEZA BIEN PRESERVADA

Pura costa, vida rica

Crónica de un recorrido por las playas idílicas y los Parques Nacionales del Pacífico costarricense, que proponen surf, yoga, palmeras, “dolce far niente” y mucho sol. Además, una escapada a San Gerardo de Dota, a más de 2000 msnm, entre nubes y quetzales que son un magnífico botón de muestra de la naturaleza centroamericana.

 Por Lucas Iturriza/Photonomada

Dos datos aparecen siempre cuando se nombra a Costa Rica: que en 1948 fue la primera nación del mundo en abolir su ejército, destinando ese dinero a salud y educación, y que más del 30 por ciento del territorio, hecho de selva y bosque, está protegido por conservación.

Hay muchas razones más para que un “tico” se sienta orgulloso de su país, pero una más me tomó por sorpresa y la coloco junto a las otras para completar el triángulo de particularidades costarricenses: un titular del periódico local dice “Costa Rica, el país más feliz del mundo”, y abajo informa que la nación centroamericana encabeza la lista en el índice de felicidad de la organización británica The New Economics Foundation. El informe mide la felicidad de los habitantes de 143 países y usa tres variables para la clasificación: esperanza de vida al nacer, nivel de satisfacción que expresan los residentes y prácticas ecológicas. Cierro el diario con dos noticias nuevas para mí: la felicidad se puede medir, y estoy en el país de los campeones del mundo.

Una de las ranas de ojos rojos en el Wildlife Refuge de Manuel Antonio.

PLAYA DOMINICAL, PACIFICO SUR Dominical es un pueblito con atmósfera pura vida, una costa de postal, atardeceres inolvidables –con un sol rojo carmesí que cuando finalmente desaparece en el mar es seguido de una lluvia de aplausos espontáneos– y buen surf. Se lo considera la puerta de entrada al Pacífico Sur. Su posición estratégica –a sólo un kilómetro del límite con el Pacífico Central– y su fuerza como destino propio lo convierten en un excelente punto de partida para explorar la zona.

En Domi –como se lo conoce popularmente– el surf, el yoga y el “dolce far niente” son casi una obligación. Y es que, como dicen aquí, “hay de todo y para todos los gustos”. Es un claro bastión del surf, con una ola pesada que rompe todo el año y cuyo pico da izquierdas y derechas. La derecha es la preferida por ser más larga y surfeable, creando un tubo de antología. En invierno, cuando el mar se pone alto, las olas pueden llegar a medir unos cinco o seis metros. Al ser el fondo de arena, es un clásico beachbreak y rompe cerca de la costa (especial para principiantes) y afuera (para avanzados).

Muchos llegan y se cuelgan. Es de esos lugares que tiran, donde los días van pasando y la partida se va estirando. Tiene eso de pueblo chico, con pocas calles y de tierra, que hace que en pocos días ya esté uno saludándose con todo el mundo, y si pasan un par de semanas se corra el riesgo de no irse más. Es un gran lugar para empezar las vacaciones o el viaje. Para hacer una analogía, se puede decir que salir de la ciudad, la rutina y el “yaísmo” –¡todo para ya mismo!– y llegar a Domi es como aterrizar en el lugar perfecto para bajar los cambios. O mejor que bajar los cambios, sacar la caja de raíz. Parar, despojarse de todo el estrés y conectarse con la naturaleza, el mar, el horizonte, la pura vida. Como dijo Ariel mirando al infinito, “qué necesario para la salud del ojo y del espíritu ver el horizonte”. Y si además se le suma un atardecer épico, ayuda de manera insospechada a conseguir esa bendita paz que todos venimos a buscar.

El pueblo tiene una calle que va paralela al mar repleta de palmeras verdes, en todos sus tonos, y es aquí también donde se monta el mercado de artesanías con sus 10 mil colores. Hay pareos, collares, esculturas de madera, pulseras, macramé..., de todo. Posee también una larguísima oferta de yoga en varios estilos, masajes y todo lo imaginable para el bienestar personal.

Lisa, una galesa que le escapó al frío de su país y se vino al trópico de vacaciones, me lo dice llanamente: “Mi país es p... frío, hermoso pero p... frío. Me vine a Costa Rica para viajar un mes, sentir el sol y algunas otras experiencias que tengo en mi lista. La idea era empezar aquí en Domi, estar unos tres días y seguir para el norte. Pero una vez que llegué aquí me dije: ‘Ya está, chica, llegué, aquí es, ¿para qué seguir viajando si esto es increíble?’”. Hace 20 días que Lisa está en Domi y dice que desde aquí le pega la vuelta a su país.

Atardecer mágico en Jacó. Playa y mar con oleaje ideal para surfear.

MANGLARES DE SIERPE Donde el río Sierpe confluye con el Terraba forma el mundialmente famoso Delta del Diquís (cuyo nombre oficial es Humedal Nacional Terraba-Sierpe), que posee el sistema de manglares más grandes de Centroamérica y uno de los mayores del mundo, con una extensión superior a las 32.000 hectáreas. En este ecosistema se han identificado más de 370 especies de pájaros, 67 de anfibios y reptiles, seis clases de gatos y 600 especies de insectos. También protege a algunas de las especies en peligro de extinción como la danta, el jaguar y el oso hormiguero.

La Perla del Sur, nuestra embarcación, va surcando las tranquilas aguas del Sierpe y en el paseo vemos tres clases de monos: el aullador, el mono-araña y el tití. También divisamos las magníficas lapas rojas, una boa durmiendo en un árbol, loras, tortugas de aguas dulce, perezosos y hasta un cocodrilo.

La intrincada red de manglares rebosa de vida; es un privilegio poder estar aquí, donde la simbiosis del manglar con el mar y la costa es beneficiosa para todas las partes. Un manglar, además de dar refugio a miles de especies –mamíferos, aves, moluscos, reptiles, crustáceos y peces– es una vía de comunicación para las personas y comunidades, purifica las aguas, protege la costa de la erosión eólica y puede actuar como barrera natural contra olas gigantescas como las ocasionadas por huracanes o maremotos, los tristemente famosos tsunamis.

La pujante vegetación tropical de las playas del Parque Nacional Manuel Antonio.

PARQUE NACIONAL CORCOVADO Después de un viaje tranquilo y conociendo más del lugar, gracias a la eterna sabiduría del guía, dejamos el reparo del río por el mar, que también está tranquilo. El capitán acelera con ganas. Es hora de seguir bordeando la costa hasta la entrada a San Pedrillo del Parque Nacional Corcovado, el punto más septentrional de este fascinante parque. En el camino, como sincronizados, nos topamos con delfines y hasta llegamos a ver una ballena jorobada desde unos 200 metros.

Muchos los consideran el mejor Parque Nacional del país, mientras National Geographic lo llamó “el lugar más intenso del mundo, biológicamente hablando”: se estima que ningún otro sitio en el planeta alberga, a igual extensión, una mayor diversidad biológica. Una verdadera maravilla. El Parque conserva aún el bosque primario (que jamás ha sido cortado) más grande del Pacífico americano, además de ser un bosque tropical húmedo de enormes proporciones. Su superficie protege más de 400 especies de aves, 116 anfibios y reptiles y 139 mamíferos.

Una vez allí nos toca una deliciosa caminata entre un sendero rústico, pero accesible para todas las edades, de casi dos horas, donde vemos extrañísimas y coloridas aves, insectos de a miles y monos. Tras un completo y reconfortante almuerzo, salimos por otro sendero en busca de una catarata, una caída de agua de unos 20 metros. Luego de las fotos obligadas, desandamos un poco el camino y nos encontramos en el río unas caídas de agua de unos dos metros, que forman unas pozas pequeñas y sirven como hidromasaje. Sólo hay que colocarse debajo del chorro y el agua se llevará el desgaste cotidiano y un poco más... Un final perfecto para un día inolvidable.

Las majestuosas cataratas de Nauyaca.

FUERA DE RUTA A 80 kilómetros de San José, a una hora y media de playa Dominical y a más de 2500 metros de altura, en medio de la cordillera de Talamanca se encuentra San Gerardo. Nos encontramos en medio del Parque Nacional los Quetzales y apenas a unos kilómetros del Cerro de la Muerte.

Este magnífico lugar, generalmente un “fuera de ruta” emplazado en el bosque nuboso, suele ser una excelente alternativa a lo mejor que tiene Costa Rica, sus playas. Nadie imagina vacaciones aquí con frío, pero existe y es alucinante. Para empezar es donde mayores posibilidades hay de ver al escurridizo y resplandeciente quetzal, sin dudas uno de los pájaros más hermosos del mundo.

Las montañas, con sus verdes bosques, le dan un marco magnífico al paisaje y cuando las nubes vienen subiendo se crea un momento de euforia cuando simplemente a uno se le va la respiración al observar cómo juegan las nubes, el sol y la montaña, en un caprichoso baile de la naturaleza. Hay mucho para hacer en los alrededores, aunque casi todo pasa por la montaña, sus senderos, su flora y fauna. Las caminatas son obligatorias y el avistaje de aves casi un deber, aunque muchos sólo se acercan para descansar unos días atraídos por su poca, pero buena oferta hotelera.

En el PN Manuel Antonio, los monos capuchinos aparecen en malón cuando llegan turistas.

PARQUE NACIONAL MANUEL ANTONIO El Parque Nacional Manuel Antonio es el segundo parque más pequeño del país, detalle que no le impide ser el más visitado y seguramente también el más famoso. De hecho, este parque es una maravilla en sí mismo, con pocos rivales en el mundo, capaz de ofrecer avistaje de animales casi seguro y playas de arenas blancas y desiertas. Es casi como un parque temático, pero natural. Nadie se va decepcionado, todos salen con sonrisas y con tarjetas de memorias repletas de recuerdos fotográficos.

Las puertas se abren a las siete de la mañana y conviene ir bien temprano, porque después se llena de buses con turistas y pasa de ser un paraíso desierto a uno lleno de gente. Los primeros invitados al show son por lo general los monos capuchinos o cara blanca, bandidos llegan en malón cuando el grueso de visitantes hace su entrada al Parque. Y por supuesto se llevan toda la atención, haciendo piruetas en las ramas, en el aire, en el suelo. Saltan, vuelan y se agarran. Se persiguen, se gritan, ¿se ríen? Por momentos pareciera que cantan y bailan. Son conscientes de ser el centro de todas las miradas y lo aprovechan para agarrar a algún viajero distraído y arrebatarle cualquier cosa que parezca comida. Por las dudas, está totalmente prohibido darles de comer a los monos: en primer lugar, derribando un mito bien metido en el inconsciente colectivo, las bananas no son su comida preferida y les causan gravísimos problemas digestivos, sin contar con que son susceptibles a bacterias transmitidas por humanos. También es común ver aquí monos araña, monos ardilla, perezosos, iguanas, serpientes, tucanes, armadillos, pizotes y mapaches.

Las playas, de más está decir, son de postal, con arena como harina y mar turquesa tibio. Las palmeras verdes rompen con la hegemonía monocromática del azul cielo y el mar. Y los atardeceres, como en el resto de la costa pacífica del país, son gloriosos, con el sol bajando lento, casi sin apuro, a un horizonte salado. Un gol de media cancha.

A la noche pasé por el muy recomendado Wildlife Refuge de Manuel Antonio, una reserva natural privada de 25 hectáreas que limita con el PN Manuel Antonio y tiene más de 1500 metros de senderos. Me habían hablado muy bien de sus caminatas nocturnas (“es lo mejor para ver lo que sucede a la noche en el bosque lluvioso”). La experiencia fue notable: ranas de todo tipo, diseño y color, que viven de noche, saltan, cantan y se reproducen. Serpientes, arañas, libélulas, bicho palo y cantidad más. Dotado cada uno con una linterna y un guía, esta propuesta original le da un plus al viaje.

Un guía acapara toda la atención de los visitantes en el PN Corcovado.

JACO LA HERMOSA Jacó es algo así como la capital nacional del surf, y quizá de Centroamérica también. Las olas pegan bien y parejo en las dos costas de este país pequeño en extensión, pero gigante por sus estrategias de conservación del medio ambiente.

La ola de Jacó es ideal para principiantes. Sobre todo la parte sur, conocida como Madrigales. La parte del centro de la bahía donde las olas son más grandes y hay más corrientes es, en cambio, para profesionales: muchos de los “top surfers” ticos viven y se entrenan a diario aquí, donde se concentra la mayor cantidad de locales y escuelas de todo el país. Están las marcas, los sponsors. Un lugar que ofrece a niños y adolescentes la experiencia increíble de estar surfeando junto a los “pros”; como si en un potrero estuvieran peloteando Messi o el Kun Agüero y se pusieran a patear con ellos. Son los que llegaron, los que lograron a base de talento y trabajo convertir en trabajo esta pasión nacional que es el surf.

Los más experimentados van a Playa Hermosa, a sólo tres kilómetros de Jacó, donde el mar es más áspero y las corrientes más fuertes, pero las olas resultan más grandes y además entuban. Jair Pérez, que nació en Jaco, está dentro del “top ten” de la Federación de Surf de Costa Rica, compite para la selección nacional y conoce estas olas como pocos. “Hermosa es para el que sabe lo que está haciendo –dice Jair–, está en mar abierto y por eso más expuesta a los swells, el mar de fondo y las oleadas. Hay corrientes más fuertes. Te puede noquear una ola fácilmente.”

Y si bien el surf se respira y late en Jacó, no es lo único. Laura es argentina y vive aquí hace ocho años: “Lo lindo de Jacó –cuenta– es que tenés montaña, podés hacer caminatas o mountain bike, hay varias cataratas, tenés de todo”. Es mucho más que playa, aunque sólo por ella sea tentador. También es famoso por su extensa oferta gastronómica y su vida nocturna.

Curiosamente, hace no tantos años en Jacó había poco y nada, pero así y todo era el lugar de playa más cercano desde San José. Hace año y medio se inauguró la nueva ruta y el trayecto desde la capital hasta Jacó se recorre en una hora y media: como tener una Mar del Plata tropical a una hora y media de Buenos Aires. Así estalla Jacó, sobre todo los fines de semana. Esta vez no se trata del pueblito de postal, sino más bien de una mini ciudad en la playa con turismo masivo: pero después de mucha tranquilidad y “pura vida”, también está bueno el cambio.

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Un guía escudriña el horizonte desde el Cerro de la Muerte, por San Gerardo de Dota.
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