NOROESTE POR LAS HUELLAS DE LA HISTORIA
La historia argentina se puede remontar de manera más viva que en los libros en varios itinerarios del noroeste, desde la famosa Casa de Tucumán hasta los escenarios de batallas por la
independencia o las antiguas iglesias de Salta y Jujuy.
En el imaginario de los argentinos, la historia de la independencia tiene su epicentro en la famosa casita tucumana de columnas ondulantes donde el 9 de Julio de 1816 se concretó la Declaración de la Independencia. Declaración que hubo que sostener con batallas de uno y otro lado de la Cordillera, y cuyas idas y vueltas históricas hoy pueden conocerse de manera vívida en los lugares donde se produjeron los hechos. Tucumán puede justamente ser un buen comienzo.
La Casa de la Independencia La ciudad capital
es una perla enclavada en el corazón de una extraordinaria selva, y rodeada
de vestigios de las antiguas culturas indígenas que pusieron un sello
eterno en toda esta porción del país. En el centro histórico
de Tucumán se encuentra la Casa de la Independencia, con su fachada siempre
impecablemente blanca, el grueso portón y las ventanas enrejadas que
miles de chicos dibujan ritualmente cada año en sus cuadernos. En realidad,
la casa original fue demolida a principios del siglo XX, y reconstruida en 1943
sobre la base de fotografías de la construcción original, que
había pertenecido a doña Francisca Bazán de Laguna. Hoy
día es la mejor muestra de cómo eran las casas virreinales, amplias
y de grandes patios, con sus techos de tejas, el aljibe y sectores diferentes
para la familia propietaria y los esclavos. Además del Salón de
la Jura, donde se exhiben los retratos de todos los participantes en las históricas
jornadas de julio de 1816, en los distintos salones de la casa se conservan
las actas de la independencia, muebles antiguos, obras de arte sacro, pertenencias
de ex presidentes argentinos y objetos cotidianos de plata de la época
colonial. El último patio conserva dos importantes bajorrelieves de la
escultora tucumana Lola Mora, alusivos al 9 de Julio y al 25 de Mayo. Al atardecer,
un espectáculo de luz y sonido revive la Declaración de la Independencia
y tiñe la vieja casa, nuevamente, de un modesto aire épico como
el que seguramente se respiraba en sus salones casi dos siglos atrás.
El casco histórico tucumano atesora además hermosas iglesias,
sobre todo el templo San Francisco, que perteneció a los jesuitas, Santo
Domingo, la Catedral y Nuestra Señora de la Merced. Justamente en esta
última un mural recuerda la batalla de Tucumán: allí, el
24 de septiembre de 1812, el Ejército del Norte liderado por Manuel Belgrano
fue consolidando en el terreno –los alrededores del centro actual de la
ciudad– la voluntad de independencia expresada años antes desde
Buenos Aires. El templo conserva la imagen de la Virgen de la Merced, con el
bastón de mando que Belgrano le entregó tras ganar la batalla
frente a las tropas realistas.
En 1916, cuando se festejó el Centenario, se abrió en Tucumán
el Parque Independencia, diseñado por el francés Carlos Thays:
allí se levanta la casa del obispo Colombres, uno de los congresales
del 9 de Julio, hoy convertida en museo dedicado a su antiguo dueño,
a la historia tucumana y a la fabricación del azúcar (fuertemente
impulsada por el propio Colombres).
Dejando atrás la capital y atravesando el Valle del Tafí, donde
son imperdibles los paisajes de la selva y las ruinas de los indios quilmes,
el recorrido histórico-colonial debe pasar por la Estancia Jesuítica
de La Banda, hoy convertida en un museo donde se recuerdan las culturas indígenas,
la influencia de los jesuitas en el desarrollo de la región y el paso
por sus salones de importantes familias tucumanas, además de gobernadores
de la provincia y el ex presidente Nicolás Avellaneda.
Saliendo de Tucumán, el itinerario puede orientarse hacia Santiago del
Estero, jalonada de pueblos históricos que fueron parte del camino hacia
el Alto Perú y cuya tranquila capital es llamada “Madre de Ciudades”
(de allí partieron expediciones fundadoras de varias localidades en las
provincias vecinas), o bien dirigirse hacia Salta, otro de los grandes epicentros
de la tradición argentina.
Salta la historica La llaman merecidamente
“La Linda”, porque supo lograr una combinación armoniosa
de las casas coloniales que le dan su aire característico con las construcciones
más modernas. Quien quiera asomarse a los albores de la historia argentina
desde la capital salteña comenzará el recorrido en el casco histórico.
En las ciudades de origen español, es tradicional que en torno de la
plaza –la 9 de Julio– y sus alrededores se agrupen las principales
iglesias y edificios públicos, y Salta no es una excepción. Sobresale
el Cabildo, que se salvó de las mutilaciones sufridas por otros edificios
semejantes (sobre todo el de Buenos Aires) y hoy es uno de los mejores testimonios
coloniales conservados del país. En el interior funciona el Museo Histórico
del Norte, donde se exhiben colecciones arqueológicas, antiguas monedas
en la Sala de Numismática, objetos que pertenecieron a Martín
Miguel de Güemes, recuerdos y cuadros de los gobernadores de Salta. Además,
las diferencias en detalles de la construcción interior permiten descubrir
la progresiva modernización de la arquitectura en puertas, ventanas y
pisos. Enfrente, la Catedral se levanta sobre el mismo lugar que eligió
el fundador de la ciudad, Hernando de Lerma, para la antigua Iglesia Matriz.
Terminada a fines del siglo pasado, hay que dejar el exterior italianizante
para concentrarse en los tesoros interiores: parte de nuestra historia está
en el Panteón de las Glorias del Norte de la República, que conserva
las urnas funerarias de Güemes, Juan Antonio Alvarez de Arenales y Rudecindo
Alvarado. Sin embargo, el más hermoso templo de Salta es la cercana Iglesia
de San Francisco, con su exquisita fachada roja y blanca, cuya torre sobresale
sobre los edificios vecinos poniendo un toque de elegancia y color en la capital.
La campana de la torre –en realidad el campanil de la iglesia– se
hizo con el metal fundido de los cañones usados en la batalla de Salta.
Además de los edificios públicos y religiosos, Salta preserva
casas históricas que pertenecieron a familias importantes de la provincia
y hoy se convirtieron en museos, testimonio de la vida colonial en una de las
ciudades más activas de la región por su vida cultural y económica.
Se pueden visitar el Museo Presidente José Evaristo Uriburu, la Casa
de los Güemes, que fue la antigua oficina de la Real Tesorería durante
la colonia (allí vivió el caudillo hasta 1812), la Casa Leguizamón,
la Casa de Arias Rengel (hoy Museo de Bellas Artes) y la Casa de Hernández,
articulada en torno de un clásico patio central, que hoy es la sede del
interesante Museo de la Ciudad.
Fuera de la capital, en los itinerarios que se adentran por los Valles Calchaquíes,
visitar Salta es asomarse a una reveladora porción de historia colonial
y precolonial que asoma en los antiguos pueblitos y sus iglesias. Todo está
teñido de los colores que imponen la prepuna, la selva de altura, las
quebradas o los valles donde se cultivan las vides para el famoso vino salteño.
La Catedral Nuestra Señora del Rosario, en Cafayate, la sencilla iglesia
de Tolombón, el gran templo dedicado a San Carlos Borromeo en San Carlos,
la iglesia de Angastaco, la única nave de la iglesia del Carmen en Seclantás
o la armoniosa San José de Cachi son otros tantos testimonios de una
cultura impuesta sobre otra y profundamente arraigada, tanto que parece haber
nacido con los valles mismos, con el adobe del suelo salteño mimetizado
en torres, espadañas y blancos muros de inspiración española
o altoperuana.
La tacita de plata Abrazada por Salta, Jujuy
se suma al itinerario histórico por el noroeste argentino proponiendo
una recorrida por su pequeña capital, San Salvador de Jujuy, a la que
llaman “Tacita de Plata”: la ciudad es una verdadera sobreviviente
de varias destrucciones, hasta que se asentó definitivamente, y guarda
en su historia el famoso “Exodo Jujeño”, una verdadera hazaña
que ordenó Manuel Belgrano en 1812, cuando viendo que el ejército
realista era mucho más numeroso mandó que las tropas independentistas
y el pueblo jujeño se replegaran hacia Tucumán. Frente a la antigua
estación de trenes, un obelisco recuerda esteepisodio, que cada mes de
agosto se conmemora con desfiles y celebraciones populares. La Catedral de Jujuy,
por su parte, es una joya del siglo XVI de fachada armoniosa y estilizada, rematada
por una torre de tres cuerpos con campanario, centrada sobre el acceso principal.
Además del crucero pintado con ángeles, y las imágenes
de santos delicadamente vestidas, hay que ver el impresionante púlpito
de madera tallada que representa a los cuatro evangelistas: es una obra de arte
casi sin par en la Argentina. Vale la pena visitar también la Iglesia
de San Francisco, levantada en 1927 en el mismo lugar donde alguna vez los franciscanos
habían tenido su templo en época de la colonia, y la capilla de
Santa Bárbara, que data del siglo XVIII. De allí al Museo Histórico
Juan Galo Lavalle hay apenas un par de cuadras: en esta casa, donde fue asesinado
en 1841 el general Juan Lavalle, se puede imaginar un recorrido por la vida
de Jujuy en los tiempos idos. Muebles antiguos, objetos personales y armas de
Lavalle, nuevamente los patios y un aljibe... También se conserva la
campana con la que Belgrano llamó al pueblo, en 1812, para asistir a
la bendición de la bandera, y trofeos de la batalla de Suipacha, junto
a una réplica del sable de José de San Martín. En estas
paredes el tiempo parece no haber pasado desde cuando la casa estaba animada
por los juegos infantiles de los hijos de la familia Blas, propietaria del solar.
Aún quedan, mudos, muebles en miniatura y juguetes infantiles que hoy
se exhiben en el museo.
Como Salta y Tucumán, también Jujuy fue escenario de gestas y
paso de los esforzados hacedores de la independencia argentina. Bien lo recuerda,
en la Quebrada de Humahuaca, la Posta de Hornillos, un destacamento militar
donde descansó Belgrano al regresar del Alto Perú. Después
de aquí, en camino a Uquía, se pasa por Huacalera, donde fueron
descarnados los restos de Lavalle. A poca distancia de este lugar, un monumento
señala la ubicación de la línea imaginaria del Trópico
de Capricornio. Toda esta región, mecida por los ecos de los instrumentos
de viento que suenan en la Puna, es el testimonio viviente de la fusión
de una nueva cultura con otra anterior, más antigua, más arraigada,
que vive y revive en los rituales de la Pachamama para hacer oír su voz.
Quien sepa escucharla, comprenderá mejor la belleza y riqueza de estos
paisajes donde se hizo, y se hace, parte de nuestra historia.
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