PERU. LA FIESTA DEL INTI RAYMI
Crónica del pasado Inti Raymi o Fiesta del Sol, que se realiza cada 24 de junio en la ciudad de Cusco, antigua capital del Imperio Inca. Una celebración en tres actos que revive las antiguas tradiciones multitudinarias, encabezada por la colla y el inca en homenaje al astro que garantiza la vida y las cosechas.
› Por Guido Piotrkowski
Fotos de Guido Piotrkowski
Es 24 de junio en el ombligo del mundo, Cusco en español o Qosco en quechua, la capital del antiguo Imperio Inca. Pasaron ya tres días del solsticio de invierno, una jornada sagrada para los pueblos originarios del Hemisferio Sur, que regían sus vidas de acuerdo con el movimiento de los astros, la luna, las estrellas y sobre todo del rey sol, dios supremo de los incas. A ese dios se le ofrecían los sacrificios, para evitar que abandonara a la tierra brindando calor y alegría. Dicen que así nació el Inti Raymi, la Fiesta del Sol (“inti”, sol; “raymi”, fiesta en quechua) entre el período de cosecha y el inicio del invierno, cuando el inca y su corte le rendían pleitesía a la máxima de sus deidades. Según las crónicas de Garcilaso de la Vega, la fiesta se celebró por última vez en 1535. Luego fue suspendida por los conquistadores y reestablecida en 1944 por un grupo de intelectuales cusqueños.
La antigua y bellísima ciudad donde hoy se celebra el Inti Raymi vibra como en los viejos tiempos. En Cusco se superponen vestigios incaicos y construcciones coloniales y se mezclan descendientes de incas, españoles, mestizos y criollos. En nuestros días el evento se hace cada 24 de junio: porque si bien el 21 de junio es el día del solsticio –la jornada más corta del año–, el 24 es el Día del Cusco y permite festejar por partida doble.
La fiesta es una gran puesta en escena en la que participan 800 actores y a la que acuden unas 100.000 personas. En la escenificación se reconstruye el festejo tal como se supone –según investigaciones y recopilaciones de las crónicas de época– que lo hacían los antepasados de este pueblo en los gloriosos días del inca Pachacutec, el soberano que mandó construir la mítica ciudadela sagrada de Machu Picchu. Y a pesar de ser una gran representación que se prolonga durante el día entero en tres puntos clave de la ciudad, el Inti Raymi no se reduce a una mera obra teatral. El cusqueño lo celebra como un ritual en carne propia y agradece al sol asistiendo a este espectáculo perfectamente recreado, producido y coreografiado, que los actores viven a flor de piel. Como bien me señalaría al final de la ceremonia Jaime Araoz Chacón, que cumple el rol del yawarpirikuq, quien lee las vísceras de la llama sacrificada para saber el futuro de su pueblo: “Nosotros, los originarios de los pueblos indígenas, de los pueblos milenarios, de los pueblos sagrados, no estamos intentando actuar, sino que revitalizamos nuestra cultura con bastante fe, mucha energía y vitalidad para armonizar entre el hombre, la naturaleza y las deidades. Esto es lo que hemos hecho hasta ahora y seguiremos haciendo permanentemente”.
PRIMER ACTO-BESOS AL SOL Son las 9 de la mañana y Cusco es un hervidero de gente. Las nubes se debaten en una batalla con el rey sol. Un día antes, Cecilia, mi guía en las alturas de Machu Picchu, me comentaba que en el Inti Raymi siempre está nublado. “Algunas veces hasta cayó granizo. Pero es increíble, al final siempre sale el sol.” Una multitud se agolpa alrededor del Qorikancha, antiguo Templo del Sol, que como la mayoría de los santuarios incaicos fue derribado por los españoles. Los conquistadores destruían y saqueaban todo vestigio inca para erigir iglesias en su lugar: en este caso lo derribaron para construir el convento de Santo Domingo.
Miles de personas aguardan expectantes el comienzo del festejo. “En el Qorikancha se simula que el sol está saliendo, entonces se hace un pequeño saludo al sol. Le envían besos y danzan”, me explica Eladio, mi guía en esta jornada.
En la plaza alrededor del templo aparecen los chasquis (mensajeros) acompañando al sinchi (coordinador). Ingresan los pututeros, que hacen sonar el pututu –un instrumento hecho de un caracol marino que suena como una trompeta–, anunciando el inicio de la celebración. Acto seguido, el parque y la explanada se visten de mil colores, cuando aparecen los harawis (músicos) que marcan la entrada del ejército imperial. Luego llegan las aqllas y las ñustas, mujeres sagradas del imperio que se desplazan lentamente, y las comitivas del Tawuantinsuyo (los cuatro suyos o territorios en los que se dividía el imperio). Todos están ataviados con espléndidos trajes de colores. Por las escaleras del templo ahora devenido en convento descienden la majestuosa colla (reina) y su séquito. Por último, aparece el inca Pachacutec, encarnado en la piel del actor Nivardo Carrillo.
El hombre está de pie en lo alto del muro de piedras, rodeado de su comitiva y los sacerdotes, al lado de un sol gigantesco. Extiende sus brazos y se dirige a la multitud en quechua, mientras Eladio traduce: “¡Sol mío! ¡Padre mío! Con mucha alegría te saludamos, solázanos con tu luz!...”. Y la multitud viva y aplaude. El tronar de los pututus no cesa y se entremezcla con la música de los harawis. La fiesta ya comenzó. Mientras tanto, las mujeres y los soldados danzan en los verdes jardines del palacio.
Eladio me explica que era en el Haukaypata –hoy la Plaza de Armas– donde se iniciaba la ceremonia antiguamente. “El inca y los sacerdotes esperaban la salida del sol y, una vez que se levantaba, se iniciaba la ceremonia de la mocha, que es enviar besos al sol.” Mientras tanto aquí, en Cusco siglo XXI, el inca invita al pueblo a trasladarse justamente al Haukaypata (la Plaza de Armas). La fiesta recién empieza.
SEGUNDO ACTO En la Plaza de Armas hay una multitud acomodada desde temprano a la que se suman los que llegan desde el Qorikancha. Se hace difícil hacerse un lugar entre el gentío. El primero en ingresar es el kurac Akulli –el encargado de leer las hojas de coca–, quien se acomoda en el centro de la plaza junto con sus ayudantes para hacer su ofrenda a la Pachamama y a las Apus (montañas sagradas). De rodillas, elige tres hojitas y pregunta cómo está el corazón del Padre Sol para la ceremonia en Sacsayhuaman. Luego entra el ejército, seguido de las ñustas y aqllas. Danzan alrededor de la plaza, precediendo el ingreso de la colla primero y del inca después.
La multitud viva el ingreso de los soberanos en sus tronos ornamentados. Plata para la reina y oro para el rey. “Nadie puede opacar al rey –me sopla una periodista local–, por eso la reina lleva atributos de plata y el rey de oro.”
Ambos soberanos mantienen la mirada firme y altiva en el horizonte. Serios, por momentos levantan la mano para saludar, y muy de tanto en tanto miran al público. Las nubes se resisten a retirarse, pero cada tanto un rayo de sol ilumina el rostro del inca, quien se dirige al centro de la plaza.
Llega el momento del esperado Encuentro de los Tiempos, cuando el inca se reúne con el alcalde. “¡Gobernante que ahora conduces mi pueblo, el Cusco! –recita el inca– Tienes delante de ti al inca redivivo, hijo del sol, padre de toda esta gente. Te hago entrega del khipu sagrado” (un ideograma hecho en telas con una serie de nudos). Y agrega: “Legado de nuestros padres. En él están contenidos los tres poderes que son la vida de nuestro pueblo. ¡Querer! ¡Saber! ¡Trabajar! ¡Sea la luz que ilumine tu buen gobierno y el destino de nuestra raza! ¡No lo olvides!”.
El alcalde le responde: “¡Padre Inca Pachacutec! ¡Prometo guardar con todo celo este maravilloso legado y cumplirlo fielmente!”.
“Pueblo del Cusco –proclama el inca–, ahora sí, dirijámonos a Sacsayhuaman. ¡Vamos unidos, como una sola fuerza que somos, vamos ya!” Y una suerte de peregrinación arranca hacia las ruinas de Sacsayhuaman.
TERCER ACTO Unos dos kilómetros separan la ciudad de estas ruinas milenarias. Algunos pocos suben la cuesta motorizados, pero la mayoría cubre el arduo trayecto a pie, haciendo un alto para devorar unos anticuchos (brochetas de corazón de vaca). Entre el público suben también los actores como Angie e Iván, que caminan de la mano y a paso lento. Para los que andan en auto, el embotellamiento se hace insoportable y proliferan los bocinazos. “Así son los peruanos”, me dice Angie un tanto avergonzada, luego de que un patrullero apurado casi me atropellara. “Nosotros somos los encargados de dar música y melodía. Abrimos y cerramos las ceremonias –cuenta Iván–. Yo toco la quena y la señorita es cantante. Este es el quinto año consecutivo que participamos. Es muy bonito, muy interesante. Es parte de nuestra identidad”, detalla el joven, parco para el diálogo. “Y lo que más nos gusta es que la gente nos vea, mostrar lo que somos, lo que fue el incanato. Hace ochenta años que se desarrolla esta escenificación, entonces es bueno ser parte”, concluye.
En las ruinas hay unas 30.000 personas acomodadas entre las gradas dispuestas en semicírculo alrededor de la plaza y en las montañas linderas. Las nubes vuelven a ganarle la batalla al sol y comienza a lloviznar. “Está por granizar, atentos al arco iris”, avisa Heinz, un fotógrafo local.
Desde lo alto de la muralla descienden primero las mujeres ataviadas en sus vestidos amarillos que desparraman flores en el camino por donde pasará el inca. “El camino del soberano debía estar limpio y enflorecido”, me susurra Eladio. Les sigue otro grupo con atuendo rosado, que lleva platos ceremoniales con ofrendas de maíz y coca. Luego vienen los sacerdotes y la nobleza, y al final de la corte están la reina y el inca, empuñando éste su lanza dorada. La multitud aplaude y se entusiasma nuevamente. Aún no granizó y el sol no se da por vencido: sigue pugnando entre las nubes. El sinchi se dirige al ushnu y da la bienvenida a todos los presentes. Pide que la plaza sea ocupada por sus gentes y sus guerreros, que ingresen los pututeros, los músicos, el ejército imperial. “¡Que viva el inca Pachacutec!”, brama el hombre. Y la multitud responde: “¡Que viva!”. “¡Que viva el Tawantinsuyo!”, replica el sinchi. “¡Que viva!” “¡Que viva el pueblo de Cusco!” “¡Que viva!”
Una vez ubicados el soberano y su corte proceden al rito de la chicha, que consiste en brindar con el sol y verter el brebaje que correrá –metafóricamente– desde aquí hasta el Templo del Sol por una canaleta dorada. Poco después, el inca pide un informe a los representantes de los cuatro suyos acerca de la situación de cada uno de los estados. Acto seguido, siguen las ofrendas y se enciende el fuego sagrado.
Todo el mundo aguarda el momento cumbre, el sacrificio de la llama negra. El sumo sacerdote Willaq Uma le ordena al tarpuntay –el sacerdote encargado de seleccionar la llama más oscura del rebaño– que traiga el animal para ser sacrificado. Hay silencio y tensión, que una vez consumado el sacrificio se descargan en gritos de júbilo. El yawarpirikuc examina las vísceras para ver el futuro del Imperio. Enseguida se une al willaq Uma y otros sacerdotes que coinciden en que el color de la sangre es favorable para las predicciones. Luego, los restos son arrojados a la hoguera. El dios sol está contento y complacido con el gobierno de Pachacutec. Se nota: ahora resplandece en lo alto, un rayo furioso se coló entre las nubes y enciende las ruinas. Se hace la luz en Sacsayhuaman. Sobrevienen danzas en signo de gratitud.
Finalmente, para romper el supuesto ayuno de tres jornadas, realizan el rito del Sankhu –el pan sagrado–, elaborado con el mejor maíz blanco de las cosechas y bendito con la sangre de la ofrenda. La Colla se despide paseando en su trono alrededor de la plaza. El inca desciende del ushnu y sigue sus pasos para retirarse a sus aposentos. El público invade la plaza, todos quieren tocarlo y una foto con el rey. Una vez más los hijos del sol, herederos del inca, reciben la bendición de su padre. Inti no se va, sólo se aleja un poco, para retornar pasado el invierno y alumbrar las cosechas nuevamente.
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