CORDOBA. UN MUSEO CON HISTORIA
La construcción civil más antigua de “la Docta” cumple 260 años: se trata de la vivienda del primer gobernador-intendente cordobés, luego virrey del Río de la Plata, donde hoy funciona el Museo Marqués de Sobremonte. Una vidriera hacia el estilo de vida de los siglos XVIII y XIX, con el legado afroamericano que dejaron los esclavos.
› Por Cristian Walter Celis
A una cuadra de la Plaza San Martín y de la Catedral de Córdoba, el doble balcón esquinero de una casona colonial llama la atención de quienes se detienen en el cruce de Ituzaingó y Rosario de Santa Fe. Es raro ver, por esa zona de edificios de vidrio y gente apurada, una casa de dos plantas y paredes blancas con cabreadas de madera y tejados rojos. Se trata de la construcción civil más antigua de “la Docta” que queda todavía de pie: allí, durante 13 años del siglo XVIII, vivió Rafael de Sobremonte Núñez, Castillo, Bullón, Ramírez de Orellana, primer gobernador-intendente de Córdoba y virrey en los años de las Invasiones Inglesas en Buenos Aires.
Los Sobremonte fueron inquilinos de la propiedad hasta 1797. En el siglo XX el gobierno de Córdoba adquirió la propiedad y la convirtió en el Museo Histórico Provincial Marqués de Sobremonte, para los cordobeses más simplemente “la Casa del Marqués”. Esta edificación colonial mixta (surgió como comercio y residencia) fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1941.
Detrás de sus gruesos muros de adobe, la tranquilidad de las frías salas resguarda al visitante del bullicio de la calle para disfrutar de un breve traslado a la Córdoba colonial. Las salas de Platería, de Tertulias, de Armas, del Marqués y de la Música son algunos de los pasadizos al siglo XVIII. Al caminar por el piso de baldosas criollas, entre las blancas paredes cubiertas por objetos suntuosos, también van apareciendo oscuras historias sobre el penoso estilo de vida de los esclavos negros que allí vivieron.
PUERTAS ABIERTAS Si bien en el sitio donde hoy se levanta este ejemplo de la arquitectura colonial hubo otras construcciones previas, hacia 1752 el comerciante José Rodríguez compró el terreno con una antigua vivienda en mal estado y empezó a levantar su negocio con la casa familiar que aún perdura. Tardó 20 años en terminarla. Después, la historia se ocupó de traer a estas tierras al Marqués de Sobremonte, quien en 1784 llegó para cumplir sus funciones como primer gobernador-intendente de Córdoba del Tucumán. Por entonces, la ciudad tenía ocho mil habitantes.
Durante 13 años, la casona construida por los Rodríguez fue la residencia oficial del gobernador, ganando poco a poco fama como lugar de entretenidas tertulias en las que el Marqués y su esposa, Juana María de Larrazábal y de la Quintana, hacían gala de sus dones de anfitriones. A los Sobremonte les gustaba mucho la vida social. Además, según cuentan, el Marqués le daba todos los gustos a su esposa, al parecer bastante caprichosa. Hoy, en una de las salas, una serie de abanicos y otros elementos femeninos reflejan la forma de vestir de las mujeres del siglo XVIII durante esas fiestas.
COSA DE HOMBRES En la planta alta sorprende la Sala para Uso de los Hombres, un espacio donde sólo los varones, entre copas, conversaban, jugaban a los naipes y hacían negocios privados. Los más chicos accedían a esa sala cerca de los 14 años. Entretanto las mujeres se concentraban en la habitación del doble balcón esquinero para cuidar a los niños y bordar. La casa conserva su carpintería de algarrobo y rejas de hierro forjado. En cada una de sus habitaciones hay gran variedad de muebles acompañados por objetos como arañas, cuadros y hasta una colección de armas. En una ciudad como Córdoba es imposible no encontrarse con vestigios religiosos, legado que aparece en el Oratorio y en la Sala de Música, con pinturas de la escuela cuzqueña (siglo XVII), imaginería, tallas en madera y una admirable colección de platería litúrgica jesuítica. Cerca del Oratorio está el Dormitorio de la Tía Custodia, la habitación para las viudas y las mujeres solas de la familia, quienes mantenían una activa vida religiosa.
El Museo cuenta con más de 30 espacios entre las dos plantas, los patios y las áreas de servicio. De las mil piezas exhibidas en las 20 salas, muy pocas son originales de la familia del Marqués: se destacan una cama, el sillón que usó como funcionario en el Cabildo y un chaleco de gala que –se presume– sería de Sobremonte. Una tinaja de barro de 1612, un mapa de América de 1775 y un órgano americano de cámara estilo italiano del siglo XVIII son algunos de los exponentes más significativos. Desde el Museo aseguran que muchos turistas extranjeros llegan motivados por la riqueza estética e histórica de esos objetos. Sin embargo, todas las piezas ayudan a conocer cómo era la vida en el siglo XVIII, donde también aparecen otros protagonistas: los esclavos afrodescendientes.
ELOGIO DE LA NEGRITUD Córdoba fue uno de los principales centros de contrabando de esclavos a mediados del siglo XIX. Hacia 1840, el 62 por ciento de la población cordobesa estaba integrado por negros y castas. La mano de los esclavos no sólo se encontraba presente en la cocina y las tareas artesanales, sino que gran parte de los edificios históricos actuales fueron construidos por ellos.
Desde 2010, el Grupo Córdoba Ruta del Esclavo se ocupa de investigar y difundir la raíz negra de la sociedad cordobesa, que tiene un alto porcentaje de afrodescendientes. En ese sentido, el Museo Marqués de Sobremonte también forma parte del recorrido turístico “Córdoba negra”, que incluye edificios civiles y religiosos de “la Docta”.
En la Casa del Marqués, a fines del siglo XVIII había 12 esclavos, incluidos niños, que se ocupaban de las tareas domésticas. Uno de los vestigios más impactantes radica en la exquisita herrería de la vivienda, realizada por sus manos. Más allá de la arquitectura, el Museo también da testimonio del difícil estilo de vida que llevaban los africanos en estas tierras, ya que durante varios siglos se los consideró, tristemente, sólo un objeto.
En el traspatio hoy aparecen tres habitaciones reconstruidas donde vivían los negros. También hay elementos de castigo como cepos y un grillete. En la época del Marqués estas rancherías, ubicadas cerca de la cocina, eran cinco. Estos espacios minúsculos, casi celdas, reproducen el ámbito en el que habitaban los esclavos: un catre, una silla, una vasija. Austeridad absoluta, como la vida misma de estos hombres y mujeres llegados principalmente desde Guinea y Angola.
En la Casa del Marqués tampoco faltaban los patios con fragantes plantas donde respirar un poco de aire o tomar agua fresca en verano: el Patio Principal, con su granado; el Patio del Aljibe; el Patio de Servicio, y el Patio de las Rosas. Aún están allí, con pisos de cantos rodados o ladrillos y encerrados por arcadas, galerías y paredes de cal y canto.
Mientras los guías cuentan anécdotas y curiosidades de esta vivienda, un reloj de sol aún marca las horas en el patio principal, con una hora de diferencia respecto del huso actual. En la Casa del Marqués el tiempo no se detiene, aunque sus rincones sigan guardando historias contrapuestas y demostrando su imperturbable perdurabilidad.
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