Dom 07.10.2012
turismo

TUCUMAN. ALREDEDORES DE LA CAPITAL

Azahares del norte

Los paisajes y pueblos cercanos a San Miguel de Tucumán ofrecen diversidad y contacto con la naturaleza, sin alejarse demasiado del punto de partida. Una visita a la producción de cítricos de Tafí Viejo, a las nuevas aerosillas del embalse El Cadillal y al viaducto El Saladillo, pasando también por El Timbó y su kartódromo.

› Por Pablo Donadio

Fotos de Pablo Donadio y Cynthia Paz

Una vez más la lluvia nos recibe en Tucumán. “Adiós a las actividades pactadas”, pensamos, pero poco después descubriremos que en este pequeño terruño señalado por la Independencia lo diverso y cambiante se aplica también al clima. La llegada a la ciudad está envuelta en una llovizna que sin embargo no impide ver los infinitos campos de caña, razón de uno de sus mayores ingresos y motivo de luchas intestinas. Hacia el norte, lo que llena el paisaje no es ya el verde constante de la caña, sino las lomadas donde los cítricos erigen a la provincia en el mayor exportador de limones del planeta. En ese contexto natural y productivo cruzamos el inmenso parque San Martín y nos instalamos en el Catalinas Park, nuestra base para hacer la pasada por la plaza Independencia y la “casita” histórica donde el Congreso proclamó la Independencia el 9 de julio de 1816. Luego seguiremos camino hacia la Ruta de la Empanada, el producto local que pasea sus sabores por el coqueto barrio de Yerba Buena.

El kartódromo más grande del país, en El Timbó, donde volvió la competencia internacional.

AGRIDULCE Nos han invitado a Tafí Viejo, localidad tal vez no tan turística pero sí cargada de paisajes e historias. Apenas salimos de San Miguel hacia el norte, los cañaverales parecen dominarlo todo, y el recuerdo evoca aquella cita de Atahualpa Yupanqui en “El payador perseguido”: “Pelar caña es hazaña del que nació pal’rigor: allá (Tucumán) había un solo dulzor, y estaba adentro e’la caña”. Esa imagen verde y reluciente nos acompaña hasta salir de la autopista, cuando la 4x4 comienza a desandar las callecitas internas de Tafí y otros caminos de producción a gran escala, como los de los cítricos, donde el limón es rey. El sector citrícola exporta limón como fruta fresca y como derivados industriales (cáscara deshidratada, aceites esenciales y jugo concentrado) por más de 500 millones de dólares anuales, empleando a unas 50.000 personas. Conocida como Capital Nacional del Limón, Tafí festeja aquí su festival anual, con destacados artistas del cancionero popular y otras voces jóvenes como la de Juan Pablo Ance, solista e integrante de Bondi Cultural, que dirige Bruno Arias, sabedor de esas historias de villa veraniega y tiempos del ferrocarril.

Los recuerdos son parte del imaginario popular que sigue vivo en calles, comercios y casas coloniales antiguas. Basta hablar con cualquier poblador anciano para recordar el gran impulso que le dieron los talleres ferroviarios, alentando la zona por muchos años y trazando la comunidad como una de las más florecientes del interior de la provincia. Distinto de muchos pueblos, su centro comercial e institucional no comenzó alrededor de la plaza principal sino a lo largo de avenida Leandro Alem. Nos quedaríamos largo rato más a ver los viveros de flores encendidas e investigar más sobre la producción del citrus, pero no hay tiempo. De allí tomamos la avenida Constitución hasta la RN9, para enfilar unos kilómetros al noreste, donde nos espera el kartódromo más grande del país.

Rumbo al viejo puente ferroviario, donde se puede descender en rappel sin agarre.

SOBRE RUEDAS Casi en ángulo con el último destino que tendrá plena aventura, llegamos a El Timbó. Este pueblo, dividido en “viejo” y “nuevo”, es también un paraje de tierra fértil para los limones. Muchas de sus hectáreas están destinadas a esta y otras producciones agrícolas, como la de la palta Hass. Incluso hay una vieja leyenda india, parte del folklore local, que explica la razón del parecido de las semillas del árbol que le da nombre al pueblo con una oreja humana: hombre y naturaleza, una misma cosa. A 27 kilómetros de la capital, sus calles son aliadas del silencio y algunas estancias proponen la calma perfecta para el disfrute en familia. Sin embargo, en el lugar hay cierta excitación desde hace unas semanas, cuando se dio comienzo al primer tramo del Campeonato Tucumano 2012 de Karting sobre Asfalto, denominado Bicentenario Batalla de Tucumán. La carrera contó con cinco divisionales y tuvo 38 máquinas a todo motor, haciendo rugir a El Timbó. “Estamos felices de haberle devuelto a la provincia la actividad, que iniciamos en septiembre con el nombre de la batalla, porque esa fecha patria es muy importante para los tucumanos”, contó Mónica Serrano, una de las organizadoras del evento, que tendrá su premio coronación de diciembre. Inaugurado en 2003, el Kartódromo Internacional El Timbó fue un reclamo de los muchos pilotos tucumanos de esta especialidad, que no tenían un lugar físico donde entrenar para competir en las demás provincias. Además de su trazado, el lugar se convirtió en un espacio con todas las comodidades y medidas de seguridad necesarias no sólo para estas competencias, sino para quienes se animan a coquetear con la velocidad y quieren sentirse piloto por un día. Su pista, además de poseer un diseño muy original, está emplazada en los vaivenes de esta zona de singular belleza natural, con una propuesta distinta para pasar el día.

La nueva aerosilla del embalse El Cadillal, la atracción del momento.

ENTRE EL AGUA Y EL AIRE Jennifer Jansen, especialista en turismo aventura, nos busca por El Timbó para terminar el recorrido tucumano a pura aventura. El destino es el dique El Cadillal, el pequeño mar interior donde los tucumanos suelen desconectarse cada fin de semana. Es un sitio natural y muy extenso, pleno de paz, que ofrece un espejo de aguas mansas para realizar diversas actividades. Técnicamente llamado Dique Celestino Gelsi, El Cadillal está rodeado por el cerro Medici y las Sierras de Medina, que encajonan y contienen sus 11 kilómetros de largo por cuatro de ancho, con una profundidad máxima de 67 metros. “Acá nada se disfruta como el kayak. Lo que hacemos siempre es trasladarnos hasta el río Loro, donde damos una breve instrucción y nos calzamos el chaleco, el caco y la enagua de neoprene que cierra el kayak”, nos vende. Dicho y hecho, una vez listos tomamos los remos y comenzamos el descenso por el cercano río hasta el dique, en una travesía moderada y nada espectacular, pero muy reconfortante. En la llegada disfrutamos del almuerzo en uno de los puestos gastronómicos, mientras desde los espacios del camping salen otros grupos para realizar más actividades acuáticas como el canyoning, windsurf, kitesurf y la pesca.

La gran novedad por estas horas es el Complejo Aerosillas Nuevo Cadillal, con nuevas sillas que recorren 600 metros sobre el agua hasta la cima del Medici, desde donde se accede a una incomparable vista panorámica. La disfrutamos también, y salimos rápido al viaducto El Saladillo antes del anochecer. Obra técnicamente asombrosa, que imita los viejos modelos romanos y fue declarada Monumento Histórico Nacional en su momento (no había antecedentes similares en toda América latina), fue levantada con más de cinco millones de ladrillos. Su puente, de 308 metros de largo y 25 arcos de medio punto a 30 metros de altura, fue puesto en servicio por el ingeniero Guillermo White en 1883, permaneciendo en funcionamiento hasta 1927. Subimos con una soga que hace de rappel invertido, pero es la única forma de trepar por la ladera. Una vez conquistada la cima del gigante de piedra, nos ponemos los pantalones y el resto de los equipos, y controlamos los seguros varias veces antes de arrimarnos al borde. Allí hay un momento sublime cuando se está a punto de saltar, y más en esta disciplina, donde no hay apoyo y se debe prestar atención al arnés, que uno mismo va soltando para descender. “Hay que deslizarse sin que lo toquemos, porque al instante se pone muy caliente por el paso de la soga”, dice la guía como para que nos preocupemos más por no quemarnos que por la remotísima posibilidad de la caída. En fin, lo logramos, con un gran susto inicial, pero una grata sensación posterior al comprobar que la cuerda resiste y, al menos hoy, no moriremos.

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