Domingo, 21 de octubre de 2012 | Hoy
CHUBUT. TEMPORADA EN PUNTA TOMBO
Como todos los años, los pingüinos de Magallanes ya llegaron nuevamente a la reserva de Punta Tombo para anidar, procrear, criar a sus pichones y adiestrarlos hasta que llegue el momento de volver al mar, en los meses de marzo-abril. Miles de parejas se pasean por el terreno pedregoso y permiten disfrutar una increíble cercanía con los visitantes.
Por Guido Piotrkowski
Fotos de Guido Piotrkowski
“Es como si fuese una gran ciudad, con diferentes tipos de construcciones, que son sus nidos”, dice Paula Ortega, guía de la Secretaría de Turismo de Chubut, cuando estamos llegando a la reserva de Punta Tombo, unos cien kilómetros al sur de Trelew. “Algunos los construyen muy debajo de un arbusto, otros hacen sólo un hueco profundo en un lugar plano, mientras hay quienes eligen refugiarse en una mata sin hacer el hueco. Y ahí viven durante el tiempo que están reproduciéndose.”
Año tras año, a partir de septiembre, una enorme cantidad de pingüinos –se estima que rondan el millón– arriban a este hermoso paraje donde la estepa que parece infinita se hunde en el mar. Vienen para anidar, reproducirse y criar a sus pichones.
Punta Tombo es una reserva natural de 210 hectáreas convertida en Area Protegida para conservar el hábitat de estas aves. Es una de las pingüineras más grandes del mundo y de más fácil acceso para los visitantes: tanto que hasta hace poco los autos podían circular por los senderos que atraviesan el lugar, una maniobra hoy prohibida por el evidente riesgo que significa para los pingüinos.
ARRIBO Y REPRODUCCION Los primeros en llegar son los machos, que alcanzan la madurez sexual alrededor de los cinco años. Es entonces cuando arman su refugio. Alrededor de una semana después comienzan a acercarse las hembras y se van ubicando en sus nidos. “Ellos buscan para construirlo un suelo relativamente bueno, ni totalmente duro ni totalmente blando. Porque si es duro es imposible hacerlo, y si es blando lo más probable es que las condiciones del clima, los predadores o hasta los guanacos puedan llegar a destruirlo”, agrega Paula mientras caminamos por uno de los senderos. A ambos lados del camino, un sinfín de pingüinos miran curiosos a los visitantes: alguno que otro cruza el sendero con total indiferencia, mientras otros duermen plácidamente, corretean por ahí o se enredan en una pelea a picotazos. “Sucede que cuando vienen los machos también llegan aquellos que recién alcanzan la madurez sexual y no tienen nido del año anterior –explica la guía–, entonces se pelean para ocupar nidos. No se matan entre sí, pero son muy agresivos y es muy común encontrar alguno que otro tuerto, ensangrentado o muy lastimado.”
Cuando encuentran el sitio ideal, comienzan a excavar usando el pico y luego profundizan el hoyo con las patas. Ese nido es el mismo al que regresarán año tras año para esperar a su hembra, porque ellas generalmente vuelven con el mismo macho. Hacia mediados de octubre ponen los huevos. El macho trata de reconquistar a la hembra del año anterior, pero siempre hay otros alerta, y el cortejo entonces se vuelve largo. Tienen varias cópulas, relativamente cortas, y ponen dos huevos con una diferencia de cinco días entre el primero y el segundo (la misma diferencia con que luego nacerán las crías). El período de incubación dura cuarenta días. “El segundo siempre va ser el menos alimentado, no porque los padres no lo quieran, sino porque el que nació primero siempre va a ser mucho más fuerte, y por eso tiene la capacidad de extraer más comida”, explica Paula.
Hay pingüinos que nidifican a un kilómetro de la playa, y tienen que caminar más de una hora para alimentarse, entonces irán menos veces que los que están frente al mar. “Por eso decimos que es como una gran ciudad. Los afortunados que están frente al mar se pueden alimentar más, y los dos pichones tienen mayores posibilidades de sobrevivir que aquellos que están a un kilómetro. Lo más probable es que el segundo de ellos muera por falta de alimentación”, asegura la guía. A lo largo de la reserva se ven algunos esqueletos, “pero aquí no se toca nada, salvo que alguno esté lastimado y se lo pueda ayudar”, aclara Paula.
En uno de los senderos nos encontramos con Roberto Rafa, guardafauna, quien explica el proceso de alimentación. “Primero se meten mar adentro en busca de la corriente y luego del cardumen. Una parte del alimento es para ellos y la otra para los pichones. Los adultos apelmazan unos 500 gramos en el estómago y luego lo regurgitan. El pichón tiene que comer del pico, si cae en el suelo no lo comen, es alimento perdido.” Se alimentan de anchoítas, calamares y langostinos. La pareja se turna en ciclos de diez días para ir a buscar la comida, y a unos cinco días del nacimiento se quedan los dos, cada uno con el alimento ya acumulado para las crías. También se turnan para incubar; cuando lo están haciendo van en busca de comida cada tres o cuatro días, una vez cada uno. “La idea es no dejar nunca ni los huevos ni los pichones solos, por los depredadores”, indica ahora la guía. Gaviotas, chimangos, zorros grises y peludos andan al acecho. Los pingüinos se comunican a través de graznidos, que pueden emitir tanto para llamar a su pareja como para ahuyentar algún macho extraño o un depredador.
PINGÜINOS A GRANEL Los pingüinos de Magallanes son de aguas semitempladas, por lo tanto no van hacia el sur, sino que migran hacia el norte y toman la corriente cálida de Brasil para regresar seis meses más tarde a las costas patagónicas, donde además de Punta Tombo existen unas sesenta colonias de esta especie. Alrededor de diciembre-enero comienzan a llegar los juveniles, que son las crías del año anterior. Nacen de color gris y blanco, y tienen un plumón muy suave que mudan antes de partir por plumas ya impermeabilizadas. Una vez que retornan cambian ese plumaje gris y blanco por el blanco y negro definitivo, para luego migrar.
En realidad no se sabe a ciencia cierta la cantidad de pingüinos que hay por aquí. Roberto Rafa, el guardafauna, estima que hay medio millón de reproductores y alrededor de un millón en total. “Habría que hacer un censo fuerte, porque hace más de diez años que no se hace. Todo se rige por el alimento, y el número habría bajado debido a la sobrepesca, aunque en Península Valdés creció. El último censo dio alrededor de un millón.”
Rafa lleva siete años en la reserva, y veintitrés como guardafauna. “Me conozco todo, ya he estado en todas las reservas. Cada tanto hay que hacer cambios, respirar aires nuevos”, dice este hombre apasionado por la naturaleza, que se está despidiendo de los pingüinos: lo espera un nuevo destino junto a los elefantes marinos y las orcas en Caleta Valdés. “Los turistas tienen que aprender a conservar lo que nosotros cuidamos, valorar lo que está a nuestro alcance. La gente ha tomado mucha conciencia de la conservación, principalmente los niños. Los medios de comunicación ayudaron mucho y en la escuela secundaria se está haciendo hincapié en valorar los recursos naturales. Nosotros vamos a los colegios y difundimos para que tomen conciencia de lo que pueden ver y hacer.”
Pasen y vean, la temporada de pingüinos 2012 ya comenzó. Y en Punta Tombo, ellos reciben visitas hasta marzo.
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