turismo

Domingo, 11 de noviembre de 2012

NEUQUEN EL BOSQUE DE ARRAYANES EN BICICLETA

Verde y canela

Un paseo en bicicleta de 12 kilómetros, desde el Bosque de Arrayanes hasta Villa La Angostura, por una península que ingresa en el lago Nahuel Huapi entre troncos color canela que filtran tenuemente los rayos del sol. Un efecto encantado de haces de luz y sombras verdes, en un lugar único en el mundo.

 Por Julián Varsavsky

Fotos de Julian Varsavsky

El paseo por las pasarelas del Parque Nacional Los Arrayanes, que exhibe un paisaje de cuento entre sus troncos color canela, es uno de los más gratos de nuestra Patagonia. La forma más relajada de visitar este bosque desde Villa La Angostura –aunque puramente contemplativa– es navegando ida y vuelta en catamarán por el lago Nahuel Huapi. Pero hay una opción más activa para disfrutar de su romanticismo, que consiste en llegar navegando y regresar a la ciudad en bicicleta, o incluso a pie, por una senda de 12 kilómetros. Extendido sobre 12 hectáreas densamente pobladas a puro árbol, el Bosque de Arrayanes neuquino es el más profuso del mundo de esta especie, admirada en todo el planeta por su sutil silueta y los claros colores del tronco y la copa. En Italia, Grecia y España se cultiva como árbol ornamental. Y en el tiempo medieval en que la cultura mora reinaba en España, en los vergeles andaluces siempre había al menos una variante de arrayán. El más célebre de aquellos jardines es el Patio de los Arrayanes en el Palacio de la Alhambra (la palabra “arrayán” es justamente de origen árabe).

La densidad de este bosque tan bello como frágil lo hace único en el mundo.

AL ABORDAJE La excursión en bicicleta suele comenzar con una navegación de ida desde Bahía Mansa, en Villa La Angostura, ya que la perspectiva desde el lago es espectacular y conviene disfrutarla. Cada cual sube su bicicleta a la embarcación –no hace falta guía para pedalear por este circuito– y al desembarcar se la deja a un lado por un rato para recorrer a pie las pasarelas. En la densidad de troncos de color canela los rayos de sol se filtran con un fascinante juego de luces y sombras color sepia, creando la ilusión de que se avanza por un bosque encantado.

El circuito autoguiado de las pasarelas se puede recorrer en media hora leyendo los carteles explicativos. Allí uno se entera de que el arrayán alcanza a veces los 650 años de vida y pertenece a la familia de las mirtáceas, característica de la ecorregión andino-patagónica.

La excepcionalidad de este compacto bosque se debe a que normalmente los arrayanes crecen en forma espaciada a la vera de los ríos y lagos. Aquí se dio un fenómeno opuesto por la singularidad de que una rama rota del árbol que no se haya desprendido totalmente puede generar raíces, si mantiene su punta en contacto con suelos muy húmedos como el de este parque nacional. En biología llaman “vástago” a estos nuevos árboles que surgen de otro sin que se dé la reproducción con semilla. Y así ocurrió aquí. Los arrayanes se multiplicaron intensamente sin dejar lugar a otras especies, formando un impenetrable con plena sombra donde casi ninguna otra variedad puede sobrevivir por la falta de luz y espacio. La mayoría de los arrayanes de este bosque no nacieron a partir de una semilla.

El Parque Nacional se creó en 1971 para proteger un bosque que requiere cuidados especiales por su fragilidad y excepcionalidad. Pero en un principio el resultado fue el contrario: las visitas turísticas aflojaban la tierra y por acción del agua y el viento quedaron al descubierto muchas raíces, con lo cual los árboles más jóvenes se cayeron. El daño fue grave, ya que al morir los ejemplares viejos el bosque iba en camino a desaparecer. Por esa razón se construyó un entablonado destinado a lograr que las visitas no afecten el entorno.

El Parque Los Arrayanes es rico en avifauna y la recomendación primordial para poder observarla es caminar en silencio. Así tal vez se podrá escuchar –y con suerte observar– al zorzal patagónico, que prepara su nido con barro, pasto y musgo. En el bosque también habitan el rayadito, el chucao, el carpintero patagónico y el picaflor rubí.

Por otra parte, la península que alberga el Bosque de Arrayanes perteneció originalmente a Juan O’Connor, quien en 1931 vendió sus tierras a la familia Guevara Lynch. Los nuevos dueños construyeron con madera de ciprés una agradable casa de té donde agasajaban a los amigos que visitaban su estancia. Luego de complejas negociaciones y conflictos con los gobiernos de turno, el sector del Bosque de Arrayanes fue incorporado al Parque Nacional Nahuel Huapi en 1950. Desde 1998 la casa de té Cielo Verde está concesionada a una familia de expertos en repostería, que ofrecen sabrosas tortas en medio del bosque, con vista sobre el lago. Las tortas recomendadas por la casa son el strudel de manzana, el cheese-cake con salsa de frambuesa, la torta de chocolate y la torta bombón de brownie. Además se sirven jugos de frutilla, frambuesa y mora, y chocolate caliente.

En bicicleta, la manera más íntima de adentrarse en el Bosque de Arrayanes.

MEJOR EN BICI La desventaja de visitar el bosque ida y vuelta con el catamarán es que hay apenas una hora por reloj para recorrer las pasarelas, a veces con grupos de hasta 80 personas. Y el momento más agradable del parque es precisamente cuando los grupos se van y se disfruta de un silencio absoluto que permite admirar el bosque en su máximo esplendor. Para lograr esto hace falta no tener apuro y poder moverse libremente por las pasarelas. Y esa libertad la tienen sólo quienes regresan a Villa La Angostura en bicicleta o a pie, no sujetos a los horarios del catamarán.

La travesía de 12 kilómetros de regreso no es por cierto plana; tiene subidas y bajadas empinadas por un sendero bien demarcado y sin peligros. En los lugares más complicados es necesario bajarse de la bicicleta y caminar.

El paseo en bici desde el Bosque de Arrayanes comienza en un sendero que nace de las pasarelas, unos metros antes del área de baños. Un kilómetro más adelante un cartel señala un corto desvío que lleva al borde de la laguna Patagua, donde hay una playa de césped. De regreso en la senda principal, se avanza por un cerrado bosque de coihues y cipreses de hasta 40 metros. Al comienzo el paseo es relajado –ideal para entrar en calor–, con una subida de pendiente media de un kilómetro. Pero a los pocos minutos llega la primera pendiente inclinada y no queda otra más que caminar. Atención sin embargo, porque también hay largas bajadas en espiral sobre el final, donde los ciclistas más hábiles pueden experimentar altas velocidades con una vista espectacular del lago a la derecha.

Muchos ciclistas detienen el avance donde más les place y se tiran en el pasto a hacer un picnic observando los cerros Bayo y Tres Picos. Por lo general se tarda una hora y media en recorrer los 12 kilómetros, a menos que se hagan paradas muy largas. Finalmente el paseo termina en el puerto de Villa La Angostura, donde se pueden devolver las bicicletas de alquiler.

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Frente al Nahuel Huapi, un alto en la bicicleteada para admirar el paisaje.
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