Dom 18.11.2012
turismo

MISIONES CATARATAS DEL IGUAZú

Como agua para la aventura

En los dos lados de las Cataratas del Iguazú, el argentino y el brasileño, un viaje para salir de la contemplación e internarse activamente en las entrañas de la selva misionera: el menú de propuestas para los audaces es completo y ofrece rappel libre, rafting, bicicletas, canopy, navegaciones, trekking y hasta un chapuzón en el Salto Arrechea.

› Por Julián Varsavsky

Fotos de Julian Varsavsky

“El vértigo es algo diferente del miedo a la caída... significa que la profundidad que se abre delante nuestro nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados”.

Milan Kundera

El vértigo es la sensación omnipresente en un viaje a las Cataratas de Iguazú, pero su punto más potente se produce en la Garganta del Diablo, donde el río se arroja al vacío desde una cornisa de piedra para estrellarse contra las rocas. En la diabólica garganta, las entrañas de la tierra parecen absorber una masa de agua de proporciones inhumanas: como si alguien hubiera quitado un gran tapón universal, liberando millones de litros que inundan las fauces de un gigante oculto bajo la espuma blanca.

Un trueno constante sube desde la garganta haciendo vibrar el piso del balcón, donde los recién llegados se agarran fuerte de la baranda, pasmados ante un paisaje invasivo que baña a los visitantes en rocío, los encandila con su brillo radiante y los aturde hasta ensordecerlos.

Al vértigo de la Garganta del Diablo no puede escaparle nadie –no tendría sentido el viaje–, pero hay otras opciones donde esta sensación se puede llevar un poco más al límite, sin por eso correr el riesgo de caer en el vacío. Del lado argentino y brasileño de las Cataratas hay diferentes alternativas para tomarle el gusto: descender en rappel libre sobre las aguas, lanzarse en tirolesa entre la copa de los árboles, bajar los rápidos del río Iguazú en gomón de rafting o subirlos en una lancha a toda velocidad para mojarse bajo los saltos. También hay opciones activas que implican puro relax y contemplación de la naturaleza, como un paseo en balsa y una caminata por la selva con chapuzón incluido. A continuación, todas las opciones para abordar la selva de manera activa y sentirla en el cuerpo.

Arborismo: acercamiento a los árboles desde pasarelas de altura, en el lado brasileño.

TREKKING POR LA SELVA Una excursión muy recomendable dentro del parque –aunque pocos la hacen por la brevedad del viaje clásico de fin de semana– es un trekking por el Sendero Macuco. Este paseo es autoguiado a lo largo de tres kilómetros y su entrada está a 200 metros del acceso peatonal al Parque Nacional Iguazú (Argentina). El Sendero Macuco es casi la única posibilidad de andar por la selva sin nadie a la vista, en silencio absoluto y pisando tierra roja. En el momento más inesperado de la caminata, un colorido tucán puede cruzar volando de lado a lado del sendero, que se va estrechando mientras la vegetación parece a punto de impedir el paso. Primero la flora acaricia al caminante con un suave roce, pero luego se interpone y es necesario correrla con la mano. Al rato el caminante ya está encerrado entre dos estrechas paredes verdes que no dejan pasar la luz del sol, entre troncos caídos recubiertos de líquenes y musgo que interrumpen un poco el paso.

Al avanzar por la selva se tiene la sensación de atravesar las entrañas de un gran cuerpo viviente compuesto por millones de especies vegetales y animales entrelazadas una con otra. El intrincado reino vegetal está muy a la vista, pero la fauna es esquiva por derecho propio y acecha parapetada tras la muralla vegetal con sus millares de ojos.

El sendero tiene cinco estaciones indicadas con un número, y lo ideal es pedir un folleto con las explicaciones en la oficina de Parques Nacionales. La primera parada es donde se suele escuchar un sonido similar al chasquido de dedos humanos: pero no se trata de un fantasma sino del bailarín blanco, un pajarito cuyos machos emiten ese sonido advirtiendo su presencia ya que son muy territoriales. Su nombre se debe a las llamativas danzas con que atrae a las hembras.

La segunda parada es en un arroyito temporario que brota de la selva, pero desaparece en épocas de sequía. Luego se llega a una zona donde se ven plantas colonizadoras que crecen rápidamente cuando se genera un claro en la selva, resultado de la tala o de un incendio. Entre ellos está el ambay, un árbol que en su interior alberga una clase de hormiga que no le produce ningún daño. En la cuarta estación se ven ejemplares de palmera de palmito, cuyos frutos negros son apetecidos por los tucanes y los monos, y su cogollo por los seres humanos. El problema es que al cortarle el cogollo –con el que se hacen unas pocas latas de palmito– hay que matar al árbol completo, lo cual genera aún hoy una depredación importante por parte de los macheteros furtivos.

En la quinta parte del sendero están las tacuaras o cañaverales de bambú, que tienen un ciclo de vida muy propio porque crecen en comunidad y fructifican todas de manera simultánea para luego morir, en ciclos que oscilan entre 15 y 40 años. Una parte de los millones de semillas que producen sirve de alimento a aves y ratones, y otra da origen a una nueva generación de tacuaras. En esta zona del parque se observan cinco especies: tacuarembó (una caña baja y delgada de 1,3 centímetro de diámetro), tacuapí (tres centímetros de diámetro), yatebó (hasta 15 metros de alto) y tacuaruzú, que es la más grande y alcanza los 20 metros de altura. Y con un poco de suerte el caminante se cruzará en el sendero con una comunidad de monos caí, que suelen andar en grupos de a 20 con un macho dominante al frente.

El último tramo del Sendero Macuco implica descender una empinada barranca. Pero la tarea no es tan compleja, porque a ambos lados hay una barroca proliferación de tallos y raíces de donde agarrarse con firmeza. El esforzado descenso tiene como recompensa un refrescante baño en una pileta natural de aguas cristalinas, al pie de los 20 metros de altura del Salto Arrechea.

La potencia arrasadora de la Garganta del Diablo, donde el agua se arroja al vacío.

VERTIGO POR DOQUIER Del lado argentino de las Cataratas, Iguazú Jungle Explorer organiza una vertiginosa excursión en lancha internándose a toda velocidad por los rápidos del río Iguazú inferior. El paseo comienza con una navegación tranquila entre dos paredes selváticas al pie de los saltos. Hasta que una potente acelerada obliga a todos sujetarse y se desata un torbellino de aguas desplomándose por una pared cercana. No se ingresa en la temida Garganta, por supuesto, pero se disfruta de una “ducha a presión” bajo el salto Los Tres Mosqueteros.

Los pasajeros gritan como si llegara el fin del mundo y un atronador torbellino parece colocarlos en el epicentro de una calamidad. En medio de una densa nube de rocío, a metros de la embarcación, la catarata explota en ráfagas de agua. Y cuando parece que todo ha terminado, la lancha da una larga vuelta en U alrededor de la isla San Martín en busca del salto de ese nombre, uno de los más furibundos del parque. Al ingresar al salto es como si un cuerpo de bomberos abriera sus mangueras al unísono para atacar a chorros la embarcación. La situación es desconcertante, porque llegado cierto punto ya no se ve nada salvo un rocío blanco muy espeso. Pero se trata sólo de un juego erizante como no hay otro, siquiera parecido, en ninguna sucursal de Disneyworld.

Rappel libre, con las Cataratas de fondo, para sentir el vértigo de la altura.

TIROLESA Y RAPPEL A 20 kilómetros de Puerto Iguazú se hace una excursión de tirolesa y rappel que, además de la diversión, permite una interacción intensa con la selva virgen, incluso mejor que en el Parque Nacional. La jornada de aventuras comienza en un camión 4x4 con capacidad para una docena de personas, que avanza por un camino de tierra roja misionera.

Durante el recorrido inicial se pasa junto a las humildes casas de barro y madera de los indios guaraníes. Los lagartos overos corren a toda velocidad junto al camión, que finalmente se abandona para bajar a pie por una barranca hasta el borde de una catarata de 15 metros de altura. Allí se desciende el salto con la técnica de rappel. A cada aventurero le colocan casco y arnés; luego el guía los va parando de espaldas al borde del precipicio –con los pies en el agua– en el centro del salto. Con chistes el guía busca quebrar la rigidez de los aventureros, pero recibe a cambio unas risitas nerviosas. Lo más difícil es atreverse a comenzar el rappel en la catarata y echar el cuerpo hacia atrás, formando un ángulo recto con la pared de roca. Luego sólo resta comenzar a bajar, dando breves pasitos con el agua cayendo de lleno sobre la cara.

La aventura más original que depara esta incursión por la selva consiste en treparse a un árbol de 30 metros por una escalerilla colgante –asegurados con una soga– para cruzar suspendidos con un arnés hasta otro gran árbol a 100 metros de distancia. Cuando se trepa el árbol, se llega a una plataforma de madera en el punto más alto de la selva, donde nacen las lianas: es lo que se llama “estrato superior”. El panorama desde allí es distinto a cualquier otro, denso y espeso como un burbujeo color esmeralda. Un mismo árbol puede soportar en la ramificación de su tronco varias bromelias, helechos, cactus y otras plantas. Y en primavera estos jardines colgantes suelen llenarse de orquídeas que cubren una rama completa, formando cascadas de flores amarillas, lilas y rojas.

Parados sobre la plataforma es inevitable detenerse un rato a disfrutar de la novedosa visión de la selva. Pero es momento de saltar y nuevamente los rostros se tornan severos, aunque todos se esfuercen por sonreír. Entre un árbol y otro el aventurero cruza colgado con el sistema de tirolesa, lanzando alaridos que retumban en la selva.

Un gomón con motor fuera de borda se interna en los rápidos del río Iguazú.

RAFTING PRA VOCE Para agregarle un poco más de acción al viaje, aunque sin motores, hay que cruzar la frontera hasta el Parque Nacional Iguazú Brasil, donde se hace un descenso en rafting por los rápidos del río. Es un rafting sencillo –rápidos nivel II y III–, pero no por eso carece de emoción.

Se parte desde el muelle Macuco, río arriba, con una lancha fuera de borda que primero se acerca al salto Los Tres Mosqueteros, donde los aventureros se dan un baño de agua a chorros en la catarata. Luego, junto a la isla San Martín, el grupo cambia a un gomón inflable y comienzan los preparativos. Con el casco y los salvavidas bien ajustados, el guía explica las voces de mando que aseguran la coordinación, enseña cómo tomar el remo, las técnicas para girar y qué hacer ante un posible vuelco.

Luego de una práctica en aguas calmas comienza la aventura. Se navegan primero unos rápidos simples, hasta que todos toman confianza. Pero de repente comienza el traqueteo y el río enloquece; luego se apacigua en breves remansos y vuelve a la carga otra vez. En los rápidos más complicados el gomón se inclina hacia arriba, rebota en una piedra, parece a punto de zozobrar y de pronto recupera el equilibrio. Los guías son cuidadosos para evitar un vuelco, pero si ocurre tampoco sería grave, ya que todos van con chalecos salvavidas y una lancha de seguridad los sigue de cerca. El descenso recorre 4,5 kilómetros en 30 minutos.

Del lado brasileño de las Cataratas hay varias opciones de aventura que coinciden con lo que se puede hacer en Argentina –como paseos en lancha y caminatas– y otras que son exclusivas. Entre estas últimas están el rafting, la bicicleta, el arborismo y el rappel libre.

Lo diferente de hacer rappel en Brasil es que en la Argentina se baja por una pequeña cascada –fuera del Parque Nacional– con la modalidad clásica apoyando los pies en la pared. En cambio en Brasil se hace el Cañón de Iguazú y el salto Los Tres Mosqueteros de fondo, con la modalidad de rappel libre, es decir con el aventurero directamente suspendido en el vacío. Por eso la actividad no es recomendable para quienes sufran de vértigo, ya que hay que colgarse con arneses desde una plataforma de acero de 55 metros que se eleva sobre las rocas junto al río. El descenso se dura de cinco a diez minutos.

Otra actividad que sólo se hace en el Parque Nacional de Brasil es el paseo en bicicleta por el sendero Pozo Preto, que en el pasado era utilizado por los guaraníes. Este sendero mide nueve kilómetros y se puede seguir tanto en bicicleta como a pie, siempre con guía, en unas cuatro horas y media. La última parte es navegando en una lancha a motor por el río Iguazú superior, desembarcando en la Isla de las Tacuaras. También se puede cambiar la lancha por un doky, una especie de kayak muy estable.

El arborismo es una de las opciones más divertidas, ya que implica andar por la copa de los árboles, un poco a la manera de los monos. En un sector del parque hay puentes colgantes entablonados entre una cima y otra, redes para trepar, una pared de escalada que se cruza de manera lateral y una tirolesa de 25 metros de largo. En total hay once estaciones en pleno estrato superior de una selva muy cerrada. Y para quienes desean elevar al máximo la adrenalina está el “salto del gato”, que consiste en trepar once metros por una escalera colgante y pararse en una plataforma de madera en lo alto de un árbol. Entonces hay que respirar hondo, saltar hacia delante a lo Tarzán y agarrarse de una soga para quedar colgado. Por supuesto, quienes fallan no caen al suelo sino que quedan colgados del arnés.

En el Parque Nacional de Brasil se puede también hacer escalada en la roca en pleno Cañón de Iguazú. Al sitio de escalada se llega caminando por el borde del río Iguazú; allí al lado de una cascada hay varias rutas de grados 4 a 8. Las gente puede llevar su propio equipo o alquilarlo en el lugar junto con el servicio de guía. La actividad es recomendable incluso para quien no tenga experiencia, ya que incluye una clase: pero lo ideal es hacerla en la mañana, ya que por la tarde el sol calienta mucho el basalto.

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