LA RIOJA. LA RUTA DEL TORRONTéS
Recorrido por la Ruta del Vino en la provincia de La Rioja, sobre todo tras los pasos del Torrontés, en un itinerario compuesto por dos regiones muy diferentes: una de pequeños productores de vinos artesanales en los pueblitos de la Costa Riojana, y otra de grandes bodegas en la ciudad y el valle de Chilecito.
› Por Graciela Cutuli
Como en La Rioja no hay mar, su “costa” bordea las montañas. Muy distantes de cualquier océano, así llaman los riojanos a la región de pequeños pueblos somnolientos que se suceden al pie de la Sierra de Velasco: Chuquis, Aminga, Los Molinos, Anillaco y algunos otros forman parte de este camino donde se vive al ritmo de las cosechas, los riegos y las estaciones: es una tierra de nogales, de olivares y de uvas Torrontés, el cepaje emblemático de la provincia. Sus racimos de color amarillo, como dorados, constituyen el verdadero tesoro de esta Costa: curiosamente el otro oro, el verdadero, no trae fantasías de riqueza. Al contrario, en La Rioja y más especialmente en Chilecito y en Famatina, del otro lado de la Sierra, la gente lucha desde hace años para impedir el desarrollo de megaemprendimientos mineros. Saben que el oro baja de las montañas con cianuro, una sentencia de muerte segura para los cultivos y la permanencia de estos pueblos varias veces centenarios. Ambas regiones, sobre la Costa y en el valle de Chilecito, forman la Ruta del Vino Riojano, un nuevo circuito que estuvo de fiesta en la recién terminada IV Fiesta Nacional del Torrontés.
VINOS COSTEROS La Rioja es la tercera productora vitivinícola a nivel nacional, detrás de Mendoza y Salta y por delante de San Juan. El cepaje predilecto es el Torrontés, tan bien arraigado que se convirtió en el emblema de los vinos locales. De hecho es una variedad que se acomoda idealmente a las grandes amplitudes térmicas, a la altura, a los suelos áridos y a los vientos propios de esta región de Precordillera.
La Ruta del Vino es la mejor manera de descubrir sus numerosas facetas, a través de la producción de las 35 bodegas que la conforman. Además permite explorar las regiones más lindas de esta provincia generalmente olvidada en los grandes circuitos turísticos nacionales, con la excepción del imponente Parque Nacional Talampaya. En la Costa se descubre un mundo que vive fuera del tiempo, mientras en Chilecito se conoce un valle próspero y dinámico, punto de partida de visitas a montañas de extraordinarios colores y sitios históricos como el Cablecarril La Mejicana.
Desde La Rioja capital se inicia el circuito por la Ruta 75, que bordea las Sierras de Velasco por su “costa” oriental. Sus picos más altos superan los 4200 metros. En este corredor, el vino es obra esencialmente de pequeños productores que ofrecen productos artesanales. Varios abren sus fincas a los visitantes y proponen degustaciones, como Casa India en Agua Blanca. La Rioja cuenta con 114 productores de vinos caseros sobre los 900 que se estima hay en todo el país. A lo largo de la Ruta 75, otras opciones aparecerán para hacer un alto y probar vinos, como en Finca Lomas Blancas de Villa Sanagasta, que hace además visitar sus instalaciones. En Anillaco, San Huberto es la única bodega de gran escala en este mundo de pequeños productores y vinos artesanales. La bodega cuenta con 200 de hectáreas de viñedos en la región, además de otros en Mendoza, y produce 700.000 cajas al año. Es como un gigante en Liliput, pero quizás un día sea equiparada con Bodega y Fincas de Aminga, una sapem (Sociedad Anónima con Participación Estatal Mayoritaria) que fue reinaugurada en marzo en el marco de un programa provincial de promoción de la Costa Riojana. Hacía 30 años que la histórica bodega de Aminga, que fue por mucho tiempo su emblema, estaba cerrada. El proyecto de la nueva bodega contempla su recuperación, además de la apertura de una hostería, fincas de uva y pasas, plantaciones de nogales, almendros, pistacho y producción de pimentón rojo y la manzanilla.
DEL OTRO LADO DE LOS CERROS En unos años, Aminga será sin duda lo que es Chañarmuyo hoy en el Valle de Antinaco, donde se encuentran Famatina y Chilecito. Esta bodega es en alguna medida el símbolo de la renovación de la viticultura riojana. Al margen de diminuto pueblo, sus viñedos forman un oasis de un verde intenso sobre una planicie rodeada de montañas. Además de la bodega, hay un hotel y un restaurante, para convertir este lugar en un centro turístico completo de la misma manera que se hizo en otras bodegas de Mendoza, Neuquén o Salta. Chañarmuyo Estate ofrece degustaciones, hospedaje y comida, además de la visita de sus instalaciones.
El cerro Paimán vigila la bodega desde sus 2770 metros de altura. En algún momento de la visita, no hay que perder la ocasión de subirse a la falda de los cerros para tener una vista panorámica sobre la bodega y sus vides, que forman un hermoso contraste sobre los ocres y los grises de las montañas áridas. Desde arriba, los cardones que fueron mantenidos en medio del viñedo parecen cumplir aún mejor su ficticio papel de cuidadores. Sin embargo no son muy eficientes frente a la voracidad de las aves, y en temporada –cuando las uvas están madurando– las plantaciones se cubren más eficazmente con redes sintéticas que agregan un toque adicional de color al verde de las parras. Chañarmuyo está a 1720 metros de altura, y al atardecer –incluso en el corazón del verano– el aire se hace más fresco y es el momento ideal para disfrutar del hotel y de los paseos por el viñedo.
La vecina ciudad de Chilecito es la capital del vino riojano. Es un pujante pequeño centro, al pie del Cordón del Famatina, cuyas cumbres superan los 6000 metros. A diferencia de la Costa, esta parte de la Ruta del Vino vincula bodegas industriales de mayor tamaño. Se trata de establecimientos con tecnología moderna, grandes escalas de producción y redes de comercialización que llegan a países de otros continentes. La cooperativa La Riojana, cuyas instalaciones están en el centro mismo de la ciudad, es la mayor de todas esas bodegas. Fue la pionera en la elaboración de vinos a base de Torrontés, cuyas uvas vienen de las plantaciones de pequeños y medianos productores, además de las propias. En total la cooperativa cuenta con 500 socios y reúne unas 4000 hectáreas, la mitad del viñedo a nivel provincial. Es una bodega enorme, que nació en 1940 y produce en la actualidad entre 35 y 40 millones de litros al año, luego de haber procesado entre 50 y 53 millones de kilos de uva.
CABLECARRIL Entre visitas y degustaciones no hay que perderse la visita al museo del cablecarril La Mejicana, a pasos del centro mismo de Chilecito. Es un testimonio de lo que fue una de las mayores obras de ingeniería en toda la Cordillera hace algo más de un siglo. Hay que imaginarlo en esa época, durante los primeros años del siglo XX, cuando Chilecito era apenas un pueblo de pioneros chilenos (de ahí su nombre): cables y torres de hierro llevaban a lo largo de 35 kilómetros y un desnivel de 3500 metros vagones que subían en las montañas para bajar cargados de minerales de oro. En el pueblo vecino de Famatina, cuando los caminos son transitables, se organizan visitas para conocer algunos tramos del camino que sigue al cablecarril y tratar de llegar hasta su punto final, en la mina abandonada.
En su momento, La Mejicana fue uno de las instalaciones de este tipo más largas e importantes del mundo. Hace décadas que ya no se usa, pero hay proyectos de rehabilitarla con fines turísticos, y mientras tanto su Terminal en la ciudad es un museo del recuerdo que cuenta con fotos, documentos, objetos y parte de los equipos y los vagones del cable.
Saliendo de Chilecito, la Ruta del Vino no está terminada aún y lleva hasta Vichigasta hacia el sur, para conocer una bodega más. Se trata de Valle de la Puerta, que permite visitar sus modernas instalaciones. Además de vinos, elabora también aceite de oliva y forma parte del grupo AOG (Argentina Olive Group). Los olivares de La Puerta totalizan 3328 hectáreas y están, junto con los viñedos, al pie de la Sierra de Velasco, sobre la margen oriental del valle. La bodega produce unos tres millones de litros al año actualmente, e introdujo con éxito el cepaje tinto Bonarda a su producción.
Entretanto el Torrontés riojano se diferenció tanto de su lejano ancestro español al pie de las sierras que se puede considerar como un cepaje local. Se dio a raíz de la adaptación de la planta al microclima seco de la Costa y del Valle, con temperaturas promedio de 25 grados durante todo el año y noches frías combinadas. Es una tierra y un clima que resultaron ideales para esta uva y los olivos. En cuanto al agua, se cuenta en muchos casos con sistemas de riego, desde los arroyos que vienen de las montañas, por eso se ven tantas consignas en contra de la minería en toda la región. La Fiesta del Torrontés fue también una manera de reafirmar que el verdadero oro es aquel que se forma en pesados racimos, cada verano, y madura lentamente bajo el sol renovándose cada año.
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