Domingo, 9 de diciembre de 2012 | Hoy
CATAMARCA. LA CEREMONIA DEL CHAKU EN LA PUNA
Crónica de un viaje a la Puna catamarqueña, donde se realiza el Chaku, un método preincaico de encierro y esquila de vicuñas rescatado hace una década como recurso sustentable para los habitantes de Laguna Blanca. Una ceremonia de origen ancestral que permite conseguir la preciada fibra para elaborar ponchos y otras prendas.
Por Guido Piotrkowski
Fotos de Guido Piotrkowski
Casimiro Santo Crecencia, Gutiérrez Francisco, Suárez Mirta. Así, recitando en un murmullo tímido apellido primero y nombre después, se presentan los habitantes de Laguna Blanca, un minúsculo pueblo de adobe que se esconde entre los cerros de la Puna catamarqueña. Un desierto áspero y uniforme, un paraje color caqui salpicado por oasis de álamos esbeltos y sauces con hojas de un verde intenso. Arboles intrusos que se resisten a la escasez de agua, y que se abren paso entre las tolas originarias, secas y achaparradas.
Laguna Blanca es un desolado y prolijo caserío en el que habitan unas 500 personas. Se levanta a 3200 metros sobre el nivel del mar, en las inmediaciones de este espejo de agua salado y espeso, que por la mañana refleja los cerros y cielos diáfanos de estas latitudes, y por las tardes vira a un tono verde esmeralda. Desde lo alto del pueblo se destacan el pintoresco museo local y una hostería color bordó que desentona con los matices amarillos y marrones predominantes en este sitio donde la sombra es un bien escaso. También se distinguen las pircas que delimitan las tierras de cultivo, utilizadas desde tiempos inmemoriales, y más allá la inmensa laguna cercada por las montañas.
A 360 kilómetros de San Fernando del Valle de Catamarca, Laguna Blanca es una Reserva de la Biosfera creada en 1979 con el objetivo de proteger a la vicuña, que estaba en peligro de extinción. La reserva tiene 770.000 hectáreas y cuenta con unas 70.000 cabezas de este camélido silvestre del que se extrae una fibra muy suave, altamente cotizada en el mercado textil.
Aquí se realiza desde 2003 la ceremonia del Chaku, una práctica ancestral que consiste en el encierro, captura, esquila y posterior liberación de las vicuñas, utilizando las técnicas de los pueblos precolombinos. En este lugar la especie, venerada desde los tiempos preincaicos, se ha transformado en un recurso sustentable. En tiempos remotos se obtenía la carne y fibra del animal mediante estos Chakus, que consistían en rodear amplias zonas armando un cordón humano, para así arrear las vicuñas hasta los corrales de piedra donde se capturaban y seleccionaban los ejemplares aptos para el consumo y la esquila. Antiguamente esta práctica se realizaba cada tres o cuatro años, y fuera del evento la caza estaba prohibida.
Inspirado entonces en aquellos antiguos Chakus, en Laguna Blanca se instauró el Programa de Manejo de la Vicuña, que proporciona fibra legal para la elaboración de hilados y prendas.
EL ARREO Una ruta en buen estado que alterna tramos en ripio y otros asfaltados, que atraviesa curvas sinuosas y espectaculares paisajes, conduce desde Villa Vil, el poblado donde pernoctamos, hasta Laguna Blanca. Es media mañana y nos detenemos frente a la espectacular duna de Randolfo, que bien podría ser una postal sahariana.
Poco después, llegamos entonces a este pueblo bajo el sol furioso de la Puna. Un joven parado sobre la caja de una camioneta 4x4 vocifera nombres; alrededor, un grupo de hombres escucha atentamente. El joven es Raúl Gutiérrez, presidente de la Cooperativa Mesa Local de Laguna Blanca y delegado municipal, quien distribuye y asigna las tareas entre sus coterráneos mientras se preparan para el arreo. “El Chaku es algo especial para nosotros. Se trata de recuperar esta cultura, esta tradición que nuestros ancestros nos legaron hace años. Más allá de la fibra de la vicuña, más allá de la importancia económica”, dice Raúl, cuaderno de notas y handy en mano.
Al reparo de una sombra matea un grupo de guardaparques de la Secretaría de Medioambiente catamarqueña. “El Chaku es muy representativo, porque viene de los antepasados, y tenía cierto halo sagrado para la comunidad. Todos los actores sociales tratamos de que no se pierdan las reliquias que hay en esta Reserva de la Biosfera”, explica Diego Odales, quien recorre los ecosistemas catamarqueños de punta a punta.
Buena parte del pueblo está ahora reunida alrededor de la casa de Justo Gutiérrez y su madre, María Lucrecia Pachado. Allí hay un restaurante que funciona como punto de encuentro. Justo ya no vive en Laguna Blanca, pero vino especialmente para el Chaku, como todos los años, a dar una mano. Su madre, mujer de pocas palabras, confirma que mañana esquilará, igual que todos los años.
Un tanto más alejados, apostados en un punto panorámico, largavista en mano, un puñado de hombres observa el movimiento de las vicuñas. Para poder reunir a una buena cantidad de animales, les cortan el acceso a la laguna durante tres días: entonces cuando les abren el paso se acercan, sedientas, a beber.
Allí está, expectante, Ramón Gutiérrez, secretario de la cooperativa. “Estamos esperando que haya más cantidad. Tenemos todos los módulos cerrados con alambre, y redes a la orilla de la laguna. Los bichos se acercan a tomar agua dulce donde están las vegas, entonces se quedan atrapados y cerramos los portones. Luego se hace el Chaku con sogas trampeadas, y las arreamos al corral.” Las vicuñas quedan entonces encerradas durante un día para que se tranquilicen. Son animales silvestres y se estresan fácilmente.
Pasado el mediodía, una decena de camionetas parte para el arreo. Hombres y mujeres sostienen una soga kilométrica y avanzan en bloque formando un cordón humano para ir encerrando a los animales, que huyen despavoridos. Algunos escapan, y sólo logran atrapar unas 60. Al parecer no es un buen número: la idea era conseguir unos 150 ejemplares.
De vuelta en el pueblo, los pobladores se debaten entre realizar un nuevo arreo antes de la caída del sol o dejarlo para el día siguiente, previo a la esquila. La discusión es acalorada y finalmente se resuelve volver a hacerlo al otro día. Por la noche habrá fogón, coplas y un cabrito al asador.
LA ESQUILA Sentadas sobre un montículo de leña seca, rodeadas de sogas y redes, tres mujeres aguardan que llegue la hora de esquila. Es temprano aún, la laguna todavía refleja los cerros. Mientras tanto, otros grupos y familias van llegando, de a poco, al punto de encuentro.
Casimiro Santo Crecencia –así se presenta una de ellas– esquila desde el año en que el Chaku fue reinstaurado. Con la valiosa fibra ella teje ponchos, chales, corbatines, bufandas, guantes y mantas, que luego la cooperativa se encargará de vender. Un par de guantes de vicuña puede reportarles 250 pesos, mientras un buen poncho se cotiza en alrededor de 12.000 pesos. “Todo con papeles”, aclara. Los papeles son los certificados de calidad que entrega Medio Ambiente.
Crecencia tiene ocho hijos que viven en Laguna, y son artesanos también. Los varones hoy no están, se fueron al campeonato de fútbol que hay en Villa Vil. Crecencia no vive exclusivamente de las artesanías: ninguno de los habitantes de aquí puede subsistir solamente de este recurso sustentable, que sin embargo es de gran ayuda. Crecencia tiene animales que lleva a pastorear a la vega, y además cultiva papas, habas y quinoa.
Pastora Gutiérrez, sentada a su lado, cuenta que ella tiene siete hijos. Hasta hace dos años se ocupaba de clasificar la lana, pero hoy –dice– va a participar de la esquila también. Y muestra su tijera, ya bien afilada.
Poco después del mediodía, partimos nuevamente al encierro. Hoy consiguen capturar varias más, elevando así el número a unos 150 ejemplares. Poco después los hombres arman el corral adonde irán a parar las vicuñas, hasta que les llegue el turno de ser esquiladas.
Cuando llega el momento de llevarlas hacia el corral, piden a todos los presentes que nos alejemos, porque los animales pueden asustarse y será muy difícil hacerlos entrar. Aguardamos agazapados. Poco después, divisamos un grupo de vicuñas que corretean a lo lejos. Vienen en manada, azuzadas por un grupo de hombres. Ya no tienen escapatoria y entran derecho al corral. Una vez allí, las van sacando de a una. Las que no fueron capturadas anteriormente son marcadas o “caravaneadas” con una ficha de plástico numerada en la oreja. Las agarran de a dos, les cubren la cara y las acuestan en el piso, donde grupos de cuatro y cinco personas se encargan de la esquila. Uno sostiene la cabeza, otro manos y pies, y uno o dos cortan los vellones con tijera. Hay un solo grupo que esquila con máquina. Algunas emiten un gemido, como un grito o un llanto. Hay otras preñadas, que son liberadas inmediatamente. A las más rebeldes es necesario maniatarlas de pies y manos.
Una vez terminada la esquila, la fibra se pone en un balde y se lleva al encargado de clasificar, que la embolsa para luego ser distribuida. Una parte es para los miembros de la cooperativa, y el resto para ser vendida a los artesanos de la provincia.
El Chaku es especial, el Chaku es una reliquia. Es sustento para la comunidad de Laguna Blanca, y es larga vida para las vicuñas.
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