Domingo, 9 de diciembre de 2012 | Hoy
ECUADOR. RECORRIENDO QUITO
Disgregada en las verdes quebradas de la Cordillera, la primera ciudad en ser declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad enamora con sus atractivos. Puerta de entrada para la Amazonia y punto de partida para la costa del Pacífico, cautiva con sus sierras, el centro histórico y la famosa “mitad del mundo”.
Por Pablo Donadio
Fotos de Pablo Donadio
Desde el avión, la ciudad luce alargada, estilizada, como las piernas de una modelo descansando sobre el valle del volcán Pichincha. “Aquí decimos que el clima en Quito es como las mujeres. Siempre está inestable”, bromea Douglas Toscano, el guía que nos recibe en el aeropuerto. Natalia Santa María, representante de Quito Turismo, lo mira azorada. “Bueno, nosotras creemos que el tiempo aquí es variado pero bonito: tienes sol, tienes lluvias. Es decir que está muy chévere, como las mujeres.” Así comienza la visita por la ciudad de volcanes y relieves que fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad allá por 1978. Bien merecido lo tiene: su historia y sus atractivos se reparten con la misma intensidad, a la vez que su apretada urbe da vida al centro político del país.
UNA PUERTA ABIERTA Diciembre es un mes ideal para llegar aquí. Las celebraciones por el aniversario de la fundación de San Francisco de Quito por Francisco de Orellana, en 1534, despliegan ferias y eventos, encuentros gastronómicos y shows donde no faltan bailarines de salsa o música en vivo, enriqueciendo culturalmente cada rincón del centro y la periferia. En la ciudad entera reina el espíritu festivo, con actividades organizadas en su mayoría por el municipio, incluyendo la elección de la reina de Quito, el pregón de San Francisco y la Feria Taurina.
Además de ser la capital del Ecuador, Quito es la segunda ciudad más grande y poblada del país, y eso se nota en sus calles y en el creciente tránsito vehicular, limitado apenas por el “pico y placa”, sistema que impide el ingreso de algunas patentes en determinados horarios. En medio de esos preparativos nos movemos con ritmo lento por las estrechas veredas, un poco por la presencia de tantos autos, pero acusando también los 2800 metros de altura. Camino al teleférico que asciende a los 4794 msnm, visitamos algunas de las 32 iglesias que el centro atesora en pocas cuadras, algunas de factura increíble, como la Catedral-Museo Primada. Levantada apenas un año después de la fundación de la ciudad, y repleta de oro que los vecinos donaron para su restauración tras un incendio, sus arcadas destellan brillos que no necesitan de luces artificiales. En un salón, una biblioteca resguarda incunables del siglo XVI y pinturas de la Escuela Quiteña que reviven los días en que los pobladores originarios vieron llegar hombres de fajina y largas espadas.
Una curiosidad es que aquí la moneda está dolarizada desde hace diez años, primero en convivencia con el sucre y desde hace un tiempo en soledad. Sin embargo, los precios son prácticamente iguales que en la Argentina, y la entrada a un museo como éste puede costar apenas un dólar y medio. Unas cuadras antes de subir al funicular vemos el coqueto Quito Tenis & Golf, que junto a la región de la Avenida Mariscal exhibe los barrios más residenciales y donde las diferencias de clase se exacerban: viviendas humildes, enfrentadas a caserones de estilo neoclásico devorados por la verde exuberancia del cerro. “El presidente (Rafael) Correa ha hecho muchos cambios importantes, como la reforma académica, la ley de salud, y la eliminación de subsidios a la banca y los sueldos dorados de los petroleros. Incluso nosotros, los guías, pagamos impuestos. No es mucho, pero debemos estar registrados. Eso ha permitido hacer carreteras nuevas para los carros, por ejemplo”, dice Milton, el otro guía que nos acompaña. Ya sentados, la cabina se aleja de las casitas y escala la escarpada ladera del Pichincha, donde hay miradores y accesos a senderos de bicicleta y caminata. En el camino, una señora mayor, de anteojos y polera, no resiste las ganas de opinar. “Sabes, Quito tuvo un 80 por ciento de desocupación por culpa de las redes mafiosas que se enriquecieron a costa del pueblo. Hoy los ecuatorianos recobramos la esperanza, y por primera vez nos reconocemos como una mezcla de indígenas y criollos.” En los ocho minutos de ascenso, mientras el camino entrega la imagen conmovedora de la Virgen Alada del Panecillo, la coordinadora del Museo Interactivo del Sur nos da una clase de educación cívica. Ella asegura que la mayor propuesta de la región y el museo hoy es poner la ciencia a disposición de la sociedad. Nos quedamos un rato en el mirador pensando aquello de democratizar el conocimiento, y desde la plataforma contemplamos los volcanes Antisana, Cotopaxi, Cayambe y Huahua, que parecen gigantes inmóviles en medio de las construcciones que fueron moldeándose en sus valles.
LA MITAD DEL MUNDO “Choclo sin queso, es como amor sin beso”, asegura Douglas, y muerde el marlo cargado de maíz amarillo. Especialidad de la ciudad, el choclo con queso es lo que en Buenos Aires un superpancho con papas en una estación de tren: bromatológicamente dudoso, pero exquisito. Aquí también hay tren, construido en 1908 y restaurado hace poco por el municipio como un Tren Crucero, aportando lujo por un lado y devolviendo la vía de integración para los pueblos.
Otro inminente avance en materia de comunicación será el nuevo aeropuerto, a estrenar en febrero de 2013, que permitirá conexiones directas a los principales países para que la “puerta de entrada al Ecuador” –como le dicen a la ciudad los quiteños– esté más abierta que nunca.
Un lugar donde vale la pena pasar el día es La Ronda, un rinconcito antiquísimo donde hay edificios históricos y mucha vida joven, con niños jugando al ajedrez y cantores callejeros en los zaguanes. También sobreviven oficios tradicionales que le dan vida y color a cada una de las casitas encajonadas. Cuentan que aquí, sobre la larga y angosta Morales, nació la ciudad. En ella hay casonas de la época colonial donde, como en el centro, los balcones parecen decorados por artistas, llenos de macetas, flores y banderas. Después de pasar la plaza de cemento, un arco de piedra hace de umbral a otra época y entonces la Morales zigzaguea aquí y allá, recordando poetas, románticos y bohemios que dejaron canciones inspiradas en amores perdidos, cuando La Ronda era iluminada apenas por sus viejos faroles.
Se cree que un arroyo cercano que los indígenas llamaban Ullaguangayacu permitió el primer asentamiento, debido a que las mujeres lo usaban en sus labores diarias. Poco después, en la época española, se nombraría al lugar como La Ronda por las recorridas nocturnas que establecía el sistema español. “Es que aquí estaba la farra, el juego y el alcohol, por eso cada casa tiene pasadizos secretos, para que los policías no pudieran encontrar los burdeles”, cuenta Douglas. La Negra Mala (hoy restaurante) es una de esas casas emblemáticas, junto a otras hechas comercios, donde compramos alocadamente el mejor chocolate del continente, con cacao cosechado en las distintas regiones selváticas.
Tras el almuerzo en Octava de Corpus, el curioso restaurante y galería a la vez, partimos al punto latitud 0000’00”, tal vez el mayor fuerte con que Quito se promociona. Para ello hay que llegar a San Antonio, el pueblito al que los quiteños recurren para hacer compras y huir en vacaciones, cuando la ciudad se llena. “Usted está en la mitad del mundo”, certifican los dos carteles de los dos museos que lo celebran.
Sí, hay dos. Más allá de que las comunidades originarias conocían los ciclos del sol y su energía vital, y por ello tenían santuarios a lo largo de la línea ecuatorial, ocurre que el “descubrimiento” del Ecuador para Occidente fue obra de un grupo de científicos franceses, que midieron en 1736 uno a uno los volcanes de la región. Al ser la única zona sobre continente con buena urbanización, altura y temperatura aceptable (el resto de la línea ecuatorial pasa por el Amazonas, los desiertos africanos, pequeñas islas asiáticas y el mar) se estableció Quito como punto clave entre los trópicos para dilucidar qué tamaño tenía la Tierra y cuál era su rumbo.
La colosal iniciativa llevó ocho años e historias de novela fantástica, pero lo cierto es que concluyó con el trazado de la famosa línea, sobre la que luego se estableció el Museo Etnográfico, el más imponente por sus salas, instrumentos y recuerdos, con un monolito gigante donde brilla el globo terráqueo. A doscientos metros, el humilde Inti-ñan (“Camino del Sol”) se enorgullece por estar ubicado, GPS mediante, este sí exactamente en la mitad del mundo. El atractivo, además de visitar las chozas de los habitantes precolombinos, las especies de flora y fauna amazónica y otras muestras culturales como el Bosque Totémico, es su línea ecuatorial. Los guías invitan aquí a colocar un huevo sobre un clavo, a hacer pruebas de fuerza a uno y otro lado de la marca, y a dar un salto longitudinal. El resultado es tan natural como asombroso: el huevo hace equilibrio; la fuerza disminuye sobre la línea; y el salto resulta más extenso. La respuesta está en la menor gravedad que se ejerce sobre los cuerpos justo en el centro del planeta, lo que entre otras cosas hace que pesemos un kilogramo menos. La muestra final se hace con una fuente llena de agua sobre la línea. Allí el chorro cae recto, mientras dos metros al sur la caída dibuja un remolino a la izquierda, y dos metros al norte lo hace hacia la derecha. Es recién en ese instante cuando nos damos cuenta más que nunca, y nada menos, de que estamos girando junto con el planeta.
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