FRANCIA. PROFECíAS MAYAS EN LOS PIRINEOS
Bugarach, un ignoto pueblito del sur de Francia, salió del anonimato y se convirtió en un inédito polo turístico gracias a las profecías mayas que fijan la fecha del presunto fin del mundo para el próximo 21 de diciembre. Sin embargo, tanta popularidad no siempre es bienvenida y hasta las autoridades locales, insólitamente, buscan rechazar turistas.
› Por Graciela Cutuli
El fin del mundo está pronosticado para el 21 de diciembre y la Riviera Maya ya tiene un record de reservas de curiosos y esotéricos decididos a cumplir una de las reglas de oro del turismo: estar en el momento justo en el lugar justo. ¿Se verá mejor el supuesto apocalipsis desde las ruinas de Chichén-Itzá o Tulum? ¿Será cierto que el “golpe final” puede venir tanto del calendario maya como del triunfo del pop coreano (con Psy y su “Gangnam Style” a la cabeza), como predijo la premier australiana Julia Gillard? Está por decirse y la respuesta será dentro de muy pocos días.
Pero el fin del mundo, en realidad, ya ocurrió hace mucho tiempo y fue en otro lugar. Para ser precisos, fue el 16 de marzo de 1244 en Montségur, al pie de los Pirineos franceses. Aquel día una hoguera surgió de los infiernos y levantó una columna de humo que se vio a decenas de kilómetros por encima de las colinas y las montañas de las Corbières. Esa hoguera quemó a cientos de personas, que soportaban su martirio cantando. Una visión propia del fin del mundo: fue así que murieron los últimos cátaros, los herejes más famosos de la Edad Media. Hoy es agua pasada, e incluso eje de un circuito turístico que recorre sus huellas en el sur de Francia. Porque pasaron desde entonces más de ocho siglos... Sin embargo, ¿será cierto que la historia se repite? Porque a pocos kilómetros de allí se espera nuevamente el fin del mundo. Para fines de diciembre, y en Bugarach.
TURISMO BIZARRO Es una aldea de exactamente 184 habitantes, al pie de un pech o “pico”, como se podría traducir esta palabra occitana (es decir, la antigua “langue d’oc” de la Provenza francesa). Tiene 1230 metros de altura y desde ahí arriba se ve hasta la silueta azul del Mediterráneo. No puede rivalizar con las cumbres de los Pirineos vecinos, pero sí con las demás alturas de las Corbières, coronadas de ciudadelas durante todo el Medioevo para defender a los cátaros de los ataques de los enemigos de su fe.
Desde hace años, este pico fue considerado por los apocalípticos y demás adivinos del caos final como un lugar de salvación, gracias a su potencia energética. Una montaña sagrada, junto a otro puñado que supuestamente existe en todo el planeta, capaz de brindar refugio a unos pocos iluminados a la hora del previsto cataclismo. Cierto o no, habrá que esperar el alba del 22 de diciembre para comprobarlo. Es lo que piensan hacer cientos y cientos de personas que hicieron reservas desde todos los rincones del planeta para pasar el día fatídico sobre el monte. Sobre todo se trata de visitantes procedentes de Estados Unidos, quién sabe si más próximos a las amenazas mayas que cualquier otro pueblo del mundo.
Como en la Sierra de la Ventana, en Bugarach hay un hueco en las rocas de la montañita. ¿Será por allí que pasarán las energías salvadoras? Hasta ahora esta “ventana” sólo era apreciada por los senderistas que dedicaban sus vacaciones de verano a caminar por la región, siguiendo el Sendero Cátaro, un camino histórico que pasa por castillos y pueblos de la zona. Y ya que se trata de misterios, ¿por qué no sumar un par más, y bien populares, a las profecías mayas? Se dice que por aquí también ocultaron un tesoro los templarios, y hasta se encontraría el Santo Grial. No es todo: en tren de acumular atractivos esotéricos, también hay quienes creen en la existencia de una no mejor precisada “estación de ovnis”.
ETERNIDAD CON CERTIFICADO En todo caso, los mayas nunca hubieran pensado que su calendario trastornaría así la vida de un pueblito a miles de kilómetros de sus selvas. Ni siquiera Salvador Dalí, que pensaba que el centro del mundo se encontraba en la estación de ferrocarriles de la vecina ciudad de Perpignan, se había interesado en el pech de Bugarach. Mientras el mundo sigue como está, los vecinos decidieron capitalizar esta fama que les cayó del cielo y el alcalde del pueblo, Jean-Pierre Delord, dijo: “Sería un tonto si no aprovechara todo esto. Estamos escribiendo la historia futura”. La intención era convertir a su pueblo en un lugar de turismo esóterico y bizarro, para mejorar las finanzas públicas y ofrecer nuevas fuentes de trabajo a sus administrados. El único problema es que no previó la ola que se le venía encima: así, de la entusiasta corriente “cazafantasmas” de hace algunos meses, se pasó a un panorama apocalíptico en serio, hablando de capacidad de infraestructura para recibir la horda turística en una localidad tan pequeña. Delord tuvo que dar marcha atrás: “Por favor, no vengan el 21 de diciembre”, suplicó hace pocos días, previendo que el apocalipsis se va a producir, pero va a ser en materia de provisión de servicios turísticos. El prefecto de la región, Eric Freysselinard, se le hizo eco: “El lugar es mágico –aseguró después de escalar el pico–, pero solamente por la belleza del paisaje. Bugarach –selló lapidariamente– es el lugar donde no hay que estar el 21 de diciembre. El sendero ya está intransitable ahora, imaginen en diciembre, cuando hay nieve y hielo”.
Mientras tanto, y por las dudas, se están incrementando exponencialmente las medidas de seguridad y se prevé incluso cerrar el acceso al pico cerca de la fecha de la profecía: en el último año, según reveló un sistema de conteo de visitantes, hubo ya el doble de afluencia a pesar de lo inhóspito del lugar. Mientras tanto, Bugarach parece mirar sin comprender, tanto el vaivén de gente como el interés de los canales de televisión, decididos a explotar la noticia. Y no son los únicos: hay quienes, como no hay que dejar pasar ninguna oportunidad, aprovechan para vender “piedras de eternidad” de Bugarach (eso sí, bien provistas de un “certificado”).
EL TESORO ESCONDIDO No muy lejos de Bugarach hay otro pueblo que tuvo su hora de gloria. Rennes le Chateau también es un lugar vinculado con lo extraño y los misterios. Todo comenzó a fines del siglo XIX, cuando el joven cura Bérenger Saunière llegó para ocupar la pequeña iglesia local en ruinas. Emprendió obras de restauración a partir de 1885 y se cuenta que encontró unos pergaminos misteriosos. Desde entonces su fortuna y la de su iglesia cambiaron totalmente, y se convirtió en una de las personalidades más conocidas de su época. Se vinculó con las figuras del momento en París, que lo iban a visitar a su pueblo, y construyó palacio y una torre de aspecto medieval. Su historia fue larga, compleja y llena de sorpresas, como en las mejores novelas de aventuras. Sólo que murió en 1917, sin revelar su secreto. Un tiempo más tarde su ayudante, Marie Denarnaud, dio a entender una vez que “el tesoro podría hacer vivir al pueblo todavía durante más de doscientos años”. Pero no dijo nada concreto y murió en 1953 llevándose ella también a la tumba la clave del enigma.
A partir de entonces Rennes se convirtió en un destino popular de los Pirineos orientales franceses. Sobre todo a partir de los años ‘70, cuando una novela exitosa lanzó a decenas de buscadores de tesoros por las calles, las ruinas y los senderos del pueblo en busca de un golpe de fortuna. Algunos pensaron en el tesoro de los templarios, en los documentos dejados por la última marquesa en 1781, otros en el Grial. Dos misterios que nunca fallan, otra vez. Pero todos quedan impactados con la inscripción que dejó el cura sobre su iglesia: “Terribilis est locus iste” (este lugar es terrible) o con el diablo que sostiene la pila de agua bendita junto con los ángeles.
Nadie halló el tesoro, finalmente. Pero sí se encontró otro tesoro, esta vez geológico: es que tanta búsqueda desembocó en un sitio de nidos de dinosaurios fosilizados. Como el resto de la región, es un lugar apreciado por sus senderos de caminatas y el turismo rural. Tanto Carcassone y su ciudad medieval como las playas del Mediterráneo están cerca. Y también Montségur, donde una estela de piedra recuerda el horrible fin de los últimos cátaros. Las montañas no pudieron hacer nada para salvarlos. ¿Podrán las profecías mayas?.
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