Dom 23.12.2012
turismo

AUSTRALIA. PARQUE NACIONAL BLUE MOUNTAINS

Mundo verde, montañas azules

Cerca de Sydney, las Blue Mountains ofrecen un paisaje agreste hecho de leyendas aborígenes, bosques de eucaliptos y avistaje de canguros. Aquí funciona el tren más inclinado del mundo y se celebra la Navidad en julio, todo un símbolo de la curiosa tierra del “Down Under”.

› Por Graciela Cutuli

Con pasajes que periódicamente se están ofreciendo a precios muy interesantes, y vuelos que salen con rumbo directo y sin escalas de Buenos Aires hacia Sydney, Australia se acercó notablemente a la Argentina desde que Aerolíneas Argentinas retomó su histórico vuelo transpolar. Dar prácticamente media vuelta al mundo lleva algo más de medio día y exige una adaptación de 13 horas en el huso horario, pero no hay víctima del jetlag que se queje al desembarcar en la magnífica bahía de Sydney, donde la archifamosa Opera espera a los visitantes con sus velas desplegadas y donde, en pocos días más, brillarán en todo su esplendor los fuegos artificiales de Año Nuevo sobre el Harbour Bridge.

Cumplidas las visitas rituales al Acuario, a Darling Harbour y a la vertiginosa torre Eye of Sydney, hay que empezar a mirar alrededor, y aquí aparece como una de las opciones más interesantes la visita al Parque Nacional de las Montañas Azules, las “Blue Mountains”, el entorno natural de más fácil acceso desde el centro mismo de la ciudad. Para quien se anime a manejar a la izquierda –los caminos están en óptimas condiciones y todo está muy bien indicado– hasta se puede armar un recorrido a medida para atravesar esta región donde se tiene la certeza de avistar canguros y aves exóticas, conociendo algunos de los paisajes más singulares de Australia, un país-continente que ya tiene de por sí una larga lista de lugares excepcionales.

Alimentando wallabies, una de las especies de canguros más pequeñas de Australia.

MEET THE LOCALS Atención, porque en verano Sydney y su región no tienen nada que envidiarles a los calores sofocantes de Buenos Aires. Por lo tanto hay que emprender el viaje temprano: en realidad, lo más temprano posible. Por un lado, porque así se aprovecha algo de fresco, en las primeras horas de la mañana. Y, por otro, porque es temprano cuando se potencian las posibilidades de encontrarse con canguros en los senderos más agrestes del Parque Nacional, antes de que se escondan en los sotobosques para pasar –ellos también– su día a la sombra. Antes de salir, no está de más chequear si cada uno tiene su sombrero: en todo el país se recomienda cubrir la cabeza y protegerse el cuerpo y la cabeza del sol, incluso en los meses de invierno. En algunos estados es obligatorio para los chicos, por eso es frecuente verlos asistir a la escuela provistos de sombreros que los harían pasar por mini-Crocodile Dundees si no llevaran mochilas al hombro... Existe en las Blue Mountains un circuito de 268 kilómetros preparado para recorridos por cuenta propia, pero también hay numerosas excursiones de día completo o itinerarios a medida para quien quiera disfrutar el paseo más tiempo o en vehículos especiales todoterreno.

Cuando el sol apenas asoma entre las torres de Sydney, ya es hora de irse. Se sigue primero la autopista M4 en dirección a Glenbrook y las Blue Mountains. Hay un centro de información en la entrada de esta localidad, donde se pueden conseguir mapas y buenos consejos sobre hoteles para pasar la noche, haciendo un último repaso de lo que no hay que perderse al visitar la región: por ejemplo, el teleférico del Scenic World y el parque Featherdale. Aunque los negocios y los cafés sean tentadores, hay otros pueblos más adelante y es mejor seguir andando lo antes posible para llegar a la próxima etapa, cuando todavía el aire conserva algo de frescura. En realidad, hay que salir de la ruta principal y desde Glenbrook seguir el camino que bordea un ramal de ferrocarril: entonces el recorrido se adentra por un bosque de eucaliptos, que se hace más tupido a medida que se avanza. Para estar seguros de seguir el camino correcto, en el centro de información es mejor preguntar cómo llegar al claro y al camping de Euroka.

Parte de esta ruta no está asfaltada, pero se puede transitar sin problemas porque se encuentra en buen estado. Kilómetro a kilómetro, sigue el valle que erosionó un arroyo en la roca sedimentaria de las montañas. De repente, el camino llega a una pequeña pradera, que forma un claro en medio del bosque. Allí hay bancos y mesas de madera para hacer un picnic: seguramente habrá ya una combi u otro vehículo estacionado.

Todos vienen para lo mismo, para llevarse el mejor recuerdo que pueden ofrecer las Montañas Azules y algunas de las mejores fotos que se tomarán durante el viaje: porque en todo el Parque Nacional viven numerosos canguros grises, una de las razas más grandes de las decenas de canguros que viven en Australia. En Euroka siempre se los puede ver a la mañana, porque se acercan para pastar en el claro. A veces se ven manadas enteras, otras veces solamente algunos individuos. Pero casi siempre se los encuentra puntuales para la cita. De hecho, es el lugar de más fácil acceso para ver canguros en su entorno natural en las afueras de Sydney, y hay que aprovecharlo, si hay tiempo, sin quedarse solamente con el también interesante pero pequeño minizoo Wildlife Sydney, pegado al Acuario y cercano a la Opera. Lindo e instructivo, no puede reemplazar la experiencia de ver a los animales en su entorno natural. En las Blue Mountains, en cambio, no es tan seguro ver koalas, aunque muchos tiendan el cuello hasta la copa de los eucaliptos con la esperanza de ver esas mullidas bolas de pelos gris agarradas a las ramas más altas, balanceados por la brisa.

Si bien en Euroka las estrellas son los canguros, también se pueden avistar muchas aves, y aunque hay que agudizar la vista porque su plumaje gris los mimetiza con facilidad, se oyen por doquier los kookaburras, cuyo canto parece una risa burlona. Otras aves más vistosas son las cacatúas, con su penacho emplumado, y varias especies de loros. Quien realice el paseo en una excursión en general permanece en Euroka el tiempo necesario para desayunar: es la hora en que los viajeros por cuenta propia aprovechan para quedarse más tiempo, compartiendo el claro del bosque únicamente con los canguros. Es entonces cuando los joeys –el nombre que los australianos dan a los canguritos– quizá se animan a salir de la bolsa marsupial de sus madres, para tirarse al sol junto con los mayores.

Los picos de las Tres Hermanas, símbolo del Parque Nacional Blue Mountains.

TRES ROCAS, TRES HERMANAS Desde el valle de Euroka se retoma el mismo camino y se vuelve a Glenbrook. Son 42 kilómetros hasta el pueblo siguiente, Katoomba, pasando entretanto por varias localidades. No es raro ver algunos refugios para esperar el colectivo pintados con los personajes de la serie infantil australiana Blinky Bill, que protagoniza un koala...

Katoomba es la mayor aglomeración de las Montañas Azules. Como el resto de la parte accesible del Parque Nacional, está sobre el promontorio rocoso que domina todo el valle. En las afueras de la ciudad y su vecina Leura, las montañas rodean un gran valle, que se ve como un mar de eucaliptos verdes. Esta depresión puede alcanzar una profundidad de más de 700 metros por debajo de la meseta que la rodea. Las montañas, por su parte, alcanzan los 1100 metros en su punto más alto, conformadas por rocas de arenisca que fueron gastadas por la erosión: de ahí sus formas particulares. Es el caso de las Three Sisters, las Tres Hermanas, en las afueras de Katoomba. Es una misma porción de la montaña que se eleva sobre el precipicio del valle, cortada en tres puntas por la erosión. Una leyenda aborigen le dio nombre a cada una: Meehni, Wimlah y Gunnedoo. Se dice que estas tres jóvenes estaban enamoradas de sendos hermanos de una tribu vecina, con quienes no se podían casar por la ley de su propio pueblo. Como en tantas otras leyendas, los muchachos decidieron igualmente raptarlas, lo que provocó una guerra entre los dos clanes. Un hechicero convirtió entonces a las tres hermanas en rocas, en un intento de frenar los combates y apaciguar todo el mundo, con la intención de devolverles su humanidad una vez restablecida la paz. Sin embargo, el hechicero murió durante el combate, y la historia dice que hasta el día de hoy nadie pudo devolver a las tres hermanas su condición humana.

En verdad, hace tiempo que no hay más aborígenes en la región de las Blue Mountains, como en otras partes de las afueras de Sydney. Si bien se ven algunos que otros posando para los turistas, no pertenecen a la tribu gundugurra, que vivía originalmente en estos parajes.

Se llega al punto panorámico para ver las rocas siguiendo una calle bien señalizada de Katoomba. Allí hay un gran estacionamiento para dejar el auto. Las excursiones también paran aquí un rato, para contemplar el paisaje e investigar un poco los recuerdos del centro comercial vecino. Business is business, por más leyenda que haya.

En la puerta del centro comercial, donde por otra parte hay muchas opciones para almorzar, un koala gigantesco invita al abrazo para la foto. Si se visitan las montañas azules en julio, el mes de pleno invierno, hay que aprovechar una ocasión única: varios hoteles de la zona organizan el Yuletide, una suerte de Navidad en contraestación que ilumina toda la región con árboles y velas como si fuera pleno diciembre. Es un curioso festival de la luz, que remite a las tradiciones inglesas pero aprovecha con buen tino la oportunidad de brindar un aire mágico a los bosques del Hemisferio Sur.

En Katoomba tampoco hay que perderse el parque Scenic World. Es un excelente lugar para descubrir y entender mejor la geología y la botánica de las montañas, pero también para regalarse un sustito a bordo del tren más empinado del mundo: 52 de inclinación..., casi imposible hacer más la vertical que en este convoy que funciona como una montaña rusa de juguete. De hecho, la bajada se hace en un vagón totalmente enrejado y la gente se ubica parada pero sujeta durante la bajada. Toda una experiencia.

Una vez llegados al pie de los acantilados, en lo profundo del valle, un paseo sobre tablones de madera permite descubrir todos los matices de las Montañas Azules jugando con el sol de la tarde. Por un sendero se puede llegar hasta al pie de las Tres Hermanas (es una caminata larga y se recomienda llevar agua suficiente, sobre todo durante una tarde de verano). Desde aquí hay otras opciones de paseo: sin embargo quien vaya en excursión tendrá el tiempo más contado; apenas alcanza para caminar la porción entre la llegada del trencito y la estación del teleférico que lleva de nuevo hasta la meseta. En el camino se pasa por la entrada de una mina de carbón abandonada y luego se regresa a Katoomba en teleférico, teniendo una vez más una hermosa vista sobre las Tres Hermanas. Y en este caso sí coinciden, sobre la telecabina suspendida en el vacío (no hay que confundir el Cableway que sube desde el valle y el Skyway que lo cruza desde el Scenic World hasta el estacionamiento de las Three Sisters). Una última recomendación: si bien la parada a Scenic World está incluida en las excursiones, los tickets para el tren, la telecabina y el teleférico son opcionales que se compran aparte en el lugar, según la alternativa elegida por cada uno.

En medio del bosque, el Cableway se sumerge en el corazón de las Montañas Azules.

BLACKHEATH Y MOUNT VICTORIA Probablemente, a esta altura al viajero ya le parecerá haber pasado su vida entera manejando a la izquierda... pero justamente por eso los carteles en la ruta siguen recordando que hay que tomar precauciones para evitar inconvenientes. Si no se regresa a Sydney en el día, ya es hora de elegir un hotel o un bed and breakfast para pasar la noche. Katoomba y Leura son los pueblos elegidos por la mayoría de los que recorren el Parque Nacional; también hay que tomar en cuenta que es mejor visitar Scenic World antes de las 11.00 y luego de las 15.00, porque el sol se hace menos fuerte y en hay menos gente (las excursiones desde Sydney se concentran en el mediodía).

El segundo día se puede dedicar a llegar hasta Blackheath, a unos 15 kilómetros: allí se levanta el Centro de Interpretación de las Montañas Azules, con guías de los parques nacionales australianos y el Servicio de Espacios Naturales de Nuevas Gales del Sur. Siguiendo los carteles de Govetts Leap se llega hasta un punto panorámico sobre el Valle Grose, de donde salen algunos senderos para caminatas fáciles.

El pueblo siguiente es Mount Victoria, el último del Parque Nacional antes de regresar a zonas de agricultura. Desde ahí se va en dirección a Richmond para llegar al Jardín Botánico de Mount Tomah. El lugar se visita libremente para ver más de 5000 especies vegetales; también hay un café para descansar después de las caminatas por los jardines. Finalmente se llega a Richmond luego de 40 kilómetros: ésta es una de las ciudades más antiguas de Nueva Gales del Sur, y su origen se remonta a fines del siglo XVIII, una edad más que venerable para una Australia que todavía no tiene 250 años de historia.

Desde Richmond se regresa a Sydney por la autopista M7 para desembocar sobre el mismísimo Harbour Bridge, el emblemático puente de hierro que domina el centro de la ciudad y la vecina Opera. Son 65 kilómetros de viaje, pero antes no hay que dejar de hacer una última parada en el camino para conocer el zoológico de Featherdale. Es un mustdo de Sydney, una de esas visitas que hay que hacer sí o sí. Esta vez, para ver por fin koalas.

Tocar un koala y fotografiarlo a la vez: un momento inolvidable en el zoo Featherdale.

EL SELLO DE LOS DEMONIOS El Featherdale Wildlife Park es un zoo muy completo donde se pueden observar casi todos los animales de Australia; por lo menos los más emblemáticos, que incluyen varias especies de canguros, dingos, koalas, wombats, cocodrilos, equidnas y muchas, muchas aves, desde pingüinos hasta los gigantescos emúes. Y para compensar la frustración de no haber visto ningún koala a lo largo de dos días de recorrido por los bosques de eucaliptos, en Featherdale es posible acariciarlos y sacarse una foto con ellos. En un sector del parque hay varios apostados sobre unas ramas especialmente preparadas para que los visitantes puedan acercarse y casi tenerlos en brazos. Como son varios, siempre hay alguno despierto: porque estos animales adorables en realidad duermen casi todo el día, narcotizados por las sustancias presentes en las hojas de eucaliptos, su único alimento. Aquí también es posible fotografiarse, casi hombro contra hombro, con los ágiles wallabies que viven y circulan libremente en los pasillos del parque, o con confiados kookaburras apostados sobre los cercos de madera.

Los más chicos reciben un pasaporte en la entrada del parque, y en varios lugares hay sellos para que puedan ir marcando su paso y las especies conocidas. ¿En qué otra parte del mundo se podría conseguir un sello del Crocodile Territory? ¿Y del Wombat World? Hasta los temibles demonios de Tasmania tienen uno: junto con las fotos de los canguros de Euroka, las Tres Hermanas y los gritos a bordo del tren más empinado del mundo, son el recuerdo más indeleble que cada uno se lleva de las fantásticas Montañas Azules. Dicho sea de paso, las montañas tienen un verdadero tonito azulado, a la distancia. Se debe a la “transpiración” de las hojas de eucaliptos, las sustancias que dejan evaporar bajo el sol.

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