COREA DEL SUR. EXPERIENCIAS EN UN SPA TRADICIONAL COREANO
Un spa tradicional coreano es una rareza única en el mundo. Abiertos las 24 horas, son muy económicos y en el suelo de sus salas comunes la gente puede pasar la noche durmiendo. En las piletas temperadas –de muy frías a muy calientes– la regla es bañarse desnudo. Saunas con forma de iglú y bloques de sal, jade, amatista, barro y hielo.
› Por Julián Varsavsky
Visitar un spa coreano –o jjimjilbang– es una experiencia que poco tiene que ver con la idea que tenemos de esos lugares en Occidente. Se trata de una tradición que se remonta a los tiempos del reino de Silla (uno de los tres antiguos reinos de Corea), en el siglo I antes de nuestra era, cuando comenzó la cultura del baño entendido como ritual de purificación.
Con el correr de los siglos esta costumbre se fue modernizando y desacralizando. La invasión japonesa de comienzos del siglo XX también introdujo cambios en esta suerte de baños públicos modernos, organizados alrededor de jacuzzis con agua a diferentes temperaturas. Hacia 1970 se consolidó el spa coreano moderno como se lo conoce ahora, ya convertido en parte esencial de la cultura local urbana, donde a falta de espacios públicos para socializar, los spas se volvieron el lugar favorito de las personas que buscan relajarse y pasarla bien con familiares y amigos.
En Seúl hay unos 2500 jjimjilbangs y en todo Corea del Sur más de 13.000. Son la derivación moderna de los antiguos baños públicos, nacidos cuando no había agua corriente en las casas. Con la aparición de las duchas hogareñas, estos lugares comenzaron a diversificarse para mantener su clientela: por lo tanto, ahora un spa coreano suele estar en un moderno edificio de varios pisos abierto las 24 horas, donde se puede pasar la noche durmiendo en el piso de un espacio comunal, o bien asistir solamente por unas horas. Algunos tienen capacidad para miles de personas.
El Dragon Hill Spa de Seúl es un lujoso jjimjilbang de siete pisos con sala de Internet, restaurantes, saunas, piletas climatizadas, un campo de golf en el subsuelo y un jardín en la terraza. Al entrar al spa –cuya fachada simula un templo chino– me dieron una llave para un pequeño locker donde debí guardar mis zapatos. Luego entregué esa llave y a cambio me dieron otra para un segundo locker más grande, donde guardar la ropa. Esa llave electrónica que se lleva en la muñeca, como un reloj, tiene un sensor que registra todo lo que cada cliente consume o los masajes que contrata. A la hora de irse, con la llave se saca la cuenta.
EL UNIFORME En el vestuario me dieron el uniforme del spa: una remera y un short color beige de algodón, que se usa sin ropa interior. Opuse una tibia resistencia al uniforme, pero la regla es para todos. Otra de las normas implica caminar descalzo por todo el spa salvo en el baño, donde hay ojotas colectivas. La limpieza es impecable.
Pasando el restaurante hay dos puertas y una encrucijada: por la derecha ingresan los hombres y por la izquierda las mujeres. De allí en adelante los sexos opuestos no se cruzan. Este sector separado por sexo se llama mogyoktang, y corresponde solamente a las piletas.
La primera sorpresa al querer entrar en la zona de piletas cubiertas fue que, amablemente, un señor me detuvo explicándome que debía desnudarme, como todo el mundo. Y me indicó que me dirigiera a las duchas, donde todos se lavan largo rato pasándose unos a otros una tela que es como una suave lija que limpia la piel y elimina las células muertas. Grande fue mi asombro al ver una veintena de hombres duchándose sin compartimientos y lijándose unos a otros de pies a cabeza. El concepto coreano de limpiarse la piel implica directamente quitársela y renovarla (en algunos spa hay incluso piletones con pececitos que comen las células muertas de la piel en las piernas).
Estas toallas-lija se venden muy baratas en el spa –se llaman itaeri tawol– y por lo general es una muestra de amistad lijarse entre amigos (se dice que ninguna amistad es profunda en Corea si no se ha consolidado en días de spa). En una sociedad donde las muestras de efecto y el contacto físico entre las personas es menor que en Occidente, también es común que padres e hijos se hagan esta limpieza entre sí, dejándose todos la piel muy enrojecida.
Yo me lijé a mí mismo y metí un pie en la primera de las piscinas de agua caliente. Pero resultó ser para expertos, porque no pude soportarla ni un minuto. Busqué otra más templada y me fui metiendo de a poco, entre burbujeos relajantes, rodeado de coreanos desnudos que charlaban en paz (muchos compañeros de trabajo van a la salida de la oficina y se quedan a dormir allí, en una especie de larga reunión de amigos). Al querer entrar en el último de los piletones tampoco pude por lo extremadamente fría que estaba el agua, con el objetivo de activar la circulación.
En la zona de saunas había mucho para elegir. Algunos eran como grandes iglúes de ladrillos de sal para limpiar las vías respiratorias con vapor. Había saunas con paredes de jade para mejorar el metabolismo de los alimentos, otros de barro amarillo para facilitar la digestión y también de amatista para el torrente sanguíneo. Las salas temperadas van desde una que es puro hielo –un congelador con asientos– a otras que tienen 15, 36, 50 y hasta 80 grados centígrados. En las más calientes hay que ponerse medias, porque el piso quema demasiado.
Hay por supuesto salas de masajes, sillas masajeadoras automáticas, mesas de pool, salas de juegos electrónicos, de televisión e Internet, y una completa peluquería con sillón a la antigua. Algunos spas tienen incluso salas de karaoke y de conciertos.
DORMIR EN GRUPOEl momento de dormir en la noche es uno de los más curiosos del jjimjilbang. Se duerme en salas comunales, hombres y mujeres mezclados, directamente sobre el piso calefaccionado, allí donde a cada uno lo venza el sueño. Muchos agarran un colchoncito como de hacer gimnasia y unas almohadas bastante rígidas, con forma de ladrillo (las sábanas no existen). Los cuartos son algo calurosos, como un sauna suave y prolongado que hace apenas transpirar durante toda la noche (de acuerdo con cierta creencia tradicional, el calor es sanador).
Varios se duermen con su iPad o escuchando música en sus celulares, aunque está prohibido hablar por teléfono para mantener la calma del lugar. Quienes pretenden dormir con un poco más de intimidad, y bastante más calor, lo hacen en un sector de nichos individuales con forma de arco.
Muchas gente va al spa en familia a pasar uno o dos días de relax y diversión. Incluso las parejas de novios, en lugar de un bar donde el mozo los empieza a apurar después de un par de horas, van y se quedan horas por un precio módico (un spa común cobra siete dólares las 24 horas). Para los más ancianos, dormir en el suelo del jjimjilbang es también un acto de nostalgia, ya que décadas atrás la mayoría de las casas coreanas de madera tenían el piso calefaccionado y la gente dormía allí mismo, sobre un fino colchón de esterilla. Con la aparición de los edificios y las camas occidentales, esa costumbre se perdió.
En mi caso dormí en la sala comunal, con tres de esos colchoncitos superpuestos, y una almohada “ladrillo”, rodeado de gente desparramada por todos lados sin ningún orden, la mayoría empleados de oficina en plan de relax en día de semana. Como todo el mundo sabe, los coreanos son madrugadores y muy entregados al trabajo: así que al despertar, del centenar de compañeros que había en la sala tras cerrar los ojos la noche anterior no quedaba ni uno solo.
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