Dom 31.03.2013
turismo

NEUQUEN. PASEOS MOVIDOS EN EL LAGO Y EL BOSQUE

La Angostura a sus anchas

A orillas del Nahuel Huapi, rodeada de bosques que en otoño se encienden en dorado, Villa La Angostura es un pueblo dedicado a la aventura todo el año: en kayak, en velero, en cuatriciclo, a caballo o buceando se pueden explorar todos sus rincones, donde también se practica escalada en roca, tirolesa y rappel.

› Por Julián Varsavsky

Fotos de Julian Varsavsky

El otoño tiñe de rojo y amarillo la Patagonia. Son los colores que toman las lengas y ñires cuando se secan sus hojas, provocando un cambio en el paisaje que para muchos convierte a esta estación en la más hermosa del año para visitar la región. Como las temperaturas todavía son templadas, se puede salir a recorrer las montañas y los bosques en manga corta. Y pasada la Semana Santa, lugares como Villa La Angostura alcanzan una tranquilidad absoluta, con poca gente en los hoteles, precios de temporada baja y los paisajes en su máximo esplendor. El otoño es entonces tiempo de internarse en el bosque, de navegar los espejos de agua, trepar montañas, cabalgar e incluso sumergirse en los lagos a bucear.

Velas al viento, para desplegar la emoción de conocer los vericuetos del lago en pleno vaivén sobre el agua.

EN VELERO Una de las formas más románticas y relajadas de salir a recorrer los paisajes de Villa La Angostura es en velero por las aguas del Nahuel Huapi. Ernesto Humar –experimentado navegante y futuro ingeniero naval– ofrece esta excursión en su velero de regata “clase internacional” con 21 pies de largo y dos velas. El velero es de plástico reforzado y fibra de vidrio, y lo primero que hace Ernesto al comenzar a navegar es entregarle el palo del timón a alguno de los pasajeros. Manejar el timón no requiere mucha ciencia, de modo que lo más interesante es aprender a descubrir los vericuetos invisibles del viento, que es el “motor” de la embarcación. ¿Pero qué pasa si se acaba el viento? Ernesto responde encendiendo un motor fuera de borda.

Al rato el capitán aprovecha unas ráfagas de viento y el velero se inclina fuertemente hacia un costado. En esta modalidad deportiva, velocidad implica inclinación, de acuerdo con las leyes de la aerodinámica y la hidrodinámica. Por la forma de la embarcación y su pesada quilla es casi imposible que el velero se pueda dar vuelta en un lago, pero si a alguien le da un poco de miedo la posición, Ernesto baja la velocidad, suavizando así el plano inclinado.

Uno de los aspectos más encantadores de navegar en velero es la falta de vibración y ruido, el silencio absoluto. Al acercarse a la costa se oye, por ejemplo, el sonido refrescante de una cascada, el toc toc de un pájaro carpintero y el trino de las otras aves. La quilla del barco rasga la superficie a veces inmóvil del lago, produciendo un suave rumor de agua. Cuando el velero se acerca a la costa de una isla se descubre que en la parte más baja las aguas son de color turquesa caribeño, con una transparencia perfecta que permite ver los peces. Los bosques patagónicos llegan hasta el borde mismo del lago y es posible ir sentado en la proa con los pies en el agua, hasta parar en alguna de las playitas.

La excursión más tradicional es la de cinco horas hasta el bosque de arrayanes en la península de Quetrihué, generalmente en un horario en que no hay nadie (se busca llegar cuando no están los catamaranes, para vivir más en soledad la visita al Parque Nacional que protege los árboles color canela). Una excursión más corta se hace por la zona de Las Balsas, incluyendo una tabla de ahumados para saborear en pleno lago. También hay un paseo de todo el día a la isla Victoria.

Después de una breve instrucción y equipados con un traje grueso, el fondo del lago no guarda más secretos.

BUCEAR LOS LAGOS “El 75 por ciento de nuestro planeta es agua y por eso desde el espacio se ve azul. Tal vez en lugar de Tierra deberíamos llamarnos planeta Agua. En nuestro cuerpo, la proporción de agua es idéntica. La experiencia que van a vivir es, de alguna manera, como volver al vientre materno”, nos dice el instructor conocido como Ardilla a las personas que estamos a punto de sumergirnos en las aguas del Nahuel Huapi.

El objetivo es hacer un bautismo de buceo ingresando desde la orilla de la bahía Mansa, la forma ideal para quienes no tienen experiencia. Luego de media hora de instrucción, si la persona se tiene confianza, ya está en condiciones de sumergirse en la nueva dimensión (lo pueden hacer niños desde los siete años). Las señas para comunicarnos con el instructor son: un círculo creado con el pulgar y el índice (“todo ok”) o el índice recto señalando hacia arriba, si el buceador novato quiere salir.

La sensación inicial es la de haber ingresado en una nueva dimensión, donde los movimientos son algo torpes. Sentimos primero una especie de rechazo natural, porque los pies no están sobre la tierra ni estamos erguidos: nos desplazamos de forma horizontal, como un Superman en cámara lenta. La respiración también es más pausada y profunda que la del mundo terrenal. Al mirar hacia arriba, la superficie del agua se ve como un cielo debajo de otro cielo. En la profundidad todo es silencio perfecto, salvo el burbujeo de la respiración.

La belleza del paisaje cordillerano se prolonga debajo del agua. El Nahuel Huapi es por momentos azul, gris o verde, según las condiciones del sol, el cielo y las nubes. Cerca de la orilla el paredón rocoso de la montaña continúa bajo el agua y se ven los troncos muertos de los árboles que caen al lago. El Nahuel Huapi es bastante templado, y en invierno se lo puede bucear perfectamente con trajes gruesos.

Luego del bautismo, si la experiencia fue fructífera, hay en Villa La Angostura diversos lugares para seguir curioseando bajo las aguas: islas, bosquecitos sumergidos con truchas que pasan como rayos plateados, praderas subacuáticas, rocas brillantes pulidas por el paso de los glaciares y pequeños naufragios.

Para aquellos con cierta experiencia –o que hagan el curso completo– el espectáculo mayor del buceo en toda la zona del sur neuquino es el bosque sumergido del lago Traful. Lo extraño de este lugar es que en el fondo del lago hay un bosque con árboles de hasta 35 metros de altura que permanecen de pie. Y la explicación es que, resultado de un terremoto, un segmento completo de la ladera de la montaña se desplazó hasta el fondo lacustre. Por eso se bucea entre un centenar de cipreses como si en verdad el nadador estuviera volando plácidamente entre la copa de los árboles de un bosque.

Otra experiencia de buceo algo surrealista se hace en el lago Epulafquen, en un sector conocido como El Escorial –cerca de Junín de los Andes– que es un río de lava volcánica que ingresó en el lago hace 400 años y se solidificó, resultando en unas extrañas formaciones de basalto. La piedra volcánica cobra distintos colores y también forma misteriosas cuevas.

Bosque y lago, los dos emblemas del paisaje de Villa La Angostura, ideales para recorrer en temporada baja.

A CAMINAR Una de las caminatas más espectaculares que se pueden hacer en toda la provincia de Neuquén es la que llega hasta el refugio de montaña del cerro Cocinero. No solamente por sus espectaculares paisajes, sino también porque permite combinar a gusto diversas modalidades deportivas. El primer tramo es necesariamente por agua, saliendo desde la bahía Brava de Villa La Angostura en un gomón semirrígido con motor fuera de borda. Los más aventureros cruzan este sector del Nahuel Huapi en kayak (requiere de dos a tres horas). En el trayecto se navega por el costado de la isla Fray Menéndez para cruzar luego el Brazo Rincón.

Desembarcamos en una hermosa playita de aguas turquesa, un paraje idílico donde tiene su casa de madera el señor Martínez, un antiguo baquiano del Parque Nacional nacido allí mismo. En lo de Martínez se puede comer un asado o contratar al dueño de casa para que guíe al grupo con una cabalgata hasta el refugio del cerro Cocinero. Nosotros elegimos caminar, y quienes suban dispuestos a pernoctar en el refugio pueden solicitarle también a Martínez que acarree a caballo los alimentos y bolsas de dormir.

Comenzamos el trekking desde los 800 metros sobre el nivel del mar –la altura del lago– con el objetivo de llegar a los 1600 metros de altura del refugio. La caminata está bien demarcada por un sendero, aunque nosotros llevamos al experimentado guía de montaña Fabián Fasce, ya que no es imposible perderse. La caminata tiene zonas empinadas y el esfuerzo no es menor. Pero en tres horas a paso tranquilo llegamos hasta el refugio de montaña. En el camino vemos un laborioso pájaro carpintero y atravesamos un bosque nativo puro y sin intervención humana del Parque Nacional Nahuel Huapi, con una enorme densidad de ñires, lengas, coihues y plantas de mutisia con sus flores anaranjadas.

Cerca ya del refugio, la parte alta de la montaña se vuelve más árida y caminamos enterrando los pies en los restos de ceniza volcánica. Pero allí hay un impresionante mirador desde donde se ven Bariloche, los brazos Huemul, Machete y Rincón del lago, los cerros Tronador y Campana, y los lagos Correntoso y Espejo. Nosotros no nos quedamos a dormir pero curioseamos un rato en el refugio para ver sus comodidades: cocina “económica” de acero que también oficia de calefacción, vajilla, elementos de limpieza y un piso superior donde se duerme en bolsas de dormir. Afuera hay un baño sin duchas. En invierno muchos montañistas se quedan unos días en el refugio –al que llegan caminando con raquetas– y en los alrededores practican esquí libre.

Desde el refugio, quienes pernoctan suelen hacer diferentes caminatas hasta la cima de diferentes cerros como el Cocinero. Pero quienes desean evitar el trekking ascendente hasta el refugio, desde la orilla del lago tienen la opción de caminar, cabalgar o recorrer en bicicleta un sendero que une los Brazos Rincón y Machete del lago Nahuel Huapi a través de una superficie plana que se atraviesa en una hora.

El complejo La Piedra invita a iniciarse en el descenso en rappel, la escalada en roca y la tirolesa.

TIROLESA Y RAPPEL Sobre la Ruta 66 que va al cerro Bayo, a tres kilómetros de Villa La Angostura, hay un centro recreativo llamado La Piedra donde se practica escalada en la roca, rappel y canopy. Además hay un divertidísimo sector para niños con un puente tibetano y otro de tres hilos en red, casitas en los árboles, un mini canopy de 40 metros de largo y seis de altura, una pequeña palestra de escalada, un laberinto de tubos sobreelevados en el bosque, pelotero, cama elástica común y un “bungy saltarín”, que es una cama elástica donde los chicos saltan sujetos por un arnés que los eleva con la fuerza de un motor, permitiéndoles dar cuádruples saltos mortales. La Piedra funciona todo el año, incluso con nieve.

Entre las opciones más sofisticadas está la escalada en la pared de roca, que puede hacer cualquier persona sin experiencia y con un mínimo estado físico. El instructor da primero una clase para entender cuáles son los métodos de agarre y subraya que la clave es tener siempre tres puntos de apoyo simultáneos con las manos y los pies. Una persona da seguridad controlando desde abajo con una soga atada a la cintura, de modo que si el escalador se suelta o resbala simplemente queda colgando en el aire. Lo peor que puede pasar es algún rasponcito. La opción más sencilla para personas sin experiencia es una pared de 15 metros de altura en la montaña con grado 4A de complejidad. Por su parte, quienes se atrevan a un poco más tienen una de 25 metros con grado 5B.

Una opción más sencilla de interactuar con la montaña son los descensos en rappel. En este caso se sube caminando hacia la misma cima a la que se llega con la escalada, para bajar de espaldas sentado en un arnés, destensando una cuerda con las manos mientras se mantiene el balance con los pies.

La alternativa más fácil y vertiginosa de todas es el canopy, que consiste en tirarse sobre un valle con el método de la tirolesa, aquel que se usaba originalmente para sortear espacios vacíos en la zona europea del Tirol. El circuito de canopy de La Piedra tiene seis tramos y recorre 1050 metros (el más elevado va a una altura de 55 metros).

Entre tanto, para aquellos que prefieren no elevarse del suelo están los cuatriciclos, ya que en La Piedra hay 15 kilómetros de senderos por un bosque de coihues, ñires, cipreses y radales que se pueden explorar encabezados por un guía conocedor de la zona. Los afortunados se cruzarán acaso con un zorro o una liebre que se pierde a los saltos entre los arbustos.

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