MENDOZA. LA “CAPITAL PRODUCTIVA” DEL SUR PROVINCIAL
La llegada de la nieve concentra todas las miradas en los centros de esquí y la diversión invernal andina: sin embargo, San Rafael es sinónimo de aventura todo el año. La ciudad, los embalses cercanos y las chacras dibujan un paisaje donde se destacan los vinos, que de aquí salen rumbo a todo el mundo.
Pocos centros invernales tienen la particularidad de unir belleza natural con las bondades de una ciudad viva, dinámica, productiva. San Rafael es un caso testigo: un lugar inolvidable por sus viñedos, estancias y paseos llenos de aventura, pero también por la sorpresa que nos esperaba esta vez a los pies de la RP 143: un perrito desvalido que rápidamente consiguió abrigo y se transformó en nuestra mascota viajera por paisajes de su tierra. Una tierra donde el hombre ha sabido encontrarse de manera amable y equilibrada con la naturaleza y sus seres, incorporando confort y servicios a una ciudad que sigue creciendo sin perder la esencia. Mientras se siguen sumando nuevos hoteles y se multiplican las salidas turísticas a las afueras, San Rafael conserva infinitos campos fértiles, un aire fresco que baja de las cumbres y extensas hileras de álamos que protegen de las ráfagas los cultivos y casitas que saben de mucho trabajo. En ese entorno se incrementan también los establecimientos dedicados al vino, olivares y frutales, instalándose junto a General Alvear como la referencia del sur mendocino, tanto a nivel turístico como productivo.
DINAMISMO MENDOCINO A 240 kilómetros de la capital mendocina, San Rafael es la segunda ciudad en importancia de la provincia. Todo ello gracias a su tradición agrícola-ganadera, al exponencial crecimiento comercial y al flujo de visitantes (puede albergar más de 150.000 personas en temporada) que la establecen como una de las capitales turísticas cuyanas.
Pero nada ha sido simple. El sacrificio es la marca de este pueblo, que avanzó definitivamente gracias a los canales y acequias creados por ingenieros franceses que llegaron aquí a fines del siglo XIX, para hacer de sus suelos desérticos un vergel. Fueron quienes transformaron la dedicada y diaria tarea familiar de traer agua en el arte del desvío de ríos y arroyos. Ese rumor de los cauces que transformó su historia sigue escabulléndose a la vera de sus anchas calles, sobre todo cuando las temporadas de nieve son buenas. Entonces las aguas se pasean por calles llenas de comercios, restaurantes, hoteles y plazas, hasta la rotonda de la nueva terminal de ómnibus o el edificio del Centro de Congresos y Convenciones, dos obras que son ejemplo del crecimiento local. Su impronta cuyana en lo musical es otro atractivo, y se manifiesta en muchos espectáculos callejeros así como en peñas, bares y cafés, donde se alardea también de los vinos nativos.
El Museo de Historia Natural, la Biblioteca Mariano Moreno o el Museo Ferroviario son rincones culturales poco pomposos, pero interesantes para disfrutar de excelentes obras de arte y literatura, así como de la primera locomotora que visitó el pago, hoy una reliquia a la vista de todos. A unas cuadras del centro, el parque Hipólito Yrigoyen cuenta con un Teatro Griego con capacidad para 10.000 espectadores, donde se realizan eventos como la Fiesta de la Vendimia. Así, la urbanización que en apariencia no dice mucho, tiene guardado su encanto para quien sabe buscar, y un aire fresco (mucho más por estos días) envidiable. Un buen consejo es pasar por la Dirección de Turismo y buscar allí otras alternativas. No-sotros dividiremos el día en dos: por un lado visitaremos el Cañón del Atuel, meca de los deportes náuticos y un clásico que no por ello debe obviarse. Luego, será el tiempo de las bodegas y las producciones que tanto enorgullecen a los locales.
QUIETOS Y BRAVOS Cuentan que tiempo atrás los huarpes y puelches disfrutaban de esta tierra generosa criando sus llamas y sembrando maíz gracias a los cauces de los grandes ríos que hoy siguen alimentando los valles. De aquellos días a hoy ha cambiado casi todo, pero el encanto natural permanece en los corredores andinos, por eso visitaremos parte de sus tres grandes embalses (Los Reyunos, Valle Grande y Nihuil). Atravesamos la ciudad y partimos por la RP 173 al sudoeste, hasta que media hora después los pliegues ya van cobrando importancia y anuncian la llegada a Valle Grande, donde las caudalosas aguas del río Atuel se encajonan y siguen a la represa siguiente, la del Nihuil. Frenamos en la boca del Cañón del Atuel, bajamos y contemplamos enmudecidos. Si bien todo puede discutirse en términos sociales y simbólicos cuando uno habla de “lo bello”, hay cierta constante con la belleza de la naturaleza: resulta imposible no maravillarse ante la solemnidad de estos mares inmóviles atrapados entre las montañas, y pese a la significativa obra del hombre su poder natural es indiscutible. Según cuenta el guía, en ese bloque extenso por el que corre el agua con furia, rebotando y tallando algunas piedras, se han formado algunas figuras (no siempre visibles, a decir verdad), como “El sillón de Rivadavia”, “El lagarto” o “Los monjes”, y su potencia ha permitido también la construcción del complejo hidroeléctrico Los Nihuiles. Sobre estos embalses no pueden faltar las disciplinas náuticas, por eso el cañón es dividido en diferentes tramos por los propios prestadores, y cada lugar tiene su permiso para el rafting, el kayak, el canyoning o barranquismo, el buceo y windsurf. En su entorno se realizan también caminatas y excursiones que alternan escalada y rappel por sus largos paredones. Si se dispone de tiempo, algunas agencias ofrecen programas de tres días completos en distintos sectores, con llegada a los lagos Aisol y Tierras Blancas, así como cabalgatas y travesías en 4x4 hasta las dunas del Nihuil, montañas de arena con más de 200 metros de altura e ideales para el sandboard. Todo ello, recorriendo parajes gastronómicos y comercios ribereños para comprarse todo, desde chivito y trucha en conserva hasta curiosas piedras con “olor a petróleo”.
FRUTO DE LA TIERRA No es azaroso. El rango de temperaturas, la fuerza lumínica, la poca nubosidad, los vientos moderados y el bajo porcentaje de humedad relativa conforman características naturales inmejorables para el cultivo de las vides. Claro que a eso el hombre le ha incorporado saberes, promoviendo la constante innovación para una mayor calidad y rendimiento. En estos caminos del vino hay muchas posibilidades, recorriendo perfumados viñedos y prestigiosas bodegas donde se degustan exquisitos malbec y syrah, se aprende de otros varietales menos comunes y nuevas formas de producción, y se conocen también zonas rurales donde nacen los frutales. Para ello nos alejamos apenas nueve kilómetros de la ciudad hasta Rama Caída, vieja zona de estancieros que explotaban la agricultura y los tambos desde fines del siglo XIX. Muchos de estos productos han adquirido renombre internacional, pero el contacto interno no ha cambiado, y la zona se presenta ideal para la visita familiar. Allí están las 25 hectáreas de la Finca Dinamia, donde nacen los curiosos vinos biodinámicos basados en la sostenibilidad y la autosuficiencia. “Todo nació con la idea de hacer un vino orgánico, y ya en 2011 presentamos Buen Alma, el primer vino biodinámico del país, bajo un calendario en el que día por día se indica qué trabajo hacer en la viña, con rotaciones de tres y cuatro días”, explica Alejandro Bianchi. No muy lejos, y gracias al desarrollo del producto vino, hay cada vez más bodegas devenidas en complejos con canchas de golf o polo, museos, espacios didácticos y hospedajes. Entre ellas se destaca Finca Los Alamos, cuyos orígenes son anteriores a la ciudad: su creación se remonta a 1830, cuando la Villa 25 de Mayo era la capital regional. “La escritura de la finca es de 1825, pero se supone que la casa demoró al menos cinco años”, afirma Camilo Aldao. El lugar es conocido también por ser, como en su momento lo fue la casa de Victoria Ocampo en Beccar, un refugio de intelectuales en la primera mitad del siglo XX. La casa que devino en posada está rodeada de vinos y frutales, y en sus habitaciones hay objetos de valor artístico e histórico, que de algún modo siguen hablando de aquellas tardes de tertulia en las que Susana Bombal, la propietaria, citaba a Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares o las hermanas Silvina y Victoria Ocampo. Y tal fue la relación con Borges, que en su jardín hay un laberinto borgeano que no es una metáfora sino la más cabal realidad: en homenaje al amigo de la casa, los propietarios decidieron armar un espacio de arbustos con caminos que se bifurcan y repiten tercamente sin final. Para hacerlo contrataron a otro conocido, Randoll Coate, un artista inglés creador de símbolos y laberintos naturales. Esa obra está ubicada a un costado del casco y ocupa casi una manzana, con más de 12.000 arbustos que siguen creciendo. Visto desde arriba, el diseño de Coate es una especie de libro abierto en cuyas páginas se lee, al derecho y al revés, el nombre Borges. Tal ha sido su fama que de algún modo ofició de disparador para que en otras partes del mundo retomaran la idea, como ocurrió en Venecia. “Es un centro cultural verde”, dicen aquí, mientras explican proyectos para abrir el laberinto al público, con una torre de altura para verlo mejor y una biblioteca en el interior. Habrá que esperar que los arbustos crezcan un poco, para que no se trepen los chicos: será, si duda, otra forma disfrutar esa naturaleza a la que siempre invita a San Rafael.
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