Domingo, 23 de junio de 2013 | Hoy
CóRDOBA. LOS AROMOS, CERCA DE ALTA GRACIA
El río Anisacate se convierte en guía de una caminata donde las típicas playitas serranas, con chorrillos de agua, se conjugan con grandes rocas que conservan morteros esculpidos por los nativos del valle de Paravachasca. Sólo diez kilómetros al sur de Alta Gracia, muy lejos del ruido, hay otro mundo hecho de tierra, aromas, silencio y agua.
Por Cristian W. Celis
Fotos de Cristian W. Celis
Desde hace rato, el viento no deja de mover las cortaderas que crecen junto al río Anisacate. Sin embargo, la corriente de aire no logra alterar la tranquilidad del paisaje de Los Aromos, una villa de apenas 66 años ubicada sobre la RP5. Este es el camino que une Alta Gracia con Villa General Belgrano, partiendo desde la ciudad de Córdoba. En auto se trata de un breve recorrido: 50 kilómetros separan a la comuna serrana de la capital mediterránea.
Los días de otoño dejaron atrás el bullicio de los bombazos en el agua, la multiplicación de reposeras en las playas y el constante movimiento de autos para devolverle al lugar un paisaje más acorde con los orígenes del pueblo. Hogar de pájaros y de grandes arboledas junto al curso de agua, desde hace un tiempo Los Aromos también es el refugio de muchos cordobeses que aprovechan los fines de semana para alejarse del cemento y acercarse a la tranquilidad que regala esta pequeña población de sólo 800 habitantes, según el censo provincial de 2008.
Al atravesar los pilares de piedra del ingreso, que conforman una gran pérgola, el pueblo no promete más que un río manso y transparente, generosas playas de arena y frondosas arboledas para improvisar una siesta o una mateada bajo la sombra cuando el tiempo acompaña. Sin embargo, entre quienes están acostumbrados a lidiar con calles repletas de smog, perturbadores bocinazos o las típicas urgencias de una urbe, la sencilla pausa que ofrece Los Aromos es muy bien recibida. Más si viene acompañada por la clásica gastronomía serrana, en la que no faltan panes caseros y pastelitos recién horneados.
Cada fin de semana, los turistas van apareciendo en el valle de Paravachasca en busca de esa promesa. Una vez en las playas de Los Aromos, al caminar junto a la vera del río, se encuentra otra particularidad: las huellas que los aborígenes dejaron en las grandes rocas del Anisacate, donde esculpieron morteros hace cientos de años. Después de todo, fueron ellos los primeros anfitriones de estas tierras.
ENREDO DE BELLEZAS NATURALES La historia de Córdoba dice que, antes de la llegada de Jerónimo Luis de Cabrera a estas latitudes, toda la belleza del paisaje que hoy se manifiesta en Los Aromos era disfrutada por los comechingones, pueblos originarios de la zona. Al parecer, la vegetación siempre fue uno de los recursos emblemáticos de estos rincones, ya que los aborígenes llamaban a la región paravachasca, que significa “lugar de vegetación enmarañada” o “montes enmarañados”.
A Paravachasca se le suma la impronta jesuítica, bastión del pasado cultural cordobés, que cobra protagonismo en Alta Gracia. Allí se puede visitar una de las estancias jesuíticas (1643) y el Tajamar, el dique artificial más antiguo de la provincia de Córdoba (1659) realizado por la orden fundada por San Ignacio de Loyola. En Los Aromos, además de la iglesia, se destaca la Gruta de la Inmaculada Concepción. Sin embargo, los principales atractivos de esta villa serrana no radican en el turismo religioso sino en su prodigioso entorno natural, que suma devotos en cualquier época del año gracias a la diversidad de especies vegetales y a la multiplicación de ollas y playas en el río.
Talas, algarrobos, sauces criollos, pinares y álamos aparecen como centinelas del Anisacate, entremezclados con las plantas ornamentales de los chalets serranos de fin de semana, naturalmente más frecuentados en verano pero visitados todo el año. Por eso, durante una visita al pueblo, es bueno aprovechar los caminos de tierra que rodean el cauce de agua para ir uniendo los diferentes balnearios que aparecen tras la intrincada vegetación.
El río Anisacate nace en el Parque Nacional Quebrada del Condorito, tesoro natural de la provincia. Su nombre significa “pueblo del cielo” en lengua aborigen. Durante su paso por el valle de Paravachasca, el tranquilo curso de agua va sembrando pueblitos como Los Aromos. Esta modesta comuna surgió de la mano de don Virginio Rudellat, quien en 1944 adquirió y preparó un loteo que fue aprobado el 7 de septiembre de 1946. Desde entonces, para los lugareños, ésa es la fecha de fundación de su pueblo.
Tal como si fuera una “S”, el Anisacate va abrazando con su curvatura el ejido urbano del poblado, que poco a poco sigue extendiéndose hacia el norte. Al recorrer en bicicleta o a pie la ribera del río, los sitios con las mejores playas están en La Curva, Los Patos, La Cascada, Los Chorritos, El Peñón, La Usina y el Pozo del Cura, entre otros. Después de conocer varios de ellos, se puede hacer un alto en La Cascada para contemplar la caída de agua, rodeados de generosas playas de arena gruesa y bajo el sol de otoño que permite, al menos, aprovechar del río con el agua hasta las rodillas.
UN PASO AL PASADO Al caminar por la ribera, entre las grandes rocas del Anisacate van surgiendo orificios que recuerdan a los nativos. Generalmente los aborígenes aprovechaban esas moles graníticas del paisaje para construir morteros. Consultado para esta crónica, Alfonso Uribe –licenciado en Historia con especialidad en etnohistoria y arqueología– explica que “los pueblos originarios solían hacer esos morteros para moler granos de maíz, algarroba, chañar o mistol junto a los ríos, según las descripciones que dejaron los españoles”. De allí que se trata de un rastro arqueológico ligado esencialmente con la forma de alimentación de los nativos. Esta costumbre cambió, luego, con la aparición del molino hidráulico. Sin embargo, Uribe asegura que a veces parecen morteros pero, en realidad, se trata de pequeños rastros que los aborígenes dejaban para señalar un recorrido. “En esos casos, eran orificios que marcaban puntos en el espacio para caminar entre las piedras. Estos huecos resultan más pequeños y menos profundos que los morteros. Hoy, al verlos, parecen morteros sin una confección terminada”, describe el especialista.
El paso del tiempo y el río se llevaron muchas historias de estos pueblos originarios que llenaron de vida a esta parte de Córdoba antes de la colonización. Sin embargo, otras marcas de la tradición aún siguen vigentes, como las festividades gauchescas. Una de ellas es la Fiesta del Aromo. Cada septiembre, con el fin de recordar la fundación del pueblo, chicos y chicas aparecen por las callecitas ataviados con polleras coloridas, trenzas, sombreros y bombachas de gauchos. La fiesta ya es un clásico de la cultura local.
De todas maneras, no hace falta esperar a la primavera para revivir la tradición en Los Aromos. El pueblo regala su encanto todo el año, de allí que las cabalgatas por las sierras también constituyan una actividad muy interesante. En tanto, una pesca improvisada en el río, un picadito con amigos en la playa de arena, unos mates al atardecer o una simple charla bien abrigados durante una caminata también forman parte de la descontracturada agenda que propone Los Aromos a quienes se acercan para conocer las bellezas de su historia y de su presente, junto al río Anisacate.
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