RUSIA. 400 AñOS DE LOS ROMANOV
Rusia conmemora los 400 años de la dinastía de zares que gobernó durante tres siglos su gigantesco territorio. La historia comenzó en el monasterio de Ipatiev, en el “Anillo de Oro de Rusia”, con la coronación de Mijail Romanov en 1613, y por una rara coincidencia terminó trágicamente en 1918 en la Casa Ipatiev, en la remota región de Ekaterimburgo.
› Por Graciela Cutuli
Curiosamente, las puntas de la historia a veces se tocan. Este año, dedicado a la conmemoración de los 400 años del comienzo de la dinastía de zares Romanov, es una buena ocasión para recordarla: de hecho, las evocaciones y ceremonias comenzaron en Rusia a principios de año, y se replicarán en varios países a lo largo de los próximos meses. El largo viaje histórico que atraviesa Rusia con los Romanov como hilo conductor empieza en el monasterio Ipatiev, cercano a la ciudad de Kostromá, donde en marzo de 1613 el joven Mijail Romanov –apenas un adolescente– fue elegido zar. Y termina en la Casa Ipatiev de Ekaterimburgo, donde una noche de julio de 1918, hace 95 años, el último zar fue fusilado junto a toda su familia. A pesar de la coincidencia de nombres, no hay relación entre un lugar y otro, pero ambos son el principio y el punto final de una dinastía que supo subir a lo más alto del esplendor dinástico, para terminar en lo más bajo.
EL ANILLO DE ORO El monasterio Ipatiev está a orillas del río Kostromá, en la región que se conoce como el “Anillo de Oro de Rusia”, al noreste de Moscú. Entre los siglos XII y XVII, toda la región tuvo un auge cultural que se tradujo en la construcción de numerosos monasterios. Siglos más tarde la ciudad misma de Kostromá se transformaría en el polo industrial que sigue siendo hasta la actualidad.
El interés turístico de hoy pasa sobre todo por aquel monasterio fundado en 1330 por el príncipe Chet (uno de los ancestros de Boris Godunov), como un centro de enseñanzas dedicado a los hombres: fue allí donde residía Mijail Romanov cuando fue elegido zar. Y no sin controversias, considerando que, según la leyenda, un joven campesino de los alrededores dio su vida para salvar al nuevo monarca de las tropas del rey de Polonia, contrario a su elección. Allí también se descubrió en el siglo XIX un conjunto de tres crónicas del siglo XIV que incluían el célebre Códice de Ipatiev, también conocido como la Primera Crónica Rusa o Código de Néstor: se trata de un texto fundante que cuenta la historia del primer Estado eslavo oriental, el “rus de Kiev”, donde se entrelazan anécdotas, leyendas, relatos religiosos y hazañas militares.
El conjunto del monasterio está rodeado por grandes murallas de piedra, en cuyo centro se levanta la Catedral de la Santísima Trinidad. El edificio original fue destruido por una explosión en 1649, y reconstruido algunos años más tarde: allí se conservan varios murales, puertas santas de cobre y un gran iconostasio dorado. Otra iglesia más pequeña que existía en el lugar fue demolida por las autoridades soviéticas, y desde hace cierto tiempo se habla de reconstruirla para consagrarlas a los últimos Romanov, considerados mártires por la Iglesia Ortodoxa. En el monasterio Ipatiev se conserva también una casa que perteneció a Mijail Romanov, y que fuera restaurada bajo el reinado del zar Alejandro II, aunque con numerosas polémicas –ya en aquella época– sobre la autenticidad de lo realizado. El monasterio, que era regularmente visitado por los nuevos zares Romanov como “cuna de la dinastía”, fue cerrado tras la Revolución Rusa pero en gran parte preservado: por eso mismo, tras la caída de la Unión Soviética pudo ser reabierto y se lo entregó al cuidado de la Iglesia Ortodoxa.
La visita al monasterio Ipatiev forma parte de “Anillo de Oro de Rusia”, una ruta turística que atraviesa varias ciudades representativas para la formación de la historia y el patrimonio rusos: en ellas se suceden las fortalezas (o kremlins), iglesias, catedrales y monaterios, además de galerías de arte y museos que preservan el corazón del espíritu ruso y ortodoxo. La ruta comienza entre los ríos Volga y Oká y pasa entre otras ciudades por Serguiev, Posad, Rostov, Yaroslavl, Kostromá, Suzdal y Vladimir.
HORAS DE GLORIA Después de los remotos tiempos de la fundación dinástica, los vaivenes de la agitada historia de los Romanov transcurrieron entre Moscú, la ciudad considerada más profundamente rusa, y San Petersburgo, la capital querida por Pedro el Grande como ventana hacia el mundo occidental. Bella e impresionante, Leningrado de los tiempos soviéticos es el hito principal en la ruta de los Romanov, que tuvieron su Palacio de Invierno en el actual Museo del Hermitage. En realidad el museo, uno de los más grandes del mundo, está formado por otros cinco edificios y nació sobre lo que fue la colección privada de los zares.
Las tumbas de los emperadores, desde Pedro el Grande hasta Nicolás II y su familia, están no muy lejos, en la Fortaleza de Pedro y Pablo, levantada sobre lo que fue el núcleo inicial de la ciudad a orillas del Neva. Otro de los lugares emblemáticos es la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada, que se construyó en el lugar donde fue asesinado Alejandro II. Famosa por su decoración colorida y sus líneas de estilo moscovita, es una suerte de emblema de las iglesias ortodoxas rusas, riquísima en mosaicos, cruces y azulejos policromados, coronada por cinco cúpulas bañadas en cobre y esmalte con ecos de la catedral de San Basilio en Moscú.
En las afueras de San Petersburgo hay otras impresionantes residencias que fueron testigos de los dramas, amores, desbordes y pasiones de los Romanov, cuyos descendientes siguen dispersos por el mundo a casi un siglo de la revolución que puso fin a sus horas de esplendor. En particular no se pueden dejar de visitar el complejo de palacios y jardines Peterhof, apodado el “Versailles ruso”; el Palacio de Catalina en Tsarskoie Selo, también conocido como Palacio de Verano, donde deslumbra el Salón de Ambar, y el Alexander Palace, que fuera la residencia favorita de Nicolás II, Alejandra y sus cinco hijos. Y si el comienzo del fin estuvo –al menos en parte– en la trágica relación de fascinación y dependencia que unió a la zarina Alejandra con el santón Rasputín, quienes sigan las huellas de la última dinastía rusa no deberían dejar de pasar por el palacio de los príncipes Yusupov en San Petersburgo: allí en los sótanos de la lujosa mansión se cometió el asesinato de Rasputín, hoy evocado en una serie de figuras de cera. El palacio, que perteneció a una de las familias más poderosas de la Rusia imperial, está dedicado precisamente a ilustrar el modo de vida de la aristocracia de San Petersburgo hasta los albores del siglo XX. Y aunque la ciudad es enorme y merece mucho más tiempo de visita, al menos no hay que irse sin haber recorrido antes en barco los canales, los puentes y el río Neva durante las espectaculares “noches blancas”.
EL ESCENARIO TRáGICO Este año, varias agencias de viajes proponen en Europa itinerarios que comienzan en San Petersburgo y terminan en Ekaterimburgo, el escenario final de los últimos Romanov, pasando por Moscú. En la capital rusa se toma el tren nocturno que lleva a los viajeros hasta la ciudad de los Urales donde fue encarcelada la familia imperial después de la Revolución de Octubre. Ekaterimburgo –fundada por Pedro el Grande en 1723– está en el centro de varias conmemoraciones por el cuatricentenario de la dinastía, con misas, conciertos y exposiciones. Todos los años, a mediados de julio se celebran allí las Jornadas del Zar, en coincidencia con el fusilamiento de la familia real en 1918. La ciudad alberga monumentos sin duda raros, como las huellas que recuerdan al “hombre invisible” de H. G. Wells, o la estatua del protagonista de la versión rusa de “Casados con hijos”, en la ficción residente en Ekaterimburgo. Pero un viaje histórico tendrá eje en la Catedral de la Sangre Derramada, la iglesia construida en el punto donde se levantaba la Casa Ipatiev. La que fuera prisión de los Romanov, conocida por el nombre del rico comerciante que la había hecho construir, fue demolida bajo la presidencia de Boris Yeltsin, que borró así uno de los escenarios principales de la historia rusa del siglo XX. La Universidad Federal de los Urales, donde estudió Yeltsin, tiene sede en la ciudad y lleva su nombre.
Ekaterimburgo también tiene un precioso Teatro Nacional de Opera y Ballet en estilo barroco, la armoniosa iglesia de la Ascensión, y sobre todo el escenario del último acto de los Romanov: se trata del pozo Ganina Yama de la mina Cuatro Hermanos, en el pueblo de Koptyaki, unos 15 kilómetros al norte de la ciudad. Allí Nicolás II, su esposa Alejandra y sus hijos –el zarevich Alexis, y las grandes duquesas Olga, Tatiana, María y Anastasia– fueron arrojados y quemados después de su ejecución en la Casa Ipatiev. Allí mismo se levantó en 2001 el Monasterio de los Portadores Zaristas de la Santa Pasión, donde una cruz marca el borde del pozo de la mina, junto a siete capillas, una para cada miembro de la familia real. Cada año, en el aniversario de la ejecución, se organiza una procesión hacia el lugar, donde décadas más tarde fueron recuperados los restos de los Romanov, poniendo fin a los mitos que sobrevolaron todo el siglo XX sobre una supuesta supervivencia de la joven Anastasia.
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