BUENOS AIRES. ESTANCIAS EN SAN ANTONIO DE ARECO
A una hora de Buenos Aires, en San Antonio de Areco, hay tres estancias donde recostarse a la sombra de un árbol, cabalgar por el campo, saborear un asado perfecto y dormir bajo la noche silenciosa de la Pampa Húmeda. El Ombú de Areco, La Bamba y La Cinacina tienen perfiles diversos para unos días de reposo en la inmensidad.
› Por Julián Varsavsky
Fotos de Julián Varsavsky
Ya en las afueras de San Antonio de Areco aparecen junto a la ruta los primeros signos del mundo rural: camionetas embarradas, silos cerealeros, molinos y gente a caballo. Al llegar a la zona urbana se descubren casonas centenarias de estilo colonial, que dejan a la vista sus ladrillos alargados del siglo XIX. Un reflejo lejano de la mítica cultura gaucha se ve también en la vestimenta de muchos pobladores, que lucen vistosos cintos con monedas incrustadas, bombachas de campo, alpargatas, boinas y chiripás. Y además de la Fiesta de la Tradición –toda una semana de espectáculos de doma y desfiles gauchos–, parte de la impronta gauchesca perdura en los virtuosos trabajos de los artesanos plateros y sogueros, y en las estancias abiertas al turismo.
LA CINACINA En los bordes de San Antonio de Areco –casi en la esquina del pueblo– la estancia La Cinacina está hoy en el que fuera hacia 1850 el tambo lechero de la familia Gali durante un siglo. Hasta que en 1950 apareció una planta pasteurizadora y el tambo cerró. Pero hace ya 45 años La Cinacina comenzó a recibir turistas organizando fiestas de campo –casamientos, reuniones de trabajo– y hoy dispone de un alojamiento campestre con trece habitaciones. Cada habitación de La Cinacina tiene una decoración distinta, un trabajo de la artista plástica especializada en arte rural contemporáneo May Borovinsky. Las galerías coloniales que unen los cuerpos de las habitaciones son actuales y el estilo de los interiores de los cuartos combina aires de campo con toques modernos, como las sillas con respaldares de hierro y cuero. Para los veranos hay una piscina enorme y se ofrece alojamiento con desayuno y merienda, con la idea de que las personas se preparen su propio asado o vayan a comer al pueblo (hay de todas formas servicio de bar con sándwiches, bebidas y helados).
Junto a las caballerizas, un galpón cubre pero deja ver a tres antiquísimos autos Ford que todavía funcionan. Pero el vehículo para los huéspedes son los caballos, que se alquilan por $100 la hora –con guía– para llegar hasta dos lagunas con nutrias, garzas y teros. Cerca de allí hay un mangrullo como los de las antiguas estancias para prevenir la llegada de los malones indígenas.
Por el parque arbolado de 40 hectáreas con acacias se puede andar en bicicleta, sentarse a leer en los bancos de madera y visitar una antigua pulpería con barra de madera y un rancho de adobe con horno de barro. Una sala oval con grandes ventanales invita a escuchar música sentado en sillones señoriales, sirviéndose té y café a gusto o engañando el estómago con pastelitos de dulce de batata observando el atardecer.
Para los eventos grupales La Cinacina ofrece unos asados suculentos, tiernos y crepitantes, preparados por gauchos de la zona con mano perfecta, mientras se presentan bailarines de zamba y malambo con músicos en vivo. Pero es en el campo donde se ven los pingos: allí unos habilísimos jinetes amansan caballos al estilo indio, hacen demostraciones de lanzamiento de lanza desde un caballo y del juego de la sortija, que consiste en embocar al galope un palito de madera en una argolla que cuelga de un hilo
LA BAMBA De todas las estancias bonaerenses, el casco de La Bamba es quizá el que más se ajusta al modelo arquitectónico tradicional de la estancia argentina de comienzos del siglo XIX. Ubicada a ocho kilómetros de San Antonio de Areco, la casa principal de La Bamba –que se construyó en 1830– mantiene casi puro el estilo colonial, austero y sencillo de aquella tradición criolla que se fue perdiendo con la introducción de estilos neoclásicos e italianos.
Al igual que todas las estancias de su época, La Bamba fue levantada en medio de la pampa cuando aún no se había terminado de expulsar al indio y en sus orígenes funcionó como una posta de carretas para viajeros rumbo al Alto Perú por el Camino Real. A su alrededor se plantaron refinadas arboledas traídas de ultramar que resguardaban el casco del viento. Con el tiempo estos cascos se convirtieron en verdaderas mansiones de estilo colonial, pintadas de rosado porque se usaba una mezcla de sangre de vaca y cal. Por lo general, atesoraban colecciones de arte y tenían sofisticados muebles europeos y hogares a leña decorados con toda clase de herramientas de campo, costumbre que La Bamba mantiene.
Esta estancia fue una de las primeras en abrir sus tranqueras al turismo en 1986. Su genuino ambiente de campo y las líneas arquitectónicas del casco rodeado de un verde intenso hicieron que fuera elegida para filmar escenas de la película Camila (cuando la protagonista juega al gallito ciego con Ladislao).
A La Bamba se llega por un amplio camino de tierra rodeado por campos de pastoreo. El casco tiene un patio con baldosones de barro cocido y un aljibe en el centro. Pasando la puerta de entrada hay un living con un hogar de mármol blanco a leña. Las habitaciones tienen altos ventanales coloniales que llegan hasta el techo, pisos y techos de madera, antiguos faroles, salamandras y enormes armarios donde se colgaban los voluminosos vestidos que usaban las damas en el pasado.
El silencio de la noche permite oír el croar de las ranas y el aleteo de las lechuzas cuando van de una rama a otra. Y en la mañana se escucha el ensordecedor canto de centenares de pájaros que revolotean sobre el cuidado césped del jardín. También suele verse el vuelo de aguiluchos de plumaje marrón y garzas blancas entre las acacias y casuarinas. El parque que rodea el casco mide 16 hectáreas, que se recorren a caballo.
Los almuerzos transcurren en La Bamba al ritmo de la vida en el campo, sobre mesas instaladas al aire libre. El mozo va sirviendo de a poco suculentos trozos de carne asada que se alternan con buen vino. Y al atardecer el té se sirve en el mismo lugar, acompañado con tarta de chocolate con crema y scones.
EL OMBU Creada en 1880, la estancia El Ombú es una de las más antiguas de la Argentina. Su deslumbrante casco en estilo neoclásico italiano es también de 1880 y está rodeado por una señorial galería con balaustrada que da ingreso a nueve cuartos decorados con muebles antiguos y camas de bronce centenarias.
Allí se pasa un día de campo con asado y exhibiciones de destreza gaucha con caballos. La continuación natural es quedarse a dormir. Sin embargo el espectáculo mayor que ofrece El Ombú es la posibilidad de sentarse a dormitar bajo un árbol frente a la inmensidad de la planicie pampeana, donde la mirada se pierde sin obstáculos en el infinito.
En la estancia, la pampa se recorre también a caballo, bajo la dirección de don Oscar Pereyra, un gaucho de Areco que ha sido peón de campo por más de 50 años. Durante la cabalgata, don Pereyra cuenta que la estancia tenía 600 hectáreas y hoy mide la mitad. En un bañado se practica cría de vacas y hay cultivos de trigo, soja y pasturas.
A la hora del asado, en mesas al aire libre a la sombra de álamos, robles y un ombú bicentenario, don Pereyra abraza su guitarra y con unos virtuosos arpegios acompaña unas milongas camperas que canta de viva voz.
Eva Boelcke, la encargada de recibir a los visitantes, es nieta de Enrique Boelcke, un descendiente de alemanes que compró el campo en 1934. Ella explica a los huéspedes que pueden disfrutar de la estancia a su gusto y placer, ya sea jugando al sapo, saliendo a recorrer la pampa en alguno de los setenta caballos del potrero, en sulky, a pie o en bicicleta, o leyendo un libro tomado de los anaqueles de la vieja biblioteca. Quien quiera podrá jugar ping pong, metegol, fútbol o billar en un antiguo living con hogar a leña que es en sí mismo un viaje a los tiempos señoriales de la Argentina “granero del mundo”.
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