Domingo, 21 de julio de 2013 | Hoy
CHINA. CONTRASTES DE PEKíN
Como puerta de entrada a la segunda economía mundial, la capital china desborda pujanza. Durante siglos la cabeza de uno de los imperios más poderosos del mundo, Pekín es una metrópoli de 16 millones de habitantes repleta de monumentos y edificios gigantescos y ultramodernos, que a gran velocidad devoraron a los barrios de callejuelas, casas antiquísimas, arcos, torres, murallas y pagodas centenarias.
Por Andrés Ruggeri
Fotos de Andrés Ruggeri
Es difícil que el viajero no se sienta impresionado al llegar a Pekín, una ciudad con la población de un país y la historia de un imperio. A sus espaldas tiene siglos de historia, pero desde la célebre y enorme plaza Tiananmen hasta los estadios y construcciones dedicados a los Juegos Olímpicos de 2008, la pulsión modernizadora transformó la ciudad, ahora atravesada por autopistas y grandes avenidas, con centros comerciales monumentales y 17 líneas de subte que crecen a un ritmo de dos por año.
Esta modernidad hiperactiva entra en pugna con el esplendor de la vieja capital, retratada con maestría por Bernardo Bertolucci en El último emperador y sin duda muy distinta de la Pekín del siglo XXI. El visitante se encuentra en el corazón palpitante de una gran potencia y no hay forma de no sentirlo. Sin embargo, a pesar del tamaño y la población, no es un caos intransitable: al contrario, salvo en horas pico se puede circular con relativa facilidad. El tran-sporte público es abundante, barato y bien organizado, mientras el uso de vehículos privados es desalentado con altos impuestos y restricciones, principalmente para intentar reducir la contaminación ambiental. Muchas calles cuentan con un ancho carril para bicicletas y motos eléctricas, separadas del resto del tráfico por una valla.
Además no es una ciudad difícil para el turista, a pesar de la barrera del idioma. Siempre que se tome la precaución de tener escrito en caracteres chinos el nombre del lugar al que se quiere ir, es fácil y no muy caro desplazarse en taxi, o incluso en colectivo (el boleto cuesta un yuan, aproximadamente $ 0,90 argentino), mientras la amplia red de subterráneos hace más fácil la vida del extranjero, que puede orientarse fácilmente porque todas las estaciones tienen cartelería en pinyin, la transcripción al alfabeto latino de la escritura tradicional china.
LOS HUTONGS DE LA VIEJA PEKIN Todo turista que llega a Pekín tiene como objetivos principales los magníficos vestigios del antiguo imperio, la mayoría de ellos hoy sitios declarados Patrimonio de la Humanidad, como la enorme Ciudad Prohibida, el Palacio de Verano, el Templo del Cielo y, por supuesto, algún tramo de la Gran Muralla, accesible desde la capital en tren o colectivo.
A este circuito se le pueden agregar los hermosos templos de Confucio y el Templo de los Lamas, de rito tibetano, donde se puede ver a los fieles ofrecer sus plegarias y prender enormes sahumerios en alguno de los tantos templos que forman el conjunto. Visitar estos sitios, en el barrio de Dongcheng, puede ser el puntapié inicial de una de las más inspiradoras experiencias en Pekín: perderse en los intrincados pero muy agradables laberintos de hutongs, como se conoce a los antiguos y tortuosos pasajes que formaban el entramado de la vieja urbe. Parte del antiguo espíritu chino sobrevive aquí, alrededor del templo de los lamas, donde el peatón tiene que esquivar bicicletas y motos eléctricas, pero también puede detenerse en los puestos de comida callejera, ver jugar a los ancianos a las cartas o al go en mesitas en la puerta de las casas, comprar souvenirs y aprender a regatear con los rápidos y habilísimos vendedores chinos, so pena de tener que pagar un abultado sobreprecio. En fin, sentir el espíritu de una cultura que, milenaria y todo, está asombrosamente viva.
Caminar sin rumbo por los hutongs es, entonces, una forma inmejorable de conocer lo más inspirador de Pekín. La mejor comida callejera está en algunos de estos pasajes, no sólo en puestos que venden todo tipo de comida al paso, sino en restaurantes que suelen tener cocina a la calle e invadir con sus mesas la calzada, y donde se pueden degustar las especialidades gastronómicas del norte de China. Es sólo cuestión de animarse y por un precio más que accesible probar las delicias de la cocina pekinesa, como el pato laqueado, el clásico de la ciudad. Para eso conviene ser varios, porque la gracia de la comida china es pedir diferentes platos para ir probando entre los centenares de opciones. Eso sí, hay que aprender a manejar los palillos.
Algunos hutongs de moda son una invitación al consumo: y si la estadía coincide con un período de vacaciones o fin de semana largo, habrá que moverse entre una muchedumbre, porque no en vano es China el país más poblado del mundo. Entre estos callejones se destaca el de Namluoguxiang, donde hay desde artesanías y ropa hasta recuerdos de la Revolución Cultural, como afiches o ejemplares del Libro Rojo de Mao en varios idiomas. Y también todo tipo de brochettes, jugos, mil variantes de té y –el colmo de las extravagancias– nuestros bien conocidos churros.
A no mucha distancia de esta parte del distrito de Dongcheng está la zona de moda entre los estudiantes universitarios, alrededor del lago Hou Hai, repleta de bares con música en vivo. Cantautores o solistas animan la escena entonando canciones de pop chino. Algunos de estos bares, además de entretener a los clientes, son espacios para auténticos recitales de los grupos que animan la movida musical local, inesperadamente viva y pujante para el occidental desprevenido. Pero este distrito, animado por la existencia de sus particulares callejones, es uno de los pocos sobrevivientes del viejo Pekín. El impulso modernizador, que creció a partir de las reformas económicas de los ‘80, implicó en gran medida la destrucción de la ciudad antigua. La gran mayoría de los barrios de hutongs de Pekín han sido demolidos y reemplazados por amplias calles y avenidas con rascacielos, plazas y shoppings. Esta reurbanización acelerada ha provocado un movimiento de resistencia para conservar lo que aún queda en pie, mayoritariamente en los distritos de Dongcheng y Xicheng. Este movimiento, llamado No Destruir, trata actualmente de evitar la demolición de las casas de las callejuelas, que en general se hace en forma compulsiva. Las casas por derribar son señaladas en la puerta con el símbolo que significa “demoler” (chai), en tanto el movimiento pinta adelante el ideograma correspondiente a “no” (bu), quedando así “no destruir” (bu chai), y convocando a partir de ahí a la defensa del patrimonio. La eficacia de este movimiento no ha sido mucha hasta el momento, pero ahí están aún los hutong para testimoniar el viejo ritmo y alma de Pekín.
FIESTA Y ARTELa noche de Pekín se hace aún más agitada si el visitante se desplaza al distrito de Sanlitun, donde no sólo no queda ni un hutong, sino que hay shoppings ultramodernos y de dimensiones ciclópeas, entre los cuales hay calles llenas de bares y discotecas desbordantes de gente.
De día, Sanlitun impresiona por la contundencia de sus flamantes edificios comerciales, moles de vidrio y acero que se yerguen a ambos lados de amplias autopistas que cruzan el distrito. Aquí se encuentran famosas marcas internacionales de ropa, artículos electrónicos y restaurantes, incluyendo la única parrilla argentina de Pekín, Che Diego. De noche, en cambio, el barrio se transforma en el centro de la diversión de la capital. Los bares y las discos pasan a ser el paisaje dominante, donde suena jazz, pop o rock, tanto chino como occidental. Hay fiestas en las terrazas de los shoppings, en los pisos intermedios, en los subsuelos, en los sitios más inesperados, frecuentados por chinos, turistas y extranjeros residentes. Una escena nocturna bien agitada, cualquier día de la semana.
Aunque lejos de Sanlitun, el Espacio 798 es otro sitio no tradicional que vale la pena destacar. Es una antigua zona fabril en desuso (antes numerada 798), reciclada como un distrito de diseño y arte por lo menos llamativo. Viejos galpones albergan galerías de arte de los más célebres artistas chinos, muchos de ellos formados en Occidente, donde se exhibe y se vende todo tipo de obras. Llama la atención la diversidad de formas y temas, y el hecho de que, contra todo prejuicio acerca de la libertad de expresión en China, muchas de las temáticas tomadas por los artistas para sus obras son críticas a menudo abiertas a los problemas actuales y pasados del país. Ni el propio Mao se salva. En el distrito 798 pueden convivir una exposición de esculturas tomando como tema la lencería femenina, figuras de guardias rojos, ositos panda de peluche y una estatua de la libertad embarazada. Todo es posible, todo es o intenta ser arte, y es también la nueva Pekín.
La capital china es una inagotable fuente de sorpresas que vale la pena explorar. Para quienes llegan del otro lado del mundo, Pekín es una excelente introducción a un país que no sólo está en constante crecimiento y cada vez con mayor peso en la política y la economía global, sino que guarda los tesoros de una de las más antiguas civilizaciones del planeta junto con una historia reciente rica y compleja. Y esta ciudad es, en cierto modo, la encrucijada en que se entrelazan la China imperial, la revolucionaria y compleja realidad actual que Deng Xiaoping definió alguna vez como “un país, dos sistemas”.
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