BUENOS AIRES LA FIESTA DE LA TRADICIóN
El fin de semana del 9 y 10 de noviembre se celebra en San Antonio de Areco la Fiesta de la Tradición, con dos mil gauchos y sesenta tropillas de caballos desfilando por las calles. Competencias de destreza, jineteadas y fogones con música folklórica ponen el sello distintivo a los herederos de don Segundo Sombra.
› Por Julián Varsavsky
Fotos de Julián Varsavsky
Ya en las afueras de San Antonio de Areco –a 112 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires– aparecen en la ruta los primeros signos del mundo rural: camionetas embarradas, silos cerealeros, molinos y mucha gente a caballo. En la zona urbana se levantan casonas centenarias de estilo colonial con sus ladrillos del siglo XIX a la vista. Pero no hemos llegado en un día cualquiera: es la primera jornada de la Fiesta de la Tradición, la gran celebración gaucha de la Argentina.
Los gauchos van y vienen a caballo por las calles con sus ropas de gala, que también son de campo. Lucen sombreros y boinas, alpargatas y botas de potro, bombachas de campo, pañuelos en el cuello, vistosos cinturones con monedas incrustadas y filosos facones enfundados en la parte de atrás de la cintura.
La fiesta está en su apogeo, con los integrantes de las agrupaciones tradicionales desfilando frente a la multitud. Uno de los viajeros, llegado de Europa, se acerca a preguntarme: “¿Qué es exactamente un gaucho?”. Toda categoría cultural es de por sí ambigua, pero al tratar de responderle me veo en problemas. Arranco por el final y con trampa: “El gaucho no existe más, señor”. Desorientado, el hombre me pregunta si entonces todo esto está armado para el turismo. Y le respondo que no: “Estos son todos gauchos auténticos, de verdad”. Mi oyente se ríe y se dispone a escuchar la explicación.
El legendario gaucho de La Pampa argentina encerraba en su singular estampa criolla esa mezcla de lo indígena con lo europeo que fue resultado de la colonización. Aquellos mestizos de vida a la intemperie –“sin dueño ni patrón”– profesaban el culto del coraje.
Rápidos para desenvainar el puñal, creían que el resultado de un duelo estaba prefijado de antemano: uno de los contendientes desenfundaba el acero para morir. “El diálogo pausado, el mate y el naipe eran las formas de su tiempo”, aseveró Borges.
A comienzos del siglo XIX esos “hombres sin ley” erraban por las inmensas planicies con soberana libertad, empleándose en las estancias ganaderas de manera temporaria. Y cuando tenían hambre cazaban con sus boleadoras una vaca salvaje. Pero al surgir los alambrados, ese gaucho desaparece para convertirse en lo que es hoy: un peón de campo asalariado que anda a caballo, como muchos de los que desfilan en San Antonio de Areco.
El concepto del gaucho entonces ha variado mucho, pero no ha desaparecido como tal. Y en la fiesta de San Antonio de Areco se respira, como en ningún otro lugar del país, la evolución de esa cultura gaucha de antaño, adecuada a los tiempos actuales.
AL GALOPE La Fiesta de la Tradición comenzará este año el viernes 8 de noviembre a las 20.30, cuando se encienda el fogón de la histórica pulpería La Blanqueada. A lo largo de la noche irán llegando paisanos de otros pueblos y los pobladores de Areco. Los tríos y cuartetos musicales animan la fiesta de manera espontánea con su música y baile, siempre restringidos a los ritmos sureños de la provincia de Buenos Aires: gato, triunfo, huella, triste y estilo. En cambio, no se oyen chacareras. La animación sigue hasta la madrugada, amena y sin multitudes de turistas, quienes llegan en su mayoría el domingo.
A lo largo del sábado, el ambiente comienza a encenderse de a poco, con los gauchos llegando a caballo desde Azul, Arrecifes, Salto, Rojas y otros pueblos bonaerenses. Pero lo más llamativo son los gauchos que traen su tropilla de caballos –casi todos del mismo color– arreados desde los diversos pueblos sin necesidad de atar ni a uno solo. La yegua madrina es la encargada de dirigir la tropilla de caballos machos con un cencerro. Y todos los demás la siguen obedientemente. Una tropilla suele estar compuesta por una docena de caballos y durante toda la fiesta arriban al pueblo entre sesenta y setenta de estos grupos, cada uno con un solo gaucho al frente.
LAS TROPILLAS SON EL ORGULLO DE LA FIESTA De hecho, para un gaucho es un gran honor poseer una tropilla completa de animales de un mismo pelo. Estos caballos pueden ser overos (con un tono general claro y manchas oscuras que crecen de abajo hacia arriba), tobianos (como el overo pero con las manchas de arriba hacia abajo), gateados (con una crin que se extiende como una franja sobre el lomo hasta la cola), colorados, bayos, tordillos y pampas.
A medida que van llegando a lo largo de la mañana, las tropillas dan una vuelta al pueblo y desfilan frente a la municipalidad, donde saludan al intendente, que las observa desde un palco. Y lo más extraño es que, al pasar frente a las autoridades, cada tropilla da una vuelta en círculo, luego se forma en línea y por último todos los caballos del grupo agachan la cabeza al unísono en señal de reverencia. Luego del mediodía los tropilleros y los gauchos se dirigen al Parque Criollo para almorzar.
DESTREZA CRIOLLA En la tarde comienza la parte más emocionante y vertiginosa de la fiesta: las competencias de destreza criolla. La jineteada es la prueba más tradicional, que consiste en montar a un caballo no domado durante el mayor tiempo posible. Al caballo lo montan estando atado a un palenque y vendado. El jinete se sube cuidadosamente y cuando está bien agarrado sueltan al animal, que sale corcoveando de manera desaforada.
La “piolada puerta afuera” es otra prueba muy popular que consiste en enlazar a un caballo desbocado antes que cualquier otro de los contendientes. Además hay carreras de sortija y cuadreras, que son carreras de caballos a campo abierto. Por la noche se puede asistir al fogón de La Blanqueada. Si bien durante el sábado el ambiente no es tan animado como el domingo, la ventaja es que todavía no hay varios miles de turistas todos juntos en el lugar.
El domingo –el 10 de noviembre de este año– es el Día de la Tradición, en homenaje al natalicio de José Hernández. Este es el día de la gran fiesta, que comienza a las 10.30 de la mañana con el desfile de dos mil gauchos y todas las tropillas llegadas desde cada rincón de la provincia. Al frente va el gaucho abanderado, que luce una bandera patria y un caballo de raza con un elegante emprendado de plata (cabezada, freno, collar y pretal). Luego de pasar frente a la plaza, la municipalidad y la parroquia de San Patricio, todos se dirigen otra vez al Parque Criollo para almorzar.
El entrevero de tropillas del domingo es una de las competencias más singulares, ya que se largan al ruedo los setenta grupos de potros “entreverados”. Entonces los amansadores ingresan a caballo, llevando además a su yegua madrina con su cencerro. El primero que arma su tropilla y la encierra en un corral es el ganador: y aunque parezca tarea ardua, sólo tardan unos 20 minutos.
LA ESTAMPA DEL GAUCHO ¿Qué distingue a los gauchos de hoy a lo largo de todo el país? Básicamente el hecho de ser un peón de campo asalariado que no cumple una función muy específica como la de antes, ya que el agro se ha industrializado en todas sus etapas. De todas formas, el gaucho actual es una persona que sabe instalar un alambrado, castrar un caballo, ordeñar, domar y jinetear animales y “cuerear” una vaca, una oveja o un cerdo. Incluso habla con un acento y un vocabulario de campo.
El académico debate acerca de si el gaucho existe, o ya no, parece saldado en San Antonio de Areco. Aquí nadie se atrevería a discutirles a esos hombres de a caballo que desfilan por la calle que no son gauchos. Aun con todos los cuestionamientos que se les pueda achacar sobre la pureza de la definición, estos hombres son por lo general trabajadores rurales de toda clase, independientemente de su especialidad y de que utilicen al caballo como un medio de transporte. Muchos de ellos son simplemente jóvenes estudiantes que se sienten herederos de una cultura de campo.
El evento es el mayor del año para el pueblo y requiere de largos preparativos. Cada persona prepara su caballo con devoción: lo tusan (le cortan el pelo), lo desvasan (le liman los cascos y colocan la herradura) y lo lavan muy bien. Quienes desfilan lo pueden hacer individualmente o con sus agrupaciones de gauchos. También es común que grupos de vecinos de un mismo barrio desfilen juntos. Quienes no van a caballo participan abriendo la puerta de su casa a los demás vecinos y también es habitual que saquen sillas y sillones a la vereda para ver los desfiles. Las rondas de mate con bizcochitos de grasa y cuernitos son interminables en estas improvisadas plateas. Después del almuerzo comienzan otra vez las pruebas de destreza criolla.
Se sabe a esta altura que en las culturas la idea de pureza no existe. Muchos en San Antonio de Areco se sienten gauchos de pura cepa, simplemente porque son continuadores de una cultura de campo y desfilan por tradición, como lo han hecho sus padres, abuelos y antepasados aún más lejanos. Desfila casi todo el mundo, desde el dueño de una estancia hasta el peón o el repartidor de diarios. Pero todos ellos son los genuinos herederos del título de “gaucho”.
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