GRECIA. EL TEMPLO DE POSEIDóN
En Cabo Sunion, a 70 kilómetros de Atenas, se yergue solo frente al mar el templo de Poseidón. Es tradición visitarlo al atardecer, para ver la puesta del sol sobre el Mediterráneo, que fue testigo de las aventuras de los dioses griegos y hoy pone su espléndido marco a las columnas dóricas aún en pie sobre el promontorio.
› Por Graciela Cutuli
Fotos de Graciela Cutuli
La vigencia de la cultura griega no necesita ser demostrada: al fin y al cabo, como decía Gus Portokalos –el padre de Mi gran casamiento griego– “dame una palabra, cualquier palabra, y te mostraré que la raíz de esa palabra es griega”. Hasta “crisis”, el vocablo que hoy parece tristemente inseparable de las noticias sobre Grecia. Pero la vigencia tiene muchos más matices, a veces inesperados: hasta los adolescentes que jamás escucharon hablar de otro Homero que no sea Simpson conocen el Olimpo y el templo de Poseidón en Cabo Sunion, porque es uno de los escenarios de la saga japonesa Saint Seiya, o Los Caballeros del Zodíaco. En verdad, es difícil pensar una ubicación más adecuada para el templo del dios que los griegos –pueblo marítimo por excelencia– imaginaron como rey de los océanos: detrás de sus columnas resplandecientemente blancas, aún en pie después de 2500 años, se luce todo el esplendor del Mediterráneo. Que en esta porción toma el nombre de Mar Egeo, un nombre de leyenda.
CABO SUNION El Cabo Sunion está a unos 70 kilómetros de Atenas, sobre un promontorio que hoy forma parte de un parque nacional. Es posible hacer el trayecto por cuenta propia, tomando los ómnibus regulares que salen de la plaza Egyptou o de los alrededores de la plaza Syntagma, y que recorren un camino costero u otro interior, siempre con varias paradas que prolongan el viaje a unas dos horas. Para los viajeros con poco tiempo, la opción es tomar alguna de las excursiones guiadas que salen desde el mismo pie de la Acrópolis después del mediodía, para estar allí al atardecer, la hora más deseada por la espléndida vista del sol poniente sobre el mar. Aunque en este caso no haya paradas, y no siempre el entusiasmo de los guías esté a la altura del lugar, vale la pena la sola vista de las playas que se suceden en pequeñas calas donde el mar vira del turquesa al azul profundo, como en Glyfada, Vouliagmeni o Varkiza. A pocos metros de la costa hay quien practica windsurf, hay quien pesca, hay quien nada arrojándose al agua directamente desde los farallones que emergen del mar. Del otro lado de la ruta, lo mismo que en Patroklos –una isla privada cercana al cabo– prosperan los pinos mediterráneos, florecen los olivares y era habitual salir a recoger miel, tan deliciosa hoy como en los tiempos en que los dioses se alimentaban de néctar y ambrosía. Los tiempos de la Odisea, cuando Homero hablaba de “Sunion, el cabo sagrado de Atenas”.
El templo de Poseidón se levanta sobre un promontorio a unos 60 metros de altura, la ubicación que le dio Zeus para compensarlo por haber perdido frente a Atenea el concurso para ser protector de Atenas. Según el mito, los dioses compitieron entre sí por la poderosa polis: Poseidón hizo salir agua salada de una roca y Atenea creó el olivo, símbolo de paz. Los hombres votaron por el dios del mar; las mujeres –más numerosas– votaron por la diosa de la sabiduría y pusieron Atenas bajo su cuidado. Sólo con la mediación de Zeus obtuvo el furioso Poseidón su templo sobre el cabo Sunion, que los arqueólogos datan en tiempos no tan míticos, alrededor del siglo V antes de Cristo. Desde allí los marinos invocaban al dios del mar, y allí se produjo la tragedia que daría su nombre a esta porción del Mediterráneo. Cuenta la leyenda que Egeo había acordado con su hijo Teseo que si lograba vencer al Minotauro levantaría velas blancas al regresar a su patria, en tanto si era derrotado la tripulación de su nave dejaría las velas negras. Pero Teseo olvidó la promesa y al ver su padre que el barco llegaba con velas negras, creyendo a su hijo muerto se arrojó al agua desde las rocas de Cabo Sunion. Desde entonces, este mar fascinante que toma al atardecer el homérico “color de vino” se llama Egeo.
EL TEMPLO DE POSEIDON El viento corre sin obstáculos sobre el promontorio, que da sobre el mar y hacia una isla que en tiempos de la dictadura de los coroneles –los tiempos en que era joven el Járitos de Petros Márkaris– era una prisión para los militantes comunistas. También la vista abarca sin obstáculos todo el panorama, y en los días claros hasta deja adivinar el perfil de algunas islas como Milos, parte del archipiélago de las Cícladas. No resulta muy difícil, por lo tanto, comprender por qué Cabo Sunion es uno de los lugares más buscados (y también caros) de toda Grecia.
No es de extrañar que Poseidón tuviera su templo en una ubicación tan privilegiada: para la antigua religión griega, sólo Zeus estaba por delante del dios capaz de desatar en los mares las temidas tormentas que se tragaban para siempre trirremes y marineros. Odiseo, o Ulises, fue una de las víctimas más famosas de su furia: fue justamente el rencor de Poseidón el que le impidió regresar prontamente a su hogar después de la guerra de Troya. Rechazado por el dios del mar, le llevó diez años de peripecias el regreso a Itaca, aunque contara con la protección de Atenea –la rival victoriosa en la disputa por Atenas–, que no muy lejos tiene también en Cabo Sunion un templo que le está dedicado.
En el mismo sitio del templo al que se llega con los buses de línea o con las excursiones sólo hay una pequeña cafetería con negocio de recuerdos en el ingreso. Aquí se encontrará, por supuesto, una sucesión de minirréplicas del templo, estatuillas de dioses griegos y sobre todo las sabrosas aceitunas griegas. Pero pocos metros después, al girar por una curva, aparece sobre el camino pedregoso e irregular la espectacular silueta del templo griego. Inclusive a medias –porque sólo quedan en pie 15 de sus 46 columnas originales– la armonía de la construcción se integra en el paisaje y despierta admiración hacia el trabajo de los arquitectos de la antigüedad. Los típicos libritos que superponen las fotos de las ruinas con una página donde se muestra el templo como era originalmente permiten imaginarse cómo fue en sus tiempos de esplendor: probablemente muy parecido al bien conservado Templo de Hefesto que se visita en la Acrópolis ateniense.
El templo de Cabo Sunion se levantó sobre una planta rectangular, enmarcado por columnas talladas en mármol blanco de una cantera local. El detalle es que las columnas tienen menos acanaladuras que las habituales, probablemente para luchar contra la erosión del aire marino: pero es un detalle al que sólo prestarán atención los más observadores o los expertos en las técnicas de construcción de los antiguos griegos. Columnas aparte, es imposible no sentirse impresionado por la majestuosidad del lugar, “estas pocas columnas de pie que eran como cuerdas de una lira invisible”, según el filósofo alemán Martin Heidegger. Para él, Cabo Sunion “sugiere la invisible cercanía de lo divino y le dedica todo logro y trabajo humano”. El poeta inglés Lord Byron fue otro de los visitantes que cedieron al influjo sugestivo de este promontorio del Egeo: pero él fue un paso más allá y cometió el sacrilegio que hoy se intenta evitar por todos los medios, dejando un graffiti con su nombre grabado en el mármol. A simple vista no se puede ver, porque no es posible acercarse del todo a las columnas del templo ni caminar entre ellas, pero ahí quedó su testimonio, además de los versos conmovidos que dedicó a las islas griegas.
Lo que no queda es lo que probablemente haya sido el centro del culto en el templo: una colosal imagen de Poseidón de unos seis metros de altura, tal vez recubierta de oro y con su tridente, el amenazante instrumento con que enfurecía en segundos las aguas del mar. Quien esté en el templo exactamente el día más largo del año tal vez podrá percibir que el sol da justo sobre el centro del volcán extinguido de la cercana isla de Patroklos, un detalle que habla de alguna significación astrológica para el templo: pero al día de hoy, sigue siendo un misterio.
La visita en sí no lleva mucho tiempo, pero justamente por eso es posible aprovechar la tarde quedándose a disfrutar de la belleza del lugar y sus reminiscencias mitológicas. Hasta que, entre las seis de la tarde en invierno y las ocho en verano, el sol se disponga a descender sobre el mar proyectando sus rayos a través de las columnas del templo: un espectáculo inolvidable que hace sentir a cualquier ser humano a la altura de los mismísimos dioses.
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