Dom 17.11.2013
turismo

SANTA CRUZ. TEMPORADA DE PINGüINOS

Galápagos de la Patagonia

Crónica de un viaje a Puerto Deseado, un sitio de naturaleza apabullante, que inspiró a Charles Darwin, y donde cada año llegan a anidar los singulares pingüinos de penacho amarillo. Navegación por la ría y avistaje de fauna marina, en un paraíso natural santacruceño.

› Por Guido Piotrkowski

Fotos de Guido Piotrkowski

Llegar a buen puerto. Como Charles Darwin. Como Hernando de Magallanes. Como Francis Drake y Thomas Cavendish, míticos navegantes que surcaron los siete mares y anclaron en este rincón de la Patagonia, en el norte de Santa Cruz.

Llegar a Puerto Deseado. Como lo hacen los pingüinos de penacho amarillo, que vienen a anidar, año tras año, a partir de octubre. Una rara avis que en el continente americano sólo se encuentra en la isla Pingüino, frente a la localidad santacruceña.

Llegar al sitio elegido, como Marcos Oliva Day, nacido en Mendoza, criado en Ushuaia y afincado aquí desde 1977. Marcos fue defensor oficial y fiscal, pero es al mismo tiempo un apasionado por su lugar, por la aventura y la naturaleza. Hoy dedica todo su tiempo a la Fundación Conociendo Nuestro Hogar, una ONG que se encarga de generar acciones para desarrollar, en la niñez y la juventud, el sentimiento de pertenencia y cariño por el lugar donde se vive.

“Desde la ventana de mi cuarto veía sus amaneceres y atardeceres, y soñaba desembarcar algún día y recorrer la isla”, recuerda Marcos. En 1982 se compró su primer kayak, y se dedicó entonces a entrenar. Tres años después, aunque sus amigos trataron de disuadirlo una y otra vez con historias de naufragios varias, se embarcó hacia la isla de sus sueños: “No había muchos navegantes en el pueblo, y la ría y el mar inspiraban algo más que desconfianza en la gente”. Lo acompañaron en su aventura dos de los mejores remeros del lugar, Queque Jara e Ignacito Zizich, con quienes zarpó una mañana de febrero de 1985. No tenían kayaks oceánicos con bodegas estancas preparadas para llevar carga, sino kayaks de río, que son más pequeños: “Apelotonamos bolsa de dormir, carpa y víveres como pudimos y zarpamos con sol y viento fresco. Era la primera vez que nos alejábamos de la boca de la ría. El viento aumentó y las embarcaciones se zarandeaban sobre las olas. Hablábamos poco, lo necesario para darnos ánimo”. Llegaron a una playa de arena, frente a la isla, donde sus compañeros armaron el campamento. “Me quedaba el cruce. Sin pensarlo mucho enfilé hacia el este y al poco rato estaba barajando el contorno de la isla Chata. Al alcanzar la protección de la bahía sur de la isla, el agua se aquietó. Como no había rompientes y el kayak cala tan poco desembarqué sobre una roca plana sin mayores inconvenientes.”

Marcos fue hacia el faro. La casita del torrero estaba en ruinas y los pingüinos de Magallanes curioseaban por las ventanas. Vio los corrales de piedra donde los torreros guardaban los animales para alimentarse, la cisterna para almacenar agua de lluvia, y el caldero de hierro que usaba la Real Compañía Marítima española para convertir en aceite la grasa de los lobos marinos. Recorrió la isla, “piedra por piedra”. Vio nidos de pingüinos y gaviotas cocineras por todos lados. Vio cormoranes grises y roqueros en los acantilados. Vio skúas en una pradera. Vio una lobería y entre los lobos pudo distinguir algunos elefantes marinos. “En la cara norte había varios cañadoncitos, y en uno de ellos divisé unas figuras que se movían a los saltos entre los bordes rocosos. Con su pecho blanquísimo, su corte punk, sus ojos colorados y su inconfundible adorno en la cabeza, eran indudablemente pingüinos de penacho amarillo. Al acercarme comprobé que se habían establecido con sus nidos y que varias parejas tenían pichones. Me quedé un buen rato contemplándolos con inmensa alegría”.

Los pingüinos de penacho amarillo, estrellas de la temporada, recién llegados a Puerto Deseado.

EN LA ISLA PINGÜINO Casi treinta años después, estos pingüinos tan peculiares –con cresta, ceja amarilla, pico naranja y ojos rojo fuego– son las mascotas oficiales de Puerto Deseado, las figuras indiscutidas en medio de este vergel de fauna marina. La isla Pingüino, hacia donde nos dirigimos ahora, fue declarada Parque Interjurisdiccional Marino el 15 de febrero de 2010.

En una soleada y muy ventosa mañana de octubre navegamos en el semirrígido de Darwin Expediciones al mando de los guías Javier Fernández y Ricardo Pérez. Vamos atentos a la aparición de alguna tonina overa o delfín antártico, pero hoy no se dejarán ver. Esperamos correr mejor suerte con los penachos: es el primer viaje de la temporada y nadie sabe si llegaron. A una hora de zarpar estamos frente al faro. Nos detenemos primero a ver una colonia de lobos marinos en un promontorio rocoso. Poco después, desembarcamos en este lugar inhóspito donde los navegantes de la Real Compañía Marítima española llegaron a matar más de 30.000 lobos. El aceite, que se utilizaba para encender velas en una época en que no había corriente eléctrica, era un negocio muy redituable.

El paisaje es el mismo que vio Marcos treinta años atrás. El tiempo, aquí donde el hombre es un intruso, un visitante ocasional, parece haberse detenido. El faro rojo y blanco desteñido, la caldera oxidada, la casa del torrero abandonada. Caminamos entre un sinfín de pingüinos de Magallanes habituados a la presencia humana. Despreocupados, se cruzan en el camino, pasan por al lado, por delante y por detrás. Más allá, un grupo en hilera surca una praderita rumbo al mar, mientras al borde del sendero algunos otros cuidan sus huevos de los temibles skúas.

Javier comenta al paso que Magallanes y Drake se dieron una panzada de pingüinos y lobos. “Y después vino la venganza del pingüino, porque parece que la carne se descompuso, y se llenó el barco de gusanos.” Seguimos andando hacia el cañadón donde anidan los penachos. Bajamos por esas piedras rojizas, y seguimos con paso firme entre las rocas. De este lado de la isla, el mar refleja un azul mucho más intenso. Unos pasos más, y ahora sí, la incertidumbre por fin se acaba. Un gesto de alegría se apodera de nosotros, y apuntamos nuestras cámaras al nutrido grupo de penachos, que ya están armando sus nidos entre esas rocas manchadas de guano.

Hay quien posa a su lado haciendo la “V” de la victoria. Hay quien contempla en silencio, emocionado. Hay quien se revuelca en las rocas a menos de un metro para fotografiarlos. Hay quien se asusta con las escaramuzas que arman entre ellos, celosos de su territorio. Es que por ahora sólo están los machos, que preparan sus nidos para aguardar a las hembras. Cuando ellas lleguen, la colonia del pingüino más pequeño de la especie sumará unos tres mil ejemplares que copularán y pondrán huevos en estas tierras hasta que en abril se marchen mar adentro.

Caminamos ahora hacia una caleta que alberga un apostadero de lobos marinos de un pelo, entre el vuelo rasante de los skúas y el planeo de un cauquén silencioso. Poco después, almuerzo y vuelta al pueblo, con el pecho inflado. Nos sentimos privilegiados, traemos las buenas nuevas, fuimos los primeros en ver los penachos en esta temporada que recién empieza.

Un lobo marino macho rodeado de un grupo de hembras, en su apostadero de la ría Deseado.

RIA Y CAÑADONES En 1520 Hernando de Magallanes navegaba buscando el poniente, el paso para poder dar la vuelta al mundo, y creyó descubrirlo aquí, cuando encontró un curso de agua salada en dirección oeste. Pero se confundió: este sitio no era un estrecho ni un canal, era una ría. Diez mil años atrás, durante la última glaciación, el río Deseado abandonó su cauce natural y el mar lo invadió, formando así la ría Deseado, única en Sudamérica, hoy una Reserva Natural Provincial, declarada Reserva Natural Intangible.

La misma tarde en que llegamos, nos embarcamos en el semirrígido de Los Vikingos para hacer avistaje de fauna marina. Partimos entonces desde la boca de la ría. Nos acompañan, de a ratos, un par de escurridizas toninas overas. Nos adentramos en dirección a la desembocadura hasta la isla Chaffers. “En realidad es una península, que en marea alta forma una isla, y así figura en las cartas”, explica Chantal Torlaschi, bióloga marina y guía junto a Claudio Temporelli. Avistamos una numerosa colonia de pingüinos de Magallanes, la más grande de toda la ría, donde se cuentan unos 30.000 ejemplares, que sumados a los que se están reproduciendo llegarán a unos 45.000, según estima la bióloga. “Todas las colonias de pingüinos son mixtas, hay ostreros, gaviota cocinera, patos vapor y pato crestón”, agrega.

Seguimos rumbo al interior de la ría, hacia la isla Elena, conocida también como la “Barranca de los Cormoranes”, un acantilado donde nidifican el cormorán gris y el roquero. La embarcación se acerca y baja la velocidad, para poder fotografiarlos. El gris, endémico de Santa Cruz, tiene el pico amarillo, las patas rojas y unos ojos cautivantes, contenidos dentro de una circunferencia celestona que les da una sensación de brillo permanente. También se puede ver el cormorán imperial, que tiene la colonia más grande de Sudamérica –con unos 12.000 ejemplares– en la isla Chata, y cada tanto se acercan a alimentarse aquí. Además hay ostreros negros, gaviotas grises y garzas bruja: un ave “tímida”, según Chantal, y difícil de avistar.

Pasamos después por la Isla Larga, donde hay una pequeña colonia de gaviotines sudamericanos que interactúan con los cormoranes, y donde reposan los lobos marinos. Finalmente llegamos a la Isla de los Pájaros, desembarcamos en su playa de canto rodado y caminamos por la costa. Al frente se ve la ciudad-pueblo, el puerto, sus embarcaciones. Y al lado, un sinfín de pingüinos de Magallanes que aprovechan la zampa, un arbusto que cubre la mayor parte de la isla, para construir sus nidos. Sobrevuela la isla un montón da gaviotas, y entre la escasa vegetación se ven algunos ostreros que se destacan por su pico rojo anaranjado. La excursión concluye con mate y bizcochos en la playa, rodeados de pingüinos curiosos. La ría se puede disfrutar también por tierra, en un circuito por los cañadones que se puede recorrer en bicicleta, caminando o en vehículos. Arrancamos tempranito, una vez más con el sol de nuestro lado y el viento que parece nunca abandonar los senderos de la Patagonia. Vamos en camioneta, y nos acompaña Chantal una vez más. Pasamos primero por el cañadón del Paraguayo, cuyo nombre homenajea a un personaje singular. Nos detenemos unos instantes en su hogar, una casa de chapa blanca típica, con un jardín precioso, donde se filmaron algunas escenas de La Patagonia rebelde. El paraguayo resulta ser un tipo amable y charlatán, que enseguida saca el acordeón y ensaya un par de chamamés. Nos vamos con la promesa de volver para conversar largo y tendido. El paseo sigue por el cañadón Torcido, que tiene una linda panorámica de la ría y termina en el cañadón del Indio, donde hay una colonia de cormoranes. Chantal cuenta que existe un proyecto para armar un circuito interpretativo de aves. “Para la gente son todos patos, entonces vamos a poner un cartel que diga: ‘No todos somos patos’.”

Los Miradores de Darwin, uno de los lugares más desolados y fascinantes de la Patagonia.

LOS MIRADORES “No creo haber visto en mi vida lugar más aislado del resto del mundo que esta grieta rocosa en medio de tan dilatada llanura”, escribió Darwin en su libro Viaje de un naturalista alrededor del mundo, cuando llegó aquí en 1833.

Existen dos maneras de llegar a este lugar que hizo las delicias del gran naturalista inglés. Se puede acceder por tierra o por agua, en una incursión por la ría en medio de los cañadones. El camino del agua, adentrándose en el espectacular cañón del río Deseado, es más complejo porque depende principalmente del ritmo fluctuante de las mareas. Es una excursión más larga que la otra, pero permite acceder a las cuevas donde hay algunas pinturas rupestres y luego subir andando a los miradores.

Partimos entonces con viento en contra y sol a favor nuevamente, en la camioneta de Cis Tours, guiada por Jorge Cis, quien lo sabe todo acerca de Puerto Deseado. Conoce la historia de punta a punta, desde los míticos navegantes a la naturaleza apabullante; de los vaivenes de la pesca y la minería hasta las eras geológicas. Quien quiera saber algo de Puerto Deseado que lo busque a Jorge Cis, pero que disponga de tiempo y ganas de escuchar, porque al buen hombre le gusta hablar, y mucho.

“Darwin llega a la Patagonia siguiendo la expedición de Fitz Roy, que venía haciendo un trabajo cartográfico. Todos los mapas que podemos ver los hizo él”, asegura Jorge, mientras surcamos la estepa infinita, donde cada tanto aparece algún guanaco solitario, entre la mata rastrera típica de la región: calafate, coirón, mata negra, mata verde y poa, el alimento preferido de las ovejas.

La “puerta” de ingreso a los Miradores es por la estancia La Aurora. El campo tiene ocho leguas y no hay otra manera de acceder. Aquellos que vayan por cuenta propia deben contactarse previamente con la señora Matilde Wilson, su propietaria, quien cobra alrededor de 180 pesos para ingresar.

Un buen rato después llegamos al tope de los miradores, el punto donde Darwin se sentó a contemplar este paisaje tan bello como inhóspito. Un ñandú pasa raudo y se confunde entre la vegetación: atrás viene la cría, un chulenguito que lo sigue a toda velocidad.

La vista es, sencillamente, espectacular. La ría que desorientó a los navegantes serpentea por el cañadón de piedras rojizas en medio de un terreno arcilloso. Caminamos para encontrar el mejor ángulo, la mejor panorámica, pero no hay una mejor que otra, cualquier punto donde uno se detenga regala una vista increíble, la misma que pintó Edward Martens –el dibujante de la expedición– al eternizar este paisaje en 1833 dibujando La Ventana, una gran roca que se divisa a lo lejos. Estamos e la altura del kilómetro 40, sobre el final de los 45 que tiene en total este singular curso de agua.

Ahora, encumbrado en el mismo sitio que confundió a Magallanes, absorto por la naturaleza que inspiró y cautivó a Darwin, recuerdo que alguna vez me dijeron que este sitio inhóspito era como la Galápagos de la Patagonia. Llegué a buen puerto. Llegué al sitio elegido. Llegué a Puerto Deseado.

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